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Número 94

La danza como heterotopía

Gramática del cuerpo precario

Ariela Wolcovich Konigsberg

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa

Intentaré examinar las potencias políticas de la danza, en particular la danza aérea y acrobática. La idea principal de este texto es que, a través de estas prácticas, los bailarines se apropian de sus cuerpos. De esta manera, la danza permite crear nuevos espacios, transformar paradigmas y proponer formas diversas y disidentes de utilizar el cuerpo en la vida cotidiana y en el espacio público.

La danza aérea se encuentra en el límite de lo pensable y lo posible, está en una constante tensión con la gravedad, siempre en busca de equilibrio entre la suspensión y la caída, entre la ilusión y lo real. En ese sentido, la danza contemporánea y la acrobacia aérea devuelven a las personas un poder sobre sus propios cuerpos. Los bailarines sobre el escenario proyectan una intención, guían la mirada del espectador y generan así una nueva espacialidad.

La danza produce contraespacios; lo que Foucault denominó como heterotopías. Los cuerpos en movimiento crean espacios nuevos donde surgen distintas posibilidades de percibir la realidad y de estar en el mundo. Así, al mostrar otras formas de expresar y mover el cuerpo humano, se abren nuevas formas de alterar el pensamiento en el que nos encontramos. Si el cuerpo humano es capaz de desafiar la gravedad y sobrepasar límites inimaginados de movilidad y expresión, también le será posible transfigurar realidades. Si trasladamos el performance de la danza a la cotidianidad y entendemos el espacio que ocupamos diariamente como un escenario en el que aparecemos, podremos interpretar y crear nuevos guiones y papeles que permitan una reflexión alterna sobre la realidad.

La danza como heterotopía

El cuerpo humano en la modernidad está normado y reglamentado para ser útil a la sociedad de producción y consumo. En Vigilar y castigar, Michel Foucault expone que:

El momento histórico de las disciplinas es el momento en que nace un arte del cuerpo humano, que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés.1

A pesar de que hay otras técnicas y mecanismos de regulación y sujeción de los cuerpos a los parámetros de normalidad, la disciplina es en la actualidad un mecanismo fundamental de control y dominación de las personas: «La disciplina procede ante todo a la distribución de los individuos en el espacio».2 En otras palabras, es una forma de regular los cuerpos y limitar las posibilidades de acción y movimiento de las personas a través de una disposición espacial. Las sociedades disciplinarias asignan un espacio particular a cada acción y a cada persona. Aquel que sale del lugar que le corresponde o que realiza acciones que no son adecuadas para el espacio en el que se encuentra es clasificado como anormal e incluso como peligroso.

La disciplina tiene como objetivo el control y el orden de la sociedad, de modo que ésta corre peligro cuando aparecen cuerpos que no responden al orden social, que actúan de una manera inesperada y cuestionan la regularidad. La disciplina individualiza: regresar a cada cuerpo singular a su lugar para no tener que lidiar con la colectividad. Las sociedades contemporáneas utilizan una «técnica que es disciplinaria: está centrada en el cuerpo, produce efectos individualizadores, manipula el cuerpo como foco de fuerzas que hay que hacer útiles y dóciles a la vez».3 Estas sociedades buscan crear cuerpos útiles y dóciles que respondan a la necesidades de producción y consumo.

Por el contrario, es posible plantear que la danza y, en particular, la danza acrobática y aérea es un modo de resistir a los dispositivos de disciplina y normalización. Si bien la danza requiere de una disciplina corporal, esta disciplina no tiene un fin económico para la sociedad ordenada y útil. El cuerpo de los bailarines es dócil, pero no es obediente: es libre de crear sus propios movimientos y generar expresiones y experiencias propias. Paul Valéry asegura que «el arte, como la ciencia, cada uno a su manera, tienden a crear cierta utilidad a partir de lo inútil, cierta necesidad a partir de lo arbitrario».4 Así, la danza establece una técnica que es inútil a los mecanismos de producción y orden, ya que se opone a la lógica de normalización. En otras palabras, el baile emerge como una forma de desviación de la normalización en la medida en que puede gestar nuevas formas de usar el cuerpo y de ocupar el espacio.

