ÓSCAR MARTIARENA

Ilustración y mito

 

 

Al constituirse como entidad autónoma, desligándose de cualquier tutela ajena a sí misma que buscara gobernarla, y al instaurarse como capacidad de establecer sus propios fines, la conciencia ilustrada fundó una nueva época en la historia de Occidente. Hoy, más de dos siglos después del inicio de ese singular proceso al que llamamos Ilustración, sabemos que es de ahí de donde en buena medida proceden nuestras luces y, con ello, nuestras certezas y verdades. Pero también hoy, no pocas veces se sospecha que muchas de las sombras que oscurecen al mundo contemporáneo tienen su origen en el Iluminismo.

Alentada por el desarrollo del saber científico y las ventajas de la técnica, la conciencia ilustrada procedió desde muy pronto a una crítica continua y severa del pasado que le precedía y, confiando en su propio valor, optó por declararse autónoma. Con ello, dejaba atrás señaladas sujeciones: la religiosa, que le impedía mirar sin sombras un mundo natural regido por sus propias leyes, y la metafísica, que le exigía someter cada uno de sus pasos a un orden fundamentado y unitario del cosmos. Así, con su distanciamiento de la religión y de la metafísica, la Ilustración ganaba la libertad necesaria para gobernarse a sí misma.

Resultado de su proceder son, lo sabemos, la ciencia y la técnica modernas a las que se suma la búsqueda por construir un mundo de seres humanos libres sin las ataduras que otrora significaban las dominaciones políticas y religiosas. Pero además, paralelo a su distanciamiento del pasado, la Ilustración generó un movimiento paulatino, aunque permanente, de desdivinización del mundo: con las luces los dioses huyeron y, con ellos, los mitos que encarnaban.

Anterior a la Ilustración europea, el mundo aparecía a los ojos de los filósofos medievales como un orden cósmico perfectamente organizado en cuya cúspide se encontraba Dios, su creador y fundamento. Dios era la realidad suprema, mientras que lo sensible, lo natural, lo creado por su propia mano, era sólo apariencia imperfecta. Todos los entes del mundo eran vistos como dependientes de la unidad divina. Y he aquí que la Ilustración, con su voluntad de autonomía, fue apropiándose de lo que otrora correspondía a Dios como unidad y entidad superior, despojándolo así de su soberanía sobre el mundo. El conocimiento dejó de estar garantizado por la divinidad y los seres humanos se dieron a la tarea de construirlo bajo sus propias reglas y a darse un mundo gobernado por unas leyes convenidas entre ellos mismos. Todo ello, al tiempo de realizar una lenta, pero incesante, disolución de la antigua totalidad.

Muy pronto la Ilustración fue criticada. Ciertamente, muchas de las críticas procedían de los ámbitos afectados por el proceder ilustrado que en su avance sacudía e incluso derribaba la solidez de los sistemas considerados en otro tiempo como incuestionables.

Así, algunos miembros de los ámbitos religioso y político que resentían la marcha devastadora de las luces apostaron por la restauración inmediata del antiguo régimen. Sin embargo, no todas las críticas a los movimientos ilustrados provenían de los sectores conservadores. Al respecto, llama la atención, por ejemplo, la presente en ese breve texto conocido como El más antiguo programa del idealismo alemán, de 1795, en cuya redacción al parecer coincidieron Hegel, Hölderlin y Schelling (Friedrich Hölderlin, Ensayos, trad. Felipe Martínez Marzoa, Madrid, 1990, pp. 27-29).

En este breve texto, tan recurrido pero también tan difícil de agotar, distanciándose de su inicial entusiasmo por el triunfo de la razón en Francia, los jóvenes filósofos echan de menos una "física en grande" frente a la producida por la Ilustración que, sin vuelo alguno, "avanza fatigosamente de experimento en experimento" y sin satisfacer a ningún espíritu creativo. Dicen además estar convencidos de que el Estado debe desaparecer porque, en vez de hacerlo libremente, trata a los seres humanos como a máquinas. En fin, asumiendo que la idea que puede unificar al todo sólo puede ser la belleza y pugnando porque la poesía se convierta en "maestra de la humanidad", los compañeros de Tubinga se pronuncian por la formación de una nueva mitología que, afirman, permitirá la difícil conciliación entre ilustrados y no ilustrados.

