Hoy en día, cuando se habla del género, casi siempre se sobreentiende el género femenino, excluyendo el otro. En efecto, desde que la «perspectiva de género» se instituyó como un tema relevante en los programas de las universidades, las políticas públicas y los organismos internacionales, el término «género» se ha convertido casi en sinónimo de las mujeres, sus derechos y su situación social y política. Los varones rara vez son tenidos en cuenta en el contexto de las «relaciones de género» en una sociedad.
Cuando hablamos de El género vernáculo de Ivan Illich, hay que destacar que nada en este libro se enmarca en esta dinámica institucionalmente establecida.2 La propuesta analítica de Illich va mucho más allá de la situación de «la» mujer e incluso de las relaciones específicas entre los géneros tal y como las conciben las teorías feministas contemporáneas. Podría decirse que escapa a la vincularidad exclusiva varón/mujer en la búsqueda del fundamento civilizatorio y, por lo tanto, permite entender desde una nueva perspectiva otras épocas de la historia. Así, vuelve a nosotras/os como un eco inspirador de formas de organización convivencial, ajenas a las exigencias sociales y económicas de la modernidad deteriorada del capitalismo tardío en el que estamos inmersos. En este sentido, podemos decir que, aunque se trata de una cuestión de género, no se trata exclusivamente de las mujeres o de sus relaciones con un entorno androcéntrico.
Hace muchos años, en el CIDOC de Cuernavaca, tuve mi primer encuentro con este autor creador de propuestas críticas radicales: Ivan Illich.
Acababa de terminar mi seminario «Mujeres en México: áreas de investigación». Mientras hablaba con algunas de las alumnas, vi aparecer en el salón al personaje central del CIDOC, el autor de libros traducidos a una docena de idiomas, lo que provocó debates agitados, frecuentemente inspiradores y a veces furibundos. Entre sus obras ya destacaban Alternativas, La sociedad desescolarizada y La convivencialidad. Energía y equidad estaba en proceso de redacción. Némesis médica o El género vernáculo aún no habían nacido.
Estuve un poco asustada de su presencia. ¡Ivan Illich en mi salón! ¿A qué se debe este honor? En el espacio abierto de esa comunidad educativa alternativa, yo casi no figuraba: además de ser una mujer, era joven. Illich había elegido entre los varones a los colegas con los que dialogaba de tú a tú. Soy la esposa de uno de ellos y ahí, pensaba, debía limitarse para él mi presencia en el CIDOC. Tengo la impresión de que él no me ve con mis propias inquietudes, búsquedas e investigaciones. Y sin embargo, aquí está en mi seminario. Me pregunta con una sonrisa: «Y usted, ¿qué hace?». Le contesto algo, no lo recuerdo bien, pero le hablé de mis estudios críticos sobre la situación de las mujeres en México. Sonriendo y como un buen (ex) monseñor del Vaticano, me respondió: «Ah, entonces usted es bruja». Su acogedora sonrisa me aseguró que no había rastros inquisitoriales en su respuesta. Al contrario, se apoyaba en su propia reinterpretación de este personaje histórico que nosotras, las historiadoras feministas, defendíamos ya entonces como aquellas mujeres sabias de otros tiempos.3
Ya era una feminista, parte de esa llamada «segunda ola» de principios de la década de 1970. Sobraban dedos de la mano para contarnos en ese momento. Éramos principalmente activistas, pero también tenía inquietudes intelectuales y había encontrado en el CIDOC un lugar para empezar a elaborarlas. Paradójicamente, fue ahí, en este lugar aparentemente poco favorable a las inquietudes feministas, donde encontré el espacio libertario para mis primeros análisis feministas. Un lugar que, aun siendo androcéntrico, como todos los espacios intelectuales y académicos de aquellos años, abrió un espacio para mis búsquedas e investigaciones sobre las mujeres en México, las mujeres de hoy y de ayer.
