K.S. Aksakov a Gogol
Mayo de 1848*
Al fin está en tierra rusa,1 amabilísimo Nikolai Vasilevich, al fin le escribo ¡y no al extranjero! ¡Seis años! Es suficiente. Pero, ¿cómo hablarle ahora? Mucho quedó sin decir, y las palabras no dichas se quedan en el alma o dejan en ésta su huella. En cualquier caso, es necesario una sinceridad absoluta: sin ésa no pueden haber relaciones francas. Yo debo decirle todo lo que tengo en el alma. Es mejor no ponerse de acuerdo o ponerse de acuerdo de una vez. Particularmente, cuando se tuvo una relación estrecha con una persona, la sinceridad absoluta es una necesidad imperiosa; quien piensa seriamente en una amistad estrecha, ése no se avergonzará ni se contendrá para decir, en su opinión, toda la verdad. Usted lo sabe por sí mismo, pienso, y no hay más nada que decir al respecto.
Le escribí una extensa carta tras la salida a la luz de su libro; era demasiado ruda; tenía escrito bastante, pero aún no la terminé y además la perdí. Pensando que acaso eso era lo mejor, que acaso no se debe dar rienda suelta a la indignación cuando el alma está sólo llena de indignación, no comencé una nueva carta. Pero ahora está usted en Rusia, y su sencilla esquela2 surtió tan buen efecto en la familia que la indignación, en cuanto me parece, no me cegará. El padrecito también piensa en su esquela; encuentra sus líneas sencillas y amistosas. Nikolai Vasilevich, no tengo nada que decir sobre nuestra amistad o la mía, aunque me parece que usted la percibía como una especie de apego subordinado por mi parte, cosa que nunca hubo: en esa clase de sentimiento no hay firmeza ni profundidad, no puede haber verdad y, lo fundamental, no hay libertad. Sea como sea, desde hace unos dos o tres años, no más acaso, ya no me pareció el mismo de antes. No pienso que yo me equivocaba, pienso que usted cambió. Si ve una presunción en mis palabras se equivoca. Sus importantes, e incluso pretenciosas cartas, con su profundidad de pensamiento, frecuentemente aparente, frecuentemente falso, sus benéficos encargos respecto a su ficticio secreto, su perturbador prólogo a la segunda edición de Las almas muertas y, finalmente, su libro, que lo resume todo, me alejaron mucho de su persona. Yo lo ataqué a usted en casa y en sociedad casi con la misma pasión con que antes lo defendía. No sé si le habrán llegado rumores al respecto pienso que sí le llegaron. Sus cartas posteriores aumentaron más aun la indignación. El conocer a Smirnova, su pupila, me explicó más aún su persona, su visión, su estado de alma y su doctrina falsa y mentirosa, totalmente opuesta a la sinceridad y la sencillez. Cuando se habla de su libro, pienso, se habla asimismo de todo lo que hay de no bueno en usted.
En todo lo que escribió en sus cartas y en su libro, en particular, veo, ante todo, un defecto fundamental: la mentira. La mentira no en el sentido del engaño ni en el sentido del error, no, sino en el sentido de la insinceridad ante todo. La mentira interna del hombre ante sí mismo, la complejidad y dualidad que aparece ante el mundo y ante el hombre mismo tan pronto éste se expresa esa mentira como algo íntegro. Por eso éste no es menos culpable; es culpable porque permitió esa mentira; es culpable porque no la advirtió y la mostró aun con ostentación y secreto orgullo. Esa mentira, la mentira interna, se disfraza ante todo con la ropa de la verdad, la sinceridad, la sencillez y la franqueza. Así es su libro. La mentira en los franceses, en ese pueblo de niños, de niños ridículos y deplorables (no en el sentido interno de la palabra, sino en el de su inmadurez externa) adopta formas ampulosas, se disfraza de efecto, y resulta inocente por la limitación de su pueblo. ¿Pues qué? Pues que en usted también se desató la naturaleza de la mentira, usted también tiene unas frases tan ampulosas y álgidas que es extraño no lo haya notado por sí mismo. Pero usted no es francés y esas frases, en usted, no resultan ni cómicas ni inocentes, sino perturbadoras. La mentira miente como verdad y el orgullo se disfraza de humildad. Se tocan las profundidades morales y ambos males coinciden. Así es su libro una vez más. ¿O no ve el terrible orgullo vestido de harapos que muestra éste como un atuendo lujoso? En su libro no hay, incluso, ni ese arduo camino de sincera humillación por el que llega una persona, frecuentemente con dolor, hasta la humildad, aunque a veces, ahí mismo, peque de orgullo; eso sin hablar de que usted, al principio, se puso avergonzado los harapos del espíritu y después los ostentó como si fueran alhajas. No, a usted francamente le gustó la humildad, francamente se enamoró de los harapos; adoptó la humildad y se cubrió de harapos con toda satisfacción; la consiguió sin esfuerzo ni lucha: usted comprendió la belleza de la humildad. El espejo interno se le aferró y lo acompañó a todas partes, hasta en los movimientos internos de su alma; alcanzó a mirarse por un instante en ese espejo. Usted muerde el polvo y se ve a sí mismo cómo muerde el polvo.
