Número 95
Aimé Césaire, poeta nacional sin nación
Jean-Pierre Salgas
École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs
École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs
Nacido el 26 de junio de 1913 en Basse-Pointe (Martinica) y fallecido el 17 de abril de 2008 en Fort-de-France (Martinica), podríamos hablar de un siglo de Aimé Césaire. Kora Véron, quien dirige el grupo Césaire del Instituto de textos y manuscrito, autora de un comprensivo estado del arte,1 nos ofrece, más que una biografía tradicional, una visión enciclopédica de las distintas, incluso contradictorias, facetas de Césaire en el tiempo: el poeta que nunca dejó de reelaborar sus antologías; primero uno de los tres inventores de una negritud plural a menudo reformulada; el político a ambos lados del atlántico, con frecuencia variante; el pensador político del colonialismo y del comunismo; el hombre de teatro en la época de la independencia.
Kora Véron, Aimé Césaire. Configurations, París, Seuil, col. «Biographies», 2011, 860 pp.
El poeta, pensador y político — diputado en Martinica de 1945 a 1993, alcalde de Fort-de-France de 1945 a 2001— abandonó su «pays natal» en 1931: «imagínese a Rimbaud en Charleville», dijo una vez al Nouvel Observateur. Y Maurice Nadeau, en el momento de la publicación de Armes miraculeuses, lo imaginaba volviendo de Harrar. Ochenta años después, una placa en el Panteón conmemora su simbólico regreso, y cientos de colegios y bibliotecas de toda Francia llevan su nombre. Esta es la trayectoria literaria e histórica que la biografía de Aimé Césaire recorre, haciendo preguntas sin formularlas explícitamente: ¿cómo pudo el Rimbaud de Cahier d’un retour au pays natal convertirse en el Víctor Hugo de los Discours sur le colinalisme, es decir, en un escritor nacional?
Imagen 1. Aimé Césaire hablando en una reunión de protesta contra el colonialismo británico en África, 8 de mayo de 1947 © Granger / Bridgeman Images
Y, sobre todo, ¿de qué nación? Gisèle Sapiro resume así el libro de Anne-Marie Thiesse, La fabrique d l’écrivain national:
El escritor es la encarnación del genio nacional, pero no es menos célebre por su genio individual, que representa lo primero de manera singular, al tiempo que aspira a lo universal. Esta creencia fundamental inaugura la era de las literaturas nacionales. […] la poesía es un lugar importante para expresar estos sentimientos, sobre todo en la lucha contra el opresor.
En 1941, en la revista Tropiques, fundada junto con René Ménil, Césaire retrata a Charles Péguy como un poeta nacional. Y él mismo no lo es a la manera de Dante, Shakespeare o Cervantes, ni de Joyce o Pessoa, escritores nacionales póstumos. Es más bien un poeta nacional a la manera del polaco del siglo XIX Adam Mickiewicz, un ícono incluso, más parecido a Nelson Mandela o Martin Luther King.
Esta biografía atraviesa varias veces la historia de la literatura y la propia historia en el momento mismo en que éstas se cruzan (la Segunda Guerra Mundial, la desestalinización, la guerra de Argelia y las independencias africanas). Uno de sus intereses es también acabar con las leyendas doradas (por ejemplo, la relación de Césaire con Breton, más cercano a Tzara después de 1946). El trabajo de Kora Verón es tanto más oportuno cuanto que vivimos en un mundo «después de Césaire». Sin él, por ejemplo, quien supo «lanzar el gran grito negro con tal amplitud que los cimientos del mundo se estremecieron», ni Frantz Fanon ni Édouard Glissant, que fueron a la vez sus alumnos y pensaron contra él, serían los contemporáneos vitales en los que se han convertido; sin él, ni la gran exposición Magiciens de la terre de 1989 ni el Museo del muelle Branly habrían visto la luz; sin Césaire, no habría ninguna Joséphine Baker en el Panteón de Paris.