Al parecer, la crítica a la Ilustración que en este texto se esboza no cifra sus aspiraciones en la restauración del antiguo régimen. Más bien hay en la propuesta del Programa el reconocimiento de que, al marchar por sus propios medios, la nueva ciencia se muestra incapaz de rendir los frutos esperados, aunque también impotente de establecer vínculo alguno con otra cosa que no sea ella misma; a su vez, está presente en el texto la afirmación rotunda de que en su funcionamiento, al privar a los seres humanos de su libertad, el Estado no hace otra cosa más que tratarlos como a máquinas. A lo anterior, los autores del Programa añaden que en el mundo ilustrado, en razón de su autonomía, la ciencia y la política poco tienen que ver entre sí e incluso con todo aquello que no alcanzan a objetivar. Y es frente a tal diagnóstico que los jóvenes filósofos lanzan su asombrosa propuesta: sólo desde un ámbito distinto a la ciencia y a la política, sólo desde la poesía, podrá surgir una nueva mitología que unifique y dé "perpetua unidad" a los ámbitos autónomos, haciendo que ilustrados y no ilustrados estrechen por fin sus manos.

Ahora bien, de principio resalta que en el Programa se diagnostique la separación de la ciencia y de la política y que frente a ello la propuesta presentada sea la de alcanzar una "perpetua unidad", lo cual sólo podrá lograrse mediante la poesía. De lo que se desprende que, de acuerdo con los autores de este sorprendente texto, la autonomía ganada por la ciencia y el Estado respectivamente, tendría que ser sometida a un ámbito superior que les diera unidad; ese ámbito, se afirma, es el de una nueva mitología, el de una poesía que debería convertirse en "maestra de la humanidad". Así que, al menos para los redactores del Programa, frente al proceder ilustrado que promueve autonomías y disuelve totalidades, habría que producir nuevos mitos instauradores de una nueva unidad.

Como se sabe, y como Manfred Frank muestra en El dios venidero (El dios venidero: Lecciones sobre la nueva mitología, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994), la búsqueda de una nueva mitología, como vemos, requerida para mitigar el proceder disolvente de la Ilustración, ocupó la atención de otros pensadores y artistas a fines del siglo XVIII y principios del XIX. A la vocación analítica y diluyente propia de la Ilustración se opuso la sintética y unificadora del mito. A los ojos de muchos, no sólo de los seminaristas de Tubinga, el mito estaba llamado a acabar con la fragmentación generada por la época ilustrada y, con ello, a producir la "unidad perpetua".

En todo caso, podemos afirmar entonces que, al menos para algunos, la Ilustración se convirtió desde muy pronto en sinónimo de pérdida de unidad, incluso de pérdida de legitimación, y el mito en aquello que podría reconstituirlas, incluso dentro del propio horizonte ilustrado. Y con ello, apenas iniciado su camino, la Ilustración fue objeto, y aún lo sigue siendo, de diversas críticas precisamente por su carácter de disolución de la unidad por algunos anhelada y en otro tiempo presente, por ejemplo, en la metafísica medieval. Así, se ha argumentado que la Ilustración disuelve los valores fundamentales y nos conduce a la pérdida de sentido; que hay valores superiores a los ilustrados; que los seres humanos somos algo más que criaturas racionales. Más aún, en los dos últimos siglos, grandes filósofos han realizado críticas severas a la Ilustración o, al menos, a algunos de sus aspectos: Nietzsche, con su apelación al mundo griego antiguo al que contrasta con el moderno y con la formulación de un nuevo mito, su Zaratustra; Heidegger, con su implacable crítica de la subjetividad, la representación y la técnica modernas; Adorno y Horkheimer, en su intento por mostrar que el funcionamiento de la Ilustración, más que racional, es fundamentalmente mítico.