Ivan, en apoyo de su concepto de comunidad educativa alternativa a la universidad, había formado una extraordinaria biblioteca. En la biblioteca del CIDOC, se tenía acceso a facsímiles de los códices, las primeras crónicas de la conquista, las historias de los conquistadores y los frailes evangelizadores: todas las fuentes primarias de la historia de México, de su conquista y de su periodo colonial. En ese momento, ningún lego en la materia tenía acceso a esos documentos, excepto en el CIDOC.
Fue entonces cuando las descubrí y las leí. ¿Cómo es —me preguntaba— que las mujeres mexicanas hemos llegado al estado de sujeción normada y aceptada por nuestra cultura?
Quería empezar a averiguarlo lo más atrás que fuera posible. Devoraba las crónicas en su antiguo y difícil español. Y luego compartía mis hallazgos con las y los alumnos de mi seminario. Un seminario que llamó la atención de Illich por el número nutrido de sus oyentes.
¿Dónde, si no es en el CIDOC, habría podido acceder a documentos historiográficos tan especializados, costosos y difíciles de conseguir, puestos a disposición de todos los usuarios de la biblioteca? La lectura en esta prodigiosa biblioteca —pequeña pero bien escogida— fue mi formación «interdisciplinaria» en un ambiente de docencia alternativa compartido por Don Sergio Méndez Arceo, Francisco Juliao, Heberto Castillo, Boaventura de Souza Santos, Majid Rahnema, Wolfgang Sachs, Danilo Dolci, Franco Basaglia, Ann Roy, Amalia de Rivera, e incluso, en un momento dado, el Che Guevara, Camilo Torres y otros personajes con bagajes culturales y políticos extremadamente diversos y que enriquecían enormemente nuestras conversaciones.
Lo que me toca ahora desglosar es la capacidad innovadora y critica de Illich. No me atrevo a decir que era un «feminista en ciernes». Nunca lo fue. Era un ex dignatario del Vaticano, un monseñor cuyos valores y actitudes intelectuales podrían considerarse androcéntricas, por no decir algo misóginas. Pero, e insisto en esta aparente contradicción, fue ahí, en ese lugar tan abierto, tan precursor y tan críticamente alternativo pero esencialmente androcéntrico, que se abrió un espacio —¿el primero?— para un seminario sobre las mujeres en México. Me resulta difícil creer que hubiera entonces otro espacio de docencia similar que se centrara en los estudios sobre las mujeres. He caminado el mundo y en esos años no sólo las mujeres no contábamos, sino que ni siquiera éramos visibles y parecía que a nadie le interesaban las «cosas de mujeres». Sí, se escribía sobre nosotras (y Sara Lovera y yo rescatábamos todo lo que se pudiera en las librerías), sólo se nos podía encontrar en la sección de «Sexualidad» de los estantes, una clasificación reveladora de lo mismo que Illich iba a denunciar: la reducción a sexo de todas nuestras dimensiones y significados como seres sociales. En México, el libro de Elena Urrutia,4 que también participó en el CIDOC, dejó su huella. ¿Qué institución seria de educación superior mexicana habría aceptado, en aquellos años, dar un curso sobre las mujeres?
Por lo tanto, es a Illich y a su equipo en el CIDOC a quienes debemos este espacio precursor que parecía totalmente inconcebible en aquellos años. El curso fue también una atracción irresistible para todos los estudiantes en el CIDOC que buscaban alternativas radicales.
La modernización es un proceso de ruptura con el pasado que se ha ido agudizando desde finales del siglo XV, en la época del «descubrimiento» de América por parte de Europa. Otros autores lo han descrito como la transición a un modo de producción capitalista, pero Illich lo describe como la transición del reino del género al régimen del sexo. También contrasta el reino del género con el régimen de la escasez, porque la escasez, un axioma fundamental de la economía moderna, es indisociable del régimen del sexo.5 Según Illich, el género es algo diferente e implica mucho más que el sexo. Expresa una polaridad social fundamental que es diferente en cada sitio. Lo que un hombre no puede o no debe hacer y lo que una mujer no puede o debe hacer es diferente de un valle a otro.6
Las antropólogas feministas han hecho amplios estudios etnográficos que refleja esta diversidad, pero con frecuencia utilizan ciertos parámetros y referencias que, según Illich, reducen «toda interacción a un intercambio». De esta manera, las ciencias sociales han sentado las bases para la negación del género y la legitimación de un análisis económico de las relaciones entre hombres y mujeres.7 Por eso llama a la etapa contemporánea de la negación del género el «régimen del sexo económico».