Historia y literatura, primer episodio: a los dieciocho años, Césaire comienza su formación literaria en un París que hacía tiempo que había dejado de ser el París de Julio Verne de las Impressions d’Afrique, ya lejos de Batouala, la verdadera novela negra del guyanés René Maran (Goncourt, 1921), de la Anthologie nègre de Cendrars y de los dos viajes a África de André Gide en 1927-8. Era más bien el París de Paul Morand con Magie noire (1928), del Bal nègre y del jazz. 1931 fue un año excepcional con la Exposición Colonial cerca del bosque de Vincennes, contra la que protestaron los surrealistas y a partir de la cual se crearon el Museo del Hombre y el Museo de las Colonias; también fue el año de Aden Arabie de Paul Nizan.
En el París descrito por Michel Fabre (La rive noire. Les écrivains noirs américains à Paris 1830-1995, ed. André Dimanche, 1999), Césaire frecuentaba en Clamart el salón de las hermanas Jane y Paulette Nardal, editoras de la Revue du monde noir, donde conoció a los escritores del Renacimiento de Harlem (entre ellos a Langston Hughes y Claude McKay). En 1936, el estudiante cuyos antepasados habían sido deportados conoció al senegalés Léopold Sédar Senghor en el barrio latino, un encuentro mil veces relatado. Senghor le regaló la Histoire de la civilisation africaine de Leo Frobenius. Se reencontró con el guyanés León-Gontran Damas, al que había conocido en 1925 en el liceo Schœlcher, y que en 1937 publicó Pigments con un deslumbrante prefacio de Robert Desnos y una portada de Frans Masereel. Eran los otros dos miembros del trío fundador de la negritud.
Fue en el tercer número de la revista L’Etudiant noir, en mayo-junio 1935, donde Césaire escribió la palabra por primera vez, en un artículo titulado «Negrerías: consciencia racial y revolución social». Con este trío fundador, quedó la base de toda la historia de «las» negritudes que se ha escrito hasta nuestros días, así como sus divergencias: con Senghor el senegalés, el África real, atávica e ideal; con Césaire el martinico, el África de raíces imaginarias pero también descendiente de esclavos; y con Léon-Gontran Damas,
seguramente por anticipado el más cercano a la «creolidad» y a la diáspora. Con Veillées noires (1943), una antología de cuentos recopilados a su regreso de una misión oficial en la Guyana Francesa, Damas tomó conciencia de los «tres ríos que corren por [sus] venas»: amerindio, creol y africano, como lo compartió en Black Label. En 1947, publicó una antología, Poètes d’expression française, al mismo tiempo que la antología de Senghor, que Satre prologará. Damas se convirtió en diputado en Guyana en 1948, y fue miembro de la Asamblea Nacional hasta 1951. En 1966 escribió «Nueva suma de poesía del mundo negro». Desde el principio, «negro» se dijo en sentidos múltiples, universales pero diferentes.
Historia y literatura, segundo episodio: el gran grito de la negritud. Cahier d’un retour au pays natal, un mosaico de escrituras, prosa y verso libres combinadas, comienza después de la preparación para el concurso de la École normal supérieure, y va a coincidir con la Segunda Guerra Mundial, su comienzo y su final: tuvo una primera edición en 1939 en Volontés, revista dirigida por Eugène Jolas; y una segunda en mayo de 1944 en Tropiques. En este poema alucinante, hay dos «pays natals» separados por el océano de la trata y del barco de esclavos: África, lugar de la memoria fantasmática, y las demasiado reales Antillas. El poeta se debate entre el retorno real y el retorno soñado.
Césaire se debate también entre sus dos inmensos mecenas, que encarnan los dos principales movimeintos franceses del siglo y le acogen en la «República mundial de las letras». En su prefacio a la edición orginal (la tercera) del Cahier d’un retour au pays natal. Un grand poète noir, publicado por Bordas en 1947 tras una edición anterior de Brentano’s en Nueva York, André Breton, que había llegado a América en 1941 vía Martinica con varios intelectuales, entre ellos Claude Lévi-Strauss y Anna Seghers, escribió: «la tina humana llevada a su mayor punto de ebullición». Para Bretón, Césaire es el autor del «mayor monumento lírico de nuestro tiempo»: «Las palabras de Aimé Césaire son tan bellas como el oxígeneno nasciente».
