Procomún es un término que queda, felizmente, por definirse. Marca sobre todo un espacio o un territorio crítico, cuya importancia se encuentra quizás menos en lo que es, en términos positivos, como en lo que no suele ser. Sin duda, el campo farmacéutico hace patente dinámicas monopólicas e inequitativas, a las cuales el creciente interés en lo procomún ahora responde y sirve como alternativa. Ese interés se ha dado en varios ámbitos, desde el software, hasta la investigación biológica, y estrategias en torno a la accesibilidad de los medicamentos. El propósito de esta breve contribución es explorar los contornos específicos de lo procomún como respuesta a los excesos de la privatización en el campo farmacéutico. De ahí propondré la posibilidad de estar en camino hacia un mundo pospatente. Aunque suene muy poco pensable en ciertos ámbitos (si consideramos, por ejemplo, la agrotecnología), quisiera proponer que en el campo farmacéutico, ya estamos en lo pospatente, y no es necesariamente como lo esperaríamos: entre otras implicaciones imprevistas, tendremos que tomar en cuenta que el dominio público y lo común en sí,se están volviendo parecidos a los mercados, ante los cuales deberían funcionar como alternativos. El contexto En el entorno farmacéutico, como en la esfera de los textos y el copyright, hemos visto y vivido un periodo de intensa ampliación de la propiedad intelectual a nivel global. Este movimiento cobró fuerza en la década de los años 80 y 90, impulsado por los tratados de libre comercio y la fuerte presión de los países industrializados, dueños de la mayor parte de las patentes farmacéuticas. Dicha ampliación ha tenido sus dimensiones sustantivas, geográficas y temporales. Es decir, por medio de la alineación de las leyes de patente en los países del sur con los estándares permisivos de los Estados Unidos (sobre todo), productos y sustancias que antes no eran patentables en muchos países, ya lo son. Entre ellos podemos contar los fármacos en sí (en Argentina, por ejemplo, los fármacos históricamente eran considerados esenciales al bien público y por eso, excluidos de la ley de patente), así como los “productos de la naturaleza” con un mínimo de modificación (esto se ve más claramente en cuanto a la biotecnología). Entre los países más importantes para la investigación y desarrollo de medicamentos en el sur, India (desde 2005), Argentina (formalmente, si no en la práctica, desde 1996) y Brasil (también desde 1996) cuentan ya con leyes de patente para los productos farmacéuticos. Además, esa protección de patente se extiende por un periodo notablemente largo: el estándar promulgado por los ee uu y la Organización Mundial del Comercio (omc) ahora otorga el monopolio para los productos “innovadores” por veinte años. Las implicaciones del cada vez mayor alcance de las patentes —sobre cada vez más tipos de productos, en más países, por cada vez más tiempo— han sido bastante claras. Entre ellos, podemos destacar: 1. La restricción de la producción y circulación de las copias. Es un punto obvio, pero vale la pena darle un poco de énfasis, ya que nos hace recordar que, sobre todo en los países que no generan muchas patentes, la función de la propiedad intelectual es, más que nada, regular y restringir las copias. En otras palabras, aunque muchas veces la definición de la patente hace referencia a la protección de la “innovación”, más bien sirve como una política de la copia, regulando lo que cuenta como una copia autorizada. Así que, cuando entra en vigor una ley de patente, las copias lícitas de un solo golpe se convierten en productos piratas. Las consecuencias de esto no son sólo locales; cuando entró en vigor la ley de patente en la India en 2005, surgieron también preocupaciones por el abasto global de antirretrovirales baratos para combatir el vih/sida , de los cuales India ha sido una fuente importante. La patente, en ese sentido, regula tanto la producción de copias a nivel nacional en países con infraestructura farmacéutica, como su venta en aquellos que no cuentan con una infraestructura parecida.