A la par de las críticas al devenir ilustrado, si bien no siempre con la mira puesta en la unidad perpetua, durante los últimos doscientos años, ciertas corrientes de la filosofía y diversas manifestaciones de la cultura han buscado algo que pudiera enfrentar o al menos paliar lo que un autor llama "el ácido de la Ilustración". En un sendero paralelo al Programa de Hegel, Schelling y Hölderlin, no han sido pocos los que en los dos últimos siglos han querido confiar en la poesía, y sin duda en el arte en general, como contrapeso y, también frecuentemente, como crítica a la posición de quienes, absortos en los beneficios de la Ilustración, no tienen ojos más que para pensar en la economía, la ciencia y la técnica. En particular, la poesía y la novela, mitos modernos, han venido a ocupar un lugar fundamental en el horizonte ilustrado. Si bien no han logrado cumplir la expectativa que los jóvenes seminaristas de Tubinga al parecer tenían alrededor de una nueva mitología pensada como "maestra de la humanidad", lo cierto es que la poesía y la novela modernas expresan lo que con frecuencia la ciencia y la técnica, por su propia estructura, no han podido y no pueden decir o siquiera barruntar. Pero a pesar de todo ello, hay argumentos, más o menos sólidos, relacionados con el limitado papel que la poesía, la literatura y el arte en general han cumplido en la modernidad. Se les ve aislados de la ciencia y de la técnica e incluso del juego político. Destino de la época ilustrada, la literatura y el arte en general se volvieron también autónomos y, con frecuencia, elitistas.

Los intentos de racionalizar cada momento de la vida; la voluntad de objetivar cada parte del universo; la insistencia en convertir, incluso con violencia, en objeto de conocimiento los comportamientos de los seres humanos; la insistencia en la relevancia de lo económico; la disolución de las comunidades en entidades aisladas cuyo objetivo fundamental es el bienestar personal; la consolidación de la autonomía de la ciencia y la tiranía de la técnica; el apercibirse de que son muy pocos los que efectivamente disfrutan de las ventajas producidas por el mundo contemporáneo; cierto desencanto en relación con las expectativas puestas en el arte y la literatura como generadores de la unidad anhelada; todo ello, en tanto características de nuestro presente, ha llevado a algunos a pensar en que sólo un mito unitario puede ser capaz de restaurar la disolución producida por la era ilustrada. Ciertamente, no es una propuesta totalmente nueva, aunque otra vez renace. Ahí están los intentos de restauración del antiguo régimen apenas nacida la Ilustración. Asimismo, aunque mucho más cercano a nosotros, en esa famosa entrevista a Spiegel cuya publicación pidió postergar hasta después de su muerte, Heidegger se atrevió a decir que "sólo un Dios puede todavía salvarnos".

En una perspectiva que parece similar a la de Heidegger, aunque en realidad con diferencias substanciales, sostenido por la búsqueda de una nueva mitología presente en el romanticismo temprano, Manfred Frank nos propone alistar nuestro espíritu para apresurar la llegada de un dios venidero, de un dios por venir. Desde las primeras páginas de sus Lecciones sobre la noción de nueva mitología en el romanticismo alemán, Frank (Op. cit., p.16) presenta a la contemporánea, en especial a la de los países industrializados, como una sociedad sin legitimidad, incluso hostil al ser humano medio, al que no le es fácil, dice el filósofo alemán, acceder a la comprensión del sentido de la existencia. En buena medida, la idea que recorre su libro es que la Ilustración, con el espíritu analítico que la caracteriza, ha disuelto la legitimidad del mundo, incluso su sentido, que en otro tiempo garantizaba la religión, en particular la religión cristiana. Con esta premisa y apoyado en la noción de nueva mitología presente en el Programa de Hegel, Schelling y Hölderlin, Frank argumenta que la puerta de salida a los problemas de nuestro tiempo, generados por los aparentes fulgores de la Ilustración, pasa necesariamente por una puesta al día del mito, el cual, dado su espíritu sintético y, por tanto, unificador, puede restaurar la unidad devastada por la Ilustración.

En el desarrollo de sus Lecciones y, en particular, a través de una lectura un tanto forzada del poema Pan y vino de Hölderlin, Frank quiere mostrar que lo que subyace a la idea de una nueva mitología es la apuesta de algunos románticos precisamente por un dios venidero, un Dioniso que es visto, por Frank, como el antecedente de Cristo. De tal manera que la solución que Frank encuentra para enfrentar la ilegitimidad provocada en Occidente por la Ilustración, es el advenimiento de un nuevo cristianismo que, a sus ojos, es lo que puede restaurar la unidad perdida y dar nuevamente un sentido genuino a la existencia.

