Número 75

El cuerpo anatómico de la bestia*

Laura Eliza Enríquez Vázquez

Lo que se ve por fuera ha de verse por dentro. En ninguna otra especie esta sentencia cobra tanto sentido como lo hace en el caso de la bestia. A principios del siglo xx, Jacques Derrida dictó una serie de sesiones sobre la naturaleza de la bestia, como parte de un seminario al que llamó precisamente La bestia y el soberano. En dicho seminario, Derrida ilustra los mecanismos fisiológicos tanto de la bestia como del soberano. Nuestro objeto de estudio es el cuerpo de la bestia. Por esto, la fuente primaria de información son los resultados arrojados por disecciones previas. Dicho lo anterior, procedo formalmente con la anatomía de la bestia.

I. Como una suerte de esqueleto mecánico

Aquello que mantiene con vida al cuerpo es el esqueleto. La bestia es vertebrada. Más de doscientos huesos y cientos de ligamentos sujetan, refuerzan e interconectan el cuerpo entero. La función del esqueleto es sostener y soportar al cuerpo de la bestia y, con ello, su vida. El cuerpo aparece entonces como el centro gravitacional de la vida: «En el cuerpo y sólo en el cuerpo, puede seguir siendo lo que es, y crecer, potenciarse, reproducirse».1 Es por ello que éste debe ser resguardado por una osamenta fuerte y resistente.
El rasgo que define al esqueleto es la función entre muertes que establece. La prótesis asegura la conservación de la vida, el carácter vitalicio del cuerpo de la bestia. La prótesis como la inevitable muerte vivida en el cuerpo de otro organismo sacrificable, y como el relevo necesario para mantener con vida a la máquina orgánica. Por esto, la sustancia de la que están hechos los huesos de la bestia es la muerte. La muerte para generar vida, la muerte necesaria «para la conservación de la paz de los hombres, que del mismo modo de que se arbitró un hombre artificial, debe tenerse también en cuenta una artificial eternidad de existencia; sin ello, los hombres […] recaen, en cualquier época, en la condición de guerra».2 La antinomia, la aporía: la muerte como sacrificio para la vida, la guerra como dispositivo para mantener la paz, el silencioso sigilo de entrada para exhalar el rugido mortal o el grito que debe guardarse en silencio, el hombre y la bestia.

II. Todos los instrumentos del movimiento voluntario en uno

El desplazamiento deliberado hacia uno u otro camino es posible gracias a los cientos de músculos, tendones y ligamentos responsables del movimiento. En el músculo radica el poder, la fuerza y la voluntad de la bestia.
La bestia es por naturaleza más robusta que el resto de las criaturas: posee la fuerza de más de cien hombres, utiliza su poder por encima de las multitudes y su voluntad surge de la reducción de cada una de las voluntades ajenas. El peso y el tamaño de la bestia es tal que el resto de las voluntades han decidido someterse a la suya y, con ello, transferirle su poder. Su figura es tal que el terror constituye una parte esencial de su fisonomía; pero es precisamente ese terror que provoca la razón por la cual el resto de las criaturas deciden libremente hacer una transferencia de voluntad. Fuerza y voluntad, aparecen conectados por una serie de principios que señalan el camino hacia la paz y la justicia.

III. Los órganos de nutrición, regeneración e inmunización

La bestia es zoófaga. Se trata de un organismo que obtiene su energía vital y demás nutrientes a través de la ingesta exclusiva y cruel de la carne y la sangre de otros seres vivos. Es un carnívoro estricto, voraz, un depredador. La bestia vive sólo cuando devora la vida de los demás. La mejor razón para devorar al otro es hacerlo para devorar su voluntad y así ejercer la soberanía que le corresponde.
El proceso de nutrición termina en aquellas calles que no aparecen en los mapas de las grandes ciudades, en los distritos y los barrios a los que irónicamente llamamos «la boca del lobo» (siendo que es en la boca del lobo en donde empieza este cuento, y en el lugar más alejado en el que termina). Termina allí, en los espacios en blanco, a las afueras de la ciudad, porque allí el olor putrefacto de los basureros y de las cloacas permanece convenientemente alejado de los ojos, los orificios nasales y la cabeza del Leviatán.
La regeneración en la bestia ocurre en distintos niveles: celular, de tejido, de órgano, estructural y de cuerpo entero. Este proceso se lleva a cabo para reemplazar partes dañadas o amputadas, y encuentra su origen en pequeños fragmentos y en el proceso de reproducción celular. Es justamente así como la eternidad artificial queda asegurada: mueren los patos, mueren los corderos,

no sólo mueren los monarcas individuales, sino también las asambleas enteras […] del mismo modo que se arbitró un hombre artificial, debe tenerse también en cuenta una artificial eternidad de existencia; sin ello, los hombres que están gobernados por una asamblea recaen, en cualquier época, en condición de guerra; y quienes están gobernados por un hombre, tan pronto como muere su gobernante. Esta eternidad artificial es lo que los hombres llaman derecho de sucesión.3