¡Oh, el espejo, el espejo interno! ¡Oh, la coquetería interna! Es peor que la externa. Conozco ese pecado: yo mismo lo sufro. Pero me parece que lo veo y, por lo tanto, no predico la humildad, pues la valoro demasiado y no me hago el humilde. Desde hace tiempo aprecio mucho la sencillez, y cada día la aprecio más y más. Yo no veo sencillez en usted. Después: sus propias ideas son falsas; ha llegado a posiciones increíbles. Así es su carta sobre las siete partes,3 inconcebible, perturbadora; ¡oh, cuanta picardía y afectación hay en ésta! Así es su carta a Zhukovski,4 una carta totalmente opuesta, en mi opinión, a la fe ortodoxa. ¡Y todavía hay muchos lugares falsos por su sentido en sus cartas!
No me voy a extender en detalles, más bien le voy a señalar aún otro gran error suyo: el desprecio por el pueblo, por el simple pueblo ruso, por el campesino. Eso se expresa en su prólogo a la segunda edición de Las almas muertas, eso se expresa en sus cartas, en su libro, particularmente en su sermón al terrateniente,5 donde se muestra de forma grosera e inculta un pueblo desconocido y, por desgracia, hasta ignorado por usted, y donde se sitúa por encima al terrateniente como terrateniente en el plano moral. ¡Qué extraña aristocracia moral, qué extraño fundamento del valor espiritual! Sólo le falta decir que quien tiene más almas es superior en el plano moral. Esa es una falta grave: la preferencia por el público y el desprecio por el pueblo.6 ¿Conoce la famosa expresión del comisario de policía: "El público adelante, el pueblo atrás"? Eso podría convertirse en el epígrafe de la historia de Pedro, eso se escucha en su libro. ¿Pero acaso no sabe usted, que habla de sencillez y humildad, que sencillez y humildad hay sólo en el campesino ruso? Por eso es tan grande, y superior a todos nosotros, superior a los escritores y a quienes hablan a tontas y a locas sobre él sin conocerlo. ¿Cómo pudo suceder que usted, Nikolai Vasilevich, un hombre ruso, no comprende, no conoce de tal modo al pueblo ruso, que usted, tan sincero en sus obras, se hizo tan profundamente insincero? La respuesta a esto es sencilla. ¿Acaso no fue usted quien con falsa sabiduría abandonó su tierra, se fue de Rusia y no estuvo en ésta seis años, no respiró su aire sagrado y moral? ¿Acaso no fue usted, prófugo de su tierra natal, quien vivió en Occidente y aspiró sus vapores pestilentes? ¿O piensa que el medio donde se encuentra una persona no significa nada para ella? ¿Acaso no fue usted quien se disponía a viajar a Jerusalén, a pasar seis años donde el santo Pedro, en la Roma católica o en otras tierras? Usted no se preparó para esa hazaña ni en la catedral de Uspenskii, ni en la de Sofía, ni en la Rusia ortodoxa, ni en el desierto, ¡y mire lo que produjeron estos seis años! La hazaña está consumada. No hablo ni me atreveré a hablar de ésta, le hablo de su proceder antes de esa hazaña. No hay un nombre más sagrado que el de la Fe, y mientras más sagrado es ese nombre más dolorosa es su prevaricación: así veo su proceder durante estos seis años. Considero su libro la expresión total de todo el mal que se apoderó de usted en Occidente. Usted tuvo tratos con el Occidente, con esa encarnación de la mentira, y esa mentira lo penetró a usted.
