Número 76

Manifiesto por un canibalismo urbano

Wietske Maas y Matteo Pasquinelli

1. Estancia del éxodo desde afuera

No debemos abandonar la ciudad jamás
a favor de un territorio virgen.

No hay estado inocente de la naturaleza que defender:
las ciudades son ecosistemas florecientes en sí mismas,
una verdadera «participación humana en la naturaleza».1

De hecho, la naturaleza no construye una idea de naturaleza.

La imagen de naturaleza siempre ha sido
un artefacto de la civilización humana,
la máscara de hierro de su grado de evolución.

Sin embargo, permanecemos en la ignorancia:
la imagen de la naturaleza es todavía la proyección
de nuestros instintos animales y miedos
frente al medio ambiente que nos rodea.

Cualquier utopía de la naturaleza será siempre
el gesto territorial de una forma de vida.

Desde los tiempos más antiguos,
desde el Neolítico e incluso en el Paleolítico,
las ciudades son las que inventan la agricultura.2

Si en la era Colonial
«Europa comenzaba a devorar, a digerir el mundo»,3
el canibalismo urbano es la némesis
del capitalismo tardío.


2. Estancia de la vida inorgánica

El canibalismo urbano emerge
del inconsciente biomórfico de la metrópoli.

Inervado por flujos de energía y materia
el paisaje urbano está vivo.

Fuerzas hidráulicas fluyen y olean
por una enmarañada madeja de canales y alcantarillas,
agua que fluye el principal metabolismo de la ciudad.

Pero también los edificios son estratos de minerales
simplemente de modo muy lento.

Fue hace ochenta mil años:
la ciudad nació como el exoesqueleto del humano,
como la concreción externa de nuestros huesos internos
para proteger el comercio de cuerpos
dentro y fuera de sus murallas.4

Tal y como nuestros huesos absorben calcio de las rocas,
el caparazón inorgánico de la ciudad no es sino parte
de un metabolismo geológico más profundo.

Los fósiles triturados y ocultos
dentro de los ladrillos de los edificios,
memorias orgánicas de seres prediluvianos
petrificados en el laberinto moderno de concreto.


3. Estancia de los búnkeres orgánicos

Malezas, bestias, insectos, pájaros
y legiones de organismos invisibles:
la república más promiscua jamás declarada
fue aquí en el aire urbano.

Incluso la plaga y la viruela nunca fueron agentes pasivos:
arquitectos invisibles, rediseñaron las calles y casas,
conformando también nuestras instituciones, la forma de los hospitales y las prisiones.5

Cualquier pared está habitada y consumida
por invisibles cadenas alimenticias de microbios y moho,
donde la frontera entre vida orgánica e inorgánica se desdibuja.

Los edificios respiran y fermentan;
la arquitectura es el búnker de la vida.


4. Estancia de la insurgencia telúrica

El canibalismo urbano es el arte del crecimiento excesivo.

No hay intersticios e intermedios
todo crece; contra todo lo demás.

Como en el tiempo de la Revolución Francesa,
somos un Tercer Estado en revuelta contra el Antiguo Régimen;
un tercer paisaje en revuelta contra el Gran Paisaje.6

No expresamos ni poder
ni una sumisión desnuda hacia él,
sino la potentia común de la tierra;
una insurgencia telúrica.

Recuerden el cerco de la Comuna de París,
cuando los comuneros comieron animales del zoológico
y así se involucraron en una rebelde y alegre
expansión de lo comestible.

«Fue porque nunca tuvimos gramáticas,
ni colecciones de viejos vegetales.
Y nunca supimos lo que era urbano,
suburbano, fronterizo y continental».7

La transformación de fronteras a vida;
la ciudad devorándose a sí misma.


5. Estancia de la danza ternaria

¡Los caníbales urbanos
no reconocen el Parlamento de las Cosas
ni a los funcionarios de las ecologías binarias
que cortan la ciudad en abstracciones fragmentarias!8

La vida es un movimiento ternario que está lejos del equilibrio.