[1] 2. El aumento de precios y falta del acceso. En muchos países la llegada de las leyes de patente tiende a ser acompañada por un aumento notable en los precios de los medicamentos, con efectos directos para su accesibilidad, si con ello entendemos la capacidad de la población y de los gobiernos para comprarlos. Por ejemplo, se ha argumentado que fue precisamente la falta de regulación de precios, el dominio de las marcas líderes en las farmacias privadas, y la falta de competencia por genéricos, lo que en conjunto permitió aumentos impresionantes en el precio de medicamentos comunes y corrientes (como la aspirina) en México en los años 1994–1998.[2] 3. La restricción de la investigación científica. También podemos anotar que las patentes sobre materia biológica y química, tanto como los fármacos terminados, han tenido poderosos efectos en la investigación básica académica (de norte y sur) en cuanto a las restricciones en el flujo de materiales. Así, hemos visto un renacimiento de los argumentos que dicen que en la investigación académica debe de funcionar una economía del don, o una comunidad abierta, aunque las relaciones comerciales y propietarias tengan cada vez más presencia. Con esta lista —ni completa, ni equilibrada— encontramos algunas de las bases para la crítica que se ha hecho a la industria farmacéutica trasnacional, sobre la cual se podría ocupar un ensayo completo. Tales críticas también se han dirigido a los gobiernos y órganos de comercio que ferozmente han protegido los intereses económicos de la industria trasnacional. De hecho, debido a esas críticas, ahora podemos decir que la industria farmacéutica se encuentra en plena crisis de legitimidad. Con esa crisis, se ve vulnerable su modelo de negocios, basado en el argumento de que sin los monopolios y ganancias garantizadas por la patente, no habrá más innovación, ni más salud. Fisuras: ¿La salud pública vs. la patente? Las epidemias del vih/sida en África, Latinoamérica y Asia del sur, abrieron fisuras importantes en este argumento, generando una fuerte crítica a la industria que ha parecido sobrevaluar las ganancias económicas por encima de la vida.[3] Con el vih/sida —y las epidemias globales que tomaron fuerza en el mismo periodo cuando se extendieron los regímenes de propiedad intelectual sobre los medicamentos— la cuestión de la salud y de la adquisición de medicamentos se vincularon estrechamente. En contraste, hay que recordar que las campañas internacionales para el acceso a la salud en los años 70 se enfocaron en el acceso a la atención médica y no tanto a los fármacos en sí; lo que estamos viviendo entonces, para bien y para mal, es una creciente “farmaceuticalización” de la salud pública, sobre todo, pero no exclusivamente, en relación al vih/sida.[4] Así que una plataforma central de las campañas en este campo ha sido formada por los reclamos por el acceso a los antirretrovirales y por el derecho de copiarlos, aunque estén todavía bajo patente: como dice el nuevo eslogan del activismo vih/sida: copy = life!.[5] La relación entre la salud pública y el derecho de producir copias baratas de medicamentos se reconoció en la Declaración Doha (2001) de la misma OMC, la cual otorga a los países el derecho de sacar licencias compulsorias para medicamentos específicos, todavía bajo patente, en casos de emergencia de salud pública.[6] Más allá de esta excepción, reconocida pero muy poco realizada, el ejemplo de Brasil sigue siendo importante y casi único en este campo. Con su fuerte capacidad de investigación y desarrollo farmacéutico estatal, esta nación ha sido capaz de amenazar a las tnc’s con la piratería de sus medicamentos patentados, si no bajan sus precios. Ha sido una estrategia eficaz: la industria brasileña se ha manifestado más que capaz de desarrollar, copiar y hasta mejorar los antirretrovirales. De hecho, los laboratorios públicos han logrado sacar patentes sobre los descubrimientos que hicieron mientras investigaron la mejor vía para (re)producir estos antirretrovirales.[7] Cabe agregar que el copiar no es nada fácil, pues requiere procesos de investigación y desarrollo sofisticados.[8] En vez de enfrentar a esa competencia, los laboratorios trasnacionales han entrado en acuerdos con el gobierno federal para vender antirretrovirales a muy bajo costo. Estas negociaciones han formado la base del famoso programa brasileño del acceso universal a los medicamentos para elvih/sida.