Número 91
Sobre el laberinto de la conciencia animal
Wendy González García
Departamento de Historia
Universidad Iberoamericana
Departamento de Historia
Universidad Iberoamericana
Quiero escribir estas líneas mientras veo el rostro de Ares y Atenea en mi regazo. Me viene a la mente la filosofía poética de Arthur Schopenhauer y, con ella, la primera palabra del rostro como vulnerabilidad-y-resistencia ante mi querencia: no reducirás mi ipseidad diferente a tu mismidad, no alimentarás tu voraz conciencia con mi desvalida desnudez, no me convertirás en objeto de tu conocimiento. ¡No hables más de la cuestión animal!
Tendemos a preguntarnos por lo animal desde la crítica de la razón antropocéntrica, el antroespecismo y el antropocentrismo, es hora de dar un paso al lado de la mismidad de la propia existencia. Acostumbrados a pensar en la distinción entre el ser humano y los seres vivos, sí: seres, ser-es; no se trata de la diferencia entre animales humanos y animales no-humanos. Ya está plagado el especismo y el antiespecismo de esta distinción tanto en el mundo académico como en los campos de batalla —animal—, no es la diferencia el presupuesto ontológico, es la situación de abismo óntico. ¡Ser adentro/ser afuera!
Hablemos de formas. Cuando hablamos de formas que existen, sienten, viven y son partimos de la cuestión de la condición animal en su mismidad, de una especie de teoría basada en la otredad animal: no somos iguales, somos diferentes. Entonces, ¿qué es el otro para mí, el ser otro animal? Un mundo posible con una historia posible, con su textura de afectos y sus propias formaciones de vida. Es cierto, un mundo posible que nos invita a través del lenguaje. Ares me observa y veo su rostro, no su cuerpo peludo y grisáceo. Su rostro me invita en singularidad con este mundo posible que es desde el momento en que me observa y trata de descifrar que quiero escribir sobre él y sobre Atenea; al mismo tiempo que sobre los demás rostros —animales— que observo en las charolas de carne en las neveras del supermercado o en la sombra del animal abatido por una flecha y en lo que es llamado zapatos de piel. No veo cuerpos destazados, mutilados, desollados, desangrados y marcados. Veo la vida de seres que han existido. Aquí la singularidad del mundo se muestra a través de la rostreidad sensiblemente cognitiva por la reflexión sobre la muerte y su relación con el tiempo.
Tenemos que entrar en el ser del adentro, pasar del pensamiento homologante a la diferencia. Todo este abismo ontológico se basa en la distinción entre el ser del adentro y el ser del afuera como ser absoluto. A través del lenguaje, el ser acontece como lo inmediatamente indeterminable: ¡así es, Atenea y Ares! El ser es la pregunta: es el dolor, el arrepentimiento, la culpa. Una culpabilidad de sobre-viviente. Schopenhauer tenía «razón» sobre los dolores (positivos) del mundo. Pero como afirma también Emmanuel Levinas, el rostro me habla y me invita así a una relación sin igual con un poder que se ejerce y, al mismo tiempo, este rostro me prohíbe su posesión y abuso, no como develación sino como re(b)velación.
La compasión y la piedad a partir de nuestra propia singularidad en relación con la otredad eran la base de la moral para Schopenhuaer, cuestión que iba unida al sufrimiento de todos los seres vivos existentes: «La piedad, única base de la moral, nace del sentimiento de la identidad de todos los hombres y de todos los seres y debe extenderse hacia los animales… ¡Que todos los seres vivos puedan vivir libres de dolor!». 1
En efecto, existe una voluntad compasiva que se puede tener o no, pero que se puede despertar dejando de lado la representación como plena racionalización del mundo: éste es el paso del yo a los yoes.
No podemos concebir lo consciente sin su relación intrínseca con la voluntad (existir-querer) de conocer otras formas de vida. Percibimos el mundo a través del tiempo, el espacio y la causalidad (sí, ¡Kant!) como condición de posibilidad en la naturaleza. El acto de ser volitivos es la atribución de la consideración moral o de ser existencia ante la otredad (el otro animal), lo que no depende de su raciocinio sino de que forma parte de la voluntad universal. El reino de la voluntad es el reino de la naturaleza. Intuición, instintos, sensaciones, emociones, adaptación y sobrevivencia son re-presentaciones de la relación entre la voluntad y conciencia.