En una realidad de consumo, utilidad y normalización como en la que vivimos, la creación de espacios abiertos a nuevas manifestaciones corporales e identitarias podría suponer una forma de resistencia a las políticas de control y exclusión de los cuerpos. La realidad que construyen los bailarines con sus movimientos puede considerarse una heterotopía. Foucault acuña este concepto para referirse a los «contraespacios», a las «utopías localizadas». Las heterotopías son lugares que existen por momentos y que generan realidades alternativas a la cotidianidad. Itinerantes e intermitentes, estos contraespacios —que a veces aparecen sólo para algunos— se generan a partir de las acciones y la imaginación de las personas. Ejemplos de ello, según Foucault, son «el teatro, por supuesto, y luego las ferias, esos maravillosos emplazamientos vacíos en los bordes de las ciudades que se pueblan una o dos veces al año con casuchas, puestos de objetos heteróclitos, luchadores, mujeres-serpiente y echadoras de buenaventura».5 La acrobacia y la danza son también formas de originar heterotopías: cuerpos que con sus movimientos crean realidades fantásticas que escapan a la regularidad. El cuerpo que danza produce espacios nuevos, hace de cualquier lugar en el que aparece un escenario para experimentar, dislocar la corporalidad y transforma así la cotidianidad. Valéry asegura que «la bailarina se encuentra en otro mundo, que ya no es el que pintan nuestras miradas, sino el que ella teje con sus pasos y construye con sus gestos».6 La danza es el lugar donde se puede encontrar un mundo creado a partir del movimiento del cuerpo.

Para Foucault, las heterotopías «tienen el poder de yuxtaponer en un solo lugar real varios espacios, varios emplazamientos que son en sí mismos incompatibles».7 La danza es un arte de lo incompatible y lo imposible. Un arte de la suspensión y el equilibrio de opuestos. La danza —y yo diría que más claramente la danza aérea y acrobática— es una tensión constante que el cuerpo mantiene con la gravedad y con el tiempo. El bailarín y la acróbata buscan mantenerse en el aire el mayor tiempo posible, mientras la gravedad los atrae de regreso al suelo.

Suspensión y caída

Para el filósofo Jacques Rancière, el régimen estético del arte es la suspensión, lo intermedio, lo que está entre dos polos sin llegar a tocar ninguno. La danza es la suspensión en sí misma: suspensión del cuerpo de los acróbatas y bailarines, intermedio entre la ilusión y lo real, superación de los límites corporales, interrupción de lo cotidiano y lo ordinario.

El clown acróbata realiza literal y materialmente lo que sigue siendo un ideal y una metáfora para el fabricante de versos. Contra los pesos terrenales y los roles sociales, sabe movilizar algo más que el deseo de los cerebros soñadores: la energía instintiva que transforma el deseo en acción, o mejor, torna idénticos uno y otro.8

Precisamente la capacidad que adquieren los acróbatas para realizar trucos aparentemente imposibles y llevar sus cuerpos más allá de los límites de lo normal es lo que les permite también cuestionar los límites de lo socialmente pensable e ir más allá de lo imaginable. Los acróbatas y bailarines «desbaratan al mismo tiempo el orden apropiado de las intrigas y el sentido de los valores sociales»,9 es decir, cambian la forma de utilizar el cuerpo humano para alterar de este modo las condiciones de su normalización.

La danza aérea ofrece una perspectiva singular porque ocupa un espacio muy poco colonizado por los aparatos de disciplina y normalización: el techo y el aire escapan a las regulaciones sociales del espacio. El espacio doméstico se asocia tradicionalmente con los roles femeninos y la calle con los masculinos; incluso los escenarios han tenido diferentes distinciones de género en distintos momentos de la historia. Sin embargo, poco se ha debatido sobre quién puede ocupar el techo. Es así que la danza aérea es una heterotopía magnífica, ya que crea, por unos momentos, una realidad particular que escapa a los parámetros de la normalidad y la normalización. En el aire, durante el momento de suspensión, los bailarines entran en posesión de sus propios cuerpos y crean un espacio inédito no sólo para sí mismos, sino también para quienes los observan.

El cuerpo en movimiento instaura un vínculo entre el ejecutante y los espectadores. Frente a las técnicas de disciplina moderna que individualizan y aíslan; la danza conecta. La conexión que se genera entre el cuerpo suspendido del acróbata y el del espectador —que por un momento aguanta la respiración— es un instante de tensión que abre la puerta a una sensibilización particular. Este momento de suspensión posibilita un pathos compartido donde el público siente en su propio cuerpo la emoción que el ejecutante le transmite desde el escenario. La danza hace que los espectadores imaginen lo que sienten otros cuerpos y logra así sensibilizar y reunir a las personas en torno a un mismo movimiento, en una sola tensión.