[9] Ahora, sacando inspiración de estos logros, la crítica y las alternativas propuestas están tomando otras formas y aquí topamos de vuelta con el tema del procomún. En la última década han proliferado iniciativas en el ámbito bio y farmacológico, basadas explícitamente en el modelo y la filosofía del open source software y los comunes creativos, o Creative Commons. Ahí activistas e investigadores han encontrado todo un menú de recursos y filosofías que parecen concordar con sus metas: la idea de que la innovación puede llevarse a cabo y hasta ir mejor sin el incentivo de derechos monopólicos, una política de investigación abierta y distribuida entre una comunidad amplia y unas herramientas legales específicas, como el General Public License o el copyleft; todo lo cual intenta garantizar que las ideas e innovaciones sigan circulando en el dominio público, en vez de ser propiedad de uno. Como contraparte de la lista de críticas mencionada arriba, tenemos una contralista de promesas, una visión tecnoutópica, que también, quizás, merece una mirada crítica o por lo menos no demasiado romantizada. ¿La solución híbrida? Cabe destacar la fuerza con la cual esa mezcla de compromisos políticos y plataformas técnicas, desarrollada en la esfera del software y textos, se ha replicado en otros dominios. En consecuencia han cambiado las metas, el alcance y la política de accesibilidad en sí. Hace pocos años el activismo y el análisis de lo biológico e informático quedaron separados en dominios aparte: los que se ocupaban del texto y software hablaban en el idioma del derecho de autor, del copyright, de creatividad, de la circulación de imágenes y de códigos (para el software) y el derecho a reciclar o del remix; mientras que los que se ocupaban de lo biológico manejaban el idioma de la patente, de la innovación, de la materia biológica, la salud pública y del acceso a los medicamentos. Pero ahora, si me permito invocar un término biológico que no carece de historias complicadas, están saliendo híbridos interesantes, mezclas promiscuas que suelen traer los mecanismos y la política de un cierto mundo informático al mundo de lo biológico y del fármaco. [10] En la investigación biológica esa promiscuidad se ha hecho explícita en los nombres: el Bio Linux, los Bio Commons, el Open Source Biology y, en el entorno de la publicación científica, el Public Library of Science (como el PloS Biology) y el movimiento para el acceso abierto, entre muchos más.[11] Los movimientos activistas–intelectuales también se están juntando de una manera explícita, pues los activistas que actúan en contra de la ampliación del derecho de autor se han alineado con los trabajadores de patentes y fármacos. Podemos considerar como ejemplos el movimiento Access to Knowledge (a2k),[12] o el Knowledge Ecology International (kei),[13] que cuenta entre sus proyectos el acceso a las tecnologías médicas y el combate a las restricciones en el acceso a la información. En este panorama híbrido, hay que incluir además el importante colectivo Sarai (Nueva Delhi), un grupo que, desde el inicio, vio los enlaces entre las cuestiones del espacio público, la propiedad intelectual, la economía informática y los medicamentos.[14] Extendiendo, aún más, la política de innovación y circulación fuera de las restricciones o incentivos de la patente, se está creando una infraestructura diversificada para el desarrollo y la circulación de los medicamentos.[15] Los consorcios no lucrativos como el Institute for One World Health en San Francisco, California, cuestionan el modelo que ha permitido fenómenos como los “medicamentos huérfanos”: por los que hay demanda pero, no mercado, debido a que los que padecen de las enfermedades como malaria o tuberculosis, no tienen los recursos para comprar los medicamentos. Estos consorcios buscan que la innovación se dirija a donde haga falta y no simplemente donde haya ganancias. O consideramos los pools de patente como el que respalda unitaid (la organización internacional de compra de medicamentos para combatir el sida). Este pool voluntario exige a las compañías trasnacionales que renuncien a sus patentes sobre antirretrovirales en los países en desarrollo, para que los laboratorios de genéricos los produzcan, e incluso, desarrollen nuevas combinaciones. También han surgido licencias basadas en la idea del Copyleft: los Reach–through Licenses suelen garantizar que las innovaciones farmacológicas, que surgen por vías