Luego están el Cahier y Les armes mirculeuses, colonia vertebral de la Anthologie de la nouvelle poésie nègre et malgache de langue française de Senghor (1948). Esta vez, la obra está prologada por Jean-Paul Sartre; «Orfeo negro» (el prefacio se titula así) es la obra simétrica de Réflexions sur la question juive: de nuevo, la cuestión de la mirada, pero a la inversa: se trata de hacer visible al «hombre invisible» analizado por Ralph Ellison: «Aquí están los negros de pie mirándonos, y espero que sientan, como yo, el asombro de ser vistos. Porque el hombre blanco ha disfrutado durante tres mil años el privilegio de ver sin ser visto». Sartre discutía con Breton.
La originalidad de Césaire consiste en haber lanzado, como negro, su determinada y potente inquietud de oprimido y de militante en el mundo de la poesía más destructiva, más libre y más metafísica, en un momento en que Éluard y Aragon fracasaban en dar un contenido político a sus versos.
Ahí donde Breton hizo de Césaire un gran surrealista, Sartre hizo de él un profeta del proletariado. A estos amigos de una época hay que añadir a aquellos de siempre, Michel Leiris y el pintor Wilfredo Lam.
Historia y literatura, tercer episodio. Entre 1950 y 1956, en el momento en que el estalinismo implosionaba y comenzaban las guerras coloniales, Aimé Césaire escribió dos manifiestos que forman una especie de díptico, en un estilo volcánico, mezcla de retórica y terror, para utilizar las categorías de Jean Paulhan, que recuerda a Lautréamont y Ducasse (en Tropiques, en 1943, escribió un texto sobre Ducasse). En dos textos, lo dice todo sobre el siglo, norte-sur-este-oeste, hasta nuestros días. En 1950, el Discours sur le colonialisme masacró todas las justificaciones culturales de los imperios coloniales. En el centro, cinco años después de la guerra, coloca al nazismo:
Sí, valdría la pena estudiar, clínicamente en detalle, los planteamientos de Hitler y del hitlerismo y revelar al muy distinguido, muy humanista, muy cristiano burgués del siglo XX que ignora llevar dentro un Hitler, que Hitler lo habita, que Hitler es su demonio, que si lo vitupera es por falta de lógica, y que en el fondo, lo que no perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí, sino el crimen contra el hombre blanco, la humillación contra el hombre blanco; y no lo perdona por haber aplicado a Europa procedimientos colonialistas que hasta ahora sólo se habían aplicado a los árabes de Argelia, a los coolies de la India y a los negros de África.
El pequeño libro del diputado del PCF, publicado por la editorial comunista Reclam con un prefacio de Jacques Duclos, terminaba con un llamamiento al proletariado. Sin embargo, en el momento del decimocuarto congreso del PCF, cuando el partido había votado a favor de que Guy Mollet tuviera plenos poderes en Argelia y Budapest se levantaba, Césaire abandonó el partido. El 24 de octubre de 1956, publicó una carta dirigida a Maurice Thorez: «Digo que nunca habrá una variante africana, malgache o antillana del comunismo, porque al comunismo francés le resulta más cómodo imponernos la suya». «Ha llegado nuestra hora», concluyó Césaire, y dos meses más tarde, fundó el Partido Progresista de Martinica.
Otro prologuista del Cahier en Cuba, Benjamin Péret, autor de Déshonneur de poètes, escribió contra Aragon. Entre ambos manifiestos, en 1955, surgió un conflicto entre Césaire y el poeta. Mientras Aragon pretendía definir lo que debía hacer una «poesía nacional», en Aimé Rimbaud despertaba un Aimé Hugo. Al joven poeta haitiano René Depestre, que pretendía seguir a Aragon, le envió una Lettre-poème:
Sin rima
toda una temporada
lejos de los estanques
yo dándote la razón
reímos, bebemos y nos tostamos
y por lo demás, gire bien o mal el poema sobre el aceite
de sus goznes
no me importa Depestre
ni me importa lo que diga
Aragon.
