Este trabajo no busca examinar la violencia como padec99imiento sino como reivindicación. Por tanto, no nos detendremos en caracterizar la violencia ejercida por instituciones mundiales, oficiales y oficiosas, públicas y privadas, legales y criminales, sobre individuos, grupos sociales y poblaciones enteras. La dimensión coercitiva de tal violencia se dará por sentada. Las violencias puntuales que estudiaremos aparecen como respuestas a la violencia sistémica inherente a la administración tardo-capitalista del mundo, es decir, en palabras de la filósofa y activista mexicana Sayak Valencia, como respuesta a la violencia del capitalismo gore.
Tal vez, por manifestarse en un contexto europeo y en grupos sociales todavía muy circunscritos, parecerá irrisoria la violencia aquí tratada, en comparación con las modalidades actuales en que se da en América Latina, y en México en particular. Sin embargo, nos parece crucial plantearnos ambos tipos de violencia. Otros trabajos sobre el tema se empeñan en estudiar esta violencia padecida; aquí nos esforzaremos en caracterizar la violencia puntual reivindicada por los que padecen de una violencia sistémica.
Partamos del siguiente balance: la reivindicación de una violencia estratégica se da como un fenómeno común a varias componentes de la llamada «ultra-izquierda» francesa. Nos valemos de la expresión «ultra-izquierda» por comodidad, aunque no resulte satisfactoria en absoluto; es en efecto poco precisa en la medida en que, dependiendo de quien la emplea, designa a movimientos distintos. Por ello no mencionamos a la corriente histórica de disidencia del marxismo. Su única ventaja es designar a grupos que se encuentran plus ultra, más allá de la izquierda, es decir, fuera del juego de los partidos políticos. En efecto, nuestra reflexión no se coloca en el plano de la política institucional, sino de la micro-política. Por eso no nos toca hablar de partidos, sino de individuos y grupos, de deseos e influencias. La expresión «ultra-izquierda» encubre además, principalmente, todos los movimientos autónomos.
Desde la década de 2000 aparecen discursos teóricos militantes que plantean la necesidad absoluta de un aprendizaje colectivo del manejo de la violencia, sin la cual no se podría elaborar un sabotaje eficaz del «mundo» neoliberal que se pretende desbaratar junto con su violencia propia. Concretamente, esos llamamientos teóricos reciben pendientes técnico-prácticos. Nuestro trabajo parte de un contexto preciso: la primavera de 2016 y el movimiento social masivo que se dio a partir de marzo en contra de la ley de reforma laboral, también llamada Ley El Khomri. Además de la amplitud que cobró el movimiento, sin precedentes desde el movimiento anti-CPE de 2006 en Francia, se caracterizó por un rechazo sistémico que rebasa con creces la simple oposición circunstancial a la ley de reforma. Se multiplicaron las reivindicaciones anticapitalistas y el rechazo a la política institucional, tachada de farsa, así como aparecieron formas inéditas de organización y acción directa. A nivel micro-estratégico y en el contexto particular que nos interesa, la expansión del fenómeno de los Black Blocs en las manifestaciones atestigua una creciente reivindicación de la violencia física por parte de los manifestantes, de la invención y del manejo de armas concretas frente a las fuerzas policiales. A nivel macro-estratégico, la deserción social se da principalmente en la creación de las ZAD («Zonas A Defender») y otros espacios de vida autogestionados que se sustraen a la sociedad francesa para contradecirla y que se presentan como propedéutica a una «insurrección que viene».
Fuga, huida, deserción, secesión y otros sinónimos son presentados como armas estratégicas primordiales: por una parte, para protegerse de la violencia sistémica; por otra parte, para provocar la desbandada del sistema. Padecer, huir para defenderse, hacer huir para atacar: la fuga en sus varias modalidades abarca una vertiente defensiva tanto como ofensiva. Para esclarecer esta ambivalencia estratégica de la fuga y sacarla de una vez del plano moral para colocarla en una perspectiva propiamente política, nos basaremos en el concepto elaborado por Gilles Deleuze. Así lo define en un párrafo de Diálogos:
…huir no significa, ni muchísimo menos, renunciar a la acción, no hay nada más activo que una huida. […] Huir es hacer huir, no necesariamente a los demás, sino hacer que algo huya, hacer huir un sistema como se agujerea un tubo.2
Lo que nos interesa en definitiva es determinar según qué condiciones la huida puede volverse ofensiva, por muy paradójica que pueda resultar la expresión.