«Nos parasitamos los unos a los otros y vivimos entre parásitos.»9

Habitamos el génesis perenne:
natura naturans,
la cadena sin fin de organismos devorándose unos a otros
hasta a los invisibles:

«La fruta se echa a perder, la leche se agría,
el vino se vuelve vinagre, las verduras se pudren…
Todo fermenta,
todo se pudre
todo cambia».10

Los microorganismos devuelven nuestro cuerpo a la tierra;
la putrefacción sigue siendo vida.


6. Estancia de la alianza con el parásito

Renovamos la alianza con el reino de los parásitos
que hicieron a la humanidad ganar las primeras guerras
contra enemigos invisibles.

La levadura fue el agente divino
que hizo el milagro de convertir agua en vino;
y nos dio la Nueva Vida.

«Cerveza, vino y pan,
comidas de fermentación, burbujeantes, comidas en descomposición
aparecieron como salvaguardas contra la muerte…
Esas fueron nuestras primeras grandes victorias sobre parásitos,
nuestros rivales…

De los Olímpicos hasta la Última Cena,
hemos celebrado la victoria a quien le debemos la vida,
la eternidad de la filogénesis,
y la celebrábamos en su punto natural,
la mesa».11


7. Estancia de la vida como incorporación

«Alimentar es el verbo más básico,
el más fundamental y el más arraigado,
puesto que expresa una actividad primordial,
la función primaria, básica,
el acto en el que “yo” me ocupo incluso antes de nacer
y comenzar a respirar.

Gracias a él pertenezco a la tierra por siempre.
Como el más pequeño animal arrastrándose por el suelo,
como la más pequeña planta,
comienzo
alimentándome a mí mismo».12

No fue con un juego de ruleta genética,
sino con un acto de puro canibalismo
que la evolución comenzó:
las células pequeñas engullidas por células más grandes,
viejas especies en la panza caliente de otras nuevas.13

La vida nació en este mundo por una amigable ingestión.

*

Toda la vida del espíritu, de la poesía a la filosofía,
tiene huellas de este remoto incidente,
de esta endosimbiosis ancestral.

La inspiración es siempre incorporación.

«Todo gozo, toda conquista y asimilación,
es comer…
Todo placer espiritual puede ser expresado comiendo.
En la amistad, uno realmente come del amigo
o se alimenta de él…
y, en una cena conmemorativa para un amigo,
disfrutando, con una imaginación audaz, supersensual,
su carne en cada mordida,
y su sangre en cada trago».14


8. Estancia de la boca comiendo al ojo

Comiendo el «yo»: comiendo el ojo.

Incorporación y no sensación
es el vehículo de nuestra experiencia del mundo.

Para la gente antigua,
el espíritu era solamente el aliento
exhalado a través de la boca.
Y Homo sapiens era el humano con gusto,
el humano de paladar sofisticado.15
Y entonces toda la ciencia era secretamente
una rama de la gastronomía:
el arte de gobernar el estómago.

Desde el techo de la boca,
la civilización occidental creció incluso más lejos
y se extendió a partir del ojo y la mirada únicamente,
y el ojo se volvió el arquetipo de todas las artes,
e impuso su imperio por siglos…

*

El psicoanálisis todavía hoy
profesa un voyeurismo de la mente
con todos sus dramas familiares, naturalezas muertas,
y espectros políticos…

No, el inconsciente no es un teatro…
¡Es la gran boca!

¡Es feliz aquel que sabe
que todos los tabús y traumas pueden ser canibalizados!

El deseo es una máquina que devora, digiere, defeca, digiere, devora.

«Sólo el canibalismo nos une.
Socialmente. Económicamente. Filosóficamente…
El espíritu del cuerpo se rehúsa a concebir el espíritu sin el cuerpo.
Necesidad de la vacuna antropófaga… contra las religiones del meridiano.
Y las inquisiciones exteriores… Canibalismo.
La transformación permanente del Tabú en tótem…

Contra las élites vegetales.
En comunicación con el suelo».16


9. Estancia de la cosmofagia

La materia del mundo es cocinada y devorada sin fin:
el estómago es el gran
afuera de nosotros.