Illich llama al género vernáculo y al sexo económico. El adjetivo vernáculo proviene de una raíz indoeuropea que define «lo muy nuestro», en un sentido más fuerte que doméstico. Illich considera que el género vernáculo es el fundamento de una complementariedad ambigua y asimétrica. Por otro lado, el sexo económico —es decir, el sexo de los neutros económicos— es el resultado de un experimento moderno que tiende a negar o trascender ese fundamento. Según Illich, las múltiples facetas de la opresión femenina culminan en el régimen del sexo económico. Explica ampliamente cómo esta opresión femenina se da en la época contemporánea donde prevalece la ilusión de que estamos más liberadas y vivimos en una sociedad más igualitaria que en cualquier época del pasado. Illich, en su vena poética, afirma que «sólo la investigación no científica, que emplea la analogía, la metáfora, la poesía, puede captar la realidad del género».8 Es en afirmaciones como ésta que mis experiencias con las zapatistas y con los mundos indígenas resuenan con El género vernáculo de Illich.
La originalidad del pensamiento de Illich radica en su forma de conceptualizar las tensiones inherentes y la controversia existente entre «culture» y «nature», cultura y naturaleza (o «naturaleza biológica») a la que se refieren muchas de las notas del libro y que también han dado sustento a una amplia diversidad de teorías feministas. Illich contrasta el género y el sexo a fin de volver inteligible una mutación histórica única: desde finales de la Edad Media, dice Illich, hemos transitado de un tipo de dualidad a otro: hemos pasado progresivamente del reino del género vernáculo al régimen del sexo económico. Toda la historia de Occidente, desde el siglo XII hasta el siglo XX, debería ser reescrita con el telón de fondo de esta transición progresiva, que resume lo esencial de lo que llamamos modernización u occidentalización del mundo. Lo que hemos llamado «desarrollo» desde el discurso de investidura presidencial de Harry S. Truman el 20 de enero de 1949 es sólo un capítulo de esta historia. Con esto, Illich se sitúa en la tradición de aquellos autores que trataron de entender la unicidad de la formación moderna, es decir, el ser radicalmente otro de la modernidad occidental en relación con otras épocas.
Estamos acostumbrados, nos dice Illich, a juzgarlo todo a partir de las certezas de la modernidad, y entendemos al otro como un catálogo de deficiencias. Esto nos impide encontrarlo, verlo, escucharlo, abrirnos a él. También nos impide entender la modernidad en la que estamos inmersos y entendernos a nosotros mismos como mujeres y varones.
Normalizada y sometida a la ley de hierro de la escasez —o de la economía en el sentido moderno—, la relación entre hombres y mujeres sufrió una última mutación: perdió su misteriosa asimetría y complementariedad y se redujo a una polarización univoca de las características que diferencian secundariamente a los seres humanos. En la edad del género, hombre y mujer eran dos entidades cuya proporcionalidad era constitutiva de ambos. Illich describe esta proporcionalidad como una relación asimétrica Es esta ambigüedad la que se ha perdido con el paso del género vernáculo al sexo económico.
Como dije, El género vernáculo no es un estudio de la situación de las mujeres. Es una propuesta analítica de la modernidad, «económica», porque la modernidad coincide con el auge de la esfera económica.
El género vernáculo ya es en sí un manifiesto sobre el «dos». Es literalmente dos libros en uno. Tiene un argumento continuo, el propio «texto», cuyo complemento asimétrico está formado por extensas notas a pie de página que son mucho más que referencias complementarias al texto principal. Constituyen una verdadera investigación documental etnográfica en sí misma.
Como el propio Illich sugirió, las notas a pie de página podrían ser material para otro libro. De hecho, era la bibliografía de base para un curso semestral en la Universidad de Kassel en Alemania. En lugar de darles autonomía, Illich las transformó en un subtexto o «sublibro» de El género vernáculo. Son, literalmente, su complemento asimétrico.
