Rogelio Villarreal


Reflexiones en torno a la contracultura mexicana

 



¿Qué tienen en común estas tres palabras tan cargadas de sentidos y sinsentidos: rock, izquierda y contracultura? ¿Cómo se entreveran o se repelen?. El rock, además de ser el género proteico por excelencia, es una industria multifacética que deja grandes ganancias y ha producido extraordinarias piezas musicales. La izquierda histórica y el comunismo fracasaron, mientras que la latinoamericana se retuerce entre la inexistencia y el autoritarismo.
La contracultura, por su parte, tuvo una vigencia limitada a tan sólo dos décadas y un espacio principal: las décadas de los años cincuenta y sesenta en Estados Unidos. Aunque hay quienes la tiran cómodamente y la huelen hasta en las mezcalerías de moda.
El rock no es de izquierda. Desde su nacimiento, el antes conocido como Rock‘n’ Roll formó parte de la industria discográfica, del espectáculo y los medios, y ha creado miles de millonarios, empezando por los mismos rockeros y empresarios voraces o visionarios. Esto no necesariamente lo descalifica o lo denuesta, simplemente no había otra manera de encauzar y difundir un género musical que, por su frescura y originalidad con relación a los géneros anteriores, prendió primero entre la juventud anglosajona y después en la del resto del mundo. Aunque el jazz tiene el mérito de haber acompañado a la actitud displicente o rebelde y el estilo de vida ensayado por los beatniks, sobre todo en California.
En la antigua Unión Soviética también hubo rock, aunque mucho más controlado que en otras partes. Allá los grupos debían registrarse ante el Estado y demostrar que sus letras y actitudes no eran pro-occidentales. En Cuba debía respetarse también la consigna “con la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
En los años sesenta en México, el rock anglosajón y sus versiones locales se empezaban a escuchar cada vez con más frecuencia, aunque de una manera vigilada, a través de la radio y la televisión, así como en algunos cafés cantantes. Fue la década de las revueltas estudiantiles en varias partes del mundo, aparte de la invasión soviética a Checoslovaquia. Y no puede decirse que haya sido el soundtrack del 68 mexicano. Recuerdo a mis padres escuchando a la Sonora Santanera, y no a los Beatles, aunque también recuerdo a un par de tías más jóvenes que bailaban con minifalda al ritmo de los covers de moda.
La izquierda mexicana de la siguiente década entonaría las nuevas trovas cubanas, los cantos latinoamericanos y la rumba afroantillana. Entonces el rock era visto y desdeñado como un instrumento de penetración imperialista, y no como el género musical innovador del que, por fortuna, hay un extenso catálogo de muestras extraordinarias.
En los años sesenta ya había algunos grupos de rock que cantaban no solamente en español sino en inglés, como el Three Souls in my Mind, fundado en 1968 en la ciudad de México por el poblano Alejandro Lora, nacido en el 52. Influenciado por el grupo Los Ovnis, que desde el 61 interpretaba éxitos anglosajones y salía ocasionalmente en la televisión, Lora, que había estudiado en Estados Unidos, importó cierta autenticidad al rock mexicano, aunque tocaba en los lugares de las clases media y alta.
En 1957, cuando Lora era un niño, en Tijuana Javier Bátiz había fundado el grupo Los TJ’s, que tocaba blues, folk, rytman & blues –ritmos negros, ¿no?–. A comienzos de los años sesenta, Bátiz se traslada a la capital del país, donde actúa en “La Fusa”, uno de los primeros cafés cantantes de la época, y después tiene una larga y exitosa temporada en el “Harlem” con la legendaria pandilla de motociclistas de la Portales, Los nazis –bastante violentos por cierto–, quienes eran parte de su público más entusiasta. En el 68, el éxito se repitió en el Terraza Casino, allá en Insurgentes, a donde iban a verlo políticos, artistas e intelectuales, entre ellos Monsiváis y José Luis Cuevas, por ejemplo. En 1969, el Departamento del Distrito Federal organizó un concierto al aire libre en la Alameda Central ante un público calculado en 18 mil personas más o menos, casi tantas como las que había convocado el baladista español Raphael, “el torbellino de la Alameda”, un año antes en esa misma plaza.
Bátiz, que fue mentor de rockeros como Lora, Fito de la Parra y el célebre Carlos Santana no asistió al Festival de Avándaro, pues dijo que no llegaba del Terraza Casino a Avándaro, y no quiso ir allí a donde tocaron 18 bandas mexicanas, entre ellas Los Dug Dugs, Fachada de Piedra, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Tinta Blanca y el Three Souls, ante unos 200 mil asistentes.
Allí cambiaría radicalmente la escena del rock producido en México: las represiones a los estudiantes de 1968 y la del 10 de junio de 1971 eran recientes y dan cuenta de cómo el gobierno tenía a los jóvenes en la mira. No sólo la derecha se escandalizó por el amor libre y las drogas, sino incluso intelectuales progresistas como Abel Quezada y Carlos Monsiváis. Ya Jaime López citó a Monsiváis con esta célebre frase que dijo muy asustado en Londres: “Ante la primera generación de gringos nacidos en México”.