La fuga parece así poder constituir un arma inédita que puede oponerse a una violencia sin precedentes; esto es lo que proponemos examinar aquí. Es decir que proporcionaría una resolución adecuada en el contexto de una violencia padecida que se caracteriza por el engaño. No nos estamos refiriendo ahora a la violencia directa, por explotación explícita de los cuerpos y recursos materiales y que se da en las periferias productivas del capitalismo, el llamado «Tercer Mundo». Más bien hablamos de la violencia generalizada y velada que se manifiesta en el «Primer Mundo» bajo la forma de una alienación consentida de los individuos, vía el consumo y la forma de vida que le corresponde. Por eso hablamos de «violencia engañosa» y de servidumbre voluntaria, ya que se trata de una coerción de hecho que se presenta como una libertad y como la plena realización de la democracia.
En este contexto, las diversas formas que reviste la fuga micro-política (las detallaremos en un instante) parecen operativas. Por ejemplo, el boicot bajo todas las formas (de un producto, de una firma, de una tecnología, de un lugar, etc.). El boicot, se presenta como una suspensión del consumo, es decir, precisamente como el único cortocircuito posible de la violencia por alienación característica del capitalismo tardío. Más adelante ahondaremos en el concepto.
El problema que se nos plantea es dilucidar con qué condiciones las declinaciones de la fuga aparecidas, entre otras cosas, en el contexto francés contemporáneo como nuevas formas posibles de acción política, logran pasar de la simple huida en el sentido común y corriente de la palabra, a una estrategia política de conjunto. ¿Cómo la huida puede completar y ser completada por deserciones y fugas? Con otras palabras: ¿qué fugas emprender, y cómo —para poner en práctica la inquietud de René Char así formulada en el fragmento 72 de las Hojas de Hipnos— «actuar como primitivo, prever como estratega»?
Nos toca elucidar en qué condiciones la fuga puede constituir un arma, es decir, una violencia reivindicada. Para empezar, por fuga entendemos tres acciones distintas, tres modos, tres intensidades de un mismo movimiento: salvarse, desertar, fugarse.
Salvarse
En francés, existe el verbo se sauver que junta los dos sentidos de «escapar» y «salvarse el pellejo»; no tiene equivalente en español. Para mayor comodidad, emplearemos el verbo español «salvarse», pero implícitamente le damos el doble sentido que tiene el verbo francés. Es decir que este primer modo de la fuga corresponde al sentido común de la palabra huida. La huida primitiva se lee en los cuentos, cuando el lobo corre detrás del niño para devorarlo; también cuando el policía persigue al criminal, al mafioso, al buen ladrón o al clandestino para agarrarlos y meterlos a la cárcel. Siempre se huye para salvarse el pellejo. Resulta muy claro en el caso del preso fugitivo, del evadido. O bien, la fuga en su forma más simple puede ser consecuencia de una acción reprehensible, tal vez violenta y, en todos los casos, reprehendida; o sea de un elemento perturbador. Tenemos el esquema primario: acción culpable o considerada como tal (en este sentido, se trata de una violencia física, o simbólica, en contra de un orden moral, social, político); persecución y consecuente huida. Salvarse tiene en todo caso una dimensión muy concreta. Se trata del grado cero de la estrategia: la operación, en el sentido militar de la palabra, es decir una acción concreta ejecutada por un comando y planeada por el Estado Mayor como elemento básico de una estrategia.
Desertar
En segundo lugar, entendemos la fuga como una deserción. El origen militar del término tiene un matiz peyorativo que iremos ignorando, en conformidad con la concepción política y por tanto extra-moral de la fuga que aquí intentamos brindar. El desertor es el soldado que deja de luchar para salvarse la vida. Más generalmente, desertar consiste en sustraerse a un orden impuesto desde fuera, a una situación insoportable, para seguir vivo. Como transgresión, la deserción aparece como una violencia, aunque esa violación de un orden determinado corresponda en realidad a una mayor adecuación a otro. Concretamente, el uso generalizado de Internet y de las tecnologías de comunicación establece una identificación ininterrumpida de los usuarios; en este sentido la sociedad contemporánea aparece como una sociedad eminentemente democrática en la cual se realiza plenamente el derecho de expresión, pero también como la sociedad de control más acabada que se haya dado jamás en la historia. En este contexto, la deserción puede declinarse de varias maneras, desde la subversión de las tecnologías al rechazo total de su uso. Se trata del grado uno de la estrategia: la fuga ya no es una mera operación puntual, sino que se multiplican las fugas primitivas hasta formar una red relativamente coherente de fugas interconectadas. Ya se puede hablar de táctica, en el sentido de «primera articulación de acciones particulares». La suma de las tácticas se inserta en la perspectiva global de una estrategia de conjunto.
