1. Walter Benjamin escribió, en un texto que nunca publicó de 1916, que «El hombre posterior a la Antigüedad tal vez sólo conozca un estado del alma en el que con totales pureza y grandeza su interior se relaciona con el conjunto de la naturaleza, del cosmos: a saber, el dolor».1 El dolor es el estado del alma de lo puro y simple, de los simplemente humano, ¿o de lo divino? El dolor nos vincula con la naturaleza doliente, con el mundo en su arrojo, creado, fuera de… y en… El ser humano es el ser doliente que habita en… ese instante en el que la muerte abraza el dolor, para después separarse: la muerte queda allí, en el pasado, el dolor —ahora— ahora vacío de dolor se aferra a la ausencia, que avanza con pasos lentos hacia el futuro.
2. Esa naturaleza doliente ya tiene su antesala al ser arrojados a la vida: dolor y doliente, dolencia de existir. ¡Nadie eligió estar aquí!
3. El dolor siente y en el sentir produce reflexión, pensamiento, saberes y textualidades. La Historia humana es la historia dolorosa de la dolencia de existir. Del saber de finitud, de los dolores del mundo. Pero es lo simplista caer en el dolor existencial cuando justamente, ese dolor, esa falta, esa rotura, que llevamos con nosotros es la que nos abra a las posibilidades de darle sentido a nuestras vidas. Sin la tragedia de existir no tendríamos razones para nuestra existencia.
4. Talmud de Babilonia, Tratado de Shabat, donde se convierte el «Día de IHVH» profético en la figura de los dolores del Mesías:
Dijo Rabi Shimon ben Pazi que Rabi Yehoshua ben Levi dijo en nombre de bar Kappara: Cualquiera que cumpla la obligación de comer tres comidas en Shabat es rescatado de tres castigos: de los dolores del Mesías, es decir, el sufrimiento que precede al advenimiento del Mesías, y del juicio de Gehena, y de la guerra de Gog y Magog. La Guemará deriva que uno es rescatado de los dolores del Mesías por medio de una analogía verbal. Está escrito aquí, con respecto al día de Shabat: «Cómelo hoy» (Éxodo 16: 25). Y está escrito allí, con respecto al día del Mesías: «He aquí, te envío a Elías el profeta antes de la venida del grande y terrorífico día de Dios» (Malaquías 3:23).2
Desde esta corriente mesiánica se concibe que cuando más grande sea el sufrimiento en el tiempo histórico, más representativo es de los designios divinos que aceleran la llegada del tiempo mesiánico o del mesías: del fin del dolor. El Día de IHVH o los dolores (del parto) del Mesías simbolizan la misma creencia: la antesala del tiempo mesiánico o de la llegada del mesías simboliza el extremo radicalmente opuesto a la realidad que se instalará universalmente con la redención mesiánica: la paz entre los pueblos.
5. La felicidad es un detalle en un océano de dolores, en los dolores del parto del mesías.
1. El ángel sin Historia.
2. Hemos teorizado hasta el agotamiento, hipotetizado hasta el absurdo y simplificado hasta la banalización el pensamiento fragmentario, paradójico e incategorizable de Walter Benjamin en la imagen del Ángel de la Historia:
Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. […] soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad.
3. La experiencia del Paraíso («Gan Edén» o Huerto Divino) se extinguió cuando fue abandonada, cuando fuimos expulsados al mundo material, a la temporalidad del cuerpo, y a la finitud de lo humano. Si un viento aún soplase desde allí, sería más bien como una dulce brisa que acaricia las mejillas, y que trae el aroma de una tarta de manzana que se cocina en el horno.
4. Las tormentas nos sorprenden de frente y nos doblan al igual que doblan las ramas de los árboles. La tempestad nos recuerda así nuestra fragilidad mundana, y nos deshumaniza al hacernos semejantes al resto de las creaturas del mundo-naturaleza: nos vuelve cosas del mundo.
5. El progreso no es una potencia que nos empuja desde el origen de la Historia sino el empecinado deseo humano de ocultar la insignificancia que tenemos en esa Historia. El progreso es humano, no un fenómeno meteorológico.
6. Toda fuerza que provenga del pasado es tan sólo supervivencia.
7. Nos asustó desmitificar una imagen que imaginamos como la síntesis de lo revolucionario y el epíteto de la resistencia al capitalismo. Desmitificar siempre es rompernos un poco más. Y si nada se sabe realmente de la forma angelológica que no sea una interpretación e imaginación humana, hacer de la historia del progreso un Ángel permite en realidad imaginar con libertad y sin culpa.
8. Quizá el Ángel de la Historia benjaminiano es la imagen más depurada del miedo, humano, a mirar el abismo cara a cara, a entregarnos a la incertidumbre de una fuerza tan poderosa como destructiva que es el futuro que viene, no el pasado que nos empuja; a no caer en el horizonte que nos retarda: el tren que nos partirá en mil pedazos y siempre está por-venir, que se llama muerte.
1. Cuando no puedo escribir, prefiero convocar las voces de otros fantasmas que ya lo hicieron. Escribir frente a todo y ante todo: ante las atrocidades del mundo y ante el no-mundo que nos han dejado; ante la destrucción; ante las ruinas y, sobre todas las cosas, escribir ante el hombre.