La fisiología schopenhaueriana de la voluntad surge como una crítica de la razón que reside en la unión entre representación y voluntad, como una verdadera filosofía explicativa de la mente, no limitada al mundo conceptual, ni al mundo material, sino a la mediación entre rostro y mundo: del hombre a la naturaleza y no de la naturaleza al hombre.
Esta naturaleza dual de rostro y mundo como representación y voluntad es observable en el magnetismo animal como mediación y esencia de nuestra conciencia como vida y deseo animal:
Tanto la acomodación de la estructura a los fines y externas relaciones de vida del animal, desde el esqueleto hasta la admirable adaptación y armonía en el instinto de su interioridad no se conciben, ni aun remotamente, por otra explicación o suposición que no sea la ya varias veces asentada verdad de que el cuerpo del animal no es más que su voluntad misma, considerada como representación, y por ello mostrada en el cerebro bajo las formas del espacio, del tiempo y de la causalidad, es decir de la mera sensibilización de la objetivación de la voluntad. Bajo esta presuposición tiene que conspirar todo en ella al último fin, la de la vida del animal. 2
Actuamos por decisiones y motivos. Tenemos conciencia, la ejercemos como la capacidad de captar el entorno, incluso de readaptarnos al cambio según lo que sentimos, necesitamos y queremos. La inteligencia no es más que el desarrollo de los medios que garantizan la supervivencia y todos los habitantes del reino animal la tienen. Tenemos intelecto como el acercamiento y conocimiento de lo empírico, la causalidad y la frugalidad de lo compartido. Tanto en el mundo de las pasiones como en el del intelecto, los animales somos la expresión de nuestra voluntad. Como seres de re-presentación, somo seres de re-conocimiento: conocemos, sentimos y percibimos el mundo, incluso soñamos en el mundo. Basta con observar a los cánidos cuando duermen: ¿con qué sueñan los perros? Lo racional no es necesario para (sobre)vivir.
Seguimos engañándonos con la antropomorfización del pensamiento: ¿las máquinas pueden pensar? ¿Son inteligentes…? Es tan interesante como preguntarse si un submarino puede nadar, como diría un informático especialista en inteligencia artificial. Del mismo modo, los demás seres existentes piensan, se hacen entender y muestran su ingenio en muchas ocasiones, y tenemos múltiples ejemplos de ello en los documentales sobre la «vida salvaje». Se nos muestran grandes felinos, paquidermos, cebras, mus, etcétera, en sus propios medios de sobrevivencia. Pero lo interesante aquí es observar el engaño: nosotros, como especie humana, somos incapaces de entenderlo y, además, la antropomorfización niega que los animales no-humanos tengan sentimientos e inteligencia.
Cada animal del mundo valora su vida y quiere vivirla, y la de los que aman. Cada uno es un individuo único con su propio carácter y personalidad. Bastaría con observar a los escarabajos con su estruendosa rutina de amasar materia fecal para cortejar y construir su nido: la existencia de su propia especie.
Tener más o menos inteligencia, visto desde la perspectiva de la razón antropocéntrica, sólo postula la superioridad del ser humano sobre los demás animales. Engaño: los animales no-humanos tienen muchísimas capacidades en las que resultan más elevados (o diferentes) y son superiores a los seres humanos. Esto es una asquerosa mentira, además de una repugnante discriminación: motivo para abusar, usar, esclavizar, torturar y asesinar a miles de millones de inocentes en esta sociedad animalopsicótica nuestra. Los demás seres existentes/animales con los que cohabitamos el mundo merecen ser respetados: no son medios, son fines en sí mismos. De ahí su mismidad. ¡Respeta sus vidas ya!
Éste es el enigma de la metafísica como hermenéutica de la existencia, desde Schopenhauer hasta nuestros días: pasar de la razón (conocer) al querer (voluntad).
Nuestras formas de experiencia y conocimiento no nos proporcionan un saber absoluto, sino rituales de adaptación al mundo de la vida.
La voluntad como autoexperiencia (lo que es el mundo además de ser mi representación) es la voluntad como principio de la vida… Aión.
