Sabe todas las formas en el aroma de
las viejas. Habla de aquellas fauces bajo
la sombra. Contra la salamandra bebe el
zumo galápago y la sangre que serpea
en los muros.
Del capullo lame el agua, las ondas
pluviosas en la miel de los alveolos.
Sabe que es torpe y desigual cuando
es la guerra, cuando un rumor se estampa
en goce lánguido sobre la yerba seca.
Entonces grita hasta cansar su voz.
Un rumor en tanto se calienta, y en la
pureza de las ubres, con voz doliente,
le da largas quejas a todas las culebras:
¡Libérense de la gracia,
viejas en la ablución,
desaten toda la esencia de su carne
donde su casta de mendigas se retuerce!
El centinela aguarda junto al balido de
la oveja. Sobre su pecho esplende un
fuerte olor a láudano y su color es púrpura
entre las ramas de la impaciencia. Añade
siempre cosas de magos donde rige el
júbilo que bordea a sus mujeres.
Distingue siempre un rostro lejano en la
ribera y los huesos a su memoria ofrecen
un suave rumor de pócimas para beber junto
a los pozos de la muerte.
Pierde su canto al aire, bajo los pétalos más
rojos, en la mendicidad de los laboratorios.
Sabe que la vida está entre él y el cloroformo.
No tiene historia. Tampoco oficio junto a
las reses. Pero recuerda siempre el corazón
más grande en los tumores blandos y en la
Es torpe en el estiércol. Monótono
y viscoso entre los dientes. Guarda
en los hospitales el apogeo del aire,
el polvo en la serenidad de las raíces.
Flores de pericón, sales en los jumentos.
Alguien llora bajo la luz de una fosa abierta.
Palpita un corazón a ciegas. Una lágrima
cae sobre el rubor de los renunciamientos.
Arde un pabellón en el filo de la tristeza.
Guarécete del centinela. Lava sus cánulas
en el soplo que silba del relámpago. Deja
tus pausas donde la risa espanta. No has de
morir en la tiniebla del mediodía.