Número 75

De cuerpos astutos y (no-)saberes

A propósito de El cuerpo y sus abismos1 y Sexualidad: biología y cultura2

Andrés Luna

 

Una mirada a la experiencia del cuerpo humano en la modernidad da cuenta de una peculiar ambivalencia que se expresa en un fenómeno paradójico: mientras, por un lado, los saberes y la técnica moderna inauguran notables posibilidades en relación a la vivencia de la corporalidad, por el otro, el cuerpo parece ser quien padece de modo más álgido las consecuencias del fracaso de los proyectos más ambiciosos de la modernidad. En efecto, resulta innegable que la tecno-ciencia médica y el vasto conocimiento sobre la composición y el funcionamiento del cuerpo, construidos sobre las bases de la modernidad científica, comportan fabulosos alcances en términos del cuidado, el cultivo y la satisfacción, tanto vital como ociosa, de nuestras necesidades y potencialidades corporales. Sin embargo, igualmente evidente resulta a las alturas de la modernidad tardía que el cuerpo, al tiempo que estuvo relegado a segundo plano ante la primacía del espíritu y de la razón en los distintos ámbitos del conocimiento, en el mundo social fue y sigue siendo objeto de múltiples formas de violencia y represión sistemáticas, tanto externas como auto-inducidas por los sujetos; ha sido convertido en la signatura que activa los códigos de exclusión y es, en suma, quien ha padecido de manera más directa algunas de las expresiones más terribles de la barbarie moderna.

En vista de lo anterior se hace necesaria la búsqueda de coordenadas para una crítica epistemológico-política de los saberes, tanto de aquellos que han participado de una u otra forma en la legitimación y operatividad de esta situación —crítica que encontramos, por ejemplo, en Foucault—, como de aquellos que actualmente se esfuerzan por hacerla inteligible. Una crítica en la que dichas coordenadas permitan, entre otras cosas, posicionarse y encarar el replanteamiento contemporáneo de las interrelaciones entre algunos sectores de las ciencias físico-biológicas y las humanidades y ciencias sociales; espectro de disciplinas que, cabe reconocer, aún no termina de registrar las aporías y de asimilar el fracaso de las concepciones modernas del cuerpo, pese a ser evidentes desde hace algún tiempo.

A la luz de esta problemática es posible hacer una lectura en conjunto de los textos que integran los números 7 y 8 de los Cuadernos del Seminario Universitario de la Modernidad de la UNAM. Se descubre así una serie de líneas que atraviesan los seis ensayos compilados y los territorios heterogéneos dentro de los que se inscriben —la filosofía, la biología, la antropología y el psicoanálisis—, ubicándolos en un horizonte general de discusión sobre el cuerpo, como intentamos mostrar en estas páginas.

El ensayo de Crescenciano Grave se sitúa precisamente en la tensión que genera esa ambivalencia que marca la aventura del cuerpo en la modernidad para proponer una manera interesante de abordarla, partiendo de una sugerente pista para releer el proyecto filosófico cartesiano. En efecto, la genealogía de todo este problema nos remite ineludiblemente a Descartes, artífice de la famosa postulación donde la sustancia pensante, determinada como sujeto, aparece como criterio decisivo en la distinción entre el pensamiento y la extensión corporal, misma que, reducida a una suerte de máquina orgánica, queda excluida de lo que en el ser humano piensa.3 Esta negación del cuerpo, que conduce a una reducción mecanicista y objetivista del mismo, históricamente aparece como condición de posibilidad de la fundamentación de una forma de saber, la ciencia moderna, que —de nuevo, paradójicamente— desarrollará un conjunto de conocimientos capaces de prolongar y satisfacer como nunca antes, limitándose sin duda a ciertos aspectos, la experiencia humana del cuerpo. Se puede advertir de antemano la suspicacia con la que Grave se aproximará a este asunto. ¿Y si el cuerpo no fuese simplemente el excluido por la certeza fundada en sí misma a la que conduce a Descartes el ejercicio metódico de la duda; esa víctima de la Razón soberana e hipostasiada, de esa metafísica de la subjetividad excluyente de la materialidad corporal? ¿Y si el cuerpo fuese en realidad el artífice secreto de su propio rechazo, y el sujeto moderno una estratégica creación suya?4 Desde esta peculiar perspectiva se descubre lo que Grave denomina la astucia del cuerpo —dando la vuelta a la famosa fórmula hegeliana (la astucia de la razón). En esta línea, que implica entre otras cosas que nunca ha sido otro que el propio cuerpo quien piensa, el autor indaga, echando mano de Nietzsche, la posibilidad de releer el esfuerzo cartesiano que inaugura la filosofía moderna. La fundamentación de la conciencia desde y por sí misma se revela entonces como expresión de la voluntad de poder, y la aparición y las repercusiones históricas de la figura del sujeto moderno son vistas como parte de una estrategia mediante la cual el cuerpo pretendería, al padecer, por una parte, su propia negación, alcanzar, por otra, determinados fines.5

