CLAUDIUS SEIDL

Eros y Jano

 

 

Hace veinte años, los migrantes entre sexo y sexo eran rechazados públicamente y condenados a la clandestinidad. Quienes se dedicaban al estudio de la sexualidad ni siquiera prestaban atención a este extravío que –según la opinión más compartida– se había quedado a mitad del camino antes de salir del clóset. En los ochenta, lo marginal se convirtió inesperadamente en un foco de atención. El sida empezó a devastar a la población homosexual de Estados Unidos, y la bisexualidad se convirtió para la opinión pública en una amenaza general. Los epidemiólogos estaban convencidos de que la población bisexual acabaría por contagiar de sida a la heterosexual. Al inicio, la alarma paralizó a los supuestos emisarios de la muerte. Sin embargo, el shock movilizó a los afectados.

 

En las principales ciudades de Estados Unidos, y más tarde de Europa, aparecieron grupos de acción colectiva que luchaban contra el estigma del sida. Surgió incluso una Internacional de activistas bisexuales que hoy se ha distanciado del espíritu defensivo que la definió en sus comienzos. Se trata de un movimiento que en cierta medida irrumpe en el orden tradicional de los sexos. Su demanda central es el reconocimiento de la bisexualidad como una práctica que al igual que la hetero y la homosexualidad posee, según sus defensores, un carácter propio. Este postulado divide a quienes se dedican a estudiar la intrincada vida sexual del homo sapiens.

Si las investigaciones sobre el comportamiento de estas criaturas estrafalarias que se sienten igualmente atraídas por hombres y

mujeres se remontan al siglo pasado, el alcance de sus explicaciones no debe ser mayor que el intento de clavar una gelatina en la pared. ¿Quién es bisexual? La pregunta es polémica en sí misma. ¿Lo es un adolescente que en la pubertad cae juguetonamente en una escaramuza con un amigo? ¿Y qué decir de las mujeres desilusionadas de sus maridos que durante una crisis matrimonial buscan consuelo en los brazos de una amiga afectuosa? ¿Cómo definir a los heterosexuales de ambos sexos que dan la impresión de estabilidad y monogamia, pero cuyas mentes rondan a menudo fantasías homoeróticas? ¿Bisexualidad encubierta?

"Galimatías", escribió alguna vez al respecto el psicólogo alemán Volkmar Sigusch. "Quienes se plantean esta pregunta persiguen una quimera. Durante años he buscado caracteres bisexuales psicoestructurales, es decir, bisexuales de verdad. Ha sido en vano. Mi conclusión es sencilla: no existen". Lo más que Sigusch llegó a encontrar fueron personas que presentan un comportamiento bisexual. "Eso por supuesto sí existe". Sus primeros estudios concluían que estas personas, a pesar de su inestable vida amorosa, siguen siendo homosexuales o heterosexuales. Sin embargo, hace poco, Sigusch se retractó de su propia negativa a reconocer un tercer género sexual. Hoy afirma que la bisexualidad se ha convertido en una "manifestación cultural de la sexualidad". Para el psicólogo norteamericano Fritz Klein el hecho de ignorarla como una predisposición del destino, significa una injusticia con aquellas personas que, divididas entre los dos sexos, se ven obligadas a llevar una existencia asediada y llena de prejuicios. "La bisexualidad existe", sostienen lapidariamente la doctora Almut König y el sociólogo Francis Hüsers en Bisexualität –libro especializado que se ha convertido súbitamente en un best seller–, y constituye "una manifestación positiva de la sexualidad humana", que de todos modos forma parte de la esencia de una persona, de su "identidad" y su "personalidad". Ambos suponen que es la presión de la sociedad la que impide a mucha gente desarrollar su doble naturaleza sexual. A los escépticos, König y Hüsers recomiendan regresar en el tiempo a épocas más remotas donde las costumbres eran más libres.

 

I

En la era precristiana hasta los dioses y las diosas se entregaban a la multigamia. Erwin Haeberle ha encontrado que en la Antigüedad "la preferencia sexual no era un tema al que se le diera mayor importancia". El travieso Eros unía a sus víctimas al libre arbitrio y el resultado final se aceptaba como el designio de una voluntad superior. Platón trató de imaginar el origen de esta confusión sexual en Symposium. El célebre tratado, redactado hacia el final de su vida, sugiere que en tiempos remotos la raza humana estaba constituida por seres cilíndricos con cuatro brazos y piernas, dos órganos sexuales y una cabeza de Jano. La mayoría de estos extraños primitivos poseía un cuerpo ambiguo, mientras que los otros deambulaban por el mundo como dobles-mujeres o dobles-hombres. Estas esencias cilíndricas tenían, según Platón, una apariencia demasiado perfecta, por lo que despertaron la envidia de los dioses, quienes decidieron partirlos por la mitad. Desde entonces, los mortales buscan sin descanso a su gemelo perdido en un intento por recobrar la unidad original.

