Es posible que haya pasado algo importante en los campos de exterminio; algo que es lo más importante desde la historia del mundo. Es posible que Dios se haya mostrado allí. Esto es lo que vemos en la película de Claude Lanzmann Shoah: gente que ha visto. Se dice que estas personas vieron lo innombrable. Tal es el horror de los campos que es indescriptible en el sentido literal del término. Pero lo innombrable es Dios en la religión judía; aquel cuyo Nombre no se debe pronunciar (tercer mandamiento: “No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu Dios, en vano; porque Yahvé no deja impune a aquél que pronuncia su Nombre en vano”). Tampoco se le representa: segundo mandamiento inscrito en las Tablas de la Ley , que figuran en el Libro del Éxodo: “No harás ni estatua ni forma alguna de lo que está arriba en el cielo, ni de lo que está abajo en la tierra, ni de lo que está en las aguas, debajo de la tierra. No te prosternarás ante ellos y no les servirás.” Se puede citar también, en el mismo Libro del Éxodo:
“Yahvé dijo a Moisés: avisa al pueblo que no se abalance hacia Yahvé para ver: él abatiría a muchos. Hasta los sacerdotes que se acercan a Yahvé, que se santifiquen con el temor para que Yahvé no los acometa.”
Gente que ha visto; seguramente es esto lo molesto en esta película; molesto por más de una razón, hasta en sus mismas proporciones. Las miradas es casi todo a lo que estuve atenta durante la proyección. Todo el mundo tiene vergüenza: no solamente el conductor de la locomotora –imposible olvidar sus párpados bajos ante el horror, que se ha convertido desde hace cuarenta años en la intimidad de su memoria-; también las víctimas: imposible olvidar los ojos de Simon Srebnik, uno de los dos judíos sobrevivientes de Chelmno, donde fueron gaseados por vez primera los judíos. Ellos tienen vergüenza de haber visto, aunque no sé si vergüenza es la palabra adecuada; han franqueado un terreno prohibido. Han cruzado la línea. Es como si hubieran accedido a algo que supera el campo autorizado del conocimiento humano. Aun si el destino es el principal en decidirlo, ellos ya han perdido la tranquilidad por eso; nosotros también. Catalina de Siena escribió en su época: “Así vemos al Dios-Hombre ir tras la muerte vergonzosa de la cruz.”
La primera intervención de Claude Lanzmann en la película es: “¿Hasta el cielo?”. Esto después de que Simon Srebnik haya dicho: “Los camiones llegaban allí... Había dos hornos inmensos... y después se echaba los cuerpos a los hornos y las llamas subían hasta el cielo.” El fuego es el infierno pero es también Dios. Recordemos el episodio de la zarza ardiente: “Moisés estaba apacentando el ganado menor de Jetro?, su suegro, sacerdote de Madian?. Moisés condujo al rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, en el Horeb?. El ángel de Yahvé se le apareció en una llama de fuego en medio del matorral. Moisés miró y la zarza ardió con el fuego pero el fuego no la devoró. Moisés se dijo: ‘Voy a dar un rodeo para ver este gran espectáculo porque la zarza no se quema.' Yahvé vio que Moisés dio una vuelta para ver y Dios lo llamó desde el centro del arbusto; Dios le dijo: ‘¡Moisés, Moisés!'. ‘Aquí estoy', él le dijo. Entonces Dios dijo: ‘No te acerques; quítate las sandalias de los pies porque el lugar que está hollando es una tierra santa'. Y Dios dijo: ‘Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob'. Moisés se cubrió el rostro porque temía mirar a Dios.” Shoah es simplemente una película (oblicua) sobre Dios; puede ser que la primera. Lo innombrable no está representado. No hay un solo cadáver en la pantalla. Pero contemplamos a aquellos que llegaron al borde del precipicio; Gauguin declaró que lo que no está en el cuadro no está ausente, sino que existe fuera del lienzo. Este vacío que llevamos en nosotros tal vez sea aquello en lo que participamos del principio divino: en Shoah está fuera de la obra, pero existe.