La muerte no es precisamente exterior a la bestia. Después de todo, así es como empieza este cuento, con la bestia devorando a la muerte, disolviéndola, incorporándola, digiriéndola, asimilándola, transfiriéndola, reintegrándola a su propio cuerpo: la muerte es su mecanismo vital. Algo extraño: lo exactamente opuesto se adentró en el organismo de la bestia y alteró su estado de composición natural. Quizá se trata de un caso de envenenamiento.
La bestia vive mar adentro, y es allí donde inicia el envenenamiento, porque es allí donde lo diferente opone resistencia. La tendencia natural de la bestia es la dominación de la resistencia, a través de la incorporación de la pluralidad, es decir, la devora. El mecanismo de defensa definido por la incorporación de un agente externo, que al mismo tiempo es reconocido por el propio organismo como la causa de la descomposición, como el principio del mal, es llamado inmunización. En este orden, «lo que sana no es el principio apolítico de lo contrario, sino el homeopático de lo similar».4
La imagen es la siguiente: muros que son derribados; carreteras, autopistas y súperautopistas que conectan lo alto con lo bajo, este y oeste, ciudades cualitativamente opuestas; centros comunitarios destinados a resguardar una identidad generacional, colocados en grandes puntos de afluencia industrial; papeles, trámites y monumentos destinados a mediar la relación entre la casa y el forastero; lenguas que no echan raíces y lenguas que tragan la saliva de otras lenguas.
Pero el panorama no siempre es tan alentador. A veces el mal viene de dentro. A veces la delgada línea entre bien y mal, veneno y cura, se desdibuja, al punto de que el propio cuerpo ya no puede distinguir entre adentro y afuera, y destruye por igual. A veces es difícil medir la magnitud de la amenaza externa, y las defensas internas se elevan de tal modo que se convierten en un peligro: es una vuelta del organismo contra sí mismo, que «en su intento de herir al enemigo, también se daña a sí mismo».5Entonces el fenómeno de autoinmunización se transforma en deficiencia inmunitaria, y desemboca en autodestrucción.
La imagen es la siguiente: muros más altos de lo que los súbditos pueden construir; el fin de la movilidad, un estado permanente de parálisis que condena a la ciudad que lo padece a convertirse en un pueblo fantasma; lenguas que se muerden a sí mismas cuando hablan; un hermetismo duro que no puede más que desatar una guerra; bombas atómicas lanzadas a comunidades casi deshabitadas; muerte global y la imposibilidad de retorno.

IV. El corazón y los órganos que lo sirven

El corazón de la bestia es un músculo pesado, hueco, el órgano más importante del sistema circulatorio. Se encuentra situado en el espacio medio de la cavidad torácica. El latir del corazón de la bestia es un ciclo vital tanto para él como para sus súbditos, porque a través de la circulación de la sangre ésta se encarga de subsumir pasiones, de expulsar las particularidades que bloquean arterias vitales en este ciclo global y, así, de mantenerse con vida. De no ser sustraídas por el corazón de la bestia, el conjunto de cada una de las pasiones que recorren la sangre con premura y ardor, conduciría a un estado permanente de guerra.
La bestia vive en la profundidad del mar, la bestia vive en el bosque. La bestia es anfibia, y se desplaza a lo largo y ancho del océano, puede nadar hasta sus profundidades, donde permanece oculta; pero el verdadero terror está en tierra firme, pues allí permanece desconocido y oculto en su estado salvaje. La respiración de la bestia es anfibia. En la fase previa a la metamorfosis, la bestia vive oculta en el mar y, por esto, presenta un tipo de respiración branquial. Tras la metamorfosis, la respiración de la bestia se vuelve de tipo pulmonar. El verdadero terror está en tierra firme. El mar nunca perdió su cualidad amenazante; pero una vez que la condición salvaje hacia la que conducía ya había sido domesticada, cambió de cuerpo y dejó de esconderse sólo en las profundidades del océano, para ahora ocultarse también en los caminos de bosque. El bosque es ahora lo desconocido, lo salvaje, la destrucción. De sapo a soberano.

