GERMAN ESPINOSA
El pasado 17 de octubre murío en la ciudad de Bogotá el maestro Germán Espinosa, nacido en Cartagena de Indias en 1938. Fue poeta, novelista, periodista, ensayista, editor y traductor. Escribió más de cuarenta libros y recibió varios premios entre ellos la Orden de las Artes y las Letras, otorgada por el Ministerio de Cultura de Francia. Su novela La tejedora de coronas, es considerada por muchos como “su obra”; relata la vida de Genoveva Alcocer, una Cartagenera que deambula el siglo de las luces presenciando los acontecimientos (de Europa y América) más importantes de la época. |
|
|
Germán Espinosa, nacido en Cartagena de Indias en 1938, forma parte de ese grupo de escritores colombianos que con nuevas formas de novelar dieron el primer paso de alejamiento al “boom” y al realismo mágico. Su calidad de escritor moderno, le permite presentar una obra que bucea en la historia, que supera lo anecdótico, que recupera un pasado ideológico y contribuye de forma nueva a la comprensión del presente y la construcción del devenir.
Es común imaginar que, porque la mayor parte de Hispanoamérica vive en el atraso político y social, ello es equivalente para la totalidad de nuestras actividades. Nada más erróneo. En el siglo que agoniza nuestro orbe se colocó no sólo al día, sino en varios aspectos avante en lo atañedero al arte. En literatura, ya desde finales del xix, hispanoamericanos como Rubén Darío y nuestro José Asunción Silva habían marcado la pauta a las letras españolas. Discípulos de Darío fueron, por ejemplo, confesamente, Valle-Inclán, Machado, Juan Ramón Jiménez. Años después, tras la Primera Guerra Mundial, hispanoamericanos como Huidobro y Vallejo se anticiparon a los movimientos vanguardistas de Europa. Discípulo de Huidobro fue nadie menos que Apollinaire. El peruano Vallejo había hecho poesía automática, del inconsciente espontáneo, antes del Manifiesto Surrealista.
¿Podemos señalar la existencia actual de vanguardias en Colombia?
A mi modo de ver, una de las palabras que es preciso sacar de circulación de una vez y para siempre, es justamente la voz “vanguardia”. Nunca tuvo mucho significado, pero sirvió en otros tiempos para englobar una serie de fenómenos a la moda, algunos de ellos antitéticos entre sí. En la actualidad, no creo que sirva ya para nada. En una ocasión, un asistente a cierta conferencia mía montó en cólera y se puso como un energúmeno porque afirmé lo anterior. Pero, me pregunto: ¿qué significó esa palabra en otros tiempos? ¿Qué relación podía haber entre el cacareado futurismo de Marinetti –hoy tan lleno de pátina– y, por ejemplo, el surrealismo, el expresionismo, el ultraísmo español? Y, no obstante, todos formaban parte de esa masa amorfa llamada vanguardia.
¿Se está escribiendo?
Pienso que hay una minoría que lo hace. Y a esa minoría pertenecen individuos de varias corrientes o propensiones. No soy de esos escritores que piensan que todos sus colegas deberían escribir como ellos. Me gusta la variedad y se me ocurre que, siendo co-generacionales, Héctor Rojas Herazo y Manuel Mejía Vallejo, por ejemplo, lograron la belleza y la universalidad por caminos distintos. Usted me dirá: pero ¿son leídos esos autores fuera del país? Quizás no, pero si hubiera quien se ocupase de divulgarlos más allá de nuestras fronteras, resultarían cabalmente comprensibles a un chino o a un ugandés.
Si pensáramos, redefiniéndola para los fines de esta conversación, que la vanguardia la conforman aquellos que rompen la tradición o lo “institucional” y se arriesgan a lo desconocido o, mejor, abren camino, ¿podríamos afirmar que existen escritores en Colombia que pudiéramos denominar vanguardistas?