Fugarse
Una fugue, en francés, es cuando un niño se marcha de casa sin avisar a nadie para buscarse la vida, aunque fuera durante algunas horas o días: irse de pinta. En el contexto que nos interesa, por fuga designaremos la secesión duradera emprendida por individuos y grupos que, en su rechazo de la sociedad tardo-capitalista y de su violencia difusa, buscan y logran crear formas de vida alternativas en ruptura con la sociedad globalizada. Es por referencia a su origen musical que elegimos el término de «fuga» para remitir a esta forma más constante y sistemática de huida. En efecto, la fuga es una forma de composición basada en la repetición con variación de un mismo motivo melódico; esa forma que tanto trabajó Bach. Algo se fuga en la música: el tema principal, con variaciones, brinca de una voz a otra. La multiplicación, conexión y sistematización de las huidas duraderas y hasta definitivas equivale, en el plano micro-político, a ese leitmotiv musical. La fuga en este sentido preciso constituye entonces la plena realización de la estrategia, en la medida en que por ella se llega a proponer una forma de vida contradictoria y alternativa a la forma violenta impuesta por el capitalismo tardío.
Salvarse es una manera de sobrevivir en la emergencia; desertar es una manera de seguir vivo (de no estar muerto-en-vida) en el largo plazo de una existencia humana; fugarse es tratar de vivir bien en el sentido aristotélico, o sea, en el tiempo colectivo de la comunidad política. Los tres modos e intensidades de la fuga son en realidad interdependientes y, aunque, según las circunstancias, uno pueda eventualmente darse sin el otro, la resolución de la violencia padecida no se puede cumplir sin la realización de los tres planos de la estrategia.
En el contexto de una violencia no declarada y, por así decirlo, viciosa —tal y como hemos caracterizado la violencia hegemónica intrínseca al capitalismo gore—, los tres niveles de fuga micro-política proporcionarían armas concretas adecuadas a ese nuevo tipo de violencia. Además, parecen capaces de suplir algunas formas antiguas de lucha social, por cierto adecuadas a una forma de violencia explícita, pero ya parcial o totalmente obsoletas. Para dar un ejemplo, la afiliación a un sindicato obrero pudo, en cierto momento, constituir un acto eficaz de defensa y protesta del obrero frente a la explotación patronal. Hoy ese tipo de afiliación en el mejor de los casos no cambia nada y, en el peor, hasta puede contribuir a congelar el estado de las condiciones de trabajo y empleo, dando la ilusoria imagen de una acción efectiva. En cambio, ciertas técnicas nuevas pueden revelarse operativas. Por ejemplo, el boicot bajo todas las formas (de un producto, de una firma, de una tecnología, de un lugar, etc.). En efecto, el boicot se presenta como una suspensión del consumo, es decir, precisamente como el único cortocircuito posible de la violencia por alienación característica del capitalismo tardío. No resulta ser otra cosa que una ausencia voluntaria del consumidor, una falta a la llamada publicitaria, una huida ante la solicitación constante de hiper-presencia característica de la sociedad contemporánea. «No te lo pierdas», «Sé parte de la experiencia», «Súmate». Mira, escucha, compra. De la forma más cabal y sencilla, la ausencia de respuesta, el silencio, la huida provocan cortocircuito en esas intensísimas redes de publicidad, comunicación y venta. El boicot así aparece como la forma técnica general de la fuga, y en definitiva como el paradigma de la violencia instrumental micro-política, es decir, de las violencias por fuga que se pueden oponer a la hegemónica violencia por solicitación.
Designaremos las variantes concretas del boicot con la expresión técnicas fugitivas. El término «técnica» da cuenta del aspecto práctico defensivo/ofensivo de esas nuevas costumbres «militantes». En este sentido, «técnicas» debe entenderse como sinónimo de «armas». A continuación procederemos a distinguirlas según el modo e intensidad de la fuga que cada una sirve prácticamente. Nos hallamos pues ante tres categorías de técnicas fugitivas: las técnicas de huida, las técnicas de deserción y las técnicas de fuga. Son complementarias en la medida en que cada una corresponde a un nivel de la estrategia de conjunto, respectivamente: la huida como operación, la deserción como táctica, la fuga como estrategia.
