Daniel Sada

Poemas

 

 

UNA MOLDURA

Pero el embeleso no culminaba ahí:
en la forma absorbente del caparazón
de una tortuga. Si moldura vacía, concreta,
exasperante, para casi rodar. Si esqueleto
sonoro, si espectro evaporado, ya cáscara
al garete. Hallazgo y resonancia al cabo
de perder en la campiña —aquella interminable—
el rumbo más oscuro.Tantas culminaciones engañosas
todavía por delante —para mí o contra mí—,
antaño presentidas, y por inciertas leves,
de tanto imaginarlas.

Dibujos abultados en vías de cuadratura
que insinuaban desbordes a manera de trampas.
Emblemas calcinados, apenas sin color,
o envejecida tregua, tan íntima, tan magra.
Líneas que tras buscar una forma perenne
se habrían de deshacer: dentro de mi alma
(hilada) medio ajena, si pendiendo, quizá,
de un inútil presagio.

Desde entonces la norma: ¿renacer para asir?
Entorno floreciente, aquella vez, para encarar
mi miedo. Si moldura vacía, al centro,
vibrátil y aquiescente, ¿cuántas veces soñada?
Pintura que postula un boquete quemante
para asirlo y seguir... Pero no me atreví...
Fue que quería perderme.
Una delgada luz es el recuerdo que se enreda
en un centro: símbolo que gotea,
si de nuevo lo sueño.
Y mientras tanto en mí vive otra luz
que a poco se retrasa y se amolda a un confín.
Caparazón difuso, abandonado,
luego chispeante al verlo o presentirlo
como una salvación. Símbolo perentorio.
¿Otro extravío vendrá si decido un regreso?
Recoger la moldura, ¿con recelo?
Desde una nube asoma un dedo gigantesco
que me propone un rumbo. Hoy tengo que creer.
Se anchurará el camino al ritmo de mis tientos
pasitamente burdos... Embeleso impreciso
por cuanto calcinado: allá,
y...
Decido no moverme
y...
Aquí habrá de engullirme el arrepentimiento,
que es un monstruo infeliz, con miles de tentáculos,
lo es porque ya he encontrado un aposento,
una culminación (en demasía cerril)
errónea, pero fértil...
Falacia que sucumbe hasta volverse polvo.
Ambiguo derrotero
para poder creer
a conveniencia.

 

AD LIBITUM

Bamboleándose van,
así es,
sobre la llanura impúdica
que comienza al final
de esta mesa.

Huellas no firmes,
¿cuántas?,
¿de quiénes que propongan
intriga y travesía?
Ninguna inclinación
ni por error.
Ningún adorno
cual mondongo lúcido

Entonces se subraya el ritmo tambaleante
de travieso —¡Quizá¡, si se nota—. Huellas
—¡¿ a la deriva ?¡— de aquella era terciaria
cuyo rezago trunca, pero cuanto atañe
a quienes no pudieron vislumbrar
cierta orilla, Cadáveres que acendran
el trance de ir sólo ir…

Sobre

¡Ya está¡

La mesa

Crujiente desventura

Y más allá
el resabio de una empolvada dicha,
predicha desde…

Huellas —¿arrepentidas?—
para insinuar la génesis
estoica de una topografía.
Si cansina sapiencia atezada
en un cuero polvoriento.
Si profusión a pocos lances
parda, y con restricta
herida en los ocho confines.

Norte del espejismo.
Sur de ensanche quimérico.
Este y Oeste endebles
y, por ende, propicios
para tergiversarse; perderse
¿en las esquinas?: a expensas
—para mal— de un viento
que
se
evade.
Torpeza
consecuente.
Tantos
caminos nacen del subsuelo,
curvas de pliegues dóciles rehacen
lo infalible de un asedio solar
y un soportal de estrellas
en pos de una invención
como resurgimiento muy de vicio,
por ahí deletéreas ciudades
repentinas. Ciudades de la nada
—¿Y si muevo la mesa? ¿si la vuelco? —.
Nada hay que justifique
fulgores de artificio.
Nacerá lo que a trechos
se derrita…

ESCAREO ENTRE CUATRO PAREDES

Pico en la rareza de los días arrebatados que concluyen
en un éxtasis pendular. Van por allá y vienen por acá
las mellas de una pítima que aluden a otras mellas
aún más ásperas. ¿Y qué más? Salta a mi vista
una canasta puesta en un columpio para que caiga pronto,
que caiga irreal, vacía, por supuesto, o sino portadora
de botellas de Pepsi y de charanda, ¡ojalá!, que caiga
y se oiga estruendo, o un chasquido levísimo
en la alfombra hotelera si pasea vasos térmicos
repletos de café. Polos de un escareo: son cuatro
nada más, pero son escabrosos; cuatro mellas quemantes
pergeños de entropía. Recuento de bebidas
tan disímiles entre esa Greta y yo. Un viaje de reversa
entre paisajes de harta peladura hasta llegar al lujo
de aquel cuarto de hotel con vista al mar: cima
de un paliativo que todavía encapsula aromas suculentos.

