Si se analiza el fenómeno de la globalización desde una perspectiva filosófica, hay que constatar en primer lugar que «lo global» siempre ha sido un tema del que se ha ocupado la filosofía. Pertenece a su tradición el buscar los conceptos y los principios fundamentales que podrían reclamar validez para la humanidad en su conjunto.
Desde la modernidad, los derechos humanos —fundamentados filosóficamente— tenían que valer de la misma manera para todos los habitantes de la Tierra. De un modo especial, la «filosofía de la historia» —que comenzó a constituirse a partir de la Ilustración— reclamaba para sí el derecho a una «historia universal» o «historia del mundo», en la que participan todos los pueblos unidos. Esto se aplica también a las filosofías de la historia de siglos posteriores, aunque se fueran distanciando de la idea de progreso y de la teleología. E incluso para la proyección más tardía de la «post-historia», en la que se apreciaba un «final de la historia» en su contenido.
En las teorías actuales de la globalización, la historia no se tematiza más que en raras ocasiones. Menos aún se habla de la filosofía de la historia, a causa sobre todo de haber caído en el descrédito. Pero si se analizan con detenimiento esas teorías, se comprobará que casi todas sus configuraciones operan de manera más o menos explícita con modelos de explicación que son propios de la filosofía de la historia: conjeturando sobre si a la globalización es inherente un progreso o, por el contrario, una decadencia de la civilización humana, tendencias que parecen poder reconocerse en el proceso de globalización. Asimismo, la pregunta por el momento histórico a partir del cual se podría hablar ya de globalización, por lo nuevo en el estado actual de la globalidad que se ha alcanzado, así como por los desarrollos que se han de esperar en el futuro. Es imposible responder a todo esto sin una reflexión sobre la historia.
Con esta perspectiva histórica global se transforma de nuevo la imagen de la historia. Las teorías transdisciplinares de la historia negaban prioridad al tiempo histórico, del cual investigaban sus conceptos y estructuras. Si se equiparaba la historia con la «temporalización», con el mismo fin se han realizado investigaciones sobre los tiempos históricos con sus «continuidades» y «rupturas», además de los tiempos cambiantes como «estancamiento» y «aceleración». En el contexto de la globalización los espacios históricos van a perder cada vez más una mayor importancia, de tal manera que la historia no sólo se «temporaliza», sino que también se «espacializa». Analizando cómo se han creado con el paso del tiempo diferentes espacios económicos, políticos, sociales y culturales, aparece la historia como una configuración espacio-temporal.
Si se analiza más de cerca el contenido de las tendencias de la globalización, surge la pregunta por las fuerzas motrices esenciales y cómo éstas se relacionan entre sí. Según la interpretación materialista de la historia, son especialmente determinantes los factores económicos, técnicos y políticos. La variante idealista, por su parte, da primacía a los factores culturales y comunicativos. Asimismo se cuestiona si son autores individuales —más que ¿qué?, ¿quién?—, o colectivos los que desempeñan el papel principal. Finalmente, si se presupone la globalización como una formación histórica surge la pregunta contraria, a saber: ¿qué consecuencias tiene ese proceso sobre la situación social, política y cultural de mujeres y hombres? Junto a la crisis ecológica, la pobreza a escala mundial es el problema más grave. Y aquí aparece la cuestión ética de la justicia global.
La globalización y la filosofía están relacionadas en la misma medida en que la filosofía hace uso, desde sus orígenes, de la perspectiva global. Fue especialmente en el siglo XVII cuando la filosofía, con sus diferentes sistemas metafísicos, se centraba en el mundo en su totalidad. Al mismo tiempo que en la cosmología se medía la totalidad del universo, en la filosofía política se fundamentaba un derecho natural de validez universal y en la teoría general del conocimiento se creía estar en posesión de la verdad universal. También en el siglo XVIII estaba extendida la perspectiva global acompañada de una cosmología que tendía al materialismo y una ruptura que se iba haciendo cada vez más relevante, llegando incluso a determinar ciertas características aplicables a todos los hombres. A estas disciplinas hay que sumarles una nueva: la filosofía de la historia, que desde un principio fue concebida como una historia del género humano. En este sentido se puede observar que la filosofía ha contribuido con su pretensión de universalidad al surgimiento de la idea de globalización.