Symposium / Mark Kelly

En rigor, la imaginación de Platón va más allá del horizonte de la sexualidad y plantea una naturaleza original andrógina en el ser humano. Figuras híbridas que presentan características físicas propias de ambos sexos, pueblan también las religiones y los mitos más antiguos como el de Ishtar de Babilonia o el germánico Tuisto, adorados como entidades sagradas. Hacia el siglo II a.C., el celoso dios Yahvé del pueblo de Israel impuso nuevos y rigurosos parámetros. El mundo andrógino fue olvidado por largo tiempo cuando Europa cayó bajo el yugo de la moral cristiana. Durante la Edad Media, los guardianes de la virtud cristiana carecían incluso de palabras para consignar estos excesos. Dondequiera que surgía la "lujuria" fuera del matrimonio, la cuenta se cargaba al pecador como una "impudicia".

La ciencia del siglo XIX trató el tema con mayor impiedad. Para los científicos de la era del progreso, los pecadores constituían un grupo de casos patológicos cuyo comportamiento anormal se debía a un supuesto impulso sexual irrefrenable. En Alemania, el jurista Karl Heinrich Ulrichs fue el primero en emprender el intento de clasificar las "desviaciones" sexuales. El erudito abogado publicó en 1864 un opúsculo con el título Comprobación de que el amor sexual de una clase de individuos de configuración masculina con hombres pertenece a una disposición natural del género. Según Ulrichs, estos hombres, que bautizó como Urningen (por Urano, el padre de Afrodita), poseen un alma femenina; las Urninginnen, mujeres que aman a mujeres, poseían a su vez un alma masculina. El jurisconsulto clasificó las formas mixtas dentro de los dos géneros heterosexuales que les correspondían. Ulrichs se vio pronto en la necesidad de ampliar su esquema cuádruple. Al final había llegado a más de una docena de diferentes tipos sexuales. Un esfuerzo de Sísifo que acabó por crear más confusión que orden. Sin embargo, los fracasos de Ulrichs rindieron ciertos frutos. Al menos había logrado comprobar que la vida sexual y amorosa de los seres humanos es más caótica de lo que se puede leer en los turbulentos dramas de Shakespeare.

Hacia principios de siglo, el médico berlinés Magnus Hirschfeld retomó el campo de investigación desarrollado por Ulrichs. Sin embargo, se cuidó de establecer una tipología basada en metáforas como la que había elaborado Ulrichs con sus Urningen. En su lugar, Hirschfeld midió en una escala de diez grados –desde "frío", "fresco" y "tibio" hasta "caliente" y "deseo desenfrenado"– la fuerza del impulso sexual. En una segunda escala registró la "inclinación sexual", es decir, el apetito por individuos del sexo opuesto o del propio sexo. El resultado de sus investigaciones fue resumido por Ludwig Frey en Männer des Rätsels (Los hombres del enigma ). "En el inabarcable campo de la vida sexual..." prevalece "...la ley de la transición imperceptible". Entre el "hombre absoluto" y la "mujer absoluta", por un lado, y los "Urningen absolutos", por el otro, se despliega una plétora infinita de variaciones. De acuerdo con Frey, "existen tantas predisposiciones sexuales como individuos". En la tipología gradual de Hirschfeld los caracteres bisexuales, denominados "híbridos del alma", aparecían en algún lugar en el centro como una minoría sin impulsos notorios ni delineaciones claras. Pero tampoco Sigmund Freud, contemporáneo de Hirschfeld, logró encontrar en estos individuos impredecibles un perfil más definido.

