Número 82

El indio en la era del descubrimiento y la conquista: la espectralidad de un concepto

Gersón Moreno Reséndiz

Cuando un buen día de 1492 un genovés al servicio de la Corona española se topó con una isla (San Salvador, hoy los Cayos Franceses) que habría de confundir con alguna isla adyacente al archipiélago del Cipango (Japón), se encontró con una clase de gente extraña a sus ojos. A pesar de que las crónicas le sugerían que los «indios» de las Indias 1 eran gente de riqueza y comercio, y si bien es cierto que muchos de los habitantes de las islas que se encontraban hacia el sur adentrándose hacia el océano Índico comentados por Marco Polo, presentaban un aspecto que los acercaba más a la bestialidad, la extrañeza o sorpresa que los habitantes de esta isla mostraban a los ojos de los europeos, es que éstos se revelaban «desnudos». Es decir, la primera imagen que los europeos hacen de los habitantes autóctonos es la de ser individuos sin ropa, que a su entender sugería que estos hombres y mujeres no disponían de vergüenza. Lo que a su vez significaba que no poseían cultura, lengua reconocida ni historia. Colón describe la primera escena del encuentro de la siguiente manera:

…les di a algunos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban aquello que tenían de buena voluntad. Yo [dice Colón], porque nos tuviesen mucha amistas, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Sancta Fe con amor que no por fuerza […] Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más que una arto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras […]. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro: sus azagayas son unas varas sin fierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos […]. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. 2

Las imágenes de mansedumbre, ingenuidad, ligereza, desnudez, pobreza y prontitud a convertirse a la religión cristiana, proporcionadas por el almirante, se repiten una tras otra a lo largo de su diario y se convertirían en el sustrato que permearía el imaginario del buen salvaje habitante de las Indias; fuertemente explotado por Pedro Mártir de Anglería y Bartolomé de las Casas algunos años después. Sin embargo, a la mirada del mercader genovés se revelaban, como mencionamos arriba, como seres extraños, debido a que la ropa, dentro de la conciencia occidental, permite entender la identidad del otro; el vestido constituye el primer elemento de la civilización y, por tanto, construye la alteridad y funda la diferencia. 3 En este caso la desnudez, por el contrario, instituye la barbarie de dichos pueblos, pero mucho más importante, la imposibilidad de poder catalogarlos o introducirlos en el conjunto de la humanidad en un primer momento:

Puesto que no son iguales o diferentes ¿qué son? Son semejantes a objetos naturales, registrables y observables, son quizás y en forma incipiente taxonomizables pero salen de la naturaleza y se confunde con ella, nada tienen que ver con la cultura, cuyo fundamento es el cuerpo cubierto y el principio de la clasificación. 4

Para ser más claros, en el texto de Colón se muestra un desinterés-imposibilidad, imposibilidad aunada al desinterés para clasificar dentro del mundo conocido a los nativos de estas islas; el desnudo no sólo no clasifica, no permite la identificación. Es por eso que, debido propiamente a su concepción de estar en el extremo oriental de las Indias, decide hacer referencia a ellos simplemente como «indios». 5

De esta manera la palabra indio, en los textos colombinos se revela más como un ser que nos sitúa dentro de un contexto geográfico y económico, que como un individuo que goza propiamente de los atributos de un ser humano semejante a él y sus compañeros. En efecto, a lo largo del texto se empeña por resaltar ciertas características de esta gente: su desnudez, su falta de armas y su cobardía. 6 Así ese mismo 12 de octubre dice: «Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro: sus azagayas son unas varas sin fierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras cosas». 7 Para posteriormente el día 14 continuar con su aseveración:

…porque esta gente es muy símplice en armas, como verán Vuestras Altezas de siete que yo hice tomar para llevar a desprender nuestra habla y bolvellos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a Castilla o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con cincuenta hombres los tendrá todos sujuzgados y los hará hacer todo lo que quisiere. 8

Finalmente la certeza es incuestionable cuando el 16 de diciembre concluye:

…que aquí no falta, salvo asiento y mandarles hacer lo que quisieren, porque yo con esta gente que traigo, que no son muchos, correría todas estas islas sin afrenta, que ya he visto sólo tres de estos marineros descender en tierra y haber multitud de estos indios y todos huir, sin que les quisiesen hacer mal. Ellos no tienen armas, y son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes, que mil no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres. 9

De esta manera «otra cosa no falta salvo saber la lengua y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradicción alguna». 10Desnudos, sin armas, cobardes. La conclusión del almirante es natural en un mercader del Mediterráneo que lo observa y lo comunica todo en términos de intercambio y lucro: «¡ellos deben ser buenos servidores!». La posibilidad de la esclavitud se insinúa, desde ese histórico día. A partir de esas palabras se constituye la posibilidad de la esclavitud. Llevándolo a los márgenes de la cultura, el indio aparece cosificado, como mercancía u objeto de intercambio. A partir de este sistema de operaciones de escritura, concluye Noé Jitrik, es que se llega a la creación de instituciones como la esclavitud. 11

Dicha institución se justificó a través de una de las primeras secciones de la Política de Aristóteles, conocida como su «Teoría de la esclavitud», la cual era parte del corpus epistemológico en la época. Ésta exponía que el esclavo natural era claramente un hombre, pero un hombre cuyo intelecto, por alguna razón, no había logrado el control necesario sobre sus pasiones. Aristóteles negaba a tales criaturas la capacidad de deliberación, pero les permitía participar en la facultad de la razón. No obstante, sólo hasta el punto de comprenderla, no de poseerlaParece que la facultad de poseer la razón para Aristóteles significaba que el esclavo natural, aunque incapaz de formular instrucciones por sí mismo, sin embargo, podía seguirlas. Aunque era incapaz de libre elección, o de acción moral, su posición en la jerarquía de la naturaleza estaba en el extremo bestial de la escala humana, ya que sólo se distinguía de la bestia en su capacidad para aprehender la razón, su función en la casa sería similar a la de un animal de carga y su adquisición podía compararse a la caza. 12

En ningún momento Colón niega la facultad de entendimiento e ingenio (capacidad de comprender la razón, la palabra) de los indios: «Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy prestos dicen todo lo que les decía»; 13 «no les conozco secta ninguna, y creo que muy prestos se tornarían al cristianismo, porque ellos son de muy buen entender» 14; «y la manera de ellos y sus costumbres y mansedumbre y consejos, muestra ser gente más despierta y entendida que otros que hasta allí hubiese hallado» 15; «y porque conozcan el ingenio de la gente de Vuestras altezas y lo que pueden hacer, porque con amor y temor obedezcan». 16 De esta manera, cuando el almirante hace referencia a su entendimiento, éste se refiere a su capacidad para entender u obedecer a la razón, es decir, a la orden dirigida por la palabra, pues estos indios de ninguna forma podían poseerla, ya que de sus bocas sólo se manifestaba un ruido o murmullo. De la misma forma cuando menciona que: «estas gentes [están] muy bien hechas, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras», «y todos de buena estatura, gente muy hermosa», «lindos cuerpos de hombres», hace un llamado para notar la buena complexión de esa gente, ya sea para el trabajo u otros menesteres, una referencia de igual manera natural de un individuo que participó activamente en el comercio de esclavos procedentes de Guinea.