A propósito de esta película podemos pronunciar el término profecía: toda obra de arte lograda lo es. Acolar el término de profeta a Claude Lanzmann es molesto, pero una vez más, no hacerlo es sin duda una mentira. Por lo demás, para haber podido llevar a término esta obra propiamente sobrehumana , hay que admitir que algo más ha surtido efecto durante los diez años requeridos para su elaboración, algo más que su propia voluntad. Del primer profeta evocado por la Biblia que se llamaba Amós, se dice: “Amazías?, sacerdote de Bethel?, dijo al profeta Amós: ‘Vete de aquí con tus visiones, huye al País de Judá; allí podrás ganarte la vida haciendo tu oficio de profeta. Pero aquí, en Bethel?, deja de profetizar; porque es un santuario real, un templo del reino.' Amós respondió a Amazías?: ‘Yo no era profeta ni hijo de profeta; yo era boyero y cuidaba las higueras. Pero el Señor me sorprendió cuando yo iba detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve, tú serás profeta para mi pueblo de Israel.'”.
Profética y religiosa, esta película, Shoah , lo es sobre todo por la forma. Lo que es inaugural es que se ha pasado de los libros sagrados que hasta entonces anunciaban la verdad de la palabra de Dios, a una película sagrada . La imagen animada es primordial y el único medio de dar cuenta de un fenómeno más turbador que cuerpos muertos apilados en bultos: a saber, si bien no se nombra a Dios, se lo contempla. Para contemplar a los que contemplaron, es necesario el movimiento de la imagen cinematográfica. Un cuadro o una estatua fijarían un momento de la mirada. La película fija el movimiento de la mirada. Mediante este trastorno formal, los campos de exterminio imponen que se remodele la forma de lo sagrado, implantan el desconcierto revolucionario. Así es como todo comienza de todos modos para la modernidad. Gente que ha visto lo innombrable, de lo que no se da cuenta con palabras, con la palabra. Los prisioneros dondequiera han sido privados de su identidad; se les retiraba el nombre, se les ponía números. En Auschwitz, los números se tatuaban; el hombre desapareció en beneficio del ganado. Claude Lanzmann señala que las víctimas de la epopeya sádica no dicen nunca yo , sino nosotros; todavía hoy. Yo agregaría a la película algo que me impresionó como simbólico: Auschwitz no existe. La ciudad polaca se llama Oswiecim. Lanzmann no podía filmar una estación con un cartel llamada Auschwitz, que es el nombre alemán. Gertrude Stein indicó que el trastorno formal que Picasso introdujo en el arte del siglo XX, se ha de poner en relación con las guerras mundiales, atómica en el caso de la Segunda ; guerras que llevaban el germen de la desintegración. Es al situar la imagen cinematográfica como origen de una rendición de cuentas, y como la única escritura posible del hiato inscrito desde las cámaras de gas en la naturaleza del mundo, que Lanzmann es sin duda un profeta integral. Él responde a la inadaptación de la palabra, del vocablo y del nombre para comunicar el relato de un acontecimiento que es la desaparición de la palabra, del vocablo, del nombre. No hay nada de notable en todo esto. Shoah no es una película chorreante. El genio debe inventar su método, afirma Cézanne.
Hemos de evocar el goce que se apodera de los místicos cuando, embargados por Dios, lo ven y se fusionan con él. Esto pasa por algo que no tiene nada de agradable. No es un placer, aunque sea goce de lo que se trate. Los místicos a veces están horrorizados . Tienen que atravesar la tortura y el sufrimiento.(1) En esto yo veo la película de Claude Lanzmann como una obra mística. El horror puro está próximo al goce puro. Por lo menos uno y otro no dejan de tener relación; aun cuando la idea nos resulte insoportable. La metáfora de los transportes está presente en los dos casos; ¿no es transportado el místico?, véase el papel de los trenes y los camiones en la estrategia del horror nazi. Los místicos saben también que Dios está en los detalles; el detalle es a lo que se aferra incansablemente Lanzmann. Max Jacob escribió que la ausencia de Dios es la abstracción. La cuestión de saber si Shoah es o no una película me da risa. Es como si nos preguntáramos si los escritos de Teresa de Ávila son literatura: es la escritura misma. Su estilo en primer lugar convence de la existencia de Dios. “El cine es un error, pero muy seductor”; la frase es de Jean-Luc Godard. Con esto él quería decir: error en comparación con la música, error en comparación con la literatura, error en comparación con la pintura: seductor probablemente a causa del impacto único de este medio masivo, y de ahí la gloria y el dinero que se le atribuyen. La película sería un subgénero, una degeneración; por mucho tiempo he creído que lo que afloraba verdaderamente de la verdad pasaba por la escritura. Con Shoah, y por los campos, el cine se vuelve la verdad misma. Cuando digo: “Es posible que haya pasado algo importante en los campos de concentración, algo que es lo más importante desde la historia del mundo”, es a esto a lo que hago alusión. No es forzosamente un progreso. Puesto que en el principio fue el Verbo, hemos sido propulsados antes del principio.