De ser así, bien podría decirse que el precio que el cuerpo ha pagado en el mundo histórico por su astucia secreta a la postre ha resultado excesivo. Pero más que hacer valoraciones generales, conviene localizar fenómenos sociales específicos que permitan analizar la problemática en sus dimensiones concretas. En este sentido, el tema que aborda el texto de Marta Lamas arroja una luz imprescindible sobre el asunto: la condición transexual y el «síntoma de lo trans». La formulación misma deja ver que éste se entiende como un fenómeno cuyo origen sólo es localizable, por así decirlo, en esa dimensión de lo humano que desde los albores del siglo XX vino a desestabilizar la ecuación del dualismo cartesiano: el inconsciente. Lamas se sirve de un abordaje antropológico y de una serie de recursos teóricos del psicoanálisis para analizar la experiencia social y la razón de ser del conflicto de las personas cuya identidad de género es por ellas percibida como incompatible con el cuerpo en el que nacieron. Como es sabido, la solución que nuestra cultura ofrece a estos sujetos son las cirugías de reasignación sexual y los tratamientos a base de hormonas, ambos destinados a modificar la morfología del cuerpo para asemejarla al sexo con el que la persona se identifica. ¿Qué sucede cuando parece haber un cortocircuito entre cuerpo y mente, donde la conciencia no reconoce el mensaje que el cuerpo le envía, y éste demuestra no ser esa máquina orgánica que ejecuta obedientemente las disposiciones de un yo definido por y en el pensamiento? ¿Qué sucede cuando el cuerpo se percibe ya no como el lugar de la anomalía, sino como la anomalía misma? El síntoma de lo trans hace patente un hecho que es posible verificar en todo sujeto humano y en toda cultura: la psique no traduce mecánica ni neutralmente la biología del cuerpo en una determinada identidad de género.6 Pero, ¿qué clase de solución o alternativa es la que ofrece a estas personas la medicalización tecno-científica de su conflicto identitario? Resulta evidente que se trata de una solución que, si bien no deja de ser impresionante desde el punto de vista técnico, igual que los trasplantes de órganos y tantos otros procedimientos actualmente a nuestro alcance, es estrictamente limitada a la morfología de la extensión del cuerpo. Demuestra ser una intervención orientada por la reducción objetivista del mismo, que da cuenta de la incapacidad de la tecno-ciencia de aproximarse o producir alguna visibilidad sobre la raíz profunda del conflicto y de proponer una alternativa de mayor alcance. En este tenor, Grave hace eco de Blumenberg, quien hace énfasis en que la crisis de la modernidad no está en el acceso a los objetos, de sobra demostrado, sino en la inaccesibilidad del sujeto a sí mismo.7

Ahora bien, esa suerte de retorno de lo reprimido del cuerpo en los saberes a lo largo del siglo XX puso de manifiesto que la salida del dualismo cartesiano como fundamento antropológico no se consigue sencillamente añadiendo el inconsciente como otro elemento a considerar en una ecuación ahora tripartita. En esta dirección apunta el texto de Benjamín Mayer, que se ocupa de analizar la condición intersexual para abordar una pregunta crucial y evasiva: ¿dónde se localiza el cuerpo sexuado? Basándose en investigaciones sobre la intersexualidad en México, Mayer examina críticamente las posturas contrarias que en torno a dicha interrogante manifiestan los médicos y los activistas intersex, para proponer una alternativa desde el psicoanálisis lacaniano. La medicina ubica la sexuación en el lugar donde parece más evidente que no está: en la extensión del cuerpo físico. Por su parte, los activistas —quienes se oponen a la instauración de patrones corporales normativos y a la definición forzada de la sexuación, que los médicos llevan a cabo mediante intervenciones quirúrgicas en la temprana infancia de quienes nacen con la condición intersexual— hacen la reivindicación política de una sexuación que localizan en el pensamiento individual del sujeto. Frente a esta oposición entre un cuerpo médico y un cuerpo político, que sigue enmarcándose en la distinción entre la res extensa y la res cogitans, Mayer, en aras de abordar la pregunta por la localización del cuerpo sexuado, recupera la propuesta de una tercera sustancia con la que Lacan planteó ir más allá del binarismo cartesiano: la sustancia gozante.8 El cuerpo del goce, no siendo equiparable o reductible ni a la extensión corporal ni al pensamiento, sería a quien dirigir dicha interrogante, pero sólo para replantearla, en virtud de que se trata de una sustancia por principio distinta de las otras dos: no tiene propiamente localización. El sexo, la sustancia gozante, plantea Mayer siguiendo a Joan Copjec, es lo que radicalmente des-localiza o des-posiciona al sujeto humano con respecto a su asimilabilidad en el dualismo de las sustancias canónicas.9