“¿Tú qué quieres beber?”
“Yo Pepsi, ya lo sabes”
“Bueno, yo prefiero café, sólo por hoy, pero beberé
litros, no sé cuántos”
“Yo también”
Después pura charanda, pésima –hay que decirlo–
Cuatro cajas compradas en…
Demente el abandono macilento.
Cuántos días sin parar. Cuántos sin un bocado
(y apenas medios sueños); hubiera sido bueno
siquiera comer algo, pero…

Amor, amor de horas pendulares, aproximando
el para qué y el cómo de lo que no se halla
ni se pierde; la mano se han de dar
fantasma y espantajo y se ha de dar también
un consuelo impostor de palabras
que a poco aspirarán a ser un lenitivo
amargo… Impostora esa Greta apasionada;
ésa que nunca vino y que aún no se va;
ésa que es la envoltura de un letargo dolido,
entre más miedo, menos extenuación
dilatada en las formas de nuestra desnudez
aquella que hoy es humo.

Entre cuatro paredes ronda la disyuntiva
de aclarar el regreso a un “donde” que retrasa
a un “hasta cuando”. Imagen divisoria
de un ayer que será mañana enfermo:
acaso removido por estrías de vapor
como escareo fondado. En el techo
los traques de una disolvencia, ésa
que tras menguar necesita un refuerzo
artificioso. Hoy como ayer los sesgos
de las formas que excitan querrán destemplar
telas. La cama es un empacho en cuya superficie
se desvirtúa algún clímax. Es el momento
de encender un recuerdo –el más amarillento,
el menos trémulo–: fósforo para mal, cigarro
que despeje los sentidos. Pero: ¡vaya sorpresa!:
la carencia: el contratiempo de la peripecia
que ha de infligir descorazonamientos.
Aquí y allá se arredra lo que oscila sin fin.
No hay lo que falta en este viaje amorfo.
Olvido y propensión: ir por… ¿Y si me aguanto?
¿Y si no hay humo absurdo para mi refocilo?
Voy. Compro. Regreso para sécula, dudoso,
sin embargo avizorando afanes sepultados
entre cuatro paredes donde Greta agoniza.
Tiembla la sensación en un repaso
de humo que ensancha lo que pienso.
Cadáver petulante, si lo coloco encima de la cama.
¡Qué humilde si aparece flotando en el espacio!,
éste que todo norma, hasta el deseo más grato.
Si meterlo en el clóset y huir en mi automóvil
adonde se me ocurre, a un “hasta cuando” ¿frágil?
Anhelar un abismo: derrumbe necesario hasta…
¡que pretensión! El humo matador es el que ordena.
Salvará si es ambigua la idea de la indolencia.
Sin escape el ayer, sin paradoja. Más bien revive
inducias la pítima fatídica. Otro seguir enclenque
mientras dure el recuerdo de aquella vista al mar,
que ya no es sino tregua de lo que nunca fue,
ni vino ni se ha ido. Escoria que modula
lo que veo sin ambages: un abismo de tocha
azotehuela. Paredes de concreto que postulan
nacencias allá abajo, como es el columpio
donde se mece Greta, carcajienta, o se pasea
(a todo lo que da) la canasta repleta de botellas,
¿pepsi? ¿charanda?, ¿sí?, o si no seis cafés
¿en vasos térmicos? Vaivenes azulados
como un repaso inhábil, disolvente,
de telares cayendo sobre una vaciedad:
teñidura ulterior ya como una antepuerta,
sí transparente lívida y si opaca inexacta.
Escena que insinúa un piafar tembloroso,
a condición de hallar un extracto de amor
que se beba a sí mismo, soterrado.

GERÓNIMUS RORARIUS

Los animales pensantes. Los animales espías,
enviados de Dios, para vigilar las acciones
de los hombres. Tal hebra de hipótesis preludia
una falsía desenfrenada. Gatos y perros portan
la merced. ¡Qué fácil! El resto de la fauna
se solaza en la torre de viento enajenada.
Atento anonimato ¿reclinándose? Habría que ver
si se magulla el ánimo. En grande la estrategia
de lo todoterreno: los animales dirán cosas
muy malas de nosotros, so acaso quieren gala
para siempre. Eso tiene que ser… Por que chismear
albricias es, en este tenor, un gigantesco ultraje,
un buceo en el vacío. Y entonces la consigna vigilante
a qué resulta habrá de obedecer; cuál recuperación así
y asá, y hacia un torpe resumen. Dios ¡crédulo!
Qué tanto.