Contexto
Fue notable el incremento de las tensiones entre policías y manifestantes a lo largo de la primavera de 2016 en Francia, a diferencia del pacifismo visiblemente consensual de los recientes y anteriores movimientos de similar amplitud. Se habló mucho en los medios de comunicación de «violencias», de «alborotadores» y de «desbordamientos». De esos fenómenos hablamos, sin hacernos cargo de la terminología mediática. Un grafiti que apareció entonces aseguraba, en contra de la doxa sobre el tema: «¡No es la manifestación lo que se desborda, sino el desbordamiento lo que se manifiesta!». Hay que ver cómo.
En el preciso contexto de la protesta se dan tres violencias distintas. Primero, la violencia hegemónica, que es trasfondo y motivo de la propia manifestación. Luego, la violencia policial, que aquí llamamos violencia maquinal, a la vez por ser ejercida maquinalmente (aplicando directivas) y por ser emprendida por armas profesionales manufacturadas, es decir por máquinas bélicas. Finalmente, la violencia manifestante, ejercida principalmente por los llamados Black Blocs (BB), grupos formados espontáneamente durante la marcha, por anónimos que se visten enteramente de negro y se tapan la cara para no ser identificados. Aunque no siempre, la mayoría de las veces el BB asume cierta violencia, que se resume por una parte en el enfrentamiento con la policía y por otra parte en la destrucción de material urbano. Tal violencia es limitada por las escasas herramientas de las que pueden disponer los manifestantes, por legislación en los países en que está prohibida la tenencia de armas, y por registros previos a la entrada de una manifestación. Éstos, en efecto, se han multiplicado durante el estado de excepción inaugurado por la ley de estado de emergencia. Por sus medios reducidos y por la naturaleza de sus armas, llamamos esta violencia manifestante violencia artesanal.
a) La operación: huir
1) Violencia artesanal. Las armas fabricadas enfrentan a las armas manufacturadas de la policía, las cuales se van aproximando cada vez más al armamento militar. Se trata de la capacidad de forjar sus propias armas, de ser artesano de su propia fuerza dominando técnicas de fabricación y técnicas corporales.2 En este sentido, la violencia artesanal es una pericia. Ser perito significa poner directamente en cuestión el mecanismo de alienación tardo-capitalista que, al crear una dependencia vital del sujeto a una batería de tecnologías, lo expropia de su habilidad potencial para producir, fabricar, arreglar. El hombre habilidoso, mil usos, es la negación en acto del individuo espectador.3 Así entendida, la violencia artesanal se manifiesta de forma particular como respuesta circunstancial a una situación urgente de contienda, es decir, como armamento auxiliar; y, de forma muy general, como una resistencia creativa a la sociedad del espectáculo.
2) Destrucción y anonimato. Asumir el papel de Black Bloc durante una protesta consiste principalmente en dos actos significativos: la destrucción y el anonimato. O sea, una forma de violencia y una forma de fuga. La destrucción se limita a romper lo único que puede romper una fuerza minoritaria en un contexto de lucha simbólica: cajeros para simbolizar la destrucción del sistema financiero mundial, vidrios de determinadas tiendas para simbolizar el destrozo de las empresas multinacionales y de la sociedad de consumo. Resulta imprescindible subrayar el carácter esencialmente simbólico de la violencia destructiva artesanal; en realidad se trata de un iconoclasmo. Sus armas son el martillo rompevidrios, la piedra y el espray de pintura. Armas subversivas en la medida en que violan algunas leyes (prohibición de escribir en las paredes, ofensa a las fuerzas policiales, destrucción de bienes ajenos). Se trata de armas ofensivas por cierto, pero con la excepción de que provoquen un incendio, no se puede dañar seriamente a las fuerzas de seguridad. En suma, los ataques iconoclastas se circunscriben al plano exclusivamente simbólico.