públicas o que tengan en vista el interés público (¿cuál no lo tendría?) se queden de una manera u otra en el dominio público. En este caso se refiere a que sean comercializables por varios laboratorios, evitando así estar sujetos a monopolios. Un mundo pospatente En este panorama diverso e híbrido empiezan a sugerirse los contornos de un mundo procomún y pospatente, como lo quiero plantear. Hay tres dimensiones de este panorama que vale la pena elaborar. Para empezar: 1. La promiscuidad, señalada arriba, tal vez nos indique algo acerca de lo procomún —como un proyecto híbrido— y su relación con la propiedad intelectual. Podemos decir que lo procomún es un espacio crítico que, lejos de querer regresar al mundo como era antes de la extensión reciente de patentes, busca reorganizar los usos de la propiedad intelectual para abrir las puertas a otros modelos de producción y circulación. Decirlo así no es necesariamente una aprobación. De hecho, es notable la ausencia, en muchas de esas discusiones, del Estado como actor y participante. La cuestión, como veremos más adelante, sigue siendo: ¿quién debe de ser el guardián del bien público en cuanto a la salud? 2. De todos modos estamos viendo una diversificación real de la economía política de la investigación farmacéutica y de la investigación biológica. Esa diversificación es la segunda parte de la dinámica pospatente que ya se está llevando a cabo. Sin duda la patente sigue generando ganancias y sigue siendo fuertemente defendida. El pos no quiere decir que la patente ya no exista, sino que el modelo simplemente ha tenido que ajustarse, un poco, sobre todo en los casos que llevan mucha carga ética y política, como el vih/sida, o los casos donde no hay muchas ganancias que defender (como el caso de la malaria o la publicación de resultados científicos). 3. El mundo pospatente también nos rodea en sentidos más cotidianos y provoca una vuelta más de preguntas sobre la relación entre los intereses particulares y el bien público. En el campo farmacéutico y la historia crítica señalada arriba, los que representan los intereses particulares fácilmente se identifican como la industria trasnacional. Pero los intereses particulares también toman formas tan familiares, tan a la mano, que nos pueden sorprender. Hablando desde México, deberíamos pensar en el Dr. Simi y la ascendencia reciente de un mercado fuerte en los medicamentos genéricos (y “similares” e intercambiables, etcétera). El Dr. Simi, la cara de la exitosa cadena Farmacias Similares, salió en México en 1998, precisamente en la apertura generada por una política estatal de acceso a medicamentos baratos para la población general. Esa política se dio en un contexto en el cual el mercado estaba dividido en dos: los medicamentos gratuitos dados en las farmacias del sector público (como el imss y el issste), mientras que la gente que no tenía cobertura en este sector, o quienes no encontraron sus medicamentos en esas farmacias, recurrieron a las farmacias privadas, donde encontraron a la venta puros medicamentos caros, de las marcas líderes. El gobierno federal, en 1998, puso su mirada en un mercado más amplio de medicamentos baratos en las farmacias no estatales y buscó fomentar un mercado de copias de medicamentos, cuyas patentes ya se habían vencido. El estado abrió campo y Victor González, el dueño ubicuo de la cadena y cabeza de la red de negocios y asociaciones vinculados con ella (también conocido como Dr. Simi) supo aprovechar la oportunidad de manera impresionante.[16] ¿Qué tiene que ver el Dr. Simi con lo procomún y con la cuestión de la relación entre un concepto del bien común y los intereses particulares? Por supuesto, el argumento por parte de la comunidad de negocios es que no son tan opuestos como la pregunta nos lleva a pensar. Por lo menos hay que reconocer que, debido al nuevo mercado en genéricos, los precios de los medicamentos en promedio sí han bajado notablemente en México[46]. Más allá, podríamos decir que el Dr. Simi es, de hecho, una de las caras del mundo pospatente. Ocupa ese rol en parte porque los medicamentos que vende circulan fuera del alcance de la patente, que ya ha caducado; pero, también nos ilustra el mundo pospatente porque su ascendencia es parte de una tendencia global: los genéricos están saliendo como un nuevo campo de