II

Al igual que Platón, Freud partió de la idea de que el ser humano es originalmente andrógino. El médico se remitió a los

La mujer en la luna / Audrey Beardsley

descubrimientos de la embriología. En los dos primeros meses, la configuración genital de los embriones tanto masculinos como femeninos es muy parecida. Freud se basó en este hecho biológico para suponer que el impulso sexual de varones y mujeres no está fijado de antemano en objetos amorosos heterosexuales. Creía que, al menos en la temprana infancia, el impulso podía flotar de manera libre y carente de lazos hacia cualquier objeto o persona. A esta tendencia la caracterizó con el término de "perversión polimorfa". Sin embargo, Freud consideraba que los adultos que presentaban un impulso sexual "errante" padecían serios trastornos, eran inmaduros o, en el caso extremo, enfermos mentales. Además, compartía la opinión de que la fluctuación indecisa entre los sexos conduce a menudo a la neurosis. En rigor, el decano del psicoanálisis nunca fue más allá de estas reflexiones especulativas. Con todo, las obras de Freud y de Hirschfeld son el preámbulo de una cultura que se ha distinguido hasta la fecha por la revisión permanente de los rígidos significados que encierran las nociones de "típicamente mujer" y "típicamente hombre".

Durante los años veinte, el cambio de papeles se convirtió en una moda entre las élites de las metrópolis de Occidente. "A taste of bi doesn’t hurt” proclamaba en aquel entonces el lema de los antros nocturnos, donde los gigolos bailaban tango con señoras de apariencia altiva y dandys ondulados se dejaban pagar la bebida por mujeres en esmoquin. Marlene Dietrich en traje de saco y pantalón y con un cigarro en la comisura de los labios se convirtió en la época de entre guerras en el ícono de una subcultura en la que la idea de Freud sobre las inclinaciones libremente flotantes ejerció un encanto irresistible. El actor Cary Grant, la esposa del presidente de Estados Unidos Eleanor Roosevelt, la escultora Käthe Kollwitz y la escritora Anaïs Nin formaban un círculo ilustre al que se podría agregar a Thomas Mann. Padre de seis hijos, el novelista luchó toda su vida contra las tentaciones homoeróticas sin jamás sucumbir.

Las investigaciones que realizó Alfred Kinsey durante los años cuarenta muestran hasta qué punto se había diluido el orden tradicional de los sexos. Obsesionado por los datos, Kinsey consultó a más de 18 000 hombres y mujeres acerca de su orientación sexual. Sus resultados conmocionaron a la opinión pública: 37 por ciento de los hombres entrevistados y 33 por ciento de las mujeres declararon que habían tenido "por lo menos alguna experiencia bisexual que condujo al orgasmo". Para Kinsey existía tal variedad de patrones de comportamiento que confluían entre sí que, al final, los supuestos normales eran los que conformaban el grupo cuya existencia era más bien dudosa.

Hace más de tres décadas, la psiquiatra Charlotte Wolff (1897-1986) imaginó una utopía fundada en la desaparición de las barreras sexuales discriminatorias. Wolff creía que el hecho de que las personas se definieran por voluntad propia como heterosexuales u homosexuales se debía a un "lavado de cerebro generado por la historia de Occidente" y que el homo sapiens era bisexual por naturaleza: "Es un hecho triste que la mayoría de las personas no pueda vivir en armonía con su propia naturaleza". Hüsers y König también están convencidos que representa "un reto para nuestra sociedad y sus estructuras básicas". Sin embargo, no olvidan advertir los riesgos de "idealizar" acríticamente el comportamiento bisexual como una forma progresiva de la vida sexual. Charlotte Raven, la columnista del periódico británico Observer, ha censurado la estridente conducta de la propaganda que ensalza la bisexualidad como una "avidez libidinal". Los llama "una banda de insaciables gourmets sexuales" que está a punto de "engullir el platillo principal y el postre de un solo bocado".

"Muchos bisexuales ven con escepticismo una relación estable y, en la mayoría de los casos, son incapaces de amar verdaderamente a su pareja", advierte el psicoterapeuta Hans-Joachim von Schumann a los pacientes que trata en su consultorio, casi siempre debido a trastornos depresivos. Doble placer, doble frustración: "La ausencia de una orientación sexual definitiva", continúa Schumann, "los conduce al aislamiento". En su mayoría padecen fuertes temores ante la vejez y la desoladora perspectiva de no encontrar pareja. El estrés de su vida diaria los orilla a reflexionar "casi ininterrumpidamente sobre su manera psicosexual de ser", lo que expresa un comportamiento que agudiza su marginación.

©Der Spiegel. Texto traducido del alemán por Alejandra Greiner y José Manuel Saavedra.

 

 

Claudius Seidl, "Eros y Jano", Fractal n° 5, abril-junio, 1997, año 2, volumen II, pp. 161-171.