Finalmente se haría manifiesta la certeza, primero, en la «Carta a Luis de Santángel» del 15 de febrero de 1493 y, después, en la «Carta a los Reyes anunciando el descubrimiento» del 4 de marzo de 1493, donde se menciona:

Esta isla es el lugar, como dicho tengo, señalada por manos de nuestro Señor; por donde espero que Su Majestad a de dar a V.A. tanto oro como habrán menester; especiería, de una pimienta, cuantas naos V. Al. madare cargar y almástiga, de la cual no se haya hasta hoy salvo en la isla de Exío en Grecia y la venden el Señorío como quieren, que creo que saquen más de cuarenta y cinco mil ducados de ella cada año; y al lignáloe cuanto mandaren cargar, y algodón cuanto mandaren cargar, y esclavos tantos que no hay número, y serán los idólatras, y creo haber hallado ruibarbo y canela […]. Y sobre todo, tengo por V.A. las sobredichas islas, y que puede disponer de ellas así como puede y más cumplidamente de los reinos de Castilla, y en especial de esta Española. 17

¿Quiénes eran los idólatras referidos? Tradicionalmente se considera que el Almirante aludía a los caribes, 18 pero la publicación de la «Carta a los Reyes» del 4 de marzo de 1493 ha permitido saber que no se refería sólo a ellos, pues al hablar de los caribes dice que: «cuando V. Al. mandaren que yo les envíe esclavos, espero yo de los traer o enviar de estos [caribes] la mayor parte». Por lo tanto, la otra parte, es decir, la menor, eran los indios con lo que Colón había tenido contacto pues sabía que eran idólatras, y como lo menciona Luis J. Ramos, 19 también se mostraron hostiles con los españoles, aunque en el Diario se tratara de encubrir. 20

Nos queda mucho más claro que durante el segundo viaje, los colonos, y por supuesto Colón, distinguen entre indios (taínos y arahuacos) y caribes; y que de la misma forma tanto los indios como los caribes eran idólatras. La diferencia fundamental, más que su aspecto, 21 es que los segundos eran caníbales: 22

Luego que aquello vimos [quatro o cinco huesos de brazos e piernas de ombres], sospechamos que aquellas yslas heran las de Caribe, que son abitadas de gente que come carne umana, porque el Almirante por las señas que le avían dado del sitio destas yslas, el otro camino los yndios de las yslas que antes avían descubierto, avía enderezado el camino por descubrirlas, porque estaba más cerca de España y también porque por allí se hazía el camino derecho para venir de la Española, donde antes avía dexado la gente. 23

La segunda vez que Colón mandó indios a la península fue con la flota de Antonio de Torres, quien regresó a Cádiz en marzo de 1594. Con él también llegó un Memorial escrito a manera de petición para los monarcas. En el documento, además de pedir abastecimientos para los colonos de La Isabela, Colón tocaría precisamente el tema de la esclavitud:

Direis a sus Altezas que a cabsa que acá no hay lengua, por medio de la cual a esta gente se pueda dar a entender nuestra santa fe, como sus Altezas desean, y aun los que acá estamos, como quier que se trabajará cuanto pudieren, se envían de presente, con estos navíos, así de los caníbales, hombres, mujeres y niños y niñas, los cuales sus Altezas pueden mandar poner en poder de personas, con quien puedan mejor aprender la lengua, ejercitándolos en cosas de servicio, y poco a poco, mandando a poner en ellos algún más cuidado que en otros esclavos, [luego, son esclavos] para que deprendan unos de otros, que no se hablen, ni se vean, sino muy tarde, que más presto deprenderán allá, que acá, y serán mejores intérpretes, como quier que acá no se dejará de hacer lo que se pueda. 24

Nuevamente la experiencia portuguesa en el comercio de esclavos se hace patente en Colón, quien utiliza como vía justificadora de la empresa a la evangelización, por lo que escribe:

…es verdad, que como esta gente, platican poco los de una isla con los de otra, en las lenguas hay alguna diferencia entre ellos, según como están más cerca o mas lejos; y porque entre las otras islas, las dos de los caníbales son mucho grandes, y mucho bien pobladas, parecerá acá que tomar dellos y dellas, y enviarlos allá a Castilla, non sería sino bien, porque quitarse hian, una vez, de aquella inhumana costumbre que tienen, de comer hombres, y allá en Castilla, entendiendo la lengua, muy más presto recibirían el bautismo, y farían el provecho de sus ánimas. 25

En los preparativos y financiamiento de la armada de diecisiete naves para el segundo viaje, fueron dos los motores que contribuyeron a hacerla posible: el evangelizador y el económico. Colón propone el establecimiento de una flota anual de aprovisionamiento que aunara ambos objetivos. Esta idea de que ganado, bestias de trabajo y otros mantenimientos se llevaran «a preçios razonables a sus costas de los que las traxieren las cuales cosas se les podrían pagar en esclavos de estos caníbales […] los cuales quitados de aquella inhumanidad creemos serán mejores que otros ningunos esclavos», es lo que realmente altera la conciencia de los reyes. Colón pretendió liberalizar en parte el comercio con las nuevas tierras, al tiempo que establecer un monopolio del mercado de esclavos que sabía lucrativo por su estancia en Portugal. Situación que debía presentarse perfectamente comprensible para los monarcas españoles, pues tenían presente el hecho de tomar como esclavos a los habitantes de las zonas recuperadas en el proceso de la Reconquista, especialmente tras la rendición de Málaga. Sin olvidar la todavía vigente situación de los esclavos canarios. El genovés pide que los soberanos entreguen su respuesta a De Torres para realizar la infraestructura necesaria de este comercio, pero éstos responden: «en esto se ha suspendido por agora hasta que venga otro camino de allá y escriba el Almirante lo que en esto le paresciere». 26