Con todo es necesario hacer distinciones más precisas, ya que con la filosofía de la historia —que se concibió allá por la mitad del siglo XVIII— surge un paradigma completamente nuevo. Como consecuencia de la historización del hombre (y de su mundo también), lo global se concibió como un proceso histórico, que comenzó en el pasado, que continúa en el presente y del que se puede esperar que también prosiga en el futuro, si bien su final queda abierto.
La «unidad de la humanidad» ya no se presuponía de manera abstracta, sino que se entendía como un desarrollo de la interacción de los diferentes pueblos y culturas. En la medida en que se descubrieron culturas lejanas, se conocieron también en líneas generales la diversidad de culturas en el mundo, que interactuaban las unas con las otras. En definitiva, si «globalización» es una esencia y un concepto histórico, la filosofía de la historia representa el primer desarrollo teórico de la globalización.
En su aplicación, el concepto de historia universal se muestra menos universal y armónico de lo que pudiera parecer en un principio. Así para Anne Robert Jacques Turgot no cabía ninguna duda de que en la historia de la humanidad lo que había que narrar era sobre todo guerras, esclavizaciones y liberaciones violentas. Al mismo tiempo intentó probar que en el proceso contingente de la historia la civilización no desaparece sin dejar rastro alguno, sino que permanece gracias al intercambio recíproco con las culturas de los diferentes pueblos y de cambios que o bien son impuestos o bien son asumidos. Una forma concreta muy similar tomó la idea de una historia universal en la Historia de las dos Indias que Raynal y Diderot redactaron conjuntamente. El material diverso quedaba unido no por un sistema externo, sino por el hilo conductor en la argumentación que ligaba la historia de los descubrimientos y conquistas de Asia, América Latina, el Caribe, África y por último Estados Unidos. Una historia que durante su proceso abarca todo el planeta Tierra y que ha conectado entre sí casi todas las culturas del mundo. Ninguna totalidad era supuesta, sino que se describía el acercamiento paulatino entre los pueblos.
En Alemania fueron sobre todos los ilustrados de Gotinga quienes se hicieron cargo del proyecto de una historia universal, como August Ludwig von Schlözer en su Historia universal. Para él, la «historia universal» era una auténtica historia de la humanidad, que articulaba mediante ejemplos sobre el comienzo, transcurso, ennoblecimiento y degeneración.
Concepto de la historia del mundo sistemática. Queremos comprender en su totalidad las revoluciones de la Tierra que habitamos, y el género humano al que pertenecemos, para poder reconocer el estado actual de ambos fundamentos. Queremos investigar las causas y las consecuencias de la historia de la humanidad, en Oriente y Occidente, ambos lados de la línea divisoria, y de su sucesivo comienzo, ennoblecimiento y decadencia en todas sus formas, de país en país, de pueblo en pueblo, de época en época…1
Schlözer defendía expresamente no sólo el perfeccionamiento, sino que admitía también la degradación. En ningún caso se trataba aquí de una ingenua creencia en el progreso. En esta tradición se encontraba también Hegel, quien sólo reconocía la historia como filosofía, cuando era concebida como historia del mundo (Weltgeschichte). La razón de que, en última instancia, él omite el tiempo en su modelo de desarrollo se debe al espacio geográfico, que adquiere la mayor relevancia. Los presupuestos empíricos se remontan principalmente a países y continentes, como la división en el mundo «oriental», «griego», «romano» y «germánico». Hegel leyó el espíritu del mundo (Weltgeist) como si caminara por lugares y épocas, y asignó una posición de liderazgo a los pueblos correspondientes, de manera que la «antorcha del progreso» se iba pasando de una nación a otra en el transcurso de los ascensos y las decadencias que iban atravesando cada una de ellas. Sin embargo, mientras que otros autores hacia el final del siglo XVIII ya tenían la mirada puesta en Estados Unidos como la nueva cima, Hegel, a pesar de tener un presentimiento similar, se aferraba a la supremacía de Europa.