Algunos estudiantes se radicalizaron y formaron grupos guerrilleros; una concentración como la de Avándaro causaba nerviosismo, aunque el público estuvo tranquilo y receptivo a pesar de la lluvia y la pésima organización. El gobierno esperaba una señal, y ésa fue la mentada de madre que espetó el cantante de Peace and Love cuando cantaba “I like marihuana”. El concierto se transmitía en vivo por Radio Juventud, y en ese momento se cortó la señal. El rock dejó de existir oficialmente casi un par de décadas; el resto de la historia de prohibiciones, represión y finalmente de apertura ustedes lo conocen.
La contracultura no es de izquierda. Luis Racionero explicó que la mala traducción del español de counter-culture hace que contra-cultura sea casi sinónimo de movimiento anticultural, de oposición a la cultura dominante y no de equilibrio o contrapeso, como lo presenta en su libro Filosofías del underground. El underground es la tradición del pensamiento heterodoxo que corre en forma paralela y subterránea a lo largo de toda la historia de Occidente, desde la aparición de los chamanes prehistóricos, la instauración del derecho de propiedad, la transición al patriarcado y la invención de la autoridad y la guerra. La contracultura, sigue el filósofo, fue la encarnación pasajera del underground en la década de los sesenta y sus secuelas en otros países, incluyendo el nuestro.
En la tradición underground confluyen las filosofías individualistas, el pensamiento oriental y las experiencias psicodélicas. Es una tradición antiautoritaria, comunal, libertaria y descentralizadora, caracterizada por su énfasis en el rock, las drogas, la poesía y la vida en comunas.
En México hubo acercamientos importantes en la contracultura, como el Festival de Avándaro, pero fue una expresión minoritaria y vapuleada constantemente por los macanazos, el paternalismo priísta y la moral cristiana de la gran familia mexicana, marcada por el rechazo de la juventud de izquierda cobijada por la imagen del Che Guevara, y más ocupada en memorizar los manuales de Marta Harnecker.
Esas manifestaciones escandalizaban a los conservadores de aquellas épocas que, como los de nuestros días, siempre encuentran de qué sonrojarse, aunque hoy nos parecen tan familiares.
El new age y el mercado se llevan de maravilla; el rock que dio origen a cientos de géneros oscila entre la genialidad y el entretenimiento mediático, y las drogas sirven para todo, menos para expandir la conciencia.
La literatura es una carrera enloquecida de vanidades y premios, y el arte conceptual, un millonario negocio trasnacional. Aun así, la vieja contracultura ha hecho más por expandir las fronteras de la sociedad forzándola a ser más tolerante, abierta y diversa, que lo que hizo la izquierda histórica.
La izquierda no es de izquierda. Uniformados por la globalización que tanto aborrecen, los rebeldes del mundo, los anarquistas y los altermunidistas apedrean un McDonald’s y erigen héroes cada año para defender su compromiso con la eminente revolución proletaria e interplanetaria. Es decir, no es posible aliar con los sueños de la izquierda histórica a los globalifóbicos, skatos, darkis y pospunks del siglo XXI, ni llamarlos contraculturales, pues su discurso es tan rancio que difícilmente podría ser el contrapeso del que habla Racionero, y se parecen más a los abanderados que anuncian una sociedad totalitaria. La contracultura sería más sagaz que eso. Por esta razón se agazapa, desaparece e irrumpe cuando menos se espera, o puede cambiar por la tele, las grandes editoriales y el ciberespacio.
Las principales armas de una contracultura contemporánea serían las ideas, la discusión, el diálogo, la sensibilidad, el disenso inteligente, el desenmascaramiento del poder en todas las arenas y no la instauración de otro que ha probado sobradamente su ineficacia y su vocación criminal.
La ciudad de México está gobernada desde 1997 por un partido de izquierda fundado por Cuauhtémoc Cárdenas, que proviene de la fusión de dos grandes corrientes ideológicas, el estalinismo y el nacionalismo revolucionario, aunque recientemente este último es el que predomina. Como todos los organismos políticos, el prd adolece de graves contradicciones y caudillismos que le han impedido abrazar plenamente las causas tradicionales de un partido progresista de izquierda. Lo mismo puede vetar o aprobar una ley que permite los matrimonios homosexuales, que reprimir violentamente adolescentes de clase baja en una humilde discoteca, el News Divine, por ejemplo, o fundar centros recreativos y culturales en colonias populares.
Los gobiernos perredistas de la capital han heredado y mantenido el corporativismo del viejo pri, que le permite contar con el apoyo de taxistas, ambulantes, colonos y sindicatos, aunque su actual jefe de Gobierno haya sido elegido el mejor alcalde del mundo porque, según la Fundación Internacional City Mayors, promueve políticas avanzadas contra la contaminación. Por supuesto, desde las primeras administraciones del prd se han promovido en gran medida los conciertos de rock y de otras corrientes musicales. ¡Faltaba más! Los rockeros chilangos como Maldita Vecindad y otros sí son de izquierda.