Poesía
Relatos

La vida en el campus
Francisco Hinojosa


Los poemas y los días
Paul Auster

Un caballero que no se
acalora

Derek Walcott

Nadie los ojos
Maria Baranda

La dura superficie
Piedad Bonett

La literatura de mis días
Jorge Luis Borges

Teorías
Alberto Blanco

Poemas

Coral Bracho

Reimpresiones
Evgen Bavcar

Poemas
José Carlos Cataño

El dragón y la virgen
Jorge Fernández Granados

Tríptico
Elsa Cross

Antojo de trampa
Francisco Hernández

Desdoblamientos
David Huerta

El nom
bre es otro
Los trazos del deseo
Ricardo Pozas Horcasitas


El sueño, la poesía y lo desconocido

Wothan
Pedro Serrano

Crítica y poética
Angélica Tornero

Solo lunático, desolación
légitima

Ida Vitale

La desnudez antigua
Cai Tianxin

Ehecatl
Veronica Vólkow

Una visión cartográfica
Daniel Sada

Bosque
Francisco Segovia

La fuente curativa

Seamus Heaney

Poemas
Paul Muldoon

Ex-Absurdo

Daniel Sada
.- –Sé que te importan un pito las predicciones que yo haga, pero no olvides que soy un hombre muy especial, soy, digamos, visionario... Mmm... con siniguales poderes para vislumbrar las cosas, y además casi nunca me equivoco. Acuérdate Trinidad que tenerme como amigo es como tener...– del equívoco al dilema de ir retrocediendo a poco, en infusa duermevela: él dizque escucha abstraído tratando de hacer re-cuentos sólo por no hacerles frente a los sucesos del día, tan cruciales como vagos, y aún menos a
las ínfulas de...– Soy agudo como nadie...

Formotón Asai


Mario Bellatín .- Los depósitos manejados por el gremio de carniceros se levantaban cerca de los muelles de la ciudad. A partir de las diez de la noche aquella era una de las zonas urbanas más desoladas. Entre un depósito y otro existían pequeños locales abandonados que alguna vez sirvieron de merenderos para trabajadores. Casi todos contaban con sótanos espaciosos donde en determinados días de la semana se producían los Altares. Para saber dónde se iba a llevar a cabo el siguiente Altar, existía una complicada red telefónica por medio de la cual se daba a conocer el tipo de espectáculo que se iba a producir. Los datos sólo podían conocerse horas antes del comienzo de una sesión.

El imperio del adios

Federico Campbell.- Uno. Parecía que lo estaba viendo desde lo alto de una colina: Jordán descendía en su jeep a lo largo de la brecha peninsular, de norte a sur, tras un disparadero de polvo que a veces lo ocultaba. El sol caía a plomo y el jeep que había conocido las arenas de Iwo Jima o Guadalcanal se entregaba a la libertad de la planicie desértica entre batallones de cirios y chollas que lo dejaban pasar sin los estallidos de la artillería. ¿En qué otra cosa podía pensar Jordán al volante? No era inimaginable que evocara el pasado militar de su máquina: las explosiones de las granadas que le arrojaban los soldados japoneses, la rauda estampida cuando servía de ambulancia y sacaba de la línea de fuego a un infante de marina destripado, el hierro de sus costados que servía de trinchera –las llantas hundidas en la arena– en el momento del desembarco..

La clave Morse

Federico Campbell
.-
Nos asomábamos por la ventana ya muy entrada la noche. El silencio del barrio era el de la madrugada. Sólo un farol tembeleque arrojaba su mortecina luz ámbar sobre la calle. Abajo, enfrente de nosotros, un chevrolet amarillo que llevaba las letras Taxi en la portezuela
permanecía quieto. Las sombras de dos hombres se recortaban borrosamente en el interior del taxi.

–¿Quiénes son?

Párrafos de la ciudad

Mauricio Tenorio
.- Uno. Llueve sobre el asfalto de una tarde de julio. No hay verde y campo en el domingo de este valle. Deambulo entre las líneas que son uniones de las masas pesadas de concreto; los pies palpan las rugosidades e imperfecciones de un suelo rajado por las venas de árboles: piso los respiraderos de un mundo que abajo muere. Debajo está el valle sin bordes, el que tuvo a la ciudad domada, acorralada por el campo. Hasta aquí, no más ciudad, no más campo. Arriba veo mojarse a un mundo entero que no remata y vuelve a reiniciar cada esquina. Mis pisadas repasan los pasos del nadie en particular que, en historia, es la procesión de todos los que fueron. Aquí van mis pies al compás acelerado de pares y pares de piernas, extremidades de un solo semblante: el de esta ciudad mojada en julio.