El anonimato aparece como arma defensiva, pues protege al individuo culpable de destrucción. Por sustracción de identidad, corresponde a una forma de fuga. Pero no en el sentido moral tachado de cobardía de la que a veces se le quisiera acusar. Aunque sí comportan el riesgo de procedimientos judiciales en contra de sus autores, las destrucciones se limitan esencialmente a violencias simbólicas: por eso no pueden o no deberían insertarse en el plano moral de la hazaña o de la fechoría, del valor o de la cobardía. Son perpetradas por lo que son, es decir, como creación de imágenes impactantes destinadas principalmente a suscitar la unidad alegre de un movimiento, a celebrarla y alimentarla. De ahí el empleo recurrente de un nosotros, la reivindicación de un sujeto colectivo en los grafitis. Pertenecen en verdad a la vertiente cultural de la estrategia de salida del capitalismo «y su mundo». Por eso las destrucciones y grafitis de los BB no buscan convencer a nadie y en absoluto buscan legitimar su violencia. Sus operaciones participan de una táctica de auto-reforzamiento del movimiento a través de la producción de una cultura colectiva. Eso supone, desde el punto de vista de la práctica, arriesgar lo menor posible teniendo en cuenta tanto la inferioridad numérica de los BB como su desarme frente a las fuerzas policiales. De ahí la aplicación de la fuga como técnica de retirada, según la fórmula de Lawrence de Arabia: «obtener la victoria sin librar batalla».4 La fuga-retirada (salvarse) se da en tres modalidades: el anonimato del traje de BB; el truco de magia de cambiar de vestimenta de BB a ropa de calle después de una operación; la huida sencilla, a la carrera, que requiere cierto conocimiento del terreno urbano para poder escapar rápidamente.
Las acciones violentas en manifestación aparecen como operaciones en el sentido militar de la palabra: muy circunstanciales, con una eficacia únicamente simbólica,5 son imprescindibles pero no decisivas para la estrategia de conjunto de una salida del mundo tardo-capitalista. Se apoyan con técnicas de huida, o sea de necesarias técnicas de retirada. Participan de una cultura de la estrategia, pues modelan una sensibilidad estética colectiva al invocar referencias filosóficas, poéticas y políticas comunes, a la vez que manifiestan cierto humor propio. El grafiti es una forma concreta muy representativa de esa cultura. Un ejemplo: «Nosotros estamos del lado de los que joden a la BAC».6 El chiste reside en la referencia implícita y paródica a la primera proposición del opúsculo Llamamiento del Comité invisible, que dice: «Nosotros estamos del lado de los que se organizan».
b) La táctica: desertar
Aquí trataremos del segundo nivel de la estrategia, ya caracterizado como táctica. En términos de fuga, hemos elegido el término de «deserción» para designar la técnica de fuga, es decir, el arma inédita que corresponde a esta fase del desarrollo estratégico. El contexto es el de la sociedad de control cibernético. De manera concomitante al desarrollo de las tecnologías de control, que se inserta en una digitalización de la información y cuyo plano de actividad casi exclusivo es el Internet, asistimos a la proliferación de técnicas de deserción. Por esa expresión entendemos una serie de armas de autodesaparición programada, o sea precauciones, costumbres y tecnologías manejadas con el objetivo de oponer la deserción al control. Se trata de una modalidad del boicot.
En primer lugar, una de las tácticas de boicot desertor consiste en oponer al uso identificador y vigilante de las tecnologías digitales (Internet, redes sociales y tecnologías de comunicación) un uso perverso de esas mismas tecnologías. Un uso perverso, es decir, un uso marginal que tiene otras metas que el uso hegemónico. Concretamente, en el caso de Internet, significa sacar provecho de su potencia de información y de conexión, pero sustrayéndose a todo el rastreo que su uso impone. No se trata de privarse de tal tecnología, sino de encontrar los medios para hacer uso libremente de ella. La red numérica mundial y descentralizada Tor es un ejemplo de ese tipo de astucias tecnológicas. El navegador Tor permite hacer una búsqueda en Internet de manera anónima. En efecto, la dirección IP de partida (por ejemplo, la de una computadora española) está oculta detrás de la dirección de un administrador de Tor en cualquier parte del mundo (por ejemplo, Rusia), la cual a su vez está encubierta por una nueva al cabo de cierto tiempo (por ejemplo, en Brasil), para mayor seguridad. Dado que las máscaras se amontonan como las capas de la cebolla, se llama The Onion Routeur, el Enrutamiento de Cebolla. Se trata de una tecnología de deserción donde desertar significa volverse anónimo. En el contexto de la sociedad cibernética, el anonimato aparece en efecto como modalidad central de la fuga proto-estratégica (táctica).