El Talmud declara que lo esencial son las preguntas. Esto es lo que pensamos cuando escuchamos, lacerantes, las de Claude Lanzmann, que interroga valiéndose de sus obsesiones: la primera vez, el frío, el Este, saber o no saber. Él ha filmado, pues, a gente que ha visto . En las catedrales, se representa a la Sinagoga por oposición a la Iglesia como una mujer encantadora cuyos ojos están vendados. La Sinagoga esculpida en la catedral de Estrasburgo es, parece ser, la más bella. En Shoah , Lanzmann retira la banda de la Sinagoga para que se abran los ojos. Jesús decía: “Cuando me ven, ven al Padre.” Algo que concierne a la Encarnación está en juego. Era preciso encarnar la verdad de los campos. Por lo que se refiere a comprender cómo la película es un fundamento de la identidad judía en lo sucesivo, es un misterio. Las cámaras de gas no fueron inventadas para los judíos, sino para los mongólicos, los que tenían bocio, los alemanes incurables a los que se eutanasió; aunque a continuación las cámaras de gas sirvieron esencialmente para los judíos.(2) Otras personas que no eran judías fueron deportadas y murieron en los campos. No obstante se siente, sin poder explicarlo -y esto se deduce del misterio del que hablo-, que Shoah , evocando sólo a los judíos, da cuenta de algo muy particular con lo que se combatió al Pueblo Elegido. Los judíos dieron un rodeo hacia el Este (cf. el rodeo de Moisés para ir hasta la zarza ardiente); sin la evocación de este desvío ya no hay definición posible de la judeidad, mal que les pese a los asimilados y a los amnésicos. El Genocidio y la Solución Final no pueden disolverse en la Historia del Mal ni en la de los Genocidios. No es por azar que la película capital sobre los campos sea obra de un judío: por muy ausente que esté su educación o su práctica religiosa. Imposible olvidar la mirada de Raul Hilberg, cuando el historiador declara, turbado por la revelación que aporta, de la que más bien hubiera sido objeto (el mismo malestar para evocarla que los otros personajes de la película): para la Solución Final , los nazis inventaron . Hubo un salto, hiato, novedad. Es aún demasiado pronto para tomar conciencia de este seísmo en el que la razón periclita en el centro de Europa. No hablar de ello era borrarlo con goma de borrar. Hitler lo sabía cuando recomendaba el eufemismo: se puede leer en una carta escrita por el doctor Brandt, miembro del estado mayor personal del Reichführer S.S., con fecha 10 de abril de 1943:
El Reichführer S.S. ha tenido a bien recibir su informe sobre la Solución Final de la cuestión judía en Europa. Él desea que en ningún lugar se mencione como el ‘tratamiento especial de los judíos'. En consecuencia, habrá que indicar en la página 9: deportación de los judíos de las provincias del Este en dirección al Este ruso. No deber ser utilizada ninguna otra fórmula.
El silencio ha sido por mucho tiempo deseo de los propios judíos: de los que habían ido a los campos, para olvidar, de los que no habían ido, también para olvidar. De ahora en adelante, hasta los judíos que no han visto Shoah porque no pueden –creen que la experiencia sería insoportable- deben estar reconocidos de que la película exista. El judío de hoy debe respaldarse en esta obra. No hay opción: como otros no tuvieron la opción de ser exterminados o de volver. El judío sabe que su Historia ya no está solamente inscrita en el Antiguo Testamento, sino también en esta película cuyo nombre se ha convertido en aquel con que se designa en lo sucesivo el episodio que evoca. No olvidemos por lo demás que Jesús habría llevado la estrella. Hubiera muerto en una cámara de gas, en tanto que judío. Es una historia de locura. Y todo porque el Pueblo Elegido se negó a contemplar a Dios en él.