batalla en los mercados farmacéuticos, en el cual el dominio público en sí se ha convertido en un mercado fuertemente peleado. Para aclarar este argumento hay que considerar una segunda dimensión de la crisis que está viviendo la industria farmacéutica trasnacional: la supuesta crisis en la innovación en sí. Desde la década de los años 90, la industria se ha diagnosticado a sí misma este padecimiento, ya que están caducando las patentes en sus llamados Blockbuster Drugs (o sea, los productos que generan la mayor parte de sus ganancias), mientras escasean los productos por salir. Vinculado con ella, la industria está enfrentando la pérdida de casi 89 millones de dólares al mercado genérico, sólo en los ee uu.[17] En ese contexto el New York Times recientemente pronosticó la llegada de una “época dorada para los genéricos”[18] —un hecho que, al parecer, previó Víctor González Torres, el Dr. Simi, hace casi diez años. Sin duda, el mercado va marchando a tal velocidad hacia los genéricos que la industria trasnacional, que antes dejó a los demás (mientras cuestionaba su calificación como productos de calidad), ya está entrando en este campo con total decisión, tanto en los países industrializados, como en los mercados emergentes. Abriendo sus propias divisiones de “productos establecidos”, comprando laboratorios de genéricos y vendiendo sus propios genéricos bajo su nombre conocido (y a precios más altos que los demás), las trasnacionales están participando en un proceso que ya hemos visto con el Dr. Simi en México. Me refiero a la generación de las diferencias impulsadas por la mercadotecnia en un sector (el genérico) que supuestamente se define precisamente por la ausencia de esas diferencias. Los efectos son familiares, pero no tanto. Mientras las trasnacionales ven al mercado de los genéricos (o sea, de las copias) como un nuevo territorio para conquistar, el Dr. Simi ha desarrollado, por su parte, un acto de mercadotecnia al revés y bastante ingenioso. Con la imagen del Dr. Simi y el eslogan ubicuo “lo mismo, pero más barato”, González Torres se ha adueñado de los conceptos de la similitud y de lo “mismo” en sí, como (sus) marcas de diferenciación.[19] Lo no apropiable también es mercado En este escenario, el dominio público se está convirtiendo en terreno para conquistar, no simplemente como materia prima para el desarrollo de aún más formas de propiedad privada (la relación en la cual estamos acostumbrados a pensar), sino que el dominio público empieza a funcionar y a verse un poco como el espacio de lo privado en sí: después de todo, lo no apropiable también es mercado. Si siempre ha sido el caso, lo que pasa con relación a los medicamentos genéricos (los que prometen un mejor acceso porque circulan en el dominio público) lo demuestra con una fuerza y una claridad impresionante. Y si bien podemos calificar a este proceso como algo inevitable en cuanto a cómo funcionan los mercados capitalistas, creo que hay por ahí también un aviso importante relacionado con las promesas utópicas de los Creative Commons, los procomunes y los dominios públicos, vistos como espacios de la liberación. El peligro que empieza a dar la cara aquí es el siguiente: lo que pasa bajo el nombre de “lo común” y el dominio público va, poco a poco, imitando los mecanismos exclusivos de la propiedad intelectual. Lo digo con la mirada puesta tanto en los genéricos, como en el arquitecto de los Comunes Creativos (Creative Commons), Lawrence Lessig. En sus escritos recientes sobre la promesa de la cultura remix, como dice él, Lessig también ha hecho unos discursos que caminan, palabra por palabra, en línea con los argumentos de los defensores de la patente y del copyright en contra de la piratería.