No en el espíritu del mundo, sino en el mercado mundial (Weltmarkt) y la distribución y el trabajo a escala internacional, vio Karl Marx el fundamento para una universalización de la historia. Incluso consideraba el mercado mundial como el verdadero núcleo del espíritu del mundo hegeliano.
En la historia pasada es por lo demás un hecho empírico el que los individuos concretos, al extenderse sus habilidades […] se ven cada vez más sometidos a un poder extraño a ellos (una opresión que toman luego como un lastre del llamado espíritu universal), poder que adquiere un carácter cada vez más de masa y se revela cada vez más como el mercado mundial.2
El problema de la alienación oculta las relaciones concretas de cooperación que investigaba Marx, relaciones que asumían las dimensiones de la historia universal.
Cuanto más vayan extendiéndose, en el curso de esta evolución, los círculos concretos que influyen los unos en los otros, cuanto más se vea el primitivo aislamiento de las diferentes nacionalidades destruido por el desarrollo del modo de producción, del intercambio y de la división del trabajo que ello hace surgir por vía natural entre las diversas naciones, tanto más la historia va a convertirse en historia mundial. Y así vemos que cuando, por ejemplo, se inventa hoy una máquina en Inglaterra, son echados a la calle innumerables obreros en la India y en China y se estremece toda la forma de existencia de esos países, lo que quiere decir que aquella invención constituye un hecho histórico-universal.3
Con este análisis Marx se revela como uno de los primeros teóricos de la globalización. La idea de una historia universal ha adquirido una actualidad inesperada, gracias a la tendencia contemporánea de la globalización. Del mismo modo que el campo de acción de los seres humanos se ensancha y se vuelve cada vez más amplia la idea de un mundo de la sociedad global y de la historia universal, tomando una forma concreta. De aquí que esté en camino a convertirse en una realidad histórica.
Ante este estado de cosas no faltan voces escépticas, que por razones crítico-ideológicas ponen bajo sospecha el concepto de globalización, pues se parecería en realidad a la antigua filosofía de la historia y, por consiguiente, al espíritu del mundo hegeliano. Una filosofía de la historia que se da por anulada a causa de sus conocidos derroches: que no es más que una historia salvífica secularizada que opera con supuestos metafísicos dudosos, que no se ha comprobado científicamente o que difunde un universalismo o eurocentrismo y una creencia en el progreso que son inadmisibles. Éstas son las razones del argumento que se propone distinguir terminológicamente la «historia universal» y la «historia global». Mientras que la antigua filosofía de la historia del mundo era considerada teleológica y determinista, el concepto de historia global ofrece la oportunidad de ocuparse de un proceso tan complejo como el de la globalización de una manera empírica y diferenciada.