La empresa de la esclavitud para los caribes idólatras ya había quedado evidenciada durante el primero de los viajes, y confirmada en el segundo, así que sólo nos resta argumentar por qué esos menos de los esclavos idólatras a los que se refería Colón eran los indios que también se revelaban como idólatras. Colón en la primera carta de relación encubrió la idolatría y hostilidad de los indios, aunque ésta aparecía a la vista de la expedición. Sin embargo, durante el segundo viaje, Diego Álvarez Chanca y Michele da Cuneo contradicen dicha postura:

Todos [los indios] dizen que quieren ser cristianos, puesto que verdaderamente son ydólatras porque en sus casas ay figuras de muchas maneras, yo les he preguntado qué es aquello, dizenme que es cosa turey, que quiere decir del cielo. Yo acometí a querer echárselos en el fuego e haziaseles de mal que querían llorar, pero ansi piensan que quanto nosotros trahemos que es cosa del cielo que a todo llaman turey, que quiere decir «cielo». 27

Y más adelante:

Los dichos caníbales y los indios no adoran cosa alguna que no fuera el ídolo, pero no le hacen sacrificios ni saben quién es Dios, ni quién el Diablo. Viven como las bestias; comen cuando apetecen; tienen relaciones abiertamente cuando así lo desean y salvo los hermanos y las hermanas, todo lo demás es común […]. Por lo que hemos visto en todas estas islas, tanto los indios como los caníbales son sodomitas, sin saber, pienso si hacen mal […] duermen sobre la tierra como los animales. 28

No sólo la idolatría de los indios queda descubierta con las cartas de Álvarez Chanca y Da Cuneo, sino también el desprecio que sentía el europeo hacia las culturas nativas de las que no reparan en destacar su carácter «bestial» y por ello, al menos para estos hombres, a los indios se les podía tratar como mercancías o en su defecto hacerles lo que les placiere. En diversas ocasiones se ha traído a colación la narración de Da Cuneo sobre la mujer caníbal (caribe) que le fue donada por Colón. La caribe, al tratar de defenderse de la violación, fue azotada al grado de que al final Da Cuneo sólo menciona «que os digo que para eso parecía amaestrada en una escuela de rameras». La posibilidad de tal escena sólo encuentra racionalidad en un contexto donde se concibe al otro como una cosa o una bestia:

El Almirante mandó catar todo el sitio donde los cristianos estaban fortalecidos, porquél los avía mandado que desque toviesen alguna cantidad de oro que lo enterrasen. Entre tanto que esto se hazía, quiso llegar a ver acerca de una legua do nos parecía que podría aver asiento para poder hedificar una villa porque ya hera tiempo, adonde tuvimos ciertos con él mirando la tierra por la costa, fasta que llegamos a un poblado donde avía siete u ocho casas, las quales avían desamparado los yndios luego que nos vieron yr, e llevaron lo que pudieron e lo otro dexaron escondido entre yervas junto con las casas, que es gente tan bestial que no tienen discreción para buscar lugar para abitar, que los viben a la marina es maravilla quand bestialmente hedifican, que las casas en derredor tienen tan cubiertas de yerba e de humildad que estoy espantado como viben. 29 

Y en las páginas que siguen escribe:

Tienen otrosí unos granos como avellanas muy buenos de comer, comen quantas culebras e lagartos e arañas e quantos gusanos se hallan por el suelo; ansí que me parece es mayor su bestialidad que de ninguna bestia del mundo.30

No obstante, ni el canibalismo, ni la idolatría o la supuesta «animalidad» de los indios terminaría por explicar cabalmente la empresa de la esclavitud. En cambio, el hecho que justificaría moralmente dicha empresa sería el carácter hostil de los indios hacia los europeos, en otras palabras, el rechazo a someterse a la jurisdicción española. 31 Por ello, el mismo Colón se vio en la necesidad de abandonar su proyecto de adjudicación pacífica debido al rechazo y hostilidad de los indios. Y a pesar de la suspensión temporal de la empresa esclavista por los monarcas, Colón decidió mandar quinientos cincuenta indios, proponiendo que se vendieran como esclavos en Sevilla —además de todo el oro que pudo recoger con tal de demostrar la rentabilidad de la empresa y así pagar a los soberanos los gastos que se habían hecho del tesoro real—, en una segunda flota nuevamente dirigida por Antonio de Torres que zarpó el 24 de febrero de 1495 de La Española. 32

Los indios mandados a España provenían de los enfrentamientos que tuvieron los españoles con el cacique Guatiguana subordinado a Guarionex, principal de Maguá, quien mandó a matar a diez españoles. Según Da Cuneo, se reunieron en la Isabela «unos mil seiscientos de aquellos indios entre varones y hembras; de los cuales los mejores, quinientas cincuenta almas, cargamos en dichos navíos el 17 de febrero de 1495». El italiano continúa con su relato, anotando lo que pasó con el resto de los indígenas: «En cuanto a los demás naturales, se publicó un bando para que, quien quisiera, tomase de ellos a placer para su servicio. Cuando todos lo hubieron hecho, sobraron unos cuatrocientos, a los cuales les fue permitido ir a donde quisiesen». 33

La hostilidad de los indios frente a los españoles se debía principalmente a que estos últimos acababan con las reservas alimenticias; profesaban amenazas y ejecutaban violencia con palos no sólo a la gente común, sino también a los nobles y principales; además de robar y violar a las mujeres de los nativos. Fue Caonabo, principal de Maguana —lugar donde los españoles levantaron la Fortaleza de Santo Tomás—, quien mayor resistencia ofreció a los invasores. Una vez que Pedro de Margarit abandonó el territorio, Caonabo sitió el fuerte durante treinta días. El sitio lo levantó debido a que Colón vino en ayuda de Alonso de Ojeda, encargado de la plaza. Caonabo finalmente sería capturado mediante un engaño y a la postre sería enviado a España en la flota que partiría el 24 de febrero. Posteriormente los caciques principales de la isla (Guarionex, Bohechío de Jaragua, Manicaotex sucesor de Caonabo) decidieron llevar a cabo una alianza para luchar contra los españoles. Después de una catastrófica batalla para los indios en la región de Maguana, Guarionex y Manicaotex decidieron rendirse y ponerse en manos de los europeos. Una vez sometidos se les impusieron excesivos tributos en oro y algodón, los cuales con dificultad los indios podían pagar. Descuidando sus cultivos, pronto sufrirían las terribles consecuencias de la pacificación.