Gerónimus Rorarius (1614-1660 d.C.) fue el ideoso
chispero. Empezó allá en Liguria su sabroso pregón
y anduvo maquillándolo primero arrinconado,
luego a los cuatro vientos, rumbo al sur de La Bota.
El mundo es un vestigio –decía con tosco aplomo–,
apenas un inciso del fraude cosmos.
Este planeta, ¡claro!, concebido, asimismo,
como el relevo anómalo de otra concepción
(¿una extraviada en un ayer muy pardo).
Este punto frenético que resbala y resbala,
y que se perderá, siendo luego indultado,
toda vez que Dios sepa más detalles
al cabo del informe de…
Alboroto animal ¡¿cuándo termine el tiempo?!
Cuando asuele el acodo universal –oh, sí–.
Otra victoria más de la ficción al bies
de este ideoso barbado, de ojos bastante verdes,
que fue ganando adeptos, pero también muy
fieles enemigos. El mundo es un ensamble
providente, dijo en otra ocasión.

Más frases como dardos sin sentido.
Ideas subordinadas a meras cacoquimias
para consumos de quienes no macizan
siquiera lo más obvio ni tampoco lo incierto
(si fuese otra cosa sosa, amén de repentina).
Lo llamativo sí, si presagia un enristre
y va como las balas al estupor flamante
de alguna pudrición, pero…

El entretenimiento para exprimirlo
o para prolongarlo. Cada cual con borlote
aventurero pensando en animales
y en insectos: caballos y ratones,
cucarachas y grillos, por decir,
cotorras o ballenas o truchas o leopardos,
cabras, buitres, gorriones, hormigas,
musarañas, murciélagos, camellos,
a escoger, según sea; los reyes, ya se dijo:
gatos y perros –¡aguas!– en su trono.
Princesas las serpientes, si uno vive
en el campo, y así llamémosle “hache”
a lo más consonante. Las cochinillas, uh,
las moscas, las termitas, las pulgas, las abejas,
vastedad duradera para detraer ¿el mal?
Empero, sale a flote algo que apareció
como una cavidad insospechada;
si cavidad de amor porque presuponía
hondura y parsimonia, Gerónimus Rorarius
en su trajín halló –¿quien lo dijera?–
a su media naranja. Compañera chistosa
más que hermosa, creyente a la bartola
de esa hilazón de hipótesis, nociva
para unos; gozosa para el resto.
En fin: el casamiento. Fue el obispo de Siena
el encargado de… La unión de dos fachosos
que ante Dios no serían más que buenas criaturas.
Y el sexo como hornilla con desenvolvimiento.
“¡Que tengan muchos hijos!” De acuerdo,
gran idea, en casa es preferible que circulen los hijos
a cualquier animal… No habrá chisme después…
Eso es seguro… Y el donaire de besos
como empuje de todo lo demás. Rebaño
racional ¡con porvenir! Cosa de fe hacedera.
Mucho antes hubo días muy cercanos al lazo
referido, en los que “el acabóse” tuvo un molde
fatal: el obispo de Siena se enteró de la hipótesis.
Contra Dios tal enjundia asaz populachera,
filfa que, en progresión, bien podía convertirse
en atentado de plano jalador hacia una perversión
antidogmática. Berrinche, de resultas; en cada misa,
¡órale!, el obispo pedía la excomunión
para ese par indigno. Comunicado al Papa
incontinenti, y el mero-mero autorizó
en el acto. ¡Oh plis plas extendido!
Antipapista resultó el ideoso, y la consorte
¡vaya!, ¿y muy de refilón? la cadena de hijos
que ya venia en camino? Escándalo bestial
y derrota graciosa a fin de cuentas.

Los animales pensantes. Los animales espías,
enviados de Dios , para vigilar las acciones
de los hombres. Apestados de Ocurrencia.
Afición muy de lado: por mor de un embeleso
que merecía más bien ser transformado en canto,
por lo que –¿se adivina?– : Gerónimus Rorarius
de pronto convertido en pingüe lírico. Escribir
especioso, no sin que día con día teórico
encendiera un cirio de candela. Etapas corajudas
por que el canto era largo. Se antojaba
una coba para sí. Palabras como redes
e ideas como inusuales chupamientos.
Soltar y adelgazar. Los sabores verbales
parecían más acedos que un puñado de sal.
El día que aquel ideoso puso fin a su canto
semejaba un pedazo de pimiento macarro,
corrupto, si se quiere. Luego el dedo de Dios,
cauto por apañado, señalando la adehala,
la recuperación de la salud para quien nunca supo
cómo fue que aquel canto tuvo gran difusión.
¿Culpable fue la esposa? Ella huyó un día
cualquiera de aquel hogar sin hijos, voló al cielo
¿o a dónde? Cierto: mañosa como era, se llevó
el canto escrito. Travesura triunfal,
por que el ideoso nunca, por más que
anduvo en busca, no ¡ni modo!,
¡que absurdo!, ¡qué tormento!, ¡qué hado!