Número 94

Presentación

A raíz de un encuentro casual detonado por amigos en común, durante una fiesta destinada a descargar aquello que la vida cotidiana nos deparaba, entre el sudor, el baile suave, explosivo y cadente, según nuestro humor, surgió el colectivo multidisciplinario Giroscopio. Atraídos por las pláticas entrecortadas en medio del goce del baile, compartimos nuestros intereses en torno a la danza y la filosofía, pensándola más allá de su práctica escénica. Queríamos saber más de ese cruce de lugares de los cuales veníamos, pero no sabíamos si podían coquetearse mutuamente. De ese espacio de fiesta, nació la motivación de un breve encuentro escolar en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que tomó la forma del I Coloquio Universitario de Danza y Filosofía en 2016. Revelamos con sinceridad que no habíamos anticipado la magnitud que tendría este evento: desde la convocatoria hasta la asistencia, decenas de personas estaban ansiosas por participar en este espacio de diálogo interdisciplinario, tanto teórico como práctico.  Todo esto tuvo como detonante este cruce entre la danza y diversas disciplinas, con la intención de romper barreras entre estudiantes e investigadores, entre bailarines y «sus» estudiosos, entre teoría y praxis. No había barreras, sólo la necesidad colectiva de crear puentes.

Nació una comunidad y la idea de formar un colectivo que propusiera constantemente la búsqueda del alcance tan potente que emerge del cuerpo danzante: Giroscopio: Danza + Filosofía. Ése fue nuestro primer nombre e identidad colectiva. Después de pasar por Piso 16-Laboratorio de Iniciativas Culturales UNAM —además de otros procesos internos dentro del propio colectivo—, cambió su nombre a Giroscopio: Cuerpos, comunidades, cuestionamientos. Como colectivo multidisciplinario, proponemos acciones para expandir las condiciones y experiencias corporales en la cultura cotidiana.

Al mismo tiempo que cada miembro de Giroscopio proviene de diversos ámbitos formativos manteniendo la premisa de cambiar las lógicas académicas y epistémicas convencionales sobre los cuerpos, el colectivo se ha expandido hasta alcanzar la modalidad de «Interferencias», una serie de cursos breves sobre temas relevantes para la investigación del cuerpo. Partimos de la convicción de que las diversas prácticas corporales implican conocimientos que pueden nutrir a las disciplinas teóricas, y viceversa: propiciar cruces y poner en contacto ideas, prácticas y personas de diversos campos. A este trabajo colectivo se suman los diversos talleres y espacios curatoriales en los que Giroscopio ha colaborado con otros artistas, investigadores y personas en general interesadas por el trabajo en torno al cuerpo, así como por la visibilización y la enunciación de éste para confrontar la violencia que la realidad cotidiana ejerce sobre él.

Partiendo de esta necesidad de pensar, visibilizar y enunciar el cuerpo, este expediente de Fractal cuenta con textos provenientes del II Coloquio Universitario de Danza y Filosofía «Pensar y bailar la actualidad: la situación de la danza en México» (2017), así como de su tercera y última edición «Cuerpos en resistencia: campos de acción en movimiento» (2019). Todos ellos evidencian ideas, conceptos, propuestas y críticas como un suave rozar de manos que se conectan entre sí para detonar movimientos a mayor escala y con mayor fuerza: son una coreografía gráfica que, como una pequeña piedra que es arrojada al arroyo, genera ondas expansivas que logran mover un lago aparentemente apacible.

Estos textos reafirman su relevancia en el contexto actual, ya que quedaron marcados por el confinamiento debido a la pandemia de covid-19. En esta situación, nos parece inevitable retomar, desde otras experiencias, la pregunta por los cuerpos y sus lugares en los espacios que ocupan; el papel de las artes vivas en una realidad nacional que produce cuerpos heridos (o los desaparece); las constantes inquietudes del gremio por la situación laboral y creativa; el poder de la toma de la calle para manifestar malestares que continuaron o se detonaron a pesar del encierro (de algunos, porque también las diferencias sociales y la centralidad de los cuerpos «que importan» se recalcaron con mayor fuerza).