Se trata de una condensación de los otros dos manifiestos, su corazón literario. «La poesía era para mí el único medio de romper con la forma regular francesa que me asfixiaba», le escribía Césaire a Depestre.
«Será un día para recordar. Si, desde el final de la guerra, la conferencia de Bandung ha sido el acontecimiento más importante para las conciencias no europeas, creo poder decir que este primer Congreso Mundial de Hombres de Cultura Negra será el segundo acontecimiento más importante de esta década». Fue Alioune Diop, fundador de Présesnce africaine, quien inició este «Bandung cultural» en la Sorbona del 19 al 22 de septiembre de 1956, convocado por toda la intelectualidad negra mundial y para el que Picasso diseñó el cartel, Tête de nègre. Pero el 20 de septiembre se produjo la ruptura entre africanos, antillanos y afroamericanos. Para estos últimos en la color line, el negro no era sufciente. Veinte años después, la negritud iniciaba una nueva y compleja etapa de su historia. Esclavitud y colonización no se superponen. El relato más completo del acontecimiento lo hizo James Baldwin en Encounter («Príncipes y poderes»). Siguieron otros dos congresos: Roma en 1959 y, sobre todo, el Festival de Artes Negras de Dakar en 1966, que gracias a André Malraux, se replicó en el Grand Palais y marcó la entrada de estas artes en la escena mundial (entretanto, Senghor se había convertido en el presidente de Senegal independiente).
Esto no impidió que los universales se distanciaran: hay un largo camino que recorrer desde el universal senghoriano (extrañamente fragmentado: «la emoción es negra y la razón helénica») hasta el paria negro de Césaire. También hubo usurpaciones asesinas («autenticidad» según Mobutu). En 1962, durante una conferencia de escritores en Kampala, el escritor nigeriano Wole Soyinka contrapuso la tigritud a la negritud: «Un tigre no proclama su tigritud. Se abalanza sobre su presa y la devora». Césaire y él debatieron en Berlín en 1963. En Dakar, en 1966, Césaire declara:
La negritud es lo que es, tiene sus virtudes, tiene sus defectos, pero en el momento en que la vilipendiamos, en que la tergiversamos, me gustaría que reflexionáramos sobre cuál era la situación de los negros, la situación del mundo negro, en el momento en que nació esta noción, tanto espontáneamente, como que ella respondía a una necesidad. Por supuesto, los jóvenes de hoy pueden hacer otras cosas, pero créanme, no podrían hacer otras cosas hoy si, en un determinado momento, entre 1930 y 1940, no hubiera habido hombres que se hubieran arriesgado a poner en marcha este movimiento llamado negritud.
«La Negritud césaireana es un bautismo, el acto primordial de la restauración de nuestra dignidad. Somos para siempre hijos de Aimé Césaire», escriben diplomáticamente Jean Bernabé, Patrick Camouseau y Raphaël Confiant en Éloge de la créolité (1989) dando al momento muerte al padre, a quien critican por aferrarse a la lengua francesa en detrimento del créole (que, para el catedrático Césaire, seguía siendo argot, producto de la situación colonial). Los jóvenes autores se acercan más a Léon-Gontran Damas y a sus tres fuentes. Su padre elegido es más bien Édouard Glissant quien, a partir de Discours antillais (1981), desarrolló una intuición poética y antropológica que denominó «creolización»: extendida a todo el mundo de la identidad compuesta caribeña como un modelo reducido de la misma, un proceso tan horizontal como vertical es la globalización.
En verdad, sin negritud (poesía y política, como reconocimiento), no puede haber creolización (poesía y antropología, como cambio). Nada sería más erróneo que oponerlas; pertenecen al mismo plano, se complementan, se invierten, se incluyen una en otra como una banda de Möbius. En 1987, en Miami, en su Discours sur la négritude, Césaire respondió a las críticas, haciendo un balance de la negritud al momento de las independencias africanas y de los derechos civiles en Estados Unidos, a partir de su descubrimiento de un libro que había leído en Quebec: Nègres blancs d’Amerique, de Pierre Vallires (1968). La revuelta es «negra» y concierne al mundo entero. De paso, reconoce su deuda con el Renacimiento de Harlem, con los afroamericanos. Césaire ya había escrito en el Cahier: «Partir. Como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo seré un hombre-judío, un hombre-cafre, un hombre hindú-de-Calcuta, un hombre-de-Harlem-que-no-vota».