El recurrir a la religión, especialmente al cristianismo, como remedio frente a la disolución producida por la Ilustración no es nuevo en el horizonte occidental. Como se puede ver en el propio libro de Frank, fue una tendencia en los primeros años del siglo XIX que se desarrolló como parte de la reacción a la consolidación de la racionalidad ilustrada. Pero además, habría que decir que en los últimos años, en el propio mundo ilustrado ha surgido lo que, parafraseando a Derrida, podría denominarse "un tono religioso adoptado recientemente en filosofía", dentro del cual se encuentra sin duda el libro de Frank, que renueva la apuesta por recuperar la unidad perdida y dar un sentido universal a nuestra existencia a través de la religión. Es decir, que las expectativas de unidad y de sentido único vuelven a manifestarse, aunque ahora lo hacen frente a una Ilustración que, por su parte, parece no percatarse de los reclamos de cierta filosofía, precisamente la que ahora quiere el restablecimiento del ámbito de lo religioso, como medio para restaurar, digamos que un tanto artificialmente, la llamada unidad perdida. Así que, si pensamos en el horizonte descrito, lo que tenemos es que, por un lado, por la vía de la ciencia, la técnica y, a veces, la política, la Ilustración sigue su camino a pesar de los reclamos de falta de sentido; y, por otro, la falta de unidad propia de la época conduce a algunos a afirmar la urgencia de recuperar un "verdadero" sentido de la existencia a través de la religión.

No obstante, quizá la polarización entre Ilustración y mito que lleva, a Frank por ejemplo, a optar por el segundo término del binomio, no necesariamente es el único camino posible para enfrentar los tiempos que vienen. Es un hecho que el advenimiento de la Ilustración condujo a dejar atrás las oscuridades del mundo medieval con sus dominaciones específicas. A la Ilustración, como aparece en Kant por ejemplo, le es de suyo el que a los seres humanos nos sea lícito construirnos autónomamente, al tiempo de ofrecernos la posibilidad de establecer nuestros propios fines, situación que en un ámbito mítico-religioso, como el propugnado por Frank, no ha sido históricamente posible. Ciertamente conviene, además, no olvidar uno de los aspectos de la Ilustración más importantes: la posibilidad de la crítica. Crítica de la ciencia, de la técnica, de la política e incluso de la religión. Situación que en un marco mítico-religioso, tampoco ha sido históricamente posible.

Friedrich Hölderin (1798)

Ahora bien, no por esto habría que olvidar o dejar de lado a los mitos que, como en el caso de la poesía y la novela modernas hacen un importante contrapeso a los excesos de la Ilustración y que incluso, en muchas ocasiones, han realizado una aguda crítica a las expectativas ilustradas. Sin embargo, no por ello habría que asumir que la única posibilidad de futuro está contenida en un mito que, después de dos milenios de dominación, Frank quiere renovar. Desde luego, no por ello es pertinente condenar a la religión en general. Aunque, sin duda, cabría preguntarle a la práctica religiosa por qué quiere afirmarse, como en el caso de Manfred Frank, como única posibilidad, como único futuro y única esperanza; es decir, como único sentido posible frente a la dispersión contemporánea.

Así, quizá convendría pensar que es pertinente el insistir en los aspectos de la Ilustración que nos permiten dejar atrás la tutela religiosa, al tiempo que reconocemos la validez y pertinencia de los mitos. Es decir, pensar que, más allá de totalizaciones extremas, conviene ser ilustrados en tanto es esencial a la Ilustración la búsqueda por hacer libres y autónomos a los seres humanos y que, a la par de los logros ilustrados, los mitos pueden funcionar como horizontes multiplicadores de sentido y, con ello, como contrapeso a los excesos de la ilustración, con su racionalidad, su ciencia y su técnica. Es verdad que al asumir la tensión que Ilustración y mito conllevan no se va a restituir la unidad perdida y anhelada por algunos. Pero, más que optar por uno de los términos del binomio y enfrentarlo al otro, al mantener Ilustración y mito en una tensión compensatoria en búsqueda de equilibrio, quizá podamos pensar que nuestro destino, sin las expectativas de un sentido único para todos y para todo momento, tal vez sea el de aprender a ser ilustrados sin ilusiones de unidad de sentido, al tiempo de que, en el ámbito de nuestra autonomía, nos sea lícito dar sentido a nuestra existencia tomando como posible referencia a los mitos.

Óscar Martiarena, "Ilustración y mito", Fractal n° 14, julio-septiembre, 1999, año 4, volumen IV, pp. 125-134.