Para Georges Didi-Huberman, el momento de suspensión ante la posible caída es también un elemento indispensable de la danza. El autor equipara la corrida de toros con el baile flamenco porque en ambos casos el ejecutante se enfrenta al error y a su vulnerabilidad. El torero y el bailaor —en nuestro caso el acróbata— se enfrentan a la posibilidad de su propia muerte de manera solitaria, pero logran transmitir esa emoción. La danza acrobática entra claramente en esta categoría que nos expone a la vulnerabilidad. Para Didi-Huberman, «la arena se convierte en un espacio de caída, caída en la emoción, síntoma, espasmo, “conmoción”, acontecimiento solitario de todos en el mismo instante».10 La danza permite que el bailarín se apropie de su cuerpo al mismo tiempo que abre la posibilidad de conjuntar la emoción de los espectadores en torno a un mismo gesto del ejecutante. La posibilidad de caída del otro, del acróbata, conduce a que el espectador se enfrente a su propia finitud.

La caída también representa una posibilidad de cambio y de crítica. Pensar la caída del acróbata nos ayuda a imaginar un espacio de suspensión y de vacío, visualizamos lo que puede ocurrir si el truco falla. Esa imagen de vacío, de caída, sirve como metáfora del ámbito social. Si podemos evocar la caída, el movimiento futuro, podremos evocar también el vacío que deja la caída en el peligro. La heterotopía de la danza, es decir, el contraespacio que ella genera, nos ayuda a pensar en otras posibilidades de espacialidad y de movimiento. De este modo, la suspensión y la posible caída del acróbata nos revelan la vulnerabilidad a la que todos y cada uno estamos enfrentados.

En este sentido, Judith Butler define la vida como exposición, como vulnerabilidad, siendo aquello que tenemos en común. La autora asegura que todas las vidas son precarias en la medida en que están en juego cada momento, enfrentadas a la constante posibilidad de no ser más. No obstante, hay unas vidas más expuestas al peligro que otras, hay vidas que están en una situación de mayor «precaridad» (aunque en el fondo todas las vidas tengan la misma «precariedad»).11 Tanto la precariedad como la precaridad son conceptos que se interseccionan. Las vidas son por definición precarias: pueden ser eliminadas de manera voluntaria o accidental, y su persistencia no está garantizada de ningún modo.

Es así que al vislumbrar la precariedad como cualidad humana y sentirla en el cuerpo propio —aun cuando es evocada por un gesto ajeno— podemos reconocer a aquellos que viven en una situación de precaridad. La tensión que el espectador siente al ver el cuerpo suspendido del acróbata en el escenario puede tener un efecto sensibilizador e introducir tanto en la bailarina como en el espectador la pregunta por los cuerpos y las vidas expuestas. Gracias a la conexión que la danza establece entre las personas, es posible, como espectador, reconocer en el cuerpo propio la vulnerabilidad de los bailarines y acróbatas en el escenario. Ese descubrimiento de la vulnerabilidad humana puede abrir la puerta al reconocimiento de la precariedad particular a la que están expuestos ciertos cuerpos.

Multiplicidad y corporalidades disidentes

La danza demuestra que todos los cuerpos son distintos y cada uno tiene múltiples capacidades que desarrollar y alcanzar. Nos recuerda que el ser humano es capaz de moverse y actuar de formas inimaginadas. Las heterotopías que crea la danza son realidades distintas a la normalidad, realidades conformadas por cuerpos plurales que se mueven de forma sorpresiva, se tuercen de maneras imprevistas y se mantienen en el aire un segundo más de lo que creíamos posible. Siguiendo a Deleuze, Didi-Huberman señala que uno de los elementos propios de la danza es negarse «a plegar el cuerpo ante la coerción de lo único y de la unidad. Hacerlo todo, en cambio, para plegarse-desplegarse sin cesar, para multiplicarse uno mismo».12 Este despliegue de la multiplicidad corporal que proporciona la danza es fundamental para pensar en nuevos paradigmas que garanticen la pluralidad. Si permitimos que se desplieguen y desarrollen todas las posibilidades que tiene cada cuerpo y nos abrimos a la multiplicidad, entonces será posible que corporalidades disidentes puedan aparecer sin problemas en el espacio público. La danza como heterotopía es una apertura para el despliegue de los cuerpos y la aparición de la multiplicidad y la diferencia. En este sentido, Butler sugiere que

la performatividad se refiere a un proceso diferencial y diferenciador de materialización y materialidad, que permanece no asegurado e imprevisto, persistente e interminablemente susceptible a las fuerzas espectrales de la acontecimentalidad.13

La danza, como modelo performativo, nos permite significar y resignificar una realidad cambiante. El cuerpo que danza en la calle sale del espacio que le fue asignado y materializa con sus movimientos un cuestionamiento a los parámetros de normalidad. La suspensión del cuerpo de los bailarines nos devuelve a la vulnerabilidad compartida y plantea la pregunta por los cuerpos expuestos. Así, la danza logra visibilizar y dar lugar a lo diferente.