El fuego de las estrellas ha estado eternamente forjando átomos:
la cosmografía interior del humano rotando
alrededor del fuego de la digestión eterna.17

«Si tengo gusto por algo,
sólo es por la tierra y las piedras,
Almuerzo siempre aire,
roca, carbones, hierro.
Las guijas que se quiebran,
viejas piedras de las iglesias…» 18

Ivre de terre!
¡Ebrio de tierra!


10. Estancia del olor de los siglos

Respirando de nuevo el «olor de los siglos»,
en la pestilencia de las trincheras del campo de batalla
y a lo largo de los campos de inanición,
y bajo los camuflajes del Carnaval.

Cualquier cocinero lleva todavía la máscara de la muerte.

La historia de la gastronomía es
el pasado olvidado de una escasez mortífera.19

Las recetas registraron las cartografías ignoradas
de los imperios en guerra, los rastros de los encuentros migratorios
y las estratificaciones de las invasiones bárbaras.

El arte culinario
surgió de la inventiva de los «pobres»
contra la naturaleza matricida;
nunca del pauperismo.


11. Estancia del sitio autoimpuesto

En la Edad Media se temía
adjudicar parcelas dentro de las murallas
para cultivar alimentos durante los ataques.

Hoy nuevas fuerzas intentan
sitiar la ciudad; pero desde adentro.

Hoy es la época de que los jardines sustentables
reencarnen los nuevos espectros del sitio
y el «equivalente moral» de la guerra.

El horizonte pacificado de la sustentabilidad
se manifiesta como un tiempo de guerra sin guerra,
la hostilidad de un Ejército Fantasma silencioso.
La guerra patriótica por el superávit en realidad ha trasladado
su frente doméstico al frente interno.

La guerra patriótica es ahora la guerra contra el superávit:
contra el cálculo individual de energía, agua, proteínas
y cualquier apetito social.

Así como ya no hay un afuera,
dentro de la ideología del decrecimiento
hemos establecido las fronteras
de nuestro propio sitio.

Caníbales urbanos:
¡cómanse a los ricos!

Traducción del inglés:
Luciano Concheiro

© Wietske Maas y Matteo Pasquinelli, «Manifesto of Urban Cannibalism», 2013.



1 Karl Marx, Grundrisse, 1858.

2 Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mille plateaux, 1980.

3 Fernand Braudel, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, 1967.

4 Manuel De Landa, A Thousand Years of Nonlinear History, 1997.

5 Michel Foucault, Surveiller et punir, 1975.

6 Gilles Clement, Manifeste du Tiers Paysage, 2004.

7 Oswald De Andrade, Manifesto Antropófago, 1928.

8 Como por ejemplo: Bruno Latour, Nous n’avons jamais été modernes. Essai d’anthropologie symétrique, 1991.

9 Michel Serres, Le Parasite, 1980.

10 Idem.

11 Idem.

12 François Jullien, Nourrir sa vie. A l’écart du bonheur, 2005.

13 Lynn Margulis, Origin of Eukaryotic Cells, 1970.

14 Novalis, Teplitz Fragments, 1798.

15 La palabra latina sapiens deriva de sapor, que significa «sabor», y ésta de sapa que significa «justicia».

16 Oswald De Andrade, op. cit.

17 Gaston Bachelard, La psychanalyse du feu, 1938.

18 Arthur Rimbaud, «Fêtes de la faim», 1872.

19 Piero Camporesi, Il paese della fame, 1978.

Sobre el autor
Wieske Maas es una artista investigadora en ecologías urbanas. Establecida en Ámsterdam desde 2005, es productora y curadora en la European Cultural Foundation.

Matteo Pasquinelli es un escritor, curador e investigador. Su obra parte de un entrecruzamiento del operaismo italiano, filosofía francesa, teoría de las ciencias y ciencias de la vida. Escribió el libro Animal Spirits (2008).