Hay, me parece, otra razón: usted pecó ante su dignidad, su talento, su creación. Al dejar de escribir y pensar en la hazaña de la vida se convirtió a sí mismo, como hazaña de su vida privada, en objeto de creación; pero esa es otra cuestión, y lo que era verdadero en el arte se hizo falso en la vida. El arte no es la vida. El arte es un engaño: acaso sea verdadero como engaño, pero se convertirá simplemente en un engaño tan pronto se traslade a la vida. El arte está dividido por dentro inevitablemente: la vida es un todo vivo. Un actor es sencillo en escena, pero el actor más natural, en la vida, es un actor de todas formas. Su pecado es el pecado del artista. El artista se liberó de su objeto de creación, dirigió su creación a sí mismo y comenzó a trabajarse de una u otra forma, exactamente igual a un actor, que interpreta excelentemente su papel y que, tras dejar de actuar, comienza a actuar de sí mismo en la vida. A usted, sobre todo, le encantó como dije anteriormente la belleza artística de la hazaña, se entregó a ésta, a esa peligrosa belleza que tanto disminuye la fe y el sentimiento, e incorporó a su persona esa imagen tan seductora, tan hermosa y tan falsa como una verdad real de la vida real.
Esto es lo que pienso de usted, y se lo digo directamente. Pero sálveme Dios de pronunciar una sentencia en su contra: al contrario, estoy seguro de que la santa Rusia es benévola con su persona.
Le he escrito tanto sobre usted que ya es hora de escribirle sobre mí; por lo demás, quisiera decirle lo que pienso ahora, lo que tengo en el alma. Hace tanto tiempo que no hablamos. Aunque, por lo que le he escrito de su persona ya tendrá una noción de mis ideas, quiero escribirle propiamente sobre mí, aunque sea un poco, en cuanto quepa en esta hoja. Quizás entonces usted también me escriba.
Soy el mismo: estoy más aún por la tierra rusa, estoy más aún contra Occidente, pero me parece que mi visión de uno y de otro se ha aclarado y que conozco más. La bella mentira y los bellos efectos de Occidente, que por lo mismo excluyen ya la verdad, me son repugnantes en extremo. La pertenencia inevitable a Occidente es un cliché, aunque no está en éste la mentira de su fundamento. ¡Pero qué poder tiene ese cliché sobre el hombre! En su honor se hacen muchas cosas brillantes aunque, en esencia, infructíferas. Esa mentira ha penetrado la verdad de la vida rusa. En nuestro país existe una influencia occidental que cede gradualmente ante el espíritu ruso. Y, ¿cómo no va éste a fortalecerse, cuando aquella condesciende a todos los vicios del hombre, libera del trabajo y la sencillez de la verdad y ofrece una mentira ligera, bella e ingeniosa? Los últimos acontecimientos de Europa occidental han mostrado toda su pudrición.7 Quizás ahora perciba nuestra sociedad el mal de la influencia occidental, y viendo que está entre nosotros tratará de liberarse de ésta con todas sus tentaciones y de acercarse a la vida popular rusa. Soy el mismo, pero he cambiado mucho Nikolai Vasilevich. Abandoné la filosofía alemana; la historia y la vida rusas se me hicieron más cercanas y, lo principal, lo fundamental para mí es eso sobre lo que usted piensa y habla, la fe, la fe ortodoxa. Confieso que cuando hallé en su libro sus palabras que la atacaban, eso me ofendió aun más. Yo, al parecer, estoy más serio, aunque no en mi aspecto exterior, creo. ¿Leyó el artículo de Jomiakov en el Moskovski Sbornik?8 Usted enfocó muy erróneamente la corriente rusa: a juzgar por sus palabras, expresadas con bastante superficialidad, se ve que no la conoce en absoluto.9 Espero que no tome a mal esta carta. Yo le escribo como antes. Adiós, amabilísimo Nikolai Vasilevich, lo abrazo.
Con la esperanza de ser aún vuestro,
Konstantín Aksakov.
Gogol a K.S. Aksakov
Vasilevka, 3 de junio de 1848.
La sinceridad ante todo, Konstantín Sergueevich. Ya que fue sincero en su carta y dijo todo lo que tenía en la mente, pues debo decirle asimismo las impresiones que me dejó la lectura de su carta. En primer lugar, me asombró un poco que, en lugar de darme noticias suyas, se extendiera sobre de mi libro, del que ya suponía no escuchar nada más tras mi regreso a la patria. Yo pensaba que habían terminado todos los rumores y que éste había caído en el olvido. No obstante, leí con atención sus tres largas páginas. Mucho de su contenido me dio a entender que, desde que nos separamos, estudió (por vía histórica y filosófica) el ser natural del hombre ruso y que, probablemente, llegó a no pocas conclusiones importantes.