[20] Lessig se manifiesta en favor de la creatividad legítima (la cual asocia con los actos de reciclaje de “nuestros hijos” en los EE UU) y en contra de la piratería, que tiende a localizarse, al parecer, en el tercer mundo,[21] O sea, para Lessig la creatividad legítima es precisamente lo que crea algo nuevo, mientras la piratería criminal es lo que hace resto del mundo —la imitación en sí cuenta, como siempre, como un acto criminal. Cabe recordar que esa diferencia —entre la creación de algo nuevo y la imitación— es precisamente lo que anima y justifica la propiedad intelectual en su forma restrictiva. Aunque la cuestión del abuso de la copia sea, quizás, importante y quede por enfrentar aún dentro del espacio de lo procomún, el reciclaje de estas jerarquías familiares, con tanta carga ideológica, incomoda bastante, sobre todo porque se ha dicho precisamente bajo el nombre de lo común. Lo procomún, entonces, me genera una mezcla promiscua, entre un optimismo por todas las posibilidades que brindan los proyectos imaginados bajo el nombre de lo común y del activismo del dominio público, y la conciencia de la posibilidad de que los procesos a los cuales el procomún y el dominio público sirven como respuestas, van reproduciéndose —precisamente bajo el nombre de lo común. Tomando inspiración del Dr. Simi, las preguntas tienden hacia lo mismo, aunque sean diferentes. NOTAS [1] Kenneth Shadlen, “The Political Economy of AIDS Treatment: Intellectual Property and the Transformation of Generic Supply”, en International Studies Quarterly. 51, 2007: 559–581. [2] Espicom Business Intelligence, Limited, Report on Mexico, World Pharmaceutical Markets Series, abril 11, 2003. [3] Raúl Molina Salazar, José F. Rivas Vilchis y Ma. de los Ángeles Escobar, “Financiamiento y acceso al tratamiento del VIH/SIDA: el caso de Brasil y México”, en Rivas Vilchis y Molina Salazar (eds.), Políticas Farmacéuticas y Estudios de Actualización de Medicamentos en Latinoamérica, México, Organización Mundial de la Salud, Fundación Oswaldo Cruz (Brasil) y Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa, 2003: 75–92. [4] Joao Biehl, “The Activist State: Global Pharmaceuticals, AIDS, and Citizenship in Brazil”, en Social Text, 22(3), 2004: 105–132. [5] ¡copia = vida! [6] La Declaration Doha se llama formalmente en inglés, The Declaration on the TRIPS Agreement and Public Health, 2001. [7] Maurce Cassier and Marilena Correa, “Intellectual property and public health: copying of HIV/Aids drugs by Brazilian public and private pharmaceutical laboratories”, en RECIIS Electronic Journal of Communication, Information & Innovation in Health. 1(1), 2007: 83–90. [8] Véase también a Ivan da Costa Marqués en relación con la “piratería” de las computadoras Macintosh en Brasil en los 1970s: “Cloning Computers: From Rights of Possession to Rights of Creation”, en Science as Culture 14(2), 2005: 139–160. [9] Biehl, 2004. [10] Por ejemplo, véase Tim Hubbard y James Love, “Paying for Public Goods,” en Rishab Ghosh, (ed.), CODE: Collaborative Ownership and the Digital Economy, Cambridge, MA: MIT Press, 2004: 207–229. [11] En el campo de la biología sintética también se ha visto mucho debate respecto a las plataformas abiertas. Véase Arti Rai y James Boyle, “Synthetic Biology: Caught between Property Rights, the Public Domain, and the Commons”, en PLoS Biol, 5(3), 2007, e58. [12] “Access to Knowledge”, http://www.cptech.org/a2k/; véase también Amy Kapzycnski, “The Access to Knowledge Movement and the Politics of Intellectual Property,” en 117 Yale Law Journal, New Haven, Connecticut, 2008: 804. [13] “Knowledge Ecology International, Attending and mending the knowledge ecosystem,” http://www.keionline.org/ [14] Sarai, http://www.sarai.net/research [15] Véase el reporte de la Organización Mundial de Salud, “Intellectual property rights, innovation, and public health” (12 de mayo 2003), en http://www.who.int/intellectualproperty/documents/thereport/en/ [16] Cori Hayden “A generic solution? Pharmaceuticals and the politics of the similar in Mexico”, en Current Anthropology, 48(4), 2007: 475– 495. [17] Espicom Business Intelligence, Limited, Report on Mexico, World Pharmaceutical Markets Series, abril 11, 2003. [18] Natasha Singer, “Brands Like GlaxoSmithKline Begin to Sell Generic Drugs,” en NYTimes.com, febrero 15, 2010: http://www.nytimes.com/2010/02/16/business/16generic.html. [19] Stephanie Saul, “More Generics Slow the Surge In Drug Prices”, en New York Times, agosto 8, 2007: http://query.nytimes.com/gst/fullpage.html?res=9901E7D61638F93BA3575BC0A9619C8B63&scp=2&sq=%22generic+drugs%22+and+%22golden%22&st=nyt. [20] Hayden, “A generic…”, op. cit. [21] Lawrence Lessig, Remix: Making art and commerce thrive in the hybrid economy, Nueva York, Penguin, 2008. [22] Lessig, “Free Culture: How big media uses technology and the law to lock down culture and control creativity, Nueva York, Penguin, 2004: 63. |