Así, por caminos diversos, los textos compilados coinciden en el esfuerzo de replantearse el cuerpo alejándose del binarismo clásico. En este sentido, el ensayo de Fernando Pérez-Borbujo, el más extenso y sin duda el de mayor alcance entre los seis, contiene una multiplicidad de sugerencias interesantes. El autor deja entrever todo un proyecto de re-lectura de la tradición filosófica de occidente en relación con el problema del cuerpo a partir de una indagación que busca coordenadas teóricas para una fenomenología de la angustia.10 El texto da cuenta de un dedicado esfuerzo de cepillado a contrapelo cuya consigna parece ser la de desembarazarse de esquemas reduccionistas y cómodos dualismos para una más fértil lectura de antiguos, modernos y contemporáneos. De esa manera se encuentra con un cuerpo que siempre tuvo una presencia vital —y no nada más en aquellos románticos, científicos sonámbulos y ensayistas melancólicos—,11 sujeto a sí mismo, apareciendo no sólo como cuerpo pensante y sapiente, sino como quien tiene memoria y desmemoria, quien produce y trunca visibilidades sobre sí mismo y sobre el mundo.12

En el recorrido que propone su ensayo, Pérez-Borbujo dialoga con algunas vertientes de la biología contemporánea, en la cual, como se constata en los textos de Fabrizzio Guerrero y Rosaura Ruiz, se registran acercamientos inesperados con la filosofía, la sociología y la antropología, tras haber sostenido discusiones más bien ríspidas durante buena parte del siglo XX.13 También por el lado de los biólogos dicho acercamiento está relacionado con el intento de replantear algunos problemas fundamentales de su disciplina, trascendiendo los dualismos tradicionales: naturaleza/cultura, instinto/aprendizaje, masculino/femenino.14 Guerrero examina las discrepancias entre la aproximación biologicista a la sexualidad humana y la que proponen estas corrientes contemporáneas, entendiendo que se trata de un ámbito idóneo para poner a prueba la vigencia de los postulados teóricos y desvelar agendas ideológicas ocultas. Refiere que todavía a finales del siglo XX se registraron dentro de la biología intentos de fundamentar paradigmas homofóbicos sobre la base de un determinismo genético.15

La superación de la dicotomía entre explicación filogenética y ontogenética como criterio último para dar cuenta del comportamiento humano conduce a la biología a un territorio nuevo, cuya exploración tiene importantes implicaciones ético-políticas y redimensiona lo que esta disciplina puede aportar y discutir con las humanidades y las ciencias sociales,16 en particular en lo relativo al problema del cuerpo. En esta línea, cada uno en su respectivo territorio, los textos compilados en los Cuadernos 7 y 8 del Seminario de la Modernidad exploran la relevancia de esta problemática en la redefinición de fronteras y complicidades teóricas entre disciplinas. Aún parece haber mucho que pensar sobre y desde el cuerpo, en aras de que los saberes estén a la altura de la compleja red de tramas socio-culturales y la multiplicidad de fuerzas que hoy lo atraviesan, y en función de las cuales es forzado a singularizarse para funcionar en un mundo donde parece cada día más precario, cada día más astuto.


1 Crescenciano Grave y Fernando Pérez-Borbujo, El cuerpo y sus abismos, México, UNAM, 2014. [Cuadernos del Seminario Modernidad: versiones y dimensiones. Cuaderno 7].

2 Fabrizzio Guerrero, Marta Lamas, Benjamín Mayer y Rosaura Ruiz, Sexualidad: biología y cultura, México, UNAM, 2015. [Cuadernos del Seminario Modernidad: versiones y dimensiones. Cuaderno 8].

3 Cfr. Crescenciano Grave, «La astucia del cuerpo», en C. Grave y F. Pérez-Borbujo, op. cit., pp. 13-27.

4 Idem.

5 Idem.

6 Marta Lamas, «La transexualidad como un síntoma del malestar en la cultura», en F. Guerrero et. al., op. cit., pp. 79-103.

7 C. Grave, op. cit., p. 27.

8 Benjamín Mayer, «Reflejo intersexual», en ibid., pp. 61-75.

9 Cfr. Ibid., p. 69.

10 Fernando Pérez-Borbujo, «El cuerpo naciente: hacia una fenomenología de la angustia», en C. Grave y F. Pérez-Borbujo, op. cit., pp. 31-75.

11 C. Grave, op. cit., p. 27.

12 Cfr. F. Pérez-Borbujo, op. cit.

13 Fabrizzio Guerrero Mc Manus, «Las sexualidades naturales de la biología posmoderna», en F. Guerrero et. al., op. cit., pp. 35-58; Rosaura Ruiz, «Sexualidad y evolución (biología y cultura)», en ibid, pp. 15-31.

14 Cfr. F. Guerrero Mc Manus, op. cit.

15 Cfr. Ibid., p. 46.

16 Cfr. Ibid., pp. 47-57.

Sobre el autor
Andrés Luna es un historiador nacido en 1989 en la Ciudad de México. Realiza sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de trabajo se inscriben dentro de los campos de la filosofía y la teoría de la historia.