V. El cerebro y los órganos de los sentidos

La oscura y enigmática voz de los cornos in crescendo predice la entrada del lobo en escena. «¡Es un lugar peligroso! Si un lobo saliera del bosque, ¿qué harías entonces?», dijo el abuelo de Pedro. Cuando el lobo por fin aparece en escena y canta el tema que lo caracteriza por primera vez, piano, la prohibición del abuelo cobra sentido y su ley debe cumplirse estrictamente, porque el peligro que representaba se ha vuelto real.
Hasta ahora, la bestia funcionaba únicamente como concepto, como un personaje de fábula. Pero en el momento en que se manifiesta, «se ha convertido en el dominio esencial de la voluntad de poder, como la realidad de todo lo que es real».6 Por eso Pedro no debe acercarse al bosque: si el lobo saliera de los caminos entre los que se oculta, no dudaría ni un segundo en exponer la mejor de sus razones y ejercer su fuerza.
Quien sigue un camino de bosque corre el riesgo de extraviarse, o de sumergirse en un desandar continuo. Pero también puede encontrar un atajo, o encontrar un camino que «tiene el rasgo fundamental de abrir, a lo largo de su curso, por el camino mismo, una mirada y una perspectiva, y proporciona de este modo la revelación de algo».7 Pedro decide salir temprano de casa e ir al bosque. La voz de la bestia se manifiesta y somos ahora testigos de su revelación. La bestia revela una ley y, a su vez, un compromiso y un secreto. La ley que revela es la siguiente: debes dar la muerte, y te tienes que callar. Dar la muerte y mantener el sacrificio en silencio son los dos actos que aseguran que la promesa de salvación conserve su poder.
Ahora bien, la revelación de la promesa debe mantenerse en secreto: el rugido de la bestia a cambio del silencio de los súbditos. Por un lado, la bestia ruge en silencio, piano, pianissimo. Así pronuncia el planteamiento de la promesa, porque «la voz silenciosa le manda mandar, pero mandar en silencio, convertirse en soberano, aprender a mandar, dar órdenes (befehlen), y aprender a mandar en silencio, aprendiendo que el silencio, la orden silenciosa es la que manda y rige el mundo».9 Mientras que el súbdito, por su parte, debe asimismo acatar la orden silenciosa y revestirla de mutismo.
La soberanía de la bestia procede de su palabra. Así, cuando entra «a paso de lobo» 10 y alza la voz para establecer su alianza, no hace más que actualizar su naturaleza como soberano. La bestia, como ya se ha dicho, tiene tan sólo una cabeza; y en ella, una sola boca, cuyos elementos y dimensiones ya han sido detallados, desde la que pronuncia sus palabras. «El lugar de la devoración es también el lugar del que porta la voz, es el topos del portavoz, en una palabra, el lugar de la vociferación».11 Es precisamente en este lugar en el que la bestia encuentra su esencia: devoración y vociferación, animalidad y racionalidad aquí no son opuestas
El soberano es esencialmente libre, es pura voluntad de poder, y se auto-autoriza a sí mismo, porque no hay razón que lo gobierne: su fuerza es la mejor de sus razones, y con ella se gobierna a sí mismo y a los demás. La bestia recuerda, la bestia habla, la bestia juzga. Por eso, la aporía que supone la intersección de dos caminos opuestos no es más que una apariencia; en realidad, hay muchos caminos posibles, y la bestia no se pierde en ellos, porque los conoce, los recuerda y los domina: ella decide qué camino tomar. Vamos paso a paso, a paso de lobo.
Paso 1: la bestia recuerda. El cerebro de la bestia no es rizomático; ella no tiene un árbol plantado en la cabeza, sino cientos, el bosque entero; por ello presenta un tipo de memoria larga.12 La bestia nunca olvida; siempre recuerda porque lleva marcas en todo el cuerpo que le ayudan a hacerlo. Cada marca en el cuerpo de la bestia es una pisada fresca sobre la maleza que puede seguirse para hallar el camino correcto; cada marca funge como el testimonio que da cuenta del relato que se está narrando; y cada marca sirve para ordenar la realidad pasada, pero también, y sobre todo, la realidad futura.
Paso 2: la bestia habla. La capacidad de lenguaje de la bestia radica en el mismo lugar de la devoración. Cuando la bestia abre la boca, lo hace para devorar, es decir, para ejercer su fuerza y declarar su hegemonía. Cuando la bestia abre la boca, logra interiorizar la pluralidad. La razón que pronuncia es siempre la mejor.
Paso 3: la bestia juzga. Ya no estamos frente a aquella bestia bruta que no puede crear, ni comunicarse de formas alternativas, ni reaccionar adecuadamente ante situaciones fuera de su rango de expectativas. Hoy la bestia puede improvisar discursos; seducir principalmente con su palabra; pero también recurrir a complicados mecanismos de seducción que inoculan el terror y la obediencia de modo sutil por medio de todos los sentidos.
La bestia piensa, actúa, se mueve, juzga con su cuerpo. Hoy la figura de la bestia ya no es tan distinta de la figura del hombre; pero sí hay un rasgo que funge como diferencia esencial: su soberanía. El Leviatán «no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural para cuya protección y defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero».13 La diferencia anatómica entre el hombre y la bestia está en su soberanía.