A Lanzmann se le pueden reprochar los procedimientos que usa en Shoah para obtener las confesiones de unos y de otros. Lo menos que se puede señalar es que los métodos empleados no son siempre fraternales. Algunos han subrayado que algunos asuntos no se manejan con las reglas de un jugador de cricket. ¿Se puede todavía ser un gentleman? Esta es la pregunta pero no está bien planteada. Más allá de la palabra regla, evoquemos la palabra ley. Vuelvo al término fundador: aquel que funda viola la ley para que la ley se cumpla. Cristo lo afirmó. No he venido a traer la paz sino la guerra. Jesús no era un no violento. A la familia, sacrosanta entre los judíos, le reconocía sólo moderadamente un valor. En el Nuevo Testamento se lee:
“Y vinieron su madre y sus hermanos que, permaneciendo fuera, le mandaron llamar. Y una muchedumbre estaba sentada en torno a él. Y le dijeron: ‘Tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.' Respondiéndoles les dijo: ‘¿Quién son mi madre y mis hermanos?' Paseando su mirada sobre los que estaban sentados en círculo alrededor de él, dijo: ‘¡Éstos son mi madre y mis hermanos! Aquel que hace la voluntad de Dios, éste es mi hermano y mi hermana y mi madre.'” Pero Cristo viola también las reglas del Sabat. Leamos:
La recolección de las espigas y la observación del Sabat. Marcos 2-23-3, 7
“Un día de Sabat, él pasaba a través de las mieses y sus discípulos, abriéndose paso, se pusieron a recolectar las espigas. Y los fariseos le decían: ‘¡Ves! ¿Por qué hacen ellos en un día de Sabat lo que no está permitido?' Y él les respondió: ‘¿No han leído nunca lo que hizo David cuando estaba necesitado y él y sus compañeros tenían hambre, cuando entró en la casa de Dios en tiempos del gran sacerdote Abiatar, y comió los panes de las proposiciones, que sólo les está permitido comer a los sacerdotes, y hasta les dio a sus compañeros? Y él les decía: El Sabat ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el Sabat, de modo que el Hijo del hombre es amo hasta del Sabat.' Cristo es paradoja. ‘No he venido a derribar sino a completar', dijo.”
Con Shoah uno se pone a pensar que no en vano el cine es el séptimo arte, y no el sexto o el octavo. Por Claude Lanzmann se tiene más que admiración; una especie de compasión pura, como por los grandes creadores que tienen acceso al sufrimiento del hombre y lo comparten. Se experimenta lo mismo por Rembrandt, por ejemplo. Me parece que el genio no se da sin una forma de violencia, ni sin una forma de bondad. Curiosamente, uno se siente aplacado viendo Shoah . Se sale apaciguado después de este surgimiento seco, ascético. “Sólo puede dar un sentido a la paz aquel que ha sido víctima de todas las violencias.”(3) La violencia llevada a eso que se puede nombrar, y escribir -la desaparición de los judíos se hizo sin trazo escrito, coronación del secreto que ha habido siempre más o menos de ser judío; en lo que toca a Eichmann, él no leía ningún libro-, remite al enigma del nombre de Dios. Tal vez sea algo a caballo entre la imagen, la letra y la cifra; algo que vive –y se desplaza- entre una abscisa y una ordenada; “que está en curso de devenir Aquel que está en curso de devenir”. Dios es movimiento.
Traducción de Isabel Vericat
NOTAS
1 Catalina de Siena: “Le correspondo con cruz por cruz invitándole a sufrir la del Santo deseo y la del cuerpo.”
2 Unas decenas de miles de gitanos alemanes fueron también gaseados en Birkenau en 1944 y la primera “acción” de gaseo experimental fue realizada en Auschwitz I, en el bloque 11, con varios miles de prisioneros de guerra soviéticos.
3 Armand Abecassis, La pensée juive .
Elisabeth Huppert, “Voir (Shoah)”, Fractal nº 34, julio-septiembre, 2004, año IX, volumen IX, pp.129-138.