Mientras tanto, la situación que se vivía en la Península no alimentaba las expectativas de los monarcas con respecto al beneficio que se pudiera obtener de las nuevas tierras bajo la tutela de Colón. La llegada de Pedro de Margarit y Bernardo Boyl a España y la posterior llegada de Antonio de Torres complementaría la visión negativa que el gobierno de las Indias se estaba creando en la Península, lo cual se puede considerar como el punto de partida para una nueva estructuración del «negocio indiano». La más importante fue la real provisión del 10 de abril de 1495, en que se otorgaba una licencia general para pasar a las Indias a descubrir y contratar, rompiendo con ello el monopolio colombino. Posteriormente el 5 de mayo, se da a conocer otra real provisión dando seguridades a los que quisieran pasar a las nuevas tierras, confirmando la libertad de regreso a la Península y la conservación de todo aquello que llevaran a título personal. Días después, el 30 de mayo, en las que dan seguridades y franquezas a quienes quieran ir a las Indias para crear un asentamiento, rescatar y descubrir en ellas. 34

Dichas provisiones abrirían la posibilidad de nuevas exploraciones conocidas como factorías, que ocasionaron muchos estragos en la población india. Los primeros repartimientos de pueblos enteros tuvieron lugar en 1497, bajo la dirección de Bartolomé Colón, que asignó conjuntamente tierras e indios para que las trabajaran. No fue hasta 1504, tras las guerras de sometimiento de Nicolás de Ovando, cuando se estableció la fórmula de servicio a cambio de evangelización que luego sería conocida como encomienda. En 1512, las leyes de Burgos dieron forma definitiva a la nueva institución. Poco después, en 1514, se llevó a cabo el primer reparto sistemático de toda la población de La Española.

El sistema de encomiendas: prolegómenos de un concepto

La encomienda definida por los tratadistas como el «derecho concedido por merced real a los beneméritos de Indias para recibir y cobrar para sí los tributos de los indios que se les encomendasen por su vida y la de un heredero, con rango de cuidar de los indios en lo espiritual y temporal y defender las provincias donde fueren encomendados», jugó un papel primordial para el advenimiento del «indio» como concepto, debido a que se constituyó como el medio de esclavitud así como de la caída vertiginosa de la población americana. Si esto fue así, se debió a que la institución de la encomienda no sólo provocó que el ser de los nativos fuera puesto en discusión o que diferentes grupos pugnaran por el estatuto de veracidad sobre dicha condición —de ahí el carácter polémico del concepto—, sino que también se iría constituyendo una historia cuya carga semántica provocaría un estatuto de malestar en la conciencia de algunos grupos sociales en Europa. De ahí la aparición de las leyes de Burgos que trataron de remediar el estado lamentable en que la institución había mantenido a los indios, así como el polémico Requerimiento de 151335 o la Real Provisión de Granada de 1526 sobre el buen tratamiento de los indios que quisieron atenuar la arbitrariedad y la violencia del Requerimiento. De esta manera, el concepto se desplazaría del contexto económico y geográfico para entrar, en su uso, dentro del discurso del derecho, la teología y la filosofía; y conforme avanzara el proceso de conquista, el debate tomaría un gran peso específico hacia mediados del siglo XVI con motivo de la controversia que opuso en Valladolid a Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas.

Pero vamos por partes. Gran debate ha suscitado la esclavitud a la que fueron sometidos los indios antillanos, sobre todo en el trabajo de las minas y los campos agrícolas. Con la llegada de Nicolás de Ovando como gobernador de La Española en 1502, se comenzó a organizar a los indios para la explotación de las minas de oro. Con el pretexto de evangelizarlos y educarlos se las ingenió diciéndoles que debían ser trasladados a distintos sitios que en realidad vinieron a ser puntos mineros. Los indios estuvieron bajo control de una mayoría de colonos, venidos a la isla con el Gobernador, los cuales inmediatamente se entregaron a la búsqueda y lavado de oro. La situación de los indios bajo el sistema esclavista implantado por el gobernador Ovando se tornaba cada día más desastrosa, ya que muchos de ellos morían al no serles posible soportar tan ignominiosa situación, mientras otros se suicidaban y las madres utilizaban brebajes para no tener hijos. No obstante, Ovando queriendo mantener el control sobre la colonia, la emprendió contra el cacique de la provincia de Higüey y más tarde contra Anacaona, viuda de Caonabo. Al final, el gobierno de Ovando trajo como objeto la centralización económica de la Isla, ya que una administración de este tipo permitía un enriquecimiento más rápido, aunque acarreaba un decrecimiento de las fuerzas de trabajo nativas. Para remediar dicha situación se reinició de nuevo la entrada de negros esclavos a la isla. Así vemos que al desarrollo del coto minero le fueron necesarias las fuerzas de los negros esclavos, constituyendo la esclavitud de los indios y negros en la base social sobre la cual estaba estructurada la economía colonial.36

A la partida de Ovando en 1509 le sucedió Diego Colón como gobernador de la isla, realizándose nuevos repartimientos de indios entre los encomenderos, quienes, desde luego, gozaban del favor del nuevo virrey de La Española. Ante esta situación, se destacó el sermón dado por un dominico de nombre Antonio de Montesinos en 1511. En esta homilía pronunciada en la Iglesia del Convento de los dominicos en Santo Domingo ante las altas autoridades de la isla, Montesinos se expresó de la siguiente forma:

Para os los dar a cognoscerme he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír […]. Esta voz, dijo él, que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible survidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas; donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo. 37

La clave en el discurso de Montesinos estaba en su concepto de que los indios eran «inocentes gentes», de aquí que cuestionara las guerras que se les habían hecho «a gentes tan mansas y pacíficas» y con ello subyugarlos a «tan cruel y horrible servidumbre». Los comentarios vertidos por este discurso por supuesto, llegaron a oídos del rey Fernando. Entre las instrucciones ordenadas por él estaba una relativa a tratar por todos los medios de callar la voz de Montesinos, y puede decirse que también la voz de la orden dominicana. Una de esas instrucciones fue la referente a la creación de una comisión formada por un conjunto de letrados, teólogos y canonistas para deliberar sobre la situación de los indios. De esta forma, y esto es lo que importa, «el primer clamor por la justicia en América» sirvió de asidero a una prolongada serie de debates sobre el estatus y ser del indio, discusión que duró todo el siglo XVI, y que trasladaría la semántica de la palabra «indio» hacia el contexto de los saberes occidentales, como base para legitimar o deslegitimar la justicia de la conquista.