En el caso de Tor, el uso de la tecnología de deserción no depende de una habilidad técnica particular, pues es muy simple su manejo. Basta conocer su existencia para descargarlo, instalarlo y usarlo. En suma, solamente depende de cuán informado esté uno. Esto supone una inserción previa del individuo en los círculos informados; en este caso, los círculos informáticos y/o «militantes». Sin embargo, otras técnicas de deserción requieren por su parte un aprendizaje y una habilidad específicos. Por ejemplo, el cifrado manual de datos informáticos. Además, es de notar que existe una técnica de deserción más radical: el no-uso de una tecnología. Es viable en caso de que uno pierda menos al abstenerse de usarla en vez de al usarla. El no-uso es un último recurso.
En todo caso, el uso de esos diversos tipos de técnicas de deserción aparece como una práctica esencialmente defensiva. Se trata en efecto de proteger su identidad, sus informaciones personales y sus actividades del rastreo sistemático. Es una respuesta a la violación de la identidad, vida privada y libertad; el rastreo y todo tipo de colecta de informaciones aparece así como una violencia a la vez generalizada y relativamente invisible. Generalizada, porque todo usuario de Internet se expone a la colecta de datos con fines de publicidad o de vigilancia policial. Relativamente invisible, en la medida en que esta violencia esencialmente coercitiva se presenta paradójicamente como una libertad democrática. Por ejemplo y principalmente, el uso masivo de las redes sociales como Facebook se presenta como la plena realización de un derecho democrático inalienable (libertad de expresión); siempre y cuando se multiplique de manera no-declarada una colecta sistemática de información sobre cada usuario.
A ese tipo de violencia velada se opone entonces una táctica retráctil: ¿nos quieren ver siempre y por todas partes, nos quieren mirar? Desaparezcamos.7 Se trata de oponer una fuga por deserción a la violencia de la hiper-presencia. Además, esa vertiente defensiva va de la mano de una vertiente ofensiva de esas tecnologías. Desde el anonimato riguroso actúan grupos e individuos, como los hackers o la gente de Anonymous, que disponen de habilidades técnicas suficientes ya no sólo para escapar de la cibernética, sino también para provocar fugas en el sistema. Fallos informáticos, errores, supresión de datos ajenos, etc. Aquí se conjugan defensa y ataque. Como escribía el Black Panther George Jackson desde la cárcel: «Es posible que me esté fugando, pero mientras dure mi huida, busco un arma».8
c) La estrategia: fugarse
Secesiones duraderas. Elegimos reservar la palabra fuga para designar la fase de plena realización de la estrategia de escape de la violencia hegemónica tardo-capitalista. Por un lado, la fuga corresponde entonces al término genérico que comprende a la vez las operaciones particulares (huidas), las tácticas (deserciones) y la estrategia de conjunto en la que se insertan (fuga). Por otro lado, más específicamente, la fuga designa la fase más radical: corresponde a una forma de exilio voluntario de individuos que llegaron a plantearse una salida, si no definitiva, por lo menos duradera de la sociedad. Ese aislamiento voluntario se caracteriza por un rechazo de la sociedad tardo-capitalista bajo todos sus aspectos; conjuntamente, está marcado por una reivindicación de autonomía. En efecto, vivir de forma parcial o totalmente independiente de la sociedad «dominante» pide elaborar una autonomía. Autonomía política por supuesto, esto es la meta, y se da bajo la forma autogestiva; pero también autonomía práctica, esto es el medio, y tiene que darse bajo la forma de la autosubsistencia.
En Francia durante los últimos años han aparecido varios tipos de comunas autónomas. En el ámbito urbano, las okupas (squats) existen por lo menos desde los años del punk. Pero una constante de las comunas más recientes es su ubicación en el campo, manifestación de un rechazo en bloque de la vida metropolitana. Es el caso, por ejemplo, de las ya mencionadas ZAD. Se trata de comunas autogestionadas instaladas de modo en principio temporal en un territorio afectado por un proyecto de infraestructuras. Por ejemplo, un aeropuerto (en el caso de la ZAD de Notre-Dame-des-Landes, cerca de Nantes; mismo problema que en Atenco, Estado de México), una línea de tren alta velocidad (en el caso del movimiento No TAV en el Valle de Susa, Francia-Italia). De hecho, algunas de esas comunas persisten más allá de la fecha de comienzo de las obras, ya sea que se realicen o no. En efecto, aunque la resistencia a lo que sus oponentes llaman «gran proyecto inútil» sea su primera razón de ser, las ZAD conllevan en realidad una reivindicación mucho más amplia: la de elaborar líneas de fuga viables, formas de vida alternativas a las que impone la sociedad hegemónica. Claro, la fuga desértica es actualmente la más rara, sin duda la más difícil de realizar por las decisiones que supone tomar y por los medios concretos que pide.