Dado que yo no comparto ninguno de estos prejuicios que puse de manifiesto, considero preferible analizar el proceso de la globalización partiendo de la filosofía clásica de la historia, desde la Ilustración europea hasta Marx. Quienes consideran que los conceptos de globalización o de historia global poseen cierta connotación naturalista en su empleo del término «global», prefieren dar prioridad al uso del neologismo «mundialización» para referirse al mundo creado por hombre. Sin embargo, ése es precisamente el sentido que posee el concepto tradicional de historia del mundo que contiene también la genuina concepción filosófica del mundo. De modo similar se puede hacer el alegato en favor del concepto de historia universal, mientras que la globalización resulta asociada al capitalismo y se expande de manera natural la idea de universalidad, de acuerdo con la tradición de los derechos y la libertad que, no lo olvidemos, estaba ya presente en la filosofía de la historia. Como Jean Baudrillard dice: «La globalización de los intercambios confirma la universalización de los valores».4 Entre tanto el concepto de planeta se adecua para caracterizar la «historia del cosmopolitismo», pudiéndose hablar así de una historia planetaria. Pero el uso del concepto de globalización incluye ya esta crítica. Al fin y al cabo, este concepto ya ha impactado en nuestro lenguaje y tiene la ventaja de poner de relieve —frente a los siglos XVIII y XIX— lo históricamente nuevo en el proceso histórico mundial.
Si se concibe la globalización como un proceso histórico, surge en primer lugar la pregunta sobre su inicio y sus transformaciones, que formula de otro modo qué es lo realmente nuevo en la globalización. De la respuesta a esta pregunta dependerá qué es lo que hay que entender por globalización. Aquí se muestra que a la caracterización de la globalización le es esencial la perspectiva histórica. Y si se trata de hacer categorías aplicadas, la filosofía de la historia también puede ser útil porque es capaz de analizar los modelos de implantación más o menos explícitos en los discursos sobre la globalización.
Las respuestas a la pregunta «¿Qué es nuevo?» son de lo más diversas: desde la negación radical hasta la afirmación enfática. A grandes rasgos se pueden distinguir tres posiciones. La primera posición niega lo novedoso de la globalización, afirmando que lo que se describe con ese concepto se desarrolló hace ya largo tiempo. De aquí se desprende que los imperios de carácter global, los mercados y el comercio internacional han existido desde la Antigüedad y la Edad Media. Pero asumiendo que la globalización es en el fondo un fenómeno atemporal, sin historia, se sigue que su existencia no es en modo alguno la de una formación histórica específica. Si esto fuera realmente así, del concepto de globalización no quedaría más que una expresión de moda, una mera ideología, un mito moderno.
La segunda posición considera el proceso de la globalización el haber producido algo nuevo. Sin embargo, lo innovador consistirá únicamente en el crecimiento cuantitativo, es decir, en una condensación gradual de interdependencias económicas y comunicativas: con la transición del mercado al espacio global, el capitalismo alcanza su último y más alto estadio. En este caso, sí tiene lugar la historia, pero sólo con un motivo homogéneo. Y puesto que la historia ya no produce nada nuevo, lo que se avecina es un supuesto «final de la historia» que transforma así la teoría de la globalización en «post-historia».
La tercera posición considera que la globalización es un estadio cualitativamente nuevo de la historia. Aunque la globalización no ha surgido de la nada y tiene efectivamente raíces históricas, puede plantear algo realmente nuevo. Por ejemplo: el estadio multinacional del capitalismo, los sistemas globales y una política transnacional. En este caso se trata de un proceso histórico de transformaciones técnicas, económicas, políticas y culturales que contiene tanto continuidades como discontinuidades. De cierto modo, puede darse porque se da.
Merece la pena detenerse en esta tercera posición. En un primer momento se deben diferenciar aquellos elementos de la globalización que pueden ser considerados ya como antiguos, e identificar cuál ha sido la base para construir su nueva forma. Posteriormente, hay que dirigir la atención a los cambios que ha sufrido la globalización para determinar el fenómeno en su sentido actual. Hasta que no se lleven a cabo estas diferenciaciones históricas no va a ser posible dar una forma actual y sustanciosa al concepto de globalización.