Juan López de Palacios Rubios en su tratado De las islas del mar Océanoen el segundo capítulo, comienza por parafrasear el texto de Aristóteles sobre la esclavitud natural para plantear la existencia histórica sobre la justificación de la esclavitud. Posteriormente, después de haber justificado el avasallamiento de aquellos habitantes de las islas que habían resistido a los españoles por el derecho de guerra y el derecho positivo, añade, de manera abrupta, que ciertos indios que no se opusieron a los españoles por medio de la guerra merecen, de cualquier forma, ser llamados esclavos, «mientras sean ineptos e incapaces, pues no saben gobernar en lo absoluto, de ahí que se fundamente decirles esclavos en sentido amplio, nacidos para servir y no para gobernar». 38

Juan Ginés de Sepúlveda coincidiría en gran parte con Palacios Rubios, también autor del Requerimiento. Sepúlveda argumentaba que «el tener ciudades y algún modo racional de vivir y alguna especie de comercio es cosa a que la misma necesidad natural induce, y sólo sirve para probar que no son osos ni monos y que no carecen totalmente de razón». 39 Su justificación de la guerra contra los indios estaba constituida por el cumplimiento de la ley natural, entendida en el sentido aristotélico, de dominio de lo perfecto sobre lo imperfecto, dominio que no tiene como fin la ventaja del vencedor, sino la elevación moral y material del vencido. Los bárbaros tienen, en virtud de esa ley natural, el deber de someterse, y en caso contrario, es justa la guerra emprendida contra ellos. La justificación ética de la conquista, no era vista como un derecho, sino como un deber de caridad hacia los semejantes: «apartar a los paganos de crímenes e inhumas torpezas, y de la idolatría y de toda impiedad, y traerlos a las buenas y humanas costumbres y a la verdadera religión […] que quiere salvar a los hombres y traerlos al conocimiento de la verdad». 40 La argumentación de Sepúlveda no agredía la posibilidad de que los indios algún día alcanzaran la perfección de las civilizaciones cristianas, sino simplemente exponía un tratado apologético de la conquista y dominación española sobre aquellas tierras, por lo cual, los indios se tenían que someter a la Corona española ya que eran sencillamente una cultura inferior.

Compara ahora estas dotes de prudencia, ingenio, magnanimidad, templanza, humanidad y religión, con las que tienen esos hombrecillos en los cuales apenas encontrarás vestigios de humanidad; que no sólo no poseen ciencia alguna, sino que ni siquiera conocen las letras ni conservan ningún monumento de su historia sino cierta obscura y vaga reminiscencia de algunas cosas consignadas en ciertas pinturas, y tampoco tienen leyes escritas, sino instituciones y costumbres bárbaras ¿Pues si tratamos de las virtudes, qué templanza ni qué mansedumbre vas á esperar de hombres que estaban entregados á todo género de intemperancia y nefandas liviandades, y comían carne humana? Y no vayas a creer que antes de la llegada de los cristianos vivían en aquel pacífico reino de Saturno que fingieron los poetas, sino que por el contrario se hacían la guerra unos a otros con tanta rabia, que juzgaban de ningún precio la victoria sino que saciaban su hambre monstruosa con las carnes de sus enemigos, ferocidad que entre ellos es tanto más portentosa cuanto más distan de la invencible fiereza de los escitas, que también se alimentaban de los cuerpos humanos, siendo por lo demás estos indios tan cobardes y tímidos, que apenas pueden resistir la presencia de nuestros soldados, y muchas veces, miles y miles de ellos se han dispersado huyendo como mujeres delante de muy pocos españoles, que no llegaban ni siquiera al número de ciento.41

Del otro lado del espectro del derecho, se encontraba Francisco de Vitoria, teólogo dominico y miembro de la producción de pensamiento que se dio entre los años 1520-1530 que se conoce como la Escuela de Salamanca. Al suponer que los indios vivían en una sociedad que cumplía con todos los requisitos básicos para un modo de vida civil, entonces, a todas luces, no podían ser bárbaros en el sentido aristotélico de la palabra. Por lo tanto, no se les podía privar de sus derechos y propiedades sobre la base de que su cultura estaba creada por hombres incapaces de escoger libremente. Por otro lado, si se consideraban las prácticas salvajes que tenían los indios, como eran los sacrificios, el canibalismo, el concubinato, etc., se concluía también que estos hombres no tenían la capacidad de alcanzar por sí mismos la salvación (su fin), su perfectibilidad como sociedad. El problema de tan confuso comportamiento se debía entonces a la influencia que habían sufrido, del entorno en que vivían, de su mala y «bárbara educación». Al igual que los campesinos de Europa, los indios eran estúpidos y, por lo tanto, sus pasiones les dominaban fácilmente, porque pocas veces se les presentaba ocasión para ejercitar la inteligencia. Al hacer esto, y consciente de que pocos hombres podrían haber negado que los campesinos poseían la facultad de razonar completamente desarrollada como los demás hombres e «insistiendo en que la educación era responsable del comportamiento del indio, Vitoria los había liberado de una semi-racionalidad intemporal y vacía, les había colocado en un espacio histórico donde podían estar sujetos a las mismas leyes de cambio, progreso y declive intelectual que los demás hombres, cristianos y no cristianos, europeos o no europeos».42 Al argumentar de esta manera, Vitoria le dio al indio la naturaleza de un «menor de edad» capaz de algún día llegar a ser un hombre completamente racional.