Retirarse en su desierto
a) ¿Qué es un desierto? El desierto designa en primer lugar un espacio geográfico árido e inhabitado. Desierto de dunas o de selva, de hielo, de sal, de mar. También «desierto» se dice de un refugio. En el Antiguo Testamento, el profeta Elías huye de la ira de la reina Jezabel refugiándose en una gruta del desierto en el Monte Carmelo. El desierto en el episodio bíblico constituye a la vez un asilo y un lugar de puesta a prueba. Es el lugar donde el profeta duda de su dios y reafirma su fe. La fuga al desierto, la anacoresis, corresponde a ese retiro espiritual. Históricamente, el desierto llegó a referirse a la retirada y al lugar de refugio de los hombres de letras ansiosos de escapar de la bulla capitalina. Descartes, Montaigne, se retiran en su desierto para escribir buena parte del año. Pero también alude a la entrada en la clandestinidad: «fugarse al desierto» como se dice «echarse al monte». Además de este sentido espiritual, la fuga al desierto también alude a la entrada en la clandestinidad. Se diría «retirarse al desierto» como se dice «echarse al monte».
b) Fugarse del desierto. En algunos escritos teóricos como los del Comité invisible, el desierto llegó a ser sinónimo de vida raquítica en una sociedad de la tristeza y de la soledad individualista. Éste es, precisamente, el desierto del que habría que fugarse.
c) Hacer contra-desierto. Si la fuga libra del desierto de lágrimas, encamina hacia otro desierto. Espacio plano, vacío, liso, el desierto que viene es un mapa en blanco, un territorio por fabricar, un habitar por inventar. Los habitantes de las ZAD, de Longo Maï o de cualquier comuna autónoma en construcción están elaborando desiertos también en el sentido clásico de refugio donde uno escapa de la violencia del mundo y se aísla para pensar. Por así decirlo, están haciendo contra-desierto.
El desierto que viene es un oasis.
La fuga como arma micro-política siempre está previamente planteada y es posteriormente analizada en textos cuya violencia literaria se da bajo la forma del panfleto, del enunciado profético, de la lírica revolucionaria o de la breve prosa mural; de lo que llamaremos en suma ensayo-poético, género inédito y privilegiado de esta literatura «militante». Destaca un estilo propio y un terruño intelectual y literario común en lo que hemos referido como cultura colectiva del movimiento de la primavera de 2016. Río arriba manan las publicaciones teóricas que fomentan una salida de la sociedad desértica (Internacional Situacionista, Tiqqun, Comité invisible, Giorgio Agamben). Río abajo brotan los escritos reflexivos que acompañan su realización concreta (el semanario electrónico anónimo y colectivo lundimatin). Toda esta geografía del movimiento y de la actualidad autónoma francesa estriba en algunas asentadas capas freáticas que son las referencias filosóficas comunes (Spinoza, Deleuze y Guattari, Foucault). Esto es: toda una artillería conceptual. En este contexto, cada obra, autor o concepto, es un arma, escribe Kafka al final de su diario.
El estilo variopinto de esa literatura militante tiene una constante que, como toda regla, también sufre excepciones: el anonimato. No resulta anodino que una de las fuentes teóricas más vigentes del movimiento se haya auto-denominado Comité invisible. Algo habla, y mucho. Se escribe en lundimatin casi como en una pared. Ponen el correo del semanario abajo de la página y quienquiera puede mandar artículos. Algunos nombres salen los lunes, vuelven y retoman la palabra. En realidad están flotando como balizas en altamar. Así también en el caso de las referencias comunes tan abundantemente citadas cada semana, y en tantos grafitis. Los teóricos, arroyos estacionales que alimentan el flujo en primavera, y los filósofos, potentes corrientes de los bajos fondos. El pastiche es una práctica recurrente: escribir por axiomas a la manera de Spinoza, o valerse del vocabulario deleuziano como de un idioma materno, etc. Lo hace el Comité invisible tanto como muchos de los anónimos «pastichadores» de segundo grado.
El anonimato, el pastiche y el carácter inasignable, a la vez ensayístico y poético de esta producción teórico-militante, recuerdan la literatura menor como devenir posible de esa escritura colectiva ininterrumpida. En ella opera evidentemente un empalme de lo individual en lo inmediato-político; los eventos de la primavera suscitaron directamente esta producción literaria que todavía sigue acompañando lo que pasa en Francia, lo que persiste y lo que surge. La hibridación estilística, el pastiche como juego poiético y la comunidad de referencias teóricas conforman el andamiaje de lo que Deleuze llama un agenciamiento colectivo de enunciación, cuyo suelo es definitivamente el anonimato, la fuga identitaria, saber que cualquiera hubiera podido escribir esto.