Un ejemplo de la complementariedad asimétrica entre el texto y el subtexto de las notas: en el texto, Illich desmonta el mito de que la «división sexual del trabajo» siempre habría existido. En las notas, documenta la existencia histórica de otra dualidad que ayuda a explicar la complementariedad de las tareas de subsistencia en las sociedades pasadas. Esta «otra dualidad» es, por supuesto, el género. Juntos, el texto y sus notas —su subtexto— realizan un «análisis de universos conceptuales asimétricos donde la complementariedad es ambigua —sin negar por eso la importancia de tal asimetría—».9
La mayor Ana María, al dar la bienvenida al Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo en Chiapas, conocido como el «Intergaláctico», declaró ante una audiencia de más de 3000 personas de cuatro continentes que «somos iguales porque somos diferentes».
Esta frase, que ha pasado casi desapercibida, parece ser casi una elaboración de la propuesta de Illich en el libro que estoy comentando aquí. Cuando describe la época del «género roto», desarticulado y casi olvidado, Illich añade que también sigue siendo algo subyacente a la realidad social. El género es tan imprescindible como el aire. Asegura que, incluso hoy en día, es imposible que una sociedad viva completamente sin él. El género, según Illich, se rompió en los albores de la modernidad.10 Ésta es una época del «género roto» en la que, a pesar de todo, sigue prevaleciendo la complementariedad asimétrica y ambigua de las relaciones varón/mujer. Si es cierto que algo del género vernáculo sobrevive bajo el pensamiento único que acompaña al sexo económico como su sombra, entonces todavía tenemos la posibilidad de revivir nuestros sentidos a lo que queda de género entre nosotros.
Me parece que hay restos del género —desarticulados, rotos—, vestigios de la complementariedad ambigua y asimétrica de la que habla Illich, en prácticamente todos los contextos sociales de México. Pero también observo que en varias comunidades de los pueblos originarios de este país, el género no ha sido roto, o por lo menos no completamente. Sin embargo, reconocer la permanencia del género o sus «restos» en una realidad social sexuada no es lo mismo que pretender reconstruir el pasado, lo que, según el propio Illich, es imposible. Illich puso su esperanza en lo que él llamó literalmente una regeneración, es decir, una reemergencia de las categorías sociales impregnadas por una renovada sensibilidad a la realidad reprimida, pero siempre subterráneamente activa, del género.
Me parece que percibo la recreación en el presente de ese aire imprescindible, de ese algo subyacente, de esa raigambre que no ha desaparecido totalmente en el aquí y ahora de los universos indígenas. Las declaraciones de mujeres zapatistas, los cuentos del Viejo Antonio, las demandas y los discursos de mujeres indígenas expresan referencias cosmológicas que parecen emerger de una época del género vernáculo o de su posterior quiebre.11
Para poder comprender el valor precursor de ese estudio de Illich, es necesario dedicar una lectura acuciosa a las notas, ya que parecen ser el sustento para la transmisión de esas ideas retadoras para la ortodoxia del papel económico de las mujeres a lo largo de la historia.
En ellas, se incluyen no sólo los resultados de estudios etnográficos de diversas comunidades y pueblos sobre las relaciones varón/mujer. No sólo contienen revisiones bibliográficas, sino también apuestas interpretativas, análisis provocativos y propuestas radicales. Encuentro particularmente interesantes sus notas sobre el individualismo carente de género y sobre el individualismo envidioso. Ambos conceptos enriquecen las perspectivas y luchas feministas contemporáneas, ya que abonan a visiones en las que «el somos iguales porque somos diferentes» del zapatismo se ilumina a la luz del pensamiento de Illich.