Para Sepúlveda, los indios de ninguna forma eran inocentes ni pacíficos. Eran criminales según la fuente del derecho natural. Su culpabilidad radicaba en sus prácticas «bárbaras» como su idolatría, su canibalismo, sus sacrificios humanos, su sodomía, que ofendían a la humanidad y aun a Dios mismo. Por otro lado, para Vitoria, quien consideraba que el indio era completamente racional, no entregaba nada nuevo a la discusión, puesto que como ya lo mencionamos, la capacidad de entender la razón nunca fue puesta en duda por ninguno de los implicados en la polémica. De hecho, su argumentación giraba dentro de un entorno benévolo a favor del indio y dictaminaba finalmente que los indios eran incapaces de poseer la razón. La diferencia era que, mientras Sepúlveda juzgaba a los indios como criminales, Vitoria atañía sus costumbres a su ignorancia, cuyo remedio pedagógico era la educación. Por lo tanto, su inocencia radicaba en su ignorancia y no en una acción predeterminada justificadora de un crimen que merecería la esclavitud y despojo de sus propiedades. Sin embargo, la legitimidad de la guerra de conquista de una u otra forma quedaba plenamente justificada.

Quien desplazaría el concepto del indio de la esfera del derecho al campo de la teología sería Bartolomé de las Casas, pues introduciría al indio dentro de la historia de salvación. Dentro de los primeros catorce capítulos de su Historia de las Indias, Las Casas demuestra que Colón partió para las Indias movido por señales divinas a través de la boca de los antiguos, las autoridades, los sabios y los navegantes. En otras palabras, el «descubrimiento» ya no sería tal puesto que diversas autoridades ya habían hablado sobre estas tierras. En segundo lugar, desde esta argumentación Colón habría viajado a «redescubrir» estas tierras movido por la divina providencia. En tercer lugar, el «redescubrimiento» se introduce dentro del plan divino, que obra a su tiempo y sabe los porqués. Por último, Colón realiza la empresa no para llegar a Asia, sino a esas tierras de las cuales hablaron las autoridades. De cierta manera, se presenta la idea de que América siempre estuvo ahí oculta a los ojos de los europeos, y que Colón es el elegido por la providencia para llegar ahí y completar el plan divino que es la evangelización de los indios. Mucho más adelante, en el capítulo lxxix afirma que las tierras concedidas por el papa a los Reyes Católicos tienen detrás un «terrible y formal precepto» de mandar

…varones buenos y temerosos de Dios, doctos, peritos y bien entendidos en lo que requiere para la dicha conversión, experimentados asimismo para instruir y doctrinar los vecinos y moradores, naturales destas tierras, en la fe católica, y los enseñar y dotar de buenas costumbres, poniendo en ello toda la debida diligencia; y allende desto, concluye el Sumo Pontífice sus letras apostólicas, con mandar, so pena de excomunión Latae sententiae ipso facto incurrenda(que quiere decir, que, para ser descomulgado, no es menester otra sentencia ni declaración alguna, más de hacer el contrario). 43

Por ello afirma al inicio de su obra:

Y aclarado la causa destos inconvenientes (de los errores infundados por otros escritores), fue la ignorancia del principal fin [la evangelización de los indios] que el descubrimiento destas gentes y tierra pretende la divina Providencia, (este no otro sino el que vestirle hizo nuestra carne mortal, convienen á saber, la conversión y salud destas ánimas, al cual todo lo temporal necesariamente debe ser pospuesto, ordenado y dirigido), ignorar también la dignidad de la racional criatura, y que nunca del divino cuidado fue tan desamparada y destruida, que más singularmente no la proveyese que a todo la universidad de las otras inferiores criaturas […] por consiguiente, que también á estas gentes había de disponer la divinal Providencia en lo natural, haciéndolas capaces de doctrina y gracia, y en lo gratuito aparejándoles el tiempo de su vocación y conversión, como hizo y creemos que hará á todas las otras que son ajenas de su santa Iglesia, mientras durare el curso de su primero advenimiento. 44

En este discurso, el concepto del indio se entiende como una materia blanda dispuesta a recibir el Evangelio y con ello concretar el plan divino. Por ello, los soldados, comerciantes y encomenderos son un obstáculo para la realización de dicho plan:

Y digo, que Vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni haga pié ningún extranjero, salvo católicos cristianos, pues esto fue el fin y el comienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana, ni venir á estas partes ninguno que no sea buen cristiano. [Palabras de Colón] […] y puesto que hay aquí en ellas que notar más, dos cosas al presente me parece que debo en ellas tocar; la primera es, como en todas partes y diversas, que hasta aquí había descubierto destas islas, hallaba y experimentaba las gentes dellas mansísimas y dóciles, y juzgaba ser aptas para recibir nuestra sancta fe, y así de yodas lo certificaba; la segunda es, como el Almirante cognoscia ser el fin de sus trabajos y del descubrimiento de aquellas tierras y gentes, la conversión dellas y el aumento y gloria de la religión cristiana. [Palabras de Las Casas]. 45

De igual manera, la guerra de conquista era injustificada y la esclavitud de ninguna forma podía tolerarse. Al argumento de que la guerra de sometimiento se les hacía como castigo por su idolatría e infidelidad, Las Casas argumentaba:

Según las reglas y disposición de los cuales se han de considerar, la diferencia que hay de infieles á fieles ser de tres diferentes maneras: la una que algunos hay ó puede haber que nos tienen usurpados nuestros reinos y tierras injustamente, otros que nos infestan, fatigan, impugnan, no sólo inquiriéndonos y pretendiendo turbar y deshacer el estado temporal de nuestra república, pero el espiritual evertiendo (sic.) y derrocando, en cuanto pueden de principal intento nuestra santa fe, cristiana religión y á toda la católica Iglesia; otros que ni algo jamás nos usurparon, ni algo jamás nos debieron, nunca nos turbaron ni ofendieron, nuestra cristiana religión, nunca supieron que fuese, ni se ella ó nosotros fuésemos en el mundo jamás tuvieron noticia, viviendo en sus propias y naturales tierras, reinos distintísimos de los nuestros suyos. De aquí es que con estos tales, donde quiera y cuando quiera que se supieren ó hallaren en todo el universo Orbe, y con cuántos y cuan graves y gravísimos pecados de idolatría y de otra cualquiera nefanda especie que tengan, ninguna cosa tenemos que hacer, sino sólo en cuanto los debemos amorosa, pacífica y cristiana, que es caritativamente como quisiéramos nosotros ser atraídos, traer ó atraer á la santa fe por la dulzura, suave y humilde y evangélica predicación, según la forma que para predicar el Evangelio, Cristo nuestro maestro y Señor dejó en su Iglesia establecida y mandada; y desta especie tercera son todos los indios destas nuestras océanas Indias. Para este fin, y no por otro, constituyó la Sede apostólica y pudo lícitamente, por autoridad de Cristo, constituir á los reyes de Castilla y León por príncipes soberanos y universales de todo este vastísimo indiano mundo. 46