En suma, la fuga puede aparecer como una manera de concebir la «militancia» política en el día de hoy; eso es lo que hemos tratado de contemplar en este trabajo. Tal vez sea una opción, al menos es la única forma en la que nuestra generación puede plantearse la política. El boicot se vuelve el paradigma de la acción política contemporánea: se trata de una forma de fuga, no solamente cuando uno boicotea su trabajo, sino también todas las veces que falta deliberadamente. Por hoy, a una semana del segundo turno de las elecciones presidenciales francesas, después de los 22.23 % de abstencionismo en el primer turno, nos preguntamos qué será de los grafitis tan duplicados el año pasado y de esa profecía que se anhelaba autorrealizadora: «2017 no tendrá lugar», «Las elecciones quedan canceladas». El 23 de abril, el abstencionismo terminó al frente de la elección, por encima de los 24.01 % de Macron y rebasando los 21.3 % de Le Pen. ¿Qué será del boicot legislativo, de la falta al supuestamente imprescriptible deber democrático del voto frente a la alternativa entre fascismo y neoliberalismo este 7 de mayo? Entre un voto para la reivindicación y esperanza de otra política, y un voto de bloqueo que intenta salvar los últimos restos de la política actual.
Faltar cuando se nos solicita de modo constante, ausentarse en el mundo de la hiper-presencia, fugarse cuando todos quisieran acudir, éstas serían las únicas violencias instrumentales aptas para provocar un cortocircuito en la violencia hegemónica.
Ya no se hablaría entonces de «lucha armada», sino de fuga armada.
Comité invisible, A nuestros amigos, Logroño, Pepitas de calabaza, 2015.
Guy Debord, La société du spectacle, París, Gallimard, 1967.
Gilles Deleuze, «De la superioridad de la literatura angloamericana», en Diálogos, Valencia, Pre-textos, 1980.
1 Gilles Deleuze, «De la superioridad de la literatura angloamericana», p. 45.
2 Lo que el filósofo judío Driber Limberg designa por el concepto de körperkrieg («cuerpo de guerra»), o sea la idea del cuerpo como dispositivo bélico artesanal.
3 Véanse los análisis acerca de la «abundancia de la desposesión» en el parágrafo 31 de Guy Debord, La société du spectacle. Esos análisis se ven provechosamente completados en A nuestros amigos con la distinción entre técnica y tecnología en el capítulo «Fuck off Google!», apartado 4 «Técnicas contra tecnología»: «la pesadilla de esta época no surge de que ella sería “la era de la técnica”, sino la era de la tecnología. La tecnología no es la consumación de las técnicas, sino por el contrario la expropiación hecha a los humanos de sus diferentes técnicas constitutivas. La tecnología es la puesta en sistema de las técnicas más eficaces, y consecuentemente el erosionamiento de los mundos y de las relaciones con el mundo que cada una despliega». Comité invisible, A nuestros amigos, p. 131.
4 T. E. Lawrence, Los siete pilares de la sabiduría, libro iii, capítulo xxxviii.
5 Anónimo, «La nouvelle violence politique», en lundimatin. Consultado el 18 de febrero de 2017 (https://lundi.am/La-nouvelle-violence-politique): «A decir verdad, frente a la implacable superioridad técnica de un aparato de control, los casseurs [alborotadores] no tenían más remedio que hacer mímicas del enfrentamiento directo contra un sistema cuya destrucción no podían hacer más que simbolizar. […] Frente al equipamiento de la policía, las máscaras de esquí, las gafas de piscina, los cascos de moto, los escudos improvisados no pueden ser llamados “armas” sino en un sentido paródico. Hay que entenderlos como accesorios de gala, trajes de guerreros o instrumentos de intimidación simbólica, en un teatro de operaciones donde algunas barricadas sirven para preparar el escenario».
6 bac, Brigada Anti-Criminalidad, servicio de policía nacional francesa, con miembros a menudo vestidos de civil presentes en las manifestaciones.
7 Así se llama el sexto capítulo de A nuestros amigos del Comité invisible.
8 Citado por Gilles Deleuze, «De la superioridad de la literatura angloamericana», p. 45.