La carta de Franco Antonicelli una misiva de aprobación al régimen escrita en 1929 con la cual Il Foglio abre fuego contra el antifascismo, ya había aparecido en uno de mis trabajos hace quince años; pero en aquel entonces no provocó ningún escándalo. Un tropiezo, el de Antonicelli, que hay que inscribir en la Italia aliberal de la época. Hoy en día hay quienes quieren sacar provecho al dar la imagen de una noche oscura en la que todas las vacas son negras. ¡Tiranos y víctimas, opresores y oprimidos: todos parecerían tener la misma responsabilidad! Todos juntos apasionadamente, feos, sucios y malos, en aquella "Italia a las almejas" largamente despreciada por una "hipócrita predicación moralista". Es más o menos lo que escribe Il Foglio.
Profesor, su libro ya es un caso editorial. Einaudi, símbolo de la cultura accionista, publica una obra en la que se derriba el mito de un Turín antifascista...
Para empezar le rogaría distinguir entre lo que realmente escribí y lo que refieren las crónicas periodísticas. Norberto Bobbio, a pesar de haberse referido a mi trabajo con palabras conmovedoras "Escribiste cosas amargas pero ciertas: éramos serviles...", me llamó ayer enojadísimo: "¿Cómo se te ocurre decir que Leone Ginzburg no era un intelectual adamantino?"
¿Y usted que le contestó?
Que simplemente jamás lo pensé ni lo escribí. Ginzburg es una de las figuras más altas y nobles de la cultura italiana. Su intransigencia es ejemplar. En 1934, cuando Mussolini impuso a los profesores universitarios el juramento de fidelidad al fascismo, fue de los pocos que no firmó. Una decisión valiente que se conjugaba con una inteligencia espectacular. Pero además sostengo que Ginzburg heredó de Gobetti un modelo de apertura cultural, una actitud de colaboración intelectual incluso con el adversario político. Su ser profundamente antifascista no le impidió escribir en la revista fascista de Ugo Ojetti. Pero ciertamente no se trataba de una elección ambigua. Estaba convencido de que era lo correcto.
Muchos intelectuales antifascistas colaboraron en revistas o instituciones fascistas. Me viene a la mente el Primato de Bottai o la Enciclopedia Italiana de Gentile. Fue un camino cultural y político compartido ampliamente.
Tal vez la novedad de mi ensayo
con el cual Bobbio, por ejemplo, disiente consiste en superar
la antítesis fascismo-antifascismo es el estudio de la cultura
turinesa entre las dos guerras. Yo sostengo que entre los intelectuales
de afiliaciones diferentes existía en general una solidaridad
de clase que terminaba por neutralizar las distinciones políticas.
Las razones de la inteligencia prevalecían sobre los ideales.
Los intelectuales son fisiológicamente ambiciosos. Así
que, aun entre los más expertos, aun entre los que demostraban
desprecio por un movimiento que consideraban rudamente plebeyo,
muchos se doblegaron a la voluntad del Duce: por vileza,
por miedo, por temor a perder la cátedra o por colaborar
con algún diario de prestigio.
Es decir, una amplia zona gris
caracterizada por los tropiezos, la contigüidad y la implicación.
¿Pero la existencia de esta amplia zona no da mayor valor a los
que no se doblegaron? ¿Aquella minoría heroica que ahora
se quiere derribar?
Por supuesto. Yo los defino como
héroes, a veces por casualidad, a veces por necesidad,
y sólo en algunos casos por elección propia. A menudo
llegaron a la oposición de forma inconsciente. Hijos de la
burguesía turinesa, se sentían naturalmente destinados
a una carrera intelectual. Para algunos de ellos, la cárcel
fue una gran escuela de antifascismo. Pienso en el atormentado camino
político de Massimo Mila, que maduró sus ideales él
también entre tropiezos encerrado en una celda. Además
estaban los que se podrían llamar fuera de serie como Ginzburg,
Giaime Pintor y Renzo Giua quienes llevaron su elección
a consecuencias extremas.
Usted entonces no refuta el mito
del Turín accionista...
Yo digo otra cosa. Turín,
fuente de esta minoría, ha sido ligado al mito indefectible
de una intelligentia antifascista. La verdad es que bajo
la Mole el único verdadero antifascismo fue el obrero.*
Cuando Mussolini regresaba de sus visitas a la Fiat, llegaba de
un humor negro: entendía que ahí su credo no arraigaba.