En la filosofía anterior a Schopenhauer, el rango más alto lo ocupan los conceptos. En Schopenhauer, es la intuición, la existencia misma. Uno no existe porque tiene la voluntad de existir, tiene la voluntad de existir porque existe… La realidad sueña en sus sueños.
El otro animal fue expulsado del bios y desplazado al sitio de la zoé. En este sentido, podemos pensar en una especie de bio-animal y bio-centrismo como la restitución del animal no-humano a la esfera de la vida como inmanencia animal a partir de la aceptación de la voluntad consciente: voluntad de querer, de amar, de conocer, de producir, de crear, de enfermar, de morir, de recordar, de desear, de sentir, de percibir, de existir.
No hace falta ser etólogo para hacerse una idea de estas cuestiones, que han estado presentes desde la Antigüedad y más aún en la actualidad. Bastaría con echar un vistazo a un documental para ver cómo operan estás cuestiones: elefantes en duelo y rituales mortuorios por la enfermedad o el fallecimiento de un familiar; perros celosos y competitivos por el cariño de sus seres humanos; hienas atemorizadas y reprendidas por romper alguna «regla» de su comunidad; leonas cazando y asegurando la supervivencia de su clan; pericos que mueren de amor ante la muerte de su (única) pareja; madres pulpo que mueren después de dar a luz; delfines que tienen sexo por placer; lobos que labran vías de acceso y comunicación para el equilibrio del ecosistema; y hasta la efectiva polinización y oxigenación de las imparables abejas son algunos de múltiples ejemplos en el reino animal de su (deseo de) estar en el mundo. Estos caminos de la existencia como existencias desnudas son los que los seres humanos niegan en el animal y tal vez en su propia animalidad…
En Parerga y paralipómena, Schopenhauer ya trató el tema más polémico de la cuestión animal en torno al placer y el displacer. Frente a la felicidad y la infelicidad, los animales encarnan la carga del presente incluso múltiples veces, mientras que los humanos soportan los dolores del mundo a través de la previsión del miedo y el infortunio. Los animales son meras existencias y nos muestran su vivencia del presente, anhelan menos y gozan más; el hombre, en lugar de vislumbrar y anhelar la «vida de perro», es el objeto de las malas pasiones atrapado en una paradoja estética como una especie de sobrevaloración del momento (animal) en forma de un placer anticipado de tenerlos en jaulas, confinados, amarrados, encerrados o, en el caso opuesto, humanizándolos exponencialmente como mascotismo. Si esto es lo que le hacen a su «mejor amigo» después de haberlo amaestrado y domesticado, qué podemos esperar de lo que hacen a los animales «salvajes» al sacarlos de su habitat para confinarlos de por vida en zoológicos, acuarios, reservas, aviarios y peceras: el goce del placer estético.
El hombre sólo es capaz de potenciar las sensaciones de placer o displacer ante el dolor del presente. Acaso no envidiaríamos a los animales, a los cánidos, por la ausencia de preocupaciones y la tranquilidad debida al disfrute del presente. Lo sé: Ares y Atenea me observan, me piden que me detenga aquí con este tipo de aforismos provenientes de este abismo ontológico. Vayamos juntos a darnos a los placeres del mundo: de bruces al sol y con el lomo contra el pasto… El mundo es el límite de mi re-presentación… Atenea me susurra: ¡humana, recuerda a Max Stirner y acaricia mi blanco pelaje!
Finalmente, observo sus rostros: Ares y Atenea se comunican, me burlan y me obligan a dejar la computadora. Un par de lamidas en mi mano y, con su mirada profunda y enigmática, no puedo dejar de pensar en la condición interespecie. Esto me lleva a pensar desde Hannah Arendt en la condición animal, la nuestra, como esa existencia-vivencia desnuda que el ser humano niega en sí mismo y en el otro animal… Rilke: «Deja que todo te suceda: la belleza y el terror», con-pasión y terror como enigmas de la existencia, todo pasa, nada es definitivo… ¿transespecismos?
Narrar, conectar, significar y respetar las diferentes formas de vivir-existir en el interespecismo como la totalidad de la experiencia de los seres para vivir la vida como voluntad de existir: un estar-en-el mundo viviendo y existiendo como condición de posibilidad animal, ¡sí, Demócrito! ¿Sabernos frágiles, expuestos, deseantes y mortales?