Si se revisa la historia de la globalización, se ha de reconocer la confirmación de algunos autores según los cuales la interdependencia global en los ámbitos económico, militar, social y cultural existía ya con anterioridad. Como consecuencia de los viajes de exploración y las colonizaciones que tuvieron lugar en los siglos XVI y XVIII se fue extendiendo la idea de una humanidad global. Al surgir relaciones que iban más allá de fronteras estabilizadas, hubo que darles una forma política y trazar el orden jurídico global. En el terreno económico la globalización se desarrolló sobre todo desde la mitad del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial. Al mismo tiempo comenzó la globalización de la comunicación con la invención del telégrafo y el teléfono, algo que se puso de manifiesto con la instalación de cables telegráficos transatlánticos entre Europa y América.
Sin embargo, aquellos autores que enfatizan los potenciales innovadores de la globalización conceden valor al hecho de que este proceso global apareció como mucho hasta el siglo XX. No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando apareció por primera vez una «red global» que posibilitara la interacción directa a distancias intercontinentales, sin barreras ni controles. De este modo, la comunicación se densifica y acelera a la vez que se vuelve más intensa y profunda. Eso no afectó únicamente a las noticias, sino también a la densidad, la velocidad y la intensidad con las que interaccionan las instituciones. Es así como cooperan las organizaciones transnacionales y supraterritoriales que van formando un sistema político a nivel mundial, que excede la rutina y las relaciones internacionales. A esto hay que añadir sus implicaciones, incluyendo aquí en lado negativo el terrorismo mundial. Lo nuevo en la economía es la creación de un mercado financiero global que se desarrolla con relativa independencia de la circulación de mercancías y que ha conducido a sus respectivas crisis. Recientemente la producción global está sobrepasando la división internacional del trabajo, en la medida en que se producen productos comunes en lugares muy distantes.
En la comparación establecida entre todas estas posiciones que se han citado, queda de manifiesto que una determinación de aquello que hoy en día puede constituir la globalización sólo puede lograrse desde una perspectiva histórica. Una perspectiva como ésta salvaguarda también del error de resaltar y absolutizar aspectos o acontecimientos. Un ejemplo de ello es Hitler. Tiene más sentido si, por el contrario, se concibe la globalización como una novedosa y compleja época histórica. En el contexto de estos planteamientos —que aún han de exponerse con más detalle— se pueden observar modelos de las fases históricas de la globalización en algunos autores.
El modelo clásico plantea cuatro etapas. La primera, que hace referencia a la excedencia de medios parciales en la Antigüedad y la Edad Media. La segunda, al comienzo de los viajes de exploración y las colonizaciones que tuvieron lugar en los siglos XVI y XVIII. La tercera, al surgimiento en el siglo XVIII de un mercado mundial y la sistematización de la colonización y el imperialismo. Y la cuarta etapa se refiere a la conexión del espacio y el tiempo mediante las redes económicas y electrónicas.
Otro modelo opera de manera ejemplar distinguiendo determinados tipos de globalización en la secuencia temporal. De ahí que la primera fase consiste en la construcción de lo nacional tomando a Francia como ejemplo. La segunda en el surgimiento de lo global gracias al capitalismo industrial británico o el colonialismo. Y la tercera y última fase en la formación de lo global como sistema transnacional. Para América Latina se bosqueja la siguiente periodización. Primero: poblamiento originario de América. Segundo: imperialismo y colonización. Tercero: lucha por la independencia y fundación de los Estado-nación. Cuarto: surgimiento de las dictaduras militares. Quinto: tendencia al neoliberalismo.
Estos modelos graduales, que recuerdan a la filosofía de la historia de la época ilustrada, plantean la pregunta por la progresión temporal de la historia: ¿consisten estas etapas en un continuum o son estructuras históricas las que caracterizan esta secuencia? Tomando como ejemplo la historia de la comunidad europea puede apreciarse que la formación de los Estados-nación hasta la pretendida integración política es susceptible de representarse como un desarrollo continuo. Bajo este presupuesto, de esta integración resulta un fracaso en cuanto «error de la historia» (en el sentido de Habermas). Esto presupone una vez más que, además de la historia que ha conducido al error, podría existir un camino regular o predeterminado de la historia. También el desarrollo de los Estados-nación hacia una «República mundial» de carácter federal —que ha de ser claramente diferenciada de un Estado mundial homogéneo— se deja analizar como una tendencia lineal de ese tipo.