Al introducir al indio en la lógica de una historia de salvación, Las Casas terminaría por utilizar el concepto de indio como una posibilidad final o si se quiere futura. De acuerdo con él, las Indias fueron concedidas a condición de una finalidad: la evangelización, que en el pensamiento teológico implicaría una necesidad de redención universal. De esta manera, el concepto desarrollado sobre el indio sirve para sustentar esta pretensión. No obstante, de ser una mera palabra utilizada en un contexto geográfico y económico, los reclamos de los evangelizadores terminarían por desplazarlo al contexto de los saberes occidentales, en particular el derecho, donde se transformaría en un concepto polémico, cuyo estatuto de verdad sobre la naturaleza del indio se disputarían los diferentes grupos sociales. En el discurso de Las Casas el concepto no sólo es garante de polémica, sino que en su semántica comenzarían a concentrarse experiencias y expectativas. La terrible experiencia de la conquista, donde la guerra y la injusticia azotaron a eso pueblos «pacíficos» dispuestos a recibir el Evangelio por amor y no por fuerza. Aquí Las Casas explotaría la imagen de la violencia extrema en contra de los indios, particularmente en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. O la experiencia en el polo opuesto de los tratadistas, de ser sujeto de una empresa gloriosa y honorable de conquista, como lo fue para Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara o Hernán Cortes. En el caso de las expectativas futuras, la empresa sería la evangelización, bajo la «suave» guía de los frailes, para contribuir al «acrecentamiento y gloria de la religión cristiana».

¿Por qué el indio es un concepto?

Ésta es una pregunta complicada y pertinente, pues de cierta manera sustenta el quehacer de este trabajo. La respuesta a esta pregunta requeriría una argumentación profunda y de varias páginas, situación con la que no contamos en estos momentos. Sin embargo, sí podemos despojarnos, por el momento, de la reflexión teórica, para rápidamente responderla.

Si partimos de que una de las materias primas con la que trabajamos los historiadores es la escritura, entonces reconocemos que una de las formas con que contamos para reflexionar sobre el pasado y de esta forma reconstruir una historia, son los textos, textos escritos que se componen de párrafos, enunciados, palabras y conceptos. Si estamos de acuerdo con esto, estaremos de acuerdo con que dentro de los textos no encontramos «indios reales», sino indios construidos y dibujados por los diversos saberes que han arrojado sobre él toda una gama de observaciones y han hecho descripciones de él a través de los tiempos históricos. Así pues, en los textos escritos que se convierten en discursos o los discursos que son textos escritos, el concepto del indio cumple una función referencial en la medida en que contiene significado. Pero el simple criterio de poseer un significado no es sustento suficiente para afirmar que el indio es un concepto en los discursos, ya que de ser así sólo lo entenderíamos como una palabra. La característica principal de las palabrases que se estabilizan socialmente, debido a que dejan de ser asunto de debate público y lucha política por apropiárselos e imponerlos. Así, las palabras en su uso social no transmiten nada, más que un estéril y cristalino significado, sobre el cual ni siquiera es pensable una reflexión crítica. Por otro lado, los conceptos son polémicos, pues como mencionamos hace un momento, diferentes grupos sociales luchan por establecer la verdad sobre su significado e imponer esa verdad semántica. Más importante aún sobre el carácter de los conceptoses que transmiten una historia, de ahí la posibilidad de que sean poderosos detonadores de praxis social. A nivel de la pragmática del lenguaje los conceptos generan efectos de presencia en el ámbito social, pues «condensan experiencias y expectativas», es decir, apelan a la memoria de un pueblo o se proyectan a posibilidades futuras. ¿Acaso no es esto lo que ocurre con el concepto del indio a nivel del discurso, como bien demostramos en este trabajo? Pugnas, recuerdos y posibilidades.

Esta postura nos dirige a reflexionar sobre la construcción de ese «indio de papel» que se forja a través de los paradigmas del saber. Sin embargo, igual de necesaria es una reflexión sobre ese indio real histórico encubierto de la misma forma por los paradigmas del saber, pues el constructo impacta en la «vida real» del indio y se manifiesta con su control y exterminio a nivel político y social. Por lo tanto, el camino del constructo al «indio real» es un camino que es necesario abordar, de la misma forma que el camino del «indio real» al «indio de papel» a través de los paradigmas del saber. No obstante, hasta aquí sólo vamos a la mitad que una historia de los conceptos nos permite realizar, pues sólo abordamos al indio ya sea objeto de estudio y/o construcción de un saber. Faltaría un estudio sobre cómo el concepto se desborda sobre la sociedad para justificar las acciones políticas emprendidas contra los indios. Esas acciones se posibilitan no sólo por los enunciados epistemológicos vertidos por los paradigmas del saber; sino también por los conceptosenunciados en los discursos políticos puesto que esos conceptos conllevan en su semántica experiencias y expectativas que es posible historizar.

De esta manera, una historia de los conceptos permite, por un lado, realizar una historia del indio como una construcción artificial y, por el otro, una historia del indio como construcción histórica. De una a la otra lo que cambia es la noción de experiencia propia de las disciplinas del saber frente a una experiencia propia del mundo de la vida. Sin la segunda, el efecto de la construcción del indio propia de los saberes, a nivel social, sería casi nula.

Bibliografía

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Juan Ginés de Sepúlveda, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, México, Fondo de Cultura Económica, 1941.


1 En la época, la palabra «India» remitía a un espacio geográfico poco específico: designaba lo que se encontraba más allá del mundo musulmán.

2 Cristóbal Colón, Diario, cartas y relaciones. Antología esencial, pp. 121-123. 

3 Cf. Noé Jitrik, Historia de una mirada. El signo de la cruz en las escrituras de Colón, pp. 80-88.

4 Ibid., p. 84.

5 Sin embargo, el rasgo no sería de menor envergadura, si se considera que en ese momento —y posteriormente cuando se tenga certeza de estar en otro lugar y no en el extremo oriental de las Indias— necesariamente abriría la puerta para tratar de definir el ser propio de estos individuos. Episodio clave ya que, a partir de ese momento, el cuerpo del indio se transformaría en un «texto en blanco» como Michel de Certeau lo llegó a denominar, donde los saberes de Occidente han derramado tinta hasta el cansancio al tratar de definir el ser y lugar del indio en el mundo y la historia.