Me viene a la mente el video de una vaca en una camioneta de redilas llevada por el humano que la «crió» durante más de dos años. La lleva directamente al rastro, pero de repente se produce una conmoción: los vecinos atónitos observan a su pareja, un toro pinto, salir corriendo a toda velocidad en persecución de la camioneta en la que viaja su amor, embistiéndola y obligando al chofer a detenerse y bajarse. El humano se da cuenta de cómo se repega y se muestra negado a dejarla ir. Tiene que ceder y, al reconocer-se ahí, en ese momento de afectividad, decide volver y dejar que la vaca viva con su toro y el toro con su vaca… Al menos durante unos años más. Así es como se ocultan las verdades más altas y profundas. De modo que tal vez sea el amor el verdadero argumento ontológico para la existencia de algo fuera de nuestra cabeza. Y no hay otro argumento que nos garantice más ser que el amor o la sensación en general… Como diría Feurebach, sólo existe aquello cuyo ser te da alegría y cuyo no-ser te da dolor. El amor como compensación por la muerte.
Hay que apostar más por el interespecismo que por el antiespecismo: vernos en el rostro, en el gesto, en el afecto, en la voluntad de vivir como existencia. En esos cuatro cerditos que empujan con su trompa al pez que ha saltado fuera del agua para devolverlo al líquido vital y evitar su muerte. En la mantis religiosa que adopta a su humano en una vida interespecie de convivencia —desde las labores domésticas hasta la escuela: vidas en comunión-unión (de la desconfianza y el miedo a la curiosidad y la admiración)—, hasta que pasan tres meses y la mantis decide mostrarle su rostreidad, ese rostro bello y terrorífico en el que expresa en un gesto su hastío y tal vez el necesario retorno a la naturaleza total: su humano la ve y decide dejar ir a su reina alada mamboretá, no sin mostrar en ambos rostros la tristeza amarga e infinita de un adiós. El gran Bosco puede haber echado de menos el caballito del diablo en El jardín de las delicias, reconozco que es cosa de fascinación (ambas).
De la misma manera y en el momento en que hagamos la conexión de asumirnos en la misma materia, el deseo y la energía es que lograremos percibirnos entre humanos y animales restituyendo la voluntad consciente, nuestra voluntad consciente. Así que hablemos más de los mundos animales como sociedades.
El resultado posible es que los cerdos son, por su naturaleza, capaces de vivir perfectamente en el bosque. Ya es hora de que dejemos de ver a los demás como meros medios y objetos de consumo y empecemos a respetarlos como (fin) se merecen.
Ayer soñé con la rebelión de los animales: ¡White God (doG)! Sólo así el sueño participa en la historia como fundamento de la comprensión, pero no como explicación de la vida misma… Tumbémonos en el pasto y restreguemos los lomos contra el sol.
Sí compartimos 99 % del material genético con los primates, ¿qué nos divide? Dijeron Darwin y sus sucesores: la capacidad de cooperar. Pero lo hemos leído al revés: los chimpancés, los orangutanes, los simios o los monos (Césares en general) nos muestran y asombran con el enorme «trabajo» de colaboración en sus complejas sociedades: desde el acicalamiento hasta el cuidado de sí mismos, pasando por las jerarquías, la protección, la construcción, la defensa, la familiaridad, la convivencia, entre miles de otras cosas. Así que, dígame usted, ¿por qué este rasgo «evolutivo» ha sido utilizado por los animales humanos para capturarlos, esclavizarlos, torturarlos y obligarlos a subir a enormes palmeras para obtener el preciado «aceite de palma»? Y los que quedan son arrasados, diezmados, prostituidos, vendidos o fetichizados en el exotismo del gran turismo. La Isla de Borneo nos está alcanzando: todos somos cómplices del im-pacto ambiental
Arthur Schopenhauer, Los dolores del mundo, trad. Mario de Oz, Madrid, Diario Público, 2009.
__________, Sobre la voluntad en la naturaleza, trad. Miguel de Unamuno, Madrid, Alianza, 2003.
1 Arthur Schopenhauer, Los dolores del mundo, p. 47.
2 A. Schopenhauer, Sobre la voluntad en la naturaleza, pp. 91-92.