Por supuesto. De otra forma, estaríamos ante una literatura estancada. Mi oposición al concepto de vanguardia se remite a éste como idea de escuela, de novedad inapelable, tal como lo entendía el “nadaísmo”. Para los “vanguardistas” que se volvieron tradicionales a lo largo del siglo xx, quien no acatara los dogmas contenidos en sus manifiestos debía ser condenado a las tinieblas exteriores. Eso es no comprender el proceso del arte. El auténtico creador encuentra, para cada creación en particular, una solución formal única, aquella que el tema exige, y no soluciones ya dadas en fórmulas de capilla. Al hallarla, ha dado un paso adelante en la marcha de su arte, cualquiera que éste sea. En tal sentido, como usted comprende, todos los grandes creadores, desde Homero hasta Borges, han sido vanguardistas. En nuestro país, como ya dije, ha existido siempre una minoría que se plantea honrada y abiertamente el proceso creador. Lo cual equivale a decir que hemos venido produciendo valores universales, así la idea no sea del gusto de los pesimistas inveterados.
No siempre ocurre tal cosa, pero ocurre muy a menudo. La verdad es que Colombia, en ésta como en otras materias, ha sido siempre incomprensiblemente introversa, no busca proyectar una brillante imagen en el exterior. Hace poco, ante la Comisión Sexta de la Cámara de Representantes, donde se comenzaba a debatir la creación del Ministerio de Cultura, yo señalé tal inexplicable inclinación. Es curioso, pero preferimos seguir siendo la Colombia de Pablo Escobar, a ser –por ejemplo– la Colombia de Rafael Pombo o de José Eustasio Rivera. Hay países como México y la Argentina, que proyectan una espléndida imagen cultural, y ello los ayuda en todo sentido. Colombia, resabiada, se resiste a hacerlo.
No me parece. Cualquier apoyo individual que ese despacho prestara podría, peligrosamente, constituirse en una forma de anular la libertad del artista. Tengo entendido que el presupuesto del Ministerio de la Cultura va a estar fundado, inicialmente, en la fusión de los presupuestos dispersos que hoy se destinan a fines culturales, y que casi siempre acaban siendo manipulados por los políticos en procura de votos. Tales recursos, a mi ver, deben destinarse a fines generales, a estimular y divulgar, no exactamente a patrocinar el trabajo de individuos en particular.
Pasando a otro tema, ¿existe novela urbana en Colombia? ¿ Cuáles son entonces los caracteres de la novela urbana? Si pensamos en su última novela publicada (La lluvia en el rastrojo), ésta transcurre en la ciudad de Bogotá? ¿Es, pues, urbana?
La lluvia en el rastrojo es una novela de clausura, de intimidad, que bien podría ocurrir en Bogotá o en Saigón o en la luna. Nunca creí en eso que han dado en llamar “novela urbana”. La serie proustiana En busca del tiempo perdido, por ejemplo, se desplaza con gran facilidad de la ciudad a la aldea, de ésta al campo o al balneario. ¿Es, pues, urbana, aldeana, campestre, balnearil? ¿O bien urbaldeanestrebalnearil? No, demonios. La novela tiene lugar donde es cómodo que tenga lugar: el escenario es solicitado por el argumento y ninguna novela es mejor que otra, ni más avanzada, porque sea urbana o campestre. Huxley, por ejemplo (y, en general, la novela inglesa), nos sitúa personajes de la ciudad en el campo, y le va muy bien.
De todos modos, algunas novelas de reciente publicación tocan el tema urbano y deambulan una ciudad caótica, otras rastrean el futuro como prolongación del presente y plantean la posibilidad del fin del progreso, entendido como una actitud frente a la modernidad. En su opinión, ¿podría ser éste un intento literario de anticipación?
Supongo que sí. La verdad es que la idea del progreso como una necesidad metafísica, que surgió de los optimistas iluministas del XVIII, ha hecho crisis a partir de la catástrofe del comunismo europeo. Éste, que llevando la corriente al Marx de Miseria de la filosofía, decía no creer en leyes metafísicas, en cambio creía en la ineluctabilidad del progreso, sólo comprensible como ley metafísica. Un somero examen de la historia humana habría bastado para demostrar lo contrario: en algunos aspectos, por ejemplo, como el del pensamiento filosófico, la Edad Media fue inferior a la antigüedad, entrañó una involución respecto a ella. En el mundo de hoy, ¿no hemos también avanzado en unas cosas y retrocedido en otras?
BIBLIOGRAFÍA DE GERMAN ESPINOSA Letanías del crepúsculo, Bogotá, Imprenta Prag, 1954. Carlos Luis Torres, “German Espinosa: la escritura versal”, Fractal nº 45/46, abril-septiembre, 2007, año XII, volumen XII, pp. 101-112.
|