6 Por supuesto que, si nos remontamos a la descripción de la empresa, el almirante refiere constantemente a la búsqueda del oro y su desesperante escasez. Así el relato transcurre en una necesidad de catalogar y enumerar las posibles riquezas que se pudieran explotar a favor de la Corona española.

7 C. Colón, op. cit., p. 122.

8Ibid., p. 127.

9 Ibid., p. 211.

10 Ibid., p. 222.

11 N. Jitrik, op. cit., p. 86. Cf. también Luis Javier Ramos Gómez, Cristóbal Colón y los indios taínos. De octubre de 1492 a diciembre de 1494, pp. 89-100.

12 Anthony Pagden, La caída del hombre natural, p. 71.

13 C. Colón, op. cit., p. 123.

14 Ibid., p. 134.

15 Ibid., p. 212.

16 Ibid., p. 238.

17 C. Colón, op. cit., p. 310. Afirmaciones que menciona con anterioridad en la carta a Luis de Santángel.

18 Ibid., p. 316.

19 J. L. Ramos Gómez, op. cit., pp. 105-112.

20 Situación en sumo sospechosa debido a que el texto que conservamos actualmente fue una transcripción realizada por Las Casas en 1552. La posición de Las Casas era demostrar la injusticia de la conquista, sobre la base de que los indios para él eran pacíficos, pobres y dados a una inclinación natural por recibir la fe cristiana. Sobre este constructo indiano hablaremos más adelante.

21 «La diferencia destos [caribes] a los otros yndios en el ábyto es que los de Caribe tienen el cabello largo, los otros son tresquilados e fechas de cien mill diferencias en las cabecas de cruzes, e de otras pinturas en diversas maneras, cada uno como se le antoja, lo cual lo hacen con cañas agudas», carta de Diego Álvarez Chancha, en Francisco Morales Padrón, Primeras cartas sobre América (1493-1503), p. 120.

22 «Sabido es que el término “caníbal” no existe en la representación antigua o medieval del salvaje; su manifestación más cercana es la del antropófago, que el Diccionario de Autoridadesdefine como “hombre que come carne humana”. Peter Hulme explica la génesis de dicho término, de origen griego, formado por dos sentidos, que delinea seres vinculados con una supuesta nación remota, más allá del Mar Negro. Entonces, la imagen de estos seres que “comen carne humana” es puesta en escena, discursivamente, por medio de un término de la lengua griega que define seres y espacios exteriores al mundo occidental. En otra de sus vertientes, estos antropófagos remiten también a lo monstruoso y disforme presente en todo relato de viaje medieval: recordemos que estos seres habitaban los confines e incluso denotaban la cercanía de riquezas inconmensurables. El término “caníbal”, en cambio, se despliega por primera vez en el texto colombino: como lectores es posible asistir a la génesis de una categoría que funda una imagen tan central del Otro que logrará convertirse en hegemónica y desplazar todo término relacionado a la antropofagia», del prólogo de Valeria Añón y Vanina Teglia en C. Colón, op. cit., p. 65.

23 Ibid., p. 115.

24 Memorial del 30 de enero de 1594, citado en María Monserrat Guerrero, El segundo viaje colombino, p. 287.

25 Idem.

26 Ibid., p. 288.

27 F. Morales Padrón, op. cit., p. 134.

28 Ibid., pp. 153-154.

29 Ibid., p. 127.

30 Ibid., p. 136.

31 En efecto, durante la polémica sobre la justicia de la conquista que protagonizaron Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas jamás se cuestionó el carácter humano de los indios, es decir, su capacidad de participar de la razón, puesto que la entendían, sino su rechazo al sometimiento de la razón, es decir, a la soberanía de España. Mientras que Sepúlveda argumenta que los indios hacen la guerra a los españoles y por ello es justa la conquista, Las Casas argumenta que nunca han existido hombres y mujeres más pacíficos y la conquista es a todas luces injusta.

32 Estas acciones se generan después de la huida de Pedro de Margarit y Bernardo Boyl de La Española en septiembre de 1594, en una de las naves que dejó Colón tras su partida a la exploración de Cuba. A su regreso el 29 de septiembre, el gobernador se encontraría con esta situación.

33 Ibid., p. 160.

34 M. M. Guerrero, op. cit., pp. 464-465.

35 Para tener el derecho de emprender la guerra contra los indios los españoles les leían un texto, escrito en castellano, en el cual justificaban su pretensión de tomar posesión de su tierra, de gobernarlos y convertirlos. La idea general era que el poder espiritual y temporal de Dios, creador y maestro del universo, había sido transmitido al papa por la mediación de Cristo. Puesto que el papa Alejandro VI había dado las Indias a los reyes de Castilla, los indios debían aceptar su jurisdicción. Si no lo hacían, los españoles les podían justamente hacer la guerra, reducirlos a la esclavitud y tomar sus bienes. Sobre esta situación Gonzalo Fernández de Oviedo dice: «Yo pregunté […] al doctor Juan López de Palacios Rubios [autor del Requerimiento], por qué él había ordenado aquél requerimiento, si quedaba satisfecha la conciencia de los cristianos, con aquél requerimiento; y díjome que sí, si le hiciese como el requerimiento lo dice. Más parecióme que se reía muchas veces, cuando yo le contaba lo de estas jornadas y otras», Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, t. 3, p. 230.

36 José Chez Checo, «El sistema de encomiendas en Santo Domingo durante el siglo XVI», pp. 72-78.

37 Citado en ibid., p. 79.

38 Juan López de Palacios Rubios citado en Gilles Bienvenu, «Universalismo o relativismo de valores: el debate de Valladolid», p. 205.

39 Juan Ginés de Sepúlveda, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, p. 29.

40 Ibid., p. 32.

41 Ibid., pp. 105-107.

42 A. Pagden, op. cit., pp. 138-141.

43 Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, t. 1, p. 486.

44 Ibid., pp. 20-21.

45 Ibid., pp. 351-352.

46 Ibid., p. 28.