En una entrevista publicada por la revista Ixtus, me referí a un concepto elaborado en las notas de El género vernáculo al que aludí aquí unas páginas antes.12 Dije que la estructura misma del libro parece ser una ilustración de este concepto. Se trata evidentemente del concepto de complementariedad asimétrica. El texto y las notas de este libro no son simétricas, sino complementarias en el sentido de que se apoyan mutuamente: el texto existe a través de las notas y viceversa. La complementariedad entre los géneros no busca igualar las partes, sino asumir su diversidad, tal como lo expresó la mayor Ana María cuando habló de las relaciones entre mujeres y varones zapatistas, incluso si, para expresar lo indecible del género vernáculo, pronunció la palabra aparentemente contradictoria «igualdad». La palabra «igualdad» de la frase «somos iguales porque somos diferentes».
Estas propuestas analíticas podrían haber allanado el camino para otra teoría feminista si no fuera por algo que ya he señalado:13 Illich hizo comentarios que prácticamente excluyeron la posibilidad de dialogar con las feministas.14 Pero hay que señalar que Illich escribió este libro en un momento en que el término «género» apenas empezaba a utilizarse. En la teoría feminista, el término «estudios sobre las mujeres» se usaba más a menudo. Illich fue el pionero —por lo menos uno de los pioneros— del uso de ese término fuera de la gramática. En esa época, muchas feministas teorizaron sobre las mujeres como una entidad separada. Entonces esas mujeres, que aún tenían mucha rabia activista anti-varón, lo agredieron y lo silenciaron. No lo aceptaron como interlocutor. Ivan ciertamente tenía expresiones y actitudes irritantes y quizá misóginas que luego modificó. También es cierto que hasta hace muy poco tiempo no se permitía a las mujeres estudiar teología simplemente por ser, anatómica y genitalmente, mujeres, por lo que no sin razón se pudo tildar a la Iglesia de esencialista e incluso de biologicista, lo que por supuesto no se aplica a Illich. Con sus mismas palabras, recordemos que el género no está «solamente entre las piernas».15 Por último, las feministas no se equivocaron al reprochar a la «tradición filosófica judeocristiana» su carácter jerárquico y su desprecio por las capacidades femeninas. Sin embargo, lo que las teóricas feministas no han reconocido hasta ahora —y como sólo algunas lo ven— es que en los análisis y propuestas de El género vernáculo hay pepitas de oro que pueden enriquecer la teoría.
La promesa de la obliteración del género proviene de una visión de la historia como un proceso controlable que supuestamente concluye con la total extinción del género y el advenimiento de un ser humano por fin realmente neutro.16 Desde esta posición abstracta y soberana, cualquier forma de dependencia o diferencia es vista como un vestigio del pasado que debe ser eliminado.
Pero, cuando en 1982 apareció El género vernáculo, las feministas nos «acuerpamos». Hasta el día de hoy, yo nunca disentí de sus críticas públicamente, porque había razones en el mismo tono y en los ejemplos citados en el texto que interfieren con la transmisión de sus ideas profundas y parecen dar razón a las acerbas criticas feministas. Además, éstos eran años en los que apenas empezábamos a ser reconocidas, emergiendo como un contingente feminista serio, riguroso y sabio, equipado para enfrentar siglos de obstáculos androcéntricos a nuestras contribuciones analíticas, enriquecidas todas por nuestros «conocimientos situados», para usar la expresión de Donna Haraway.
Lo más rescatable hoy de la obra de Illich es que proporciona ideas para comprender y apoyar las prioridades y las particularidades del movimiento amplio de mujeres, así como de los pueblos indígenas. Incluso puede proporcionar la base para una posible teoría feminista otra. A este respecto, pienso principalmente en su concepto de complementariedad asimétrica y ambigua.17 El pensamiento moderno es incapaz de entender una sociedad organizada según categorías distintas a las del derecho, la economía, la política, entre otras, porque hemos perdido el sentido del género como una categoría que construye y organiza el espacio y el tiempo. Al imputar categorías modernas como el sexo económico al pasado, lo colonizamos. Lo que el historiador comete a escala diacrónica, el antropólogo, el desarrollista, el misionero o la feminista lo perpetra sincrónicamente: colonizan el mundo entero con conceptos modernos.
Es por ello que estas perspectivas hoy en día, junto con las propuestas de movimientos como el zapatismo y el CNI-CIG, permiten concebir las contribuciones teóricas e históricas de Illich sobre el género vernáculo como un vehículo para un acercamiento que respete las particularidades de las demandas de los movimientos indígenas.