2. Cuando no puedo escribir, prefiero naufragar en mi biblioteca. Porque entre perderme por los caminos del bosque prefiero siempre el naufragio en el mar sin fronteras. Ese mar en el que el horizonte siempre está en movimiento. Prefiero saber que nunca alcanzaré el horizonte y desde ahí buscar mi tarea, que profesar por la totalidad del pensamiento, o del pensamiento totalizante.
3. Hay algo mucho más allá del pensamiento que conecta las lecturas con los eventos que nos conmueven. Podría llamarse misterio, pero también imaginación. Construimos mundos desde las voces que nos habitan, o nos habitarán.
4. Escribir es una tarea inútil y allí radica su belleza. Por eso debemos seguir escribiendo. A pesar del hombre, de las atrocidades y de la destrucción. Somos testigos de lo que destruiremos, y sólo en ese testimonio encontramos la resistencia ante el fin del tiempo.
5. Son los pequeños gestos, las cosas que tal vez guardamos sin pensar, aquello que conservamos durante años en un cajón; las extensiones de nuestras manos que nos devuelven la identidad: una libreta, una foto, un tenedor, un dibujo en un papel ya amarillento. Es lo que nos resguarda de perdernos en el tiempo del olvido.
6. Sobrevivir es el intento desesperado de transformar el tiempo en historia, la muerte en el mausoleo de la memoria.
7. Entonces, cuando no puedo escribir, escribo en la voz de los que ya lo hicieron. Los busco entre las páginas de sus refugios sagrados.
1. ¿Podría pensarse Ante la ley de Kafka dentro de los márgenes del judaísmo?
2. Podríamos imaginar el texto kafkiano como una crítica al judaísmo de su tiempo, o tal vez, a la ortodoxia de su tiempo. ¿Puede ser leído Ante la ley como una crítica?
3. La ley judía, sólo como ley, es una puerta abierta (inconmensurable) en donde nos asomamos y no podemos entrar: o es por miedo a lo que nos dicen de la ley judía porque no entramos (quizá haya que pensarlo como la imposibilidad de cumplir con la ley en su totalidad). ¿Quién es el guardián? ¿Qué es el guardián? ¿Para qué querríamos entrar?
4. La clave es Kafka: él critica un judaísmo estático ante el temor de Dios. Un judaísmo en el que las preguntas no conducen a ningún lugar, tan sólo a un vaciamiento, al estancarse (por ello el guardián podría ser el propio hombre). El miedo a entrar, a conocer, a la cercanía de Dios, nos hace imaginar guardianes que bloquean el ingreso. Pero la ley no es conocimiento sino que al conocimiento lo necesitamos aprender para entender e interpretar la ley. La ignorancia del campesino (¿el judío del shtetl?) es la imposibilidad de interiorizar la ley y hacerla parte de su vida: transformar la ley en enseñanzas. La ignorancia del cumplimiento ciego, sin preguntas, sin dudas, sin interrogación, como una oveja más del rebaño.
5. En 1913, dentro de su libro de relatos Betrachtung («Contamplación»), Franz Kafka escribe un pequeño texto llamado «Das Gassenfenster» («La ventana a la calle»). Me tomaré hoy el atrevimiento de transcribirlo y leerlo:
Quien vive en aislamiento y querría, no obstante, de vez en cuando integrarse; quien en razón de los cambios de las horas del día, del clima, de las relaciones profesionales, o de cosas por el estilo, querría sin más ni más ver un brazo cualquiera al que poder agarrarse, no va a poder aguantar mucho tiempo sin una ventana a la calle. Y lo que sucede con él es que no busca absolutamente nada, y, como hombre cansado que es, pasea su mirada, apoyado contra el antepecho de su ventana, entre la gente y el cielo; y no quiere nada, y tiene la cabeza un poco echada atrás; así y todo, los caballos abajo lo arrastran consigo en su séquito de coches y ruido, y así, finalmente, en la comunidad de los hombres.
6. Quien vive en aislamiento, consagrado a la espera de un tiempo mesiánico, quien se ha retirado del tiempo histórico y busca «de vez en cuando» integrarse. Quien, como el pueblo judío, se convierte en una ventana y desde la ventana en un brazo de donde agarrarse. Porque no puede estar, por completo, ajeno a la historia. Aquel hombre cansado es el devenir mesiánico que conserva la espera, que pasea su mirada entre la gente y el cielo. Lugar en donde se encuentra. Pero que, sin embargo, siempre tiene la cabeza un poco echada atrás, como queriendo mirar solamente al cielo. A pesar de ello, el pueblo judío no es el Angelus Novus, ni la tempestad sopla desde el Paraíso empujándolo hacia el futuro. Sino, por el contrario, los «caballos abajo» los arrastran consigo, en el barullo de una humanidad aturdida por el sonido del progreso que lo devuelve a la comunidad de los hombres. Ni Kafka ni su pueblo pueden desprenderse, en definitiva, del tiempo histórico, o mejor dicho, de la comunidad de los hombres, de la humanidad sufriente del extranjero, la viuda, el huérfano y el pobre.
Walter Benjamin, «La felicidad del hombre antiguo», en id., Obras, libro 2, vol. 1, trad. de Juan Barja, Félix Duque y Fernando Guerrero, Madrid, Abada, 2007, pp. 130-133.
1 Walter Benjamin, «La felicidad del hombre antiguo», p. 130.
2 Shabat: 118a.