En cambio, en las tertulias intelectuales turinesas tenía
un terreno más fértil, por conveniencia o por vileza.
Entre los que tuvieron actitudes
ambiguas, usted cita también a Luigi Einaudi, Luigi Firpo,
Giulio Debenedetti y Giacomo Debenedetti. ¿Acaso no hemos aprendido
de muchos escritos entre los cuales está el testimonio de
Zangrandi que el viaje a través del fascismo fue largo,
difícil, complejo?
Claro que lo fue. La toma de conciencia
fue lenta, cansada, llena de aflicciones. Algunos llegaron al antifascismo
sólo con la caída de Mussolini. Hoy estos personajes
rebotan en primera plana para ser utilizados con fines vulgares
y sensacionalistas.
Usted sostiene que no es cierto
que la cultura era naturalmente antifascista. ¿Qué quiere
decir exactamente?
No es correcto afirmar que sólo
el antifascismo produjo una cultura con mayúsculas. Le daré
dos ejemplos. Il Selvaggio, dirigido por Maccari, en 1931,
publicaba artículos sobre el cine americano y los fermentos
expresionistas alemanes. Asimismo Diorama, la página
tres de la Gazzetta del Popolo, era la mejor sección
cultural de periódicos producida en aquel entonces. Sin embargo,
era indudablemente fascista.
¿El maestro Bobbio estaría
de acuerdo?
Seguramente no. Pero, repito,
mi trabajo no lo decepcionó, aunque él llame "mordaces"
algunas de mis consideraciones. Si pienso que en 1931, frente al
juramento de fidelidad al fascismo, sólo doce profesores
dijeron no a Mussolini...
¿Pero es correcto emitir juicios
sumarios? ¿Nunca se ha preguntado qué hubiera hecho en su
lugar?
Me lo pregunto continuamente, y
por eso no emito juicios. Soy historiador y me apego a los documentos,
que hago públicos aun cuando sean desagradables. Pero no
permito a nadie utilizarlos con fines políticos, mezclando
verdugos con víctimas, tiranos con dominados. Nunca hay que
olvidar que el fascismo fue un movimiento político que introdujo
en Italia la violencia y la práctica persecutoria contra
la persona. Un régimen opresivo, tiránico y semitotalitario.
Quien habla de consenso actúa de mala fe. Hay consenso cuando
existe libre elección entre dos opciones. Ese no fue el caso
del fascismo.
A propósito, Il Foglio
lo coloca en un firmamento intelectual que incluye a De Felice y
a Galli della Loggia, así como a Pietrangelo Buttafuoco y
a Giorgio Fabre (que descubrió la famosa carta de Bobbio
al Duce). ¿Cómo se siente?
Incómodo. Es un grupo con
el cual disiento profundamente. Fui de los primeros en atacar a
De Felice por su biografía mussoliniana. Siempre le he reprochado
no haber tomado en cuenta la enseñanza de Salvemini, según
la cual un historiador tiene el deber de tomar posición.
No existe una historiografía neutral, y el estudioso que
se declara como tal es un tonto o actúa de mala fe.
Profesor d' Orsi, entonces tome
posición...
Soy independiente de izquierda radical,
discípulo indigno de Norberto Bobbio, Franco Venturi y Luigi
Firpo. También fundé la revista Nuvole, heredera
del gobettismo. Luego me peleé con mis amigos gobettianos
y ahora espero sus sablazos...
Por el momento le llegaron elogios
de Il Foglio. ¿Cómo se lo explica?
El antiaccionismo es la obsesión
de cierto grupo que en el pasado se enamoró de Craxi y ahora
ovaciona a Berlusconi, dos figuras políticas que han contribuido
a desvalorizar el componente ético de la política.
Con el accionismo quieren derribar el núcleo duro de una
resistencia moral.
*Entrevista de Angelo d' Orsi con
Simonetta Fiori aparecida en La Repubblica, el 18 de mayo de 2000.
Traducción del italiano:
Clara Ferri
Entrevista con Angelo d' Orsi, "La
memoria conspicua",
Fractal n° 20, enero-mrzo,
2001, año 5, volumen VI, pp. 147-152.
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