Ansío, con gran impaciencia también, leer su drama que aún no tengo en mis manos. Aquí tiene aun otra idea que me vino a la mente cuando leía estas palabras de su carta: "El defecto principal del libro (el mío) está, en esencia, en que es una mentira". Esto es lo que pensé: pero, ¿quién de nosotros puede expresarse tan categóricamente excepto sólo quien está seguro de tener la verdad en la mano? ¿Cómo puede alguien (excepto, acaso, quien habla por el espíritu santo) discernir qué es mentira y qué es verdad? ¿Cómo puede un hombre, semejante a los otros, apasionado, que se equivoca a cada paso, emitir un juicio justo a otro en este sentido? ¿Cómo puede él, inexperto conocedor del corazón, llamar mentira total, de principio a fin, cualquier tipo de confesión espiritual? Él, que es en sí mismo una mentira, según las palabras del apóstol Pablo. ¿Acaso piensa que en sus juicios sobre mi libro no se puede ocultar asimismo una mentira? Por el tiempo cuando editaba mi libro, me parecía que lo editaba a favor de la pura verdad, pero cuando pasó cierto tiempo después de la edición me dio vergüenza por muchas, muchas cosas, y no tuve ánimo ni para mirarlo. ¿Acaso con usted también no puede suceder lo mismo? ¿Acaso usted también no es un hombre? ¿Cómo puede decir que su visión actual es impecable y correcta, o que no la cambiará jamás, cuando al ir por el mismo camino de la investigación puede encontrar nuevas facetas que no advirtió, y a consecuencia de las cuales su propia visión no será totalmente la misma, y lo que parecía antes un todo resultará sólo una parte del todo? No, Konstantín Sergueevich, existe un espíritu seductor, un espíritu tentador que no duerme y actúa tanto alrededor de usted como de mí y ¡ay!, está con mayor frecuencia cerca de nosotros cuando pensamos que está lejos, que nos liberamos de él y de la mentira y que la propia verdad habla por nuestra boca. Estas son las ideas que me vinieron a la mente cuando leía su condena al libro que hasta el presente no tengo ánimo para mirar. También le diré que ahora me da terror cada vez que escucho a un hombre exponer su conclusión con demasiada firmeza, como una verdad absoluta e irrevocable. Me parece mejor hablar con menos firmeza, pero ofrecer más pruebas.
Su drama lo leeré con atención, y le doy mi palabra de no ocultar mi opinión. Me será aun más interesante porque, probablemente, encontraré en éste una clarísima exposición de todo lo que me dice en su carta de forma un tanto ambigua y oscura. Adiós, Konstantín Sergueevich. ¡Con la ayuda de Dios! Alguna vez hablaremos de muchas cosas en persona y eso, probablemente, será mejor que todas estas digresiones epistolarias. Por ahora, no se enoje con las críticas de las revistas ni tampoco las llame consecuencias de la enemistad, la envidia y demás. En cada una de éstas puede haber esa porción de verdad que sólo al principio encandila los ojos, pero que si se lee varias veces se tornará objetiva y útil.
Sinceramente, deseándole bienestar y queriéndolo,
N.G.
K.S. Aksakov a Gogol
Abramtzevo (¿), mediados de junio, primera mitad de julio de 1848.
¡Amabilísimo Nikolai Vasilevich! Recibí su respuesta a mi carta. Esperaba que la tomaría de otra forma pero, ¿qué hacer? La palabra "mentira", al parecer, tampoco la entendió bien; yo escribí exactamente: "mentira no en el sentido de engaño ni en el sentido de error". Me es muy penoso si esa carta le dejó una impresión desagradable que no fue capaz de disipar por sí misma. Por lo demás, las aclaraciones por escrito, la mayoría de las veces, confunden más aún, por eso dejaré de hablar sobre mi carta.