Por último, la expansión del mercado mundial y el intercambio de datos cada vez más hermético y acelerado también se puede imaginar como un incremento continuo de rupturas. Pero también en estos modelos lineales queda patente la crítica. Frente a las supuestas continuidades, la globalización ha quedado marcada como la ruptura histórica con la cultura occidental. Mediante la tecnificación y la comunicación de la globalización se van destruyendo las culturas tradicionales sin que se ponga una nueva cultura en el lugar que queda vacío.
Otros se posicionan contra aquella teoría de la globalización que se apoya demasiado en la teoría de la modernización, mientras que a la teoría de la modernización se le ha de reprochar que en última instancia difunda la idea del proceso de civilización como desarrollo exitoso. Una teoría de la globalización que se distancia de ese extremo tiene la oportunidad —y también la fuerza destructiva— de considerar las turbulencias sociales y los daños culturales. En este sentido la teoría de la globalización podría cumplir una función crítica.
Más allá de las teorías de continuidades y de discontinuidades, la teoría de las transformaciones históricas desempeña un papel mediador. Al concebirse el proceso de la globalización como una transformación se hace posible caracterizar las transiciones y las fases más primitivas hasta la situación actual como una secuencia de cambios profundos, en los que el pasado se transforma en un presente. Los conceptos de «potencial» y de «cambio repentino» son las categorías que permiten unir una descripción de este tipo. De ahí que lo nuevo surja no simplemente de la aniquilación del orden precedente, sino que por el contrario son los viejos potenciales —tales como los tradicionales Estados-nación— los que abren nuevos horizontes para la producción de nuevos órdenes. Los llamados «cambios radicales» existen, por ejemplo, cuando una época que está caracterizada por el Estado-nación desemboca en el período en que los órdenes políticos se multiplican y se dispersan. Lo importante en este contexto es que los antiguos Estados-nación no desaparecen sin más, sino que establecen nuevos órdenes políticos junto a sí mismos (e incluso dentro de ellos). Las categorías de «potencial» y de «cambio repentino» significan también que las formas antiguas y nuevas existen al mismo tiempo, constituyendo ensamblajes o formas híbridas. Expresado en términos de la filosofía de la historia, nos encontramos aquí con una contemporaneidad de lo no-contemporáneo.
Profundizando en estas concepciones sobre la progresión de la historia se muestra que detrás de ellas hay valoraciones divergentes. De aquí que, en la línea de las teorías de la modernización que caracterizan la progresión más bien como un proceso constante, tienden a valorar ese desarrollo como un progreso. Progreso de las fluctuaciones en la comunicación técnica mediada, en el comercio global y en la producción transnacional y en el surgimiento de instituciones supranacionales. Por el contrario, aquellos que ponen más énfasis en las rupturas históricas critican la globalización al considerarla como un proceso que amenaza y destruye las culturas históricamente consolidadas. Desde esta perspectiva, la globalización representa menos una flecha ascendiente que una espiral descendiendo y una tendencia regresiva.
En estas observaciones se confirma que las teorías de la globalización operan ya sea explícita o implícitamente con esquemas e implantación de lo histórico.
Jean Baudrillard, Écran total, París, Galilée, 1997.
Karl Marx y Friedrich Engels, «Die deutsche Ideologie», en id., mew, t. iii, Berlín, Dietz Verlag, 1978.
August Ludwig Schlözer, Vorstellung seiner Universal-Historie, t. i, Gotinga, Dieterich, 1772.
2 Karl Marx y Friedrich Engels, «Die deutsche Ideologie», p. 37.
3 Ibid., pp. 45-46.
4 Jean Baudrillard, Écran total, p. 176.