Etiqueta sonámbula
Luigi Amara,- Rara vez me invade el insomnio, esa enfermedad de fatigados. Pero cuando lo hace, cuando me atrapa en sus arenas metafísicas, estiro el brazo fuera de las sábanas para esperar el canto de los pájaros en compañía del Manual de urbanidad y buenas maneras de Antonio Carreño.
Como es de suponerse, he meditado lo suficiente al respecto de este comportamiento sistemático que cualquiera juzgaría, muy atinadamente, "un tanto trasnochado".


 
Cuento

¿A qué corresponde el diccionario?
Tomas Segovia ,- En una de sus famosas tiras cómicas, Quino pinta a Mafalda jugando junto a un librero; su papá se acerca a él, toma un diccionario del estante, busca una palabra, lee diez segundos y se va; Mafalda comenta: "¡Así nunca vas a terminar de leer un libro tan gordo!".

Corrección
Juan Villoro.-Germán Villanueva habló para pedirme trabajo. Llevábamos años sin vernos y más que el opaco tono de su voz, me sorprendió la franqueza con la que admitió su descalabro; se refirió sin pretextos ni atenuantes a su adicción a la heroína y describió el arduo tratamiento de recuperación con desapego clínico: "Estoy mejor ahora, tengo síndromes de abstinencia, pero estoy mejor". El plural en "síndromes" me pareció curioso (¿cuántas manías compensatorias podía tener mi antiguo amigo?), pero no era el momento de hacer preguntas; su abrumadora sinceridad exigía silencio o, en todo caso, una respuesta breve, afirmativa y cortés. Lo cité para el martes de la próxima semana (por darme aires, pues tenía la agenda desierta).

La estrella de madera
Marcel Schowb
.-El vocabulario de la literatura está lleno de términos teológicos que se repiten sin sentido: "creación", "gloria", "inmortalidad". Marcel Schwob (1867–1905) parece empeñado en refutarlos. No crea, inventa, como todos, a partir de otros textos. En sus manos el palimpsesto se convierte en palintexto: escritura sobre lo escrito que no por ello es menos imaginativa ni original.

Abalorios
Francisco Segovia.-Se abre una mano en el universo. De la oscuridad que se escapa de ese puño surge un dios pequeñisímo. Pero ¿de qué tamaño es un dios pequeñísimo? Entre
las colinas y valles de la palma dice, con su aguda vocecita : "Antes de mí no había nada. Estoy parado en mi propia mano, creadora de oscuridades". El puño vuelve a apretarse y
aplasta al dioseseto. El dios desaparece, y desaparece el universo, pero la mano no.

Gusanos de la media noche
Joaquín-Armando Chacón.-Pues ahora sí ya te jodiste –gruñó el Cromañón. Del cuerpo tirado a la mitad de ese cuarto casi a oscuras salió un gemido corto, doloroso. Un pantalón de mezclilla desgastado y una camisa que alguna vez fue azul, llena de lamparones amarillentos de vómito, moviéndose ridículamente por el piso de tierra. Le fal-taba un zapato y el calcetín estaba roto en el talón: de deportista: franjas rojas sobre los tobillos. Mirándolo, al Cromañón le pareció un animal herido en busca de su madriguera, y a ese animal no había que dejarlo escapar hasta ese lugar, aunque esa madriguera fuera la inconsciencia o la muerte. Ahí, en esos momentos, el Cromañón sentía que por su cuerpo fluía la sangre y de nuevo era joven y victorioso convulsiones,

Campesinos: la voz sepulta
Francisco Segovia.- Un viejo cliché —tan viejo, quizá, como la agricultura misma— dice que, después de cierta edad, los campesinos copian con la piel los rasgos de la tierra y se vuelven secos y sabios. Hablan poco, pero sin desperdicio, lo que a menudo significa que cuentan las historias más terribles con desapego y crueldad, como si miraran en la violencia una ley universal.