Número 2

El nombre es otro

Eduardo Milán

Aina es el verdadero nombre de los niños,
quiere decir: recientes, no en esta ni en cualquier otra
lengua, aunque lo son, porque toda lengua miente.
La verdad los acaba de soltar, una ausencia
que se siente, y aquí están del otro lado, una presencia
que se siente a veces. Si aceptan bien ese salirse
de la feria siempre antes, o sea cómo
les fue en la feria, son felices. Fuera de ahí dependen.
Vas en aumento, por eso van al bosque. Los niños lloran,
las niñas se nos pierden. Ángeles.
Pero su verdadero nombre es Aina.

 

La unidad de la luz
contra la belleza múltiple:
ésa es la guerra. Si entendemos por belleza
etíope que no come, cubiertos de plata en otra mesa,
estalactita. Si por esas tres imágenes
entendemos, si por eso tomamos tequila tendidos
al sol con sal que alucina frente al mar. Por belleza,
mar de mármol, moldura de la forma en lava de Moldavia,
canto del cisne del volcán, obsidiana obsesiva
que el caos traga. Por este rumbo, en este sentido
hablaba, nueva alba o amanecer en ningún lado,
le dije a mi interior. Pero también a mi exterior.
Naturaleza no, física, unidad de la luz y fuego.
Por compasión la luz se vuelve
bella, no por ser humana.

 

Mallarmé dijo: «rien ou presqu’un art»,
yo renuncio. Salvo por contradicción,
por contraviento y marea, porque el poema
sea no saber, salvo porque sea salvavidas.
De humano, de humano, de humano y de humano:
de los que echan los dados y las lombrices a perder.
Geográfico, visto desde el águila a una altura
antes de ser disuelta en su deseo, el llano
es el silencio, la montaña la mujer. Mágico,
el resto de una presencia que cayó en la trampa, presa,
liebre que se desborda en otro mar, el de Manrique,
el gran admirado de Machado, de sus ojos admirado.
Lógico: acaba de desbordarse la circunferencia.
Donde menos se espera salta la liebre, líbranos
de la belleza, de su librea estetizante sin
santo, de los fríos brazaletes sin
brea, de lo bonito y de lo feo, camafeos,
nunca es suficiente quitárselos, imágenes
que estampas, espantosas, son del pantano.
¿Crees que hay que ser eslavo de esa luz?
Si no tengo derecho a ser plural en plumas, líbrame a mí.
De la b, de la belleza, de lo bello. Algo de a:
comí dos alegrías por el camino hasta aquí.

 

Ni natural ni madre tierra ni cuarto
menguante: yo me meto en tu cuero, vaca,
abierta en Suez porque les dio la gana,
andanada, hambre, todo es nada, da igual.
No ternero que se mete por tu luz caliente
vacía de aliento, mentes, lámparas, queda, cava
poco, canta como flamenco hasta perder su forma
arbitraria por tanto orden, nada, no quiero saber,
dentro de tu cuero me curo.

 

Muy herida en los ojos
la verdad, fuertemientre,
su dar que es su mejor, herido,
su dar trabajo. Resta lo que quieras, réstale
objeto: objeto ya restado, ni sentido
en su corazón el viejo de la verdad.
Verifícala en su cuerpo: «Esto, ¿ves?,
es una planta plena». Quítale palabras,
quítale cuerpo, tira toda la arena por la borda,
borda lo posible para que suba, teje, abeja que te toca,
si baja más los ojos queda ciega.

 

La mujer que pide con el niño en brazos:
el acontecimiento. Azar, tensa risa, lotería:
¿por qué no echas un poco de dinero al mundo,
un poco sin pecado capital? ¿Por qué decides así
el destino de la mujer que pide con el niño en brazos?
¿Nueva noción de altar? Es que la vida es, sin duda,
una emergencia, no una merced. Es que la vida es,
sin duda, un acontecimiento, un espectáculo sin culpa,
un teatro que no se mira sino que se vive, actual.
La vida siempre da en el blanco, la nada es blanca,
blanca en ancas de no sé qué. Hasta la sed se ha vuelto
reflejo, refleja, esto es reflexivo, sin flecha, sin dato,
sin fecha, sin fe, arco abierto.

 

El lugar donde acampa lo real:
lo doy por hecho, respiro. Luego
veo cómo llego allí. Revelé, suena a látigo
porque eso es una biografía: un látigo, mi biografía,
el nombre de mis hijos, lo fijo de sus ojos.
Y no se vale ir hasta allí, hasta su nombre
sólo para convocarte, pájaro-lugar:
cerámica, cereal, Flora, mi amiga, lo real
están fundidos. Contaminé de mí lo ajeno, miné la mina
y me corté con esa lámina (ver poema). Culpable de habla
cuando debí callar, callar ante Sarajevo, es de sabios
el no desafío: nunca fui. Vía Marte no se puede amar,
querer amar en Sarajevo, Vía Láctea no se puede beber
leche de cabra en Sarajevo. ¿Se esperaba una ascensión:
«leche de estrellas»? Eso cuando había espíritu,
cuando hablábamos de tú a tú a la materia y la matriz,
plaza dócil con palomas a las doce del día, respondía.

 

No preguntes por qué, lobo, tú
o presencia que rodeas siempre:
alrededor hay moros, tal vez,
o bachianas brasileñas, oba-la-lá.
Obstínate tú, terquedad del desierto
a pesar de la no-agua. ¿Cuál es la finalidad
del desierto, no los nómadas, no los somalís
ni los somalíes colibríes? El espejismo, el ansia
hacia dentro de la sed al reflejarse, revelada.
La finalidad del poema es la misma, revelada
miseria del no-somalí colibrí, oba-la-lá.

 

Como muerto soy africano y cantaré.
Voy para pájaro africano: IwI.
Honestamente, nunca me gustó esta cosa,
su pura sangre, raza de origen,
tabla rasa de ranas, ancla corroída,
gente diferente, igual. IwI: «fui».
Voy para ese pájaro no para un brillante
de plumas de salón, real o pavo real. Voy
para «fui», allí sobre su árbol.

 

Resuenan los cascos en el camino a Damasco,
es la arena la que cae de las manos, del cuenco
de las palmas, de las dos. En Roma, no fue un cardenal:
fue una paloma que se posó en la cruz pero no hay cruz.
Por ahí pasó Cristo, por ahí quemaron vivos. Apenas
baja una medio humano detrás. El caracol que se da cuerda,
la memoria de concentración, sacrifica el gesto en aras de qué

Eduardo Milán es un poeta, ensayista y crítico literario nacido en Rivera, Uruguay, en 1952. Ha residido en México desde 1979. Entre sus libros se cuentan Nervadura (1985), La vida mantis (1993), Alegrial (1997) y Acción que en un momento creí gracia (2005).