Dejemos por un instante el volcán poético para considerar la gran paradoja política de Césaire: siguió las decisiones metropolitanas relativas a su isla natal, sin convertirse en un líder político independentista. Kora Véron traza mes a mes la trayectoria de quien fue alcalde de Fort-de-France durante cincuenta y seis años. Desde los años cuarenta se impuso una analogía entre su escritura en fragmentos, francesa pero no «francófona», y las islas y sus poblaciones desarraigadas (al respecto hay que leer a Michel Leiris en Contacts de civilisations en Mrtinique et en Guadeloupe, 1955): En «Negrerías» leemos:
Un extraño mal nos corroe, en efecto, en las Antillas: un miedo de sí, una capitulación del ser ante las apariencias, una debilidad que empuja a un pueblo de explotados a dar la espalda a su naturaleza, porque una raza de explotadores lo hace avergonzarse con la pérfida intención de abolir la conciencia del explotado.
El poeta pensador de la negritud y teórico mundial no es esto en su tierra natal. Para llegar a serlo, Frantz Fanon tuvo que marcharse. Uno se pregunta si el dramaturgo no nació de esta brecha entre las dos tierras, polvo y continente. En la época de la independencia, el diputado Césaire, con la complicidad de Jean-Marie Serreau, puso en escena la independencia pasada y presente, y sus fracasos. El Cahier, siempre: «Lo que me pertenece es un hombre solo encerrado por lo blanco, un hombre solo que desafía los gritos blancos de la muerte blanca (TOUSSAINT, TOUSSAINT LOUVERTURE)». En 1944, mientras enseñaba en Puerto Príncipe, Césaire escribió Et les chiens se taisaient, que más tarde se incluyó en Les armes miraculeuses. Le siguieron La tragédie du roi Christophe (1961-3) y Une saison au Congo (1961), sobre el asesinato de Lumumba. Por último, un proyecto americano, Un été chaud, se convirtió en una reescritura de La tempestad de Shakespeare. Sobre todo, Césaire escribió Toussaint Louverture. La Révolution française et le problème colonial, un libro de historia que hablaba también del movimiento independentista actual y, entre líneas, de la IV y la V República.
¿A qué nación pertenece el poeta Césaire? Poeta mundial de África y de Francia, y por tanto en el centro de la «República mundial de las letras», sigue siendo propiamente «sin otra nación que el mundo». Last but not least, esta biografía pone de manifiesto una enorme laguna editorial. Actualmente no existe ninguna obra completa que dé a este Rimbaud-Hugo el lugar que le corresponde. Existe una importante edición crítica (Poésie, théâtre, essais et discours, coordinada por Albert James Arnold, CNRS Éditions, 2014), pero está agotada. Los Discours politiques (1935-2008) del alcalde y diputado conforman cinco volúmenes publicados por Nouvelles Éditions Place, y la revista Tropiques fue reeditada en 1978 por la misma editorial. Editions du Seuil publicó un gran volúmen de poesía y obras de teatro. Présence Africaine, publico Toussaint Louverture, el Cahier y los Discours pero suprimió la Lettre à Maurice Thorez. A pesar de que estos textos merecen ser leídos como los de La Boétie y Rousseau siguen ausentes del debate francés. Sin embargo, no hay textos más urgentes en la Francia del 2021-2. Mientras que Édouard Glissant nunca conoció a Éric Zemmour, Aimé Césaire, un año antes de morir, conocía el «discurso de Dakar» del presidente Sarkozy. «Ha llegado nuestro momento»… Siempre todavía ha llegado.
Traducción de francés
Ilya Semo Bechet
© attendant nadaeu, núm. 136, octubre de 2021.
Thomas A. Hale, Les écrits d’Aimé Césaire. Bibliographie commentée, 1913-2008, Honoré Champion, 2013.
1 Con Thomas A. Hale, Les écrits d’Aimé Césaire. Bibliographie commentée, 1913-2008.