VI. Mise-en-scène

Primer acto: ¡el espectáculo! El número comienza con la ejecución pública del criminal. La muerte entra en escena.
Segundo acto: el conocimiento. A pesar de la aparición estelar de la muerte, el espectáculo debe continuar. Seguimos con la disección, asimismo pública, del cuerpo del criminal. Los objetivos de la clase de anatomía son los siguientes: 1) construir conocimiento sobre el cuerpo de la bestia disecada; 2) descubrir en el interior de su cuerpo la prueba física de la naturaleza de su moralidad, la ausencia de alma, la especularidad adentro-afuera (ésta es la prueba ética); y 3) subsumir su bestialidad bajo el dominio de la razón, es decir, domesticarla a través del conocimiento.
Tercer acto: el restablecimiento de la paz. El lobo, Pedro, su abuelo y el resto de los personajes salen de escena. Cae el telón. El espectáculo ha llegado a su fin. A continuación, ¡el banquete! Después de toda disección pública, es necesaria la celebración de un banquete y un desfile que ha sido implementado para la restauración de la paz y que gira en torno a la figura de la muerte. Muerte a quien asegura la paz y la vida. ¡Larga vida a la bestia!

Bibliografía

Gilles Deleuze, Rizoma. Introducción, Valencia, Pre-Textos, 2000.
Jacques Derrida, Dar la muerte, Barcelona, Paidós, 2006.
_____________, La bestia y el soberano, vol. I, Buenos Aires, Manantial, 2010.
Roberto Esposito, Immunitas. Protección y negación de la vida, Buenos Aires, Amorrortu, 2005.
Martin Heidegger, Parménides, Madrid, Akal, 2005.
Thomas Hobbes, Leviatán, o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, fce, 1980.




* Extractos del artículo de la misma autora, «Anatomía de la bestia», mimeo, 2015.

1 Roberto Esposito, Immunitas. Protección y negación de la vida, p. 161.

2 Thomas Hobbes, Leviatán, o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, p. 158.

3 Ibid., p. 158.

4 R. Esposito, op. cit., p. 177.

5 Ibid., p. 230.

6 Martin Heidegger, Parménides, p. 90.

7 Ibid., p. 86.

8 Cf. Jacques Derrida, Dar la muerte.

9 J. Derrida, La bestia y el soberano, vol. 1, p. 22.

10 Ibid., p. 20.

11 Ibid., p. 43.

12 Cf. Gilles Deleuze y Félix Guattari, Rizoma. Introducción, pp. 35-36.

13 T. Hobbes, op. cit., p. 3.

Sobre el autor
Laura Eliza Enríquez (1992) es una filósofa nacida en Veracruz. Realizó estudios de Licenciatura en Filosofía en la Universidad Iberoamericana (2014) y una Maestría en Historia del Arte, Curaduría y Cultura Renacentista en el Instituto Warburg, parte de la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad de Londres (2016). Sus intereses incluyen la relación entre filosofía, arte y conocimiento en perspectiva histórica; la experiencia sensorial en pintura; y la representación del sentido del gusto. Entre sus ensayos publicados se encuentran «¡Pupendo!» (LIJ Ibero: Revista de Literatura Infantil y Juvenil Contemporánea, 2015) y «Enferma en París: la experiencia del dolor y su demanda ética» (Dolor, enfermedad y sufrimiento: una mirada a la existencia, 2016).