Traducir la heterotopía de la danza a la calle y a otros lugares públicos significa crear espacios de aparición para la caída y la crítica. La heterotopía de la danza supone la dislocación de los estándares de normalidad del modo en que los bailarines dislocan sus cuerpos para crear movimientos nuevos. Trasladar ese cuerpo dislocado del escenario a la calle nos lleva a replantear la cuestión sobre los cuerpos expuestos, los cuerpos que vemos y nos afectan.

La mirada de la danza aérea permite nuevas perspectivas: ver desde arriba, desde la altura, de cabeza. Si podemos desafiar la gravedad también podemos desafiar el orden de la normalización de los cuerpos. Trasladar la lógica de la danza a la realidad nos permite romper los binomios de masculino/femenino, normal/anormal, posible/imposible. De este modo podemos pensar que las formas de expresión corporal e identitaria son múltiples y quizá infinitas. En otras palabras, la primera distinción de la que habrá que deshacerse será la de realidad/representación, escenario/realidad. Si toda forma de actuar es performativa, entonces siempre interpretamos un papel y de ese modo afirmamos la realidad y la normalidad. Si entendemos el espacio que ocupamos diariamente como un escenario en el que aparecemos, podremos interpretar diferentes papeles desde los cuales nos relacionamos unos con otros.

Así, al performar nuestra vida tomando como punto de partida la lógica de la danza, podremos cuestionar la realidad y proponer alternativas que posibiliten el despliegue de expresiones corporales múltiples. Estas últimas pueden oponer resistencia a la normalización de los cuerpos, visibilizando la precaridad y reduciendo la precariedad de los cuerpos distintos, anormales y disidentes.

Bibliografía

Judith Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, trad. de Bernardo Moreno Carrillo, Ciudad de México, Paidós, 2010.

Judith Butler y Athena Athanasiou, Dispossession. The Performative in the Political, Malden, Polity, 2013.

Georges Didi-Huberman, El bailaor de soledades, trad. de Dolores Aguilera, Madrid, Pre-Textos, 2008.

Michel Foucault, Defender la sociedad. Curso en el Collège de France (1975-1976), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.

_____, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, trad. de Aurelio Garzón del Camino, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.

_____, El cuerpo utópico. Las heterotopías, trad. de Víctor Goldstein, Buenos Aires, Nueva Visión, 2010.

Jacques Rancière, Aisthesis. Escenas del régimen estético del arte, trad. de Horacio Pons, Buenos Aires, Manantial, 2013.

Paul Valéry, Teoría poética y estética, trad. de Carmen Santos, Madrid, La balsa de la Medusa, 1990.

Notas

1 Michel Foucault, Vigilar y castigar, p. 141.

2 Ibid., p. 145.

3 M. Foucault, Defender la sociedad, p. 225.

4 Paul Valéry, Teoría poética y estética, p. 180.

5 M. Foucault, El cuerpo utópico. Las heterotopías, p. 27. , p estaban prohibidas.eales entEs por eso qeu o a la figura de la bruja. as de produccisas que les estaban prohibidas.eales ent

6 P. Valery, op. cit., p. 182.

7 M. Foucault, op. cit., p. 75.

8 Jacques Rancière, Aisthesis, p. 101.

9 Ibid., p. 99.

10 Georges Didi-Huberman, El bailaor de soledades, p. 33.

11.Siglo XXI antes de sueños.rizos. ria del sexo ()el desarrollo econl hogar o a situaciones ilrirectas y no declaradas a empre[11] «La precaridad designa esa condición políticamente inducida en la que ciertas poblaciones […] están más expuestas a los daños, la violencia y la muerte», Judith Butler, Marcos de guerra, p. 46.

12 G. Didi-Huberman, op. cit., p. 37.

13 J. Butler y Athena Athanasiou, Dispossession, p. 140.

Sobre la autora
Es maestra en Filosofía Moral y Política por la Universidad Autónoma Metropolitana. Practica danza aérea desde hace más de diez años. Le interesan los temas del cuerpo, el espacio, la biopolítica, el poder y el feminismo.
Correo electrónico: arielawolko@hotmail.com

Resumen
Este ensayo explora las potencias políticas de la danza, centrándose en la danza aérea y acrobática. Estas prácticas permiten a quien baila apropiarse de su cuerpo, crear nuevos espacios y proponer formas diversas de uso corporal en la vida cotidiana y pública. El desafío constante contra la gravedad en la danza aérea cuestiona lo pensable y lo posible, devolviendo un poder corporal a las personas. La danza produce contraespacios, heterotopías según Foucault, que abren nuevas posibilidades de percepción y transformación social.