Los textos reunidos en este expediente comparten varias observaciones comunes. La principal gira en torno a la relación entre la política y la vida (la política produce clasificaciones de la vida), una relación inevitablemente dirigida, como ya ha explicado Giorgio Agamben, hacia el uso de los cuerpos y la forma-de-vida.1
Como parte de la experiencia moderna en las sociedades capitalistas, esta relación está controlada por un poder soberano. Bajo este último, es el uso de los cuerpos, los rostros y los nombres lo que ha sido gobernado a través de una serie de imágenes validadas en las sociedades capitalistas modernas, por ejemplo: los campos de concentración del nacionalsocialismo y el apartheid de la segregación racial en Sudáfrica. Por ello, Roberto Esposito afirma que «la relación directa entre política y vida no sólo no ha decaído, sino que, por el contrario, parece estar en constante incremento».2 Esto se debe a una multiplicidad de factores como el dispositivo étnico entre los pueblos o entre los Estados; las políticas de seguridad contra el terrorismo; la guerra preventiva; las corrientes migratorias; las cuestiones sanitarias y su conexión con el funcionamiento del sistema económico-productivo.3 En este último, «no sólo la muerte amenaza la vida; la vida misma constituye el más terrible instrumento de muerte».4
El escrito de Ingrid Ríos y Mauro Vega, «Vicisitudes de la memoria», es una interesante valoración de los estudios sobre la memoria desde su aparición en la década de 1920, reconociendo que ha sido un camino tortuoso, sujeto a los ritmos y contingencias de la modernidad, y centrándose, brevemente, en el devenir de los estudios de la memoria en Colombia. Por su parte, en «De la polisemia al análisis situado», José Garzón analiza la contribución del historiador Darío Betancourt a los estudios sobre la violencia, la mafia en Colombia y los movimientos sociales, a partir de la categoría de experiencia utilizada por este último en sus diversos escritos. También es un pequeño homenaje a este intelectual que fue asesinado hace veinte años.
Además, en «De las grafías a las fonías», Alejandro Castillejo nos presenta trabajos etnográficos en algunas ciudades del mundo —Tijuana, Cartagena de Indias, Ciudad del Cabo y Dakar— sobre cómo las fracturas causadas en el tejido social de comunidades devastadas por la violencia (reciente y pasada) transforman los paisajes existenciales. Ésta es la condición de posibilidad de otra forma de tiempo y de voz que, culturalmente, permite hacer inteligible lo ininteligible. En «“Falsos positivos”. Ensamblando los cuerpos que van a morir», Manuel Vallecilla recupera un estudio de caso de un civil asesinado por miembros del ejército colombiano —pertenecientes al Batallón de Alta Montaña N.º 3 Rodrigo Lloreda Caicedo— y que luego fue presentado a los medios de comunicación como miembro de un grupo subversivo muerto en combate. A través de la noción de «lógica material del montaje» analiza este asesinato para mostrar cómo los militares fantasearon este asesinato.
Por su parte, en el ensayo «Fotografía y desaparición», Márcio Seligmann-Silva da cuenta del estatuto ontológico de la fotografía como registro de la memoria, pues no sólo es un mecanismo de disputa del pasado, sino también un estremecimiento de disputa del presente. Estas imágenes son cuerpos vivos y cadáveres en las que se capturó el «instante de peligro».5 Lo que está manifiesto es que una de las características del terror militar es deshacer cualquier rastro o señal. Por último, «La memoria y la pérdida del mundo» es una conversación con José Luis Barrios que aborda temas como la condición ontológica del cine como «potencia de lo falso» (Gilles Deleuze); la relación entre estética y afección, memoria y documento, historia y memoria; la espectralidad en América Latina; el Estado y los dispositivos; y lo que el significado no puede transmitir: la figura del desaparecido.
Si tales han sido las experiencias en algunas naciones de América Latina, Europa, África —y, especialmente, en Colombia—, pensar en el pasado violento desde la perspectiva de quienes han padecido los embates de los diversos estratos de las violencias (violencia de estado, violencia estructural, violencia cultural) es un fenómeno muy reciente, paradójicamente, en países, como Colombia, con una larga historia de violencia política y social.
Manuel Fernando Vallecilla Franco
1 Cf . Giorgio Agamben, El uso de los cuerpos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2017.
3 Id .
4 Ibid., p. 238.
5 Walter Benjamin, «Sobre el concepto de historia», en id., Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Ciudad de México, Ítaca, 2008, p. 40.