PRÓLOGO
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Querido Jorge:
Quisiera creer que el Don Francisco, el personaje de El Cablegrama (en tu imitación de doña Emilia Pardo Bazán), es el mismo que más tarde te sirvió para La resurrección de don Francisco, tu primera publicación (en 1924). Es una pena que la narración de El Cablegrama quedase trunca; aun así, los estudiosos de tu obra ya podrán ver la evolución de tu narrativa. Tu imitación de Leopoldo Lugones, “En lo alto”, me deja perplejo, puesto que, habituado a leer al Jorge casi críptico, en este escrito juvenil percibo un Jorge humanizado que revela sus emociones. Recuerdo que alguna vez un amigo me dijo que al leer tu poesía sentía como si “hubiera olvidado el español”. Sorpresiva es tu elegía a los trabajadores en “Formación de la Patria”; ya podrán ser desmentidos quienes, basándose en tu universalismo, te tacharon de reaccionario. Llama la atención también el uso de la “fundición”, tanto en este trabajo como en el poema “Poeta funde tu campana”. Sin duda, a tu corta edad, las referencias industriales de mi abuelo Néstor te influenciaban aún. Veinte años después de tu partida, en 1962, cuando tuve la fortuna de vivir a su lado, todavía sus ideas industriosas inundaban mi casa y mi mundo cotidiano. Es claro que ya te había picado el alacrán de la inteligencia; algunos dicen que ya lo traías desde siempre; otros, que el golpe con el aguamanil de la recámara de mi abuela te volvió precoz. Lo cierto es que tus ensayos de estudiante ya nos sorprenden. Sin duda tú no estarás de acuerdo, pero debes de entender que nos ha costado mucho trabajo descifrarte; aun en tus escritos de juventud, no encontramos ninguna fecha ni referencia. Ya lo decía mi tío Víctor cuando nos contaba cuán distraído y desmemoriado eras: eso sí que lo traías en la sangre. Hoy más que nunca queremos entenderte. ¿Sabes? Ya somos multitud los que admiramos tu obra. Y aunque nunca te preocupaste por poner las cosas en orden, ya tenemos mucho. Fito me cuenta que él tenía cuatro cajas de manuscritos tuyos y que, lamentablemente, después de pasar de mano en mano, se perdieron. Ya aparecerán; todo a su tiempo. Estarías sorprendido de ver cuán útiles han sido tus reflexiones y cómo siguen siendo actuales después de sesenta años de tu partida. Ayer consulté tu nombre en internet y me encontré con artículos sorprendentes; por ejemplo, Carlos Monsiváis utiliza tus opiniones para contribuir a la crítica de la política educativa. Por cierto, por allí nos dicen que te carteabas con Aldous Huxley y con Antonin Artaud. Sería extraordinario leer esa correspondencia, que, sin saber si era confidencial, se nos antoja pública. La biblioteca de Huxley se quemó y Artaud era tan despatarrado como tú, así que hay pocas esperanzas, pero quién sabe.... Por lo pronto quiero adjuntar a la presente la dedicatoria que te hizo André Breton en el ejemplar del Second Manifeste du Surréalisme. Solamente como un testimonio; seguramente te lo dio Breton en el treinta y ocho, cuando estuvo aquí (es lo que yo creo).
Segundo Manifiesto del Surrealismo, 1930, firmado por André Breton.
Mamá, La Nena, en su afán de darte a conocer, dejó ir muchas de tus cartas, las cuales van apareciendo poco a poco (por cierto, pocos han sido aquellos que han solicitado autorización para publicarlas). Recientemente, mi querido amigo Jesús Martínez Malo me mandó copias de algunas que se encontraban en posesión de Luis Mario Schneider y que fueron publicadas post mortem (puesto que ya debes de saber que Luis Mario también decidió emprender el gran viaje). Lo que me pregunto, querido Jorge, es cuántas cartas, cuántos originales andarán por allí rodando sin que podamos leerlos. A pesar de todos estos secuestros, sales del olvido y, como dice Lucio (quien para tu beneplácito ha escrito miles de páginas que publicaremos pronto, entre ellas un magnífico estudio de tu obra): “a pesar de que dicen que éste es el siglo de Octavio Paz, nosotros constatamos que sobre todo es el siglo de Jorge Cuesta”. Sin obviar el mérito de don Octavio, sí, éste es tu siglo. Ya lo anunciaba nuestro querido Louis Panabière, quien sin duda (no lo podrás negar) se ocupó de tu obra mejor que nadie, y esto es en sí un doble homenaje, puesto que –como tú lo decías: ningún nacionalismo nos ata para reconocer la inteligencia– cuando le otorgaron el premio que hoy lleva tu nombre lo llamaron “el más mexicano de los franceses”, parafraseándote cuando respecto a Cardoza y Aragón lo designabas como el “más extranjero de los mexicanos”. Hoy el doctor Alberto Pérez Amador te traduce al alemán y la doctora Annick Allaigre-Duny te traduce al francés, ambas traducciones acompañadas de sendos estudios sobre tu obra poética; Adolfo León Caicedo –colombiano– gana un premio Bellas Artes con un estudio sobre tu obra, y así, poco a poco, tu nombre se vuelve internacional. En casa (en México) también hay más y más estudiosos de tu obra (poética o ensayística). En el coloquio que recientemente se llevó a cabo en Pau, Francia, coincidieron algunos de los numerosos interesados en tu obra; por ejemplo, Verónica Volkow, el propio Martínez Malo, Roland Léthier, Israel Ramírez, Elizabeth Hulverson y otros. Esperamos encontrar pronto el lugar para realizar en México el segundo coloquio Jorge Cuesta al que puedan asistir tantos otros que, por falta de recursos, no pudieron acudir a la cita en Pau. Quiero decirte también que el esfuerzo de algunos por mancillar tu nombre no ha progresado. Hoy tienes un verdadero ejército de defensores: Augusto Isla, Jesús Martínez Malo, yo mismo y otros “disidentes” de aquellos que se sirvieron de la infamia para asirse de tu nombre y poder aparecer en escena. El camino es largo aún. La portada de La Única aparece dentro del repertorio pictórico de Diego y, al verla, se olvida el origen que tiene. A todos los que te queremos nos queda la cicatriz de la infamia, pero también la certeza de que, sin la intervención de Diego, el libro estaría en el olvido. Natalia nunca leyó la novela, siguiendo tu petición. El haber cargado con no sé cuántos bultos ignominiosos (fardeaux, dirían los galos) sobre sus hombros ha dado frutos y las cosas salen a la luz. Los mitos quedarán en boca de cobardes. Tu sobrino que te quiere P.D. El cuadernillo tiene los siguientes trabajos: “La noche triste”, “El fastidioso”, “En lo alto (Imitación de Leopoldo Lugones)”, “Formación de la patria”, “El cablegrama (Imitación de Emilia Pardo Bazán)”. Dos poemas: uno en prosa, “Labra, poeta”, y uno en verso, “Poeta, funde tu campana”. Algunos escritos que, por la edad del cuadernillo, están incompletos e inconexos y algunos apuntes de tus clases de inglés (que omito), y finalmente muchas páginas de caligrafía que ¡no fueron muy útiles!
Víctor Peláez Cuesta
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