Sin duda, son varios los horizontes que deben ser explorados para generar cuestionamientos y propuestas críticas hacia estas interrogantes. Nuestro breve avistamiento inicia con la traducción de «Danzar y pensar» de Leonie Otto, que estudia la relación entre la danza y el pensamiento en las discusiones filosóficas del último siglo y propone subrayar cómo la danza y el gesto revelan el potencial humano para una acción más allá de la utilidad y la finalidad. Esta interpelación a actuar y pensar también se encuentra en «Entre danzas y filosofías» de Ana María Martínez de la Escalera, quien retoma las ideas sobre el cuerpo colectivo propuestas por Félix Guattari y las corporalidades carnavalescas de Mijaíl Bajtín para sumergirnos en el placentero, ruidoso y sudoroso viaje del carnaval. En este contexto, todo aquello que no es cuerpo se vuelve corporalidad; es el espacio de la fiesta de los cuerpos en resistencia, las danzas otras, cuerpos precarios y no académicos, y es también surgimiento temporal del goce colectivo.

Otra traducción inédita que se incluye en este expediente es «La danza en la obra de Heidegger» de Elsa Ballanfat, que investiga el papel y la importancia de la danza en las obras de Heidegger, centrándose especialmente en su análisis de Hölderlin y Nietzsche. En él, enfatiza cómo Heidegger incorpora la danza en su filosofía, conectándola con la poesía y el ritmo como manifestaciones del ser. Por su parte, Carla Pacheco Carpio trae a la luz, en su ensayo «Danzando la calle», la necesidad contemporánea de una apuesta por el «afectivismo artístico» en una discusión sobre cómo la manifestación pública se hace presente a través de la danza entendida como «coreopolítica» (que contrarresta lo «coreopolicial»). Retomando estos conceptos de André Lepecki y realizando una lectura del filósofo chileno Carlos Pérez Soto, la autora nos habla de la marcha del 24 de marzo en Argentina, en la cual los cuerpos vibrantes y contagiosos se suman en una gestualidad colectiva frente al olvido y la injusticia política deliberada de la dictadura argentina de los últimos tiempos.

Si la danza es cuerpo y el cuerpo es político, ¿qué puede un cuerpo? Esta premisa spinoziana ha ido cobrando fuerza en las reflexiones sobre la potencia de los cuerpos. En «La danza como heterotopía», Ariela Wolcovich Konigsberg no es una excepción al reconsiderar estos límites a partir de la práctica de la danza aérea y acrobática. Al ejecutarla, se abren espacios heterotópicos de riesgo y desafío que evidencian la posibilidad de la danza como agente de transformación social. Es cuerpo dócil pero no obediente, escapando así de las regulaciones espaciales que disciplinan a los cuerpos. Por su parte, en «Orden en el caos. El campo dancístico en México», Margarita Tortajada Quiroz realiza un recorrido por las partes integrantes del campo dancístico. Este orden en el caos se puede pensar desde las esferas que lo componen, sus necesidades y el papel político que juega la danza como un campo estético y laboral; es la búsqueda por el fortalecimiento de una comunidad que va más allá de la escena.

La política y la estética están vinculadas al ser ambas la ocupación de los cuerpos en el espacio. Esta repartición occidental de lo sensible funge como origen de la territorialidad, la delimitación y la apropiación. En «Devadasis y tawaifs. El desplazamiento forzado de las mujeres fuera del territorio profesional de la danza», Donají Portillo nos traslada a la India de finales del siglo XIX: migración, censura y pérdida de empleos e identidad debido a la práctica imperialista de la prohibición de la danza a las bailarinas de los templos (devadasis) y las cortes (tawaifs) por considerarlas inmorales al igual que los cantos y poemas. La occidentalización condena y niega la dimensión erótica y corporal de estas bailarinas, quienes se vieron forzadas a una desterritorialización tanto espacial como identitaria. La danza se presenta como primer territorio de resistencia y el goce como potenciador de la vida y su permanencia itinerante. El goce está presente en las revoluciones, es la vida reclamando los espacios que son suyos a través de los cuerpos que los ocupan. Por otra parte, en «La construcción del sujeto de género fluido durante los bailes de salsa y cumbia en espacios públicos», José L. Reynoso nos lleva —en una especie de recuerdo melancólico desde su nuevo residencia en Estados Unidos— a sumergirnos en el sudor de la cumbia sonidera, en su lenguaje y sus movimientos no-heteronormativos, que abren espacios para la manifestación efímera de experiencias no-binarias, destrezas y vivencias de otras modernidades.

Este expediente de Fractal incita a reflexionar sobre la realidad desde las distintas áreas en constante movimiento en las que actúa. Danza y política: los cuerpos ocupan un lugar en el espacio, lo que implica una distribución de lo sensible que se basa en el propio cuerpo, el cual, a su vez, se ve afectado por la espacialidad.


Giroscopio CCC