Iván Illich, «El género vernáculo» (1982), trad. Mariano Xavier Sánchez Ventura y Blanco, en id., Obras reunidas, vol. II, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2008, pp. 188-322.
Sylvia Marcos. «Mesoamérica y el poder de las mujeres», en Ixtus, núm. 60, año XIV, 2006, pp. 28-40.
_____, Mujeres indígenas, rebeldes, zapatistas, México, EON, 2011.
Elena Urrutia, Imagen y realidad de la mujer, México, SEP/Setentas, 1975.
1 Versión aumentada y corregida de «El Género vernáculo de Iván Illich», en Tamoanchan, núm. 2, 2012, pp. 1-13.
2 El libro El género vernáculo de Ivan Illich puede leerse como un intento de entender el principio generador de sociedades sin escritura ni ley formal y libres de los arreglos institucionales que el ser humano moderno considera indispensable al «funcionamiento» de cualquier sociedad, como por ejemplo la división entre esferas privadas y un dominio público; al mismo tiempo, el libro proyecta luces sobre lo que mantiene la cohesión social en ausencia de estas muletas institucionales.
3 Cf. Iván Illich, «El género vernáculo», p. 322, n. 119.
4 Cf. Elena Urrutia, Imagen y realidad de la mujer.
5 Lo que Illich llamó el género —un término de origen gramatical— es un modo de relaciones entre cuerpos, herramientas, espacios y tiempos masculinos y femeninos que, hoy, sólo sobreviven como residuos subterráneos o lo que Illich llamo broken gender existente en diferentes gradaciones hoy en varios de los pueblos indígenas de América Latina. El género vernáculo, diferente de un valle al otro, fue sumergido por el sexo económico, cuyo poder homogeneizador se superpone al del postulado fundamental de toda economía formal: el axioma de escasez. Por esta razón, de acuerdo con Illich, leer la historia a la luz del género es la mejor introducción a una historia aún por escribir, la historia de la escasez, de la que autores como Karl Polanyi o Louis Dumont hicieron bosquejos convincentes.
6 Se encontrarán muchos ejemplos en El género vernáculo.
7 Cf. I. Illich, op. cit., p. 230, n. 45 y p. 231, n. 46.
8 Ibid., p. 232, n. 46.
9 Ibid., p. 289.
10 Para Illich, el género vernáculo funciona como un concepto heurístico que permite «pensar lo impensable», es decir, una sociedad no sometida a la «ley de hierro de la escasez».
11 Cf. Sylvia Marcos, Mujeres indígenas, rebeldes, zapatistas, México, EON, 2011.
12 Cf. S. Marcos. «Mesoamérica y el poder de las mujeres», en Ixtus, núm. 60, año XIV, 2006, pp. 28-40.
13 Id.
14 Un ejemplo de esto en I. Illich, op. cit., p. 236, n. 50.
15 Ibid., p. 236.
16 Treinta y cinco años después de la publicación de El género vernáculo, los legisladores europeos están promulgando leyes supuestamente destinadas a volver a las mujeres perfectamente iguales a los hombres. Estas nuevas «leyes de igualación», constantemente revisadas para «corregir» las nuevas formas de desigualdad que generan, sirven al mercado pretendiendo servir a las mujeres, cuando en realidad exportan hacia ellas costos de una amplitud desconocida hasta el principio del nuevo milenio. De la misma manera, las instrucciones de la Unión Europea estipulan que las nuevas leyes de igualación deberán extirpar toda traza de relaciones patriarcales de los países miembros. Creemos percibir aquí una confusión trágica entre el género vernáculo en sí, y lo que Illich llama el género dislocado, que es históricamente su fase patriarcal en albores de la sociedad industrial. Al ser ciegas al género vernáculo, estas nuevas leyes igualadoras niegan el poder generador de culturas, de lenguas y de costumbres. Lo que pretenden suprimir es el género, confundido con el «patriarcado».
17 Ibid., p. 242, n. 57.