Me escribe que aguarda con ansiedad mi drama y espera hallar en éste mi visión del hombre ruso -lo que es la verdad, en mi opinión. En efecto, en el drama se expresó todo eso, pero si se expresó clara y legiblemente, eso no lo sé. No soy un artista y puede ser, incluso, que mi drama esté escrito ilegiblemente y por eso, confieso, no sé qué le parecerá éste, si se le mostrará la idea secreta y el espíritu del drama. En éste aparece un gran acontecimiento que no parece grande, que concluye sin ningún tipo de efecto, sin ningún tipo de adornos heroicos pero en eso, precisamente, estriba toda su fuerza. Es esa sencillez sobre la que, acaso, ningún pueblo del mundo tiene idea y que es la cualidad del pueblo ruso. Todo es sencillo, todo parece aun más pequeño de lo que es. Lo deslucido es también una cualidad del espíritu ruso. Una gran hazaña se realiza de forma deslucida. Oh, quién entendiera la grandeza de esa sencillez ante la que palidecen todas las hazañas del mundo. Y quien no la entendiera diría: "Permítame, pero, ¿qué hay en la historia rusa, qué hay en el hombre ruso?" A esa clase de gente es mejor señalarle no la fuerza moral, que es superior a todo, sino el mapa geográfico, pues ésta, al ver la superficie enorme, se pone a reflexionar involuntariamente, sin adivinar que esa es sólo la peor parte de la fuerza que vive en el espíritu, de la fuerza interna. Así entiendo los hechos interregnos, así entiendo al hombre ruso y al pueblo ruso. Estas palabras no agotan aún mi idea, esto es sólo una parte pero una parte, en mi opinión, inalienable. Si hubiera querido expresar en el drama mi idea como una teoría, entonces no hubiera tenido la razón: pero ésta no es una teoría, ésta simplemente es, en cuanto puedo entender. Como confirmación, puedo decir que eso, al principio, me afligió, esa falta de efecto, y que sólo después vi toda su grandeza. En la historia rusa no hay una sola frase -todo es simple y pura acción, hasta Pedro, por supuesto- pero a partir de él yo no llamo rusa nuestra historia. El pueblo ruso actuó en ésta como recluta y por dinero. He pensado mucho en el poder del cliché sobre el hombre. El Occidente es quien lo experimenta más: se compone todo de clichecitos, a toda acción suya siempre le pone un rótulo y, a veces, a partir del rótulo, empieza y termina todo el asunto. Mientras éste fue joven fue bello, aunque siempre fue falso en sus poses, pero ahora se acostumbró ya tanto a mentir que necesita de toda clase de medios irritantes para darse energía; no tiene energía, no tiene convicciones y, sin eso, sólo con clichecitos, no se llega lejos. Además, Occidente es actualmente repugnante, se atormenta, incluso, sin ningún interés.
Le envío un pequeño artículo, escrito mes y medio atrás, donde expreso mis principios cívicos fundamentales.10 Dígame su opinión. Adiós, amabilísimo Nikolai Vasilevich.
¿Cuándo vendrá a Moscú? Lo abrazo, suyo,
Konstantín Aksakov.
[P.D.] Tengo mucho que decirle aún, pero la censura es terriblemente severa.
* Las fechas corresponden a la alusión a la carta de Gogol del 3 de junio de 1848, y del hecho que la carta de Gogol a S. T. Aksakov del 12 de julio de 1848 no es conocida por éste aún.)
Aksakov, Konstantín Sergueevich, hijo de S.T. Aksakov, poeta, crítico, publicista, dramaturgo, líder del movimiento eslavófilo.
NOTAS
1. Gogol regresó a Rusia en abril de 1848. El 9 de mayo arribó a Vasilevka.
2. No se conservó
3. El artículo "Cómo puede ser útil la esposa al esposo en la vida común del hogar ante el actual estado de cosas en Rusia", donde Gogol recomendaba como un medio para llevar exitosamente las cuestiones hogareñas la división del dinero en siete partes correspondientes a las diversas esferas de gasto.
4. El capítulo " Ilustración de los Pasajes selectos..."
5. El capítulo "El terrateniente ruso".
6. Este tema fue desarrollado por K.S. Aksakov en el artículo "Una experiencia sobre los sinónimos. El público, el pueblo", que provocó la clausura del periódico Molva, donde fue publicado (Molva, 1857, núm. 36). Aksakov escribió: "El público parece, en relación con el pueblo, como su expresión privilegiada pero, en realidad, el público es la tergiversación de las ideas del pueblo (...) el público sólo tiene cien años, pero el pueblo no tiene edad." El origen de la anécdota del "pueblo y el "público" se vinculaba al nombre de Gogol (Shenrok, t.4, p.511).
7. Se refiere a los acontecimientos revolucionarios de 1848.
8. "Sobre la posibilidad de la escuela artística rusa" (Moskovski literaturni i ushoni sbornik na 1848 god., M., 1847).
9. Probablemente, se refiere al capítulo " Discusiones de los Pasajes selectos..."
10 Se refiere, posiblemente, al artículo de K.S. Aksakov "Sobre la polémica literaria actual", prohibido por la censura en 1848 y publicado sólo en 1863 (Rus, núm.7).
Nota y traducción del ruso de René Portas
becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
Nikolai Gogol, "Cartas polémicas",Fractal n° 19, octubre-diciembre, 2000, año 4, volumen V, pp. 53-58.