Jorge Aguilar Mora

La bella molinera

 

I

Estás ahí, donde cuelga el farol en medio de la calle;
Estás ahí, donde el cielo se derrumba y la tarde cierra la puerta
A los recuerdos ajenos;
Estás ahí, donde yo soy el hijo de mí mismo
Y mis pasos titubeantes hacen la pregunta de la Esfinge;
Estás ahí, cuando voy a mirar por la ventana y mi madre no ha vuelto
Ni de su viaje súbito, ni de la locura por los hijos que no tuvo;
Estás ahí, cuando una mujer que combate entre guerreros
Se vuelve a mí y me llama cobarde porque dejo que me ame;
Estás ahí, olvido disfrazado de maleza
Que ni una hoja mueve cuando el viento inventa pesadillas,
Estás ahí, mirándome, vaciando tus ojos para que yo caiga
En el mismo destierro de las piedras y los duelos,
Estás ahí donde se agota el vuelo del pájaro,
En el vórtice donde nuestros cuerpos se separan:
Estás ahí, donde recojo la luz del sol como semillas derramadas
Por un padre de huérfanos y huellas;
Estás ahí donde cada objeto descubre el secreto de tu forma,
Lo dice, lo produce, te saca el corazón como un señuelo;
Estás ahí, donde sólo se mira el revés de la mirada
Y el adiós se queda en el insomnio de tu esquela.


Un farol cuelga en medio de la calle,
El cielo se derrumba, la tarde cierra la puerta
A los recuerdos ajenos: ¿Dónde estás? ¿Estarás cuando te busque?
No hay nada en el horror sino su propia condición de ser,
No hay nada que no sea el estar puro de cada acto
En su momento exacto, en su condición de esclavo.
Yo sé que no estarás, y no será tu gusto, será una piedra que cae,
Será un día de lluvia que no quiere sino lluvia,
Será un día de luto, o un día de asueto, y tú ya no estarás
Cuando te busque.
¿Por qué habría de buscarte? Ya te has ido. Nos hemos dicho todo,
No nos hemos dicho nada, algo nos hemos dicho. Nos hemos dicho.
Hemos hecho todo, no hemos hecho nada… sólo se nos olvidó
Lo que no pudimos hacer, lo que tú haces ahora, lo que yo hago ahora,
Escribirte, buscarte en las palabras, pero ¿qué tienen las palabras que no tienen
Ni sombra, ni huecos, recovecos, vacíos, ni secretos? ¿Qué será lo que se puede
Buscar en ellas? ¿Tus palabras? ¿Las que ya me dijiste y ya oí y nadie oyó?


¿Y dónde están las palabras? ¿Y cuáles escojo? ¿Y qué haré con ellas?
“Tú sólo piensas en el absoluto”, me dijiste un día, sin recriminación, sin aprobación,
Y ya puedes agregar que iré a buscarlas ahí donde todavía las seguimos diciendo.
Ahí están, y no esperan, se dejan robar por el mundo,
Así como tú de espaldas dejas que yo te cubra,
Y el silencio no les pide nada, no les pide que sean algo:
Basta que peregrinen sin una vía láctea que las guíe.
Ahí las encontraré, creyéndose arraigadas, y a la deriva;
Ahí las encontraré, conversando con las mentiras como si fueran hermanas,
Con la misma sed resucitada.


Labios, dureza, espera, mañanas de frialdad, gatos de la santa trinidad,
Siempre, ¿dónde estás?, siempre, ¿cómo llegaste a mí?, quizás, tú,
Ábreme, ábreme hasta que se vea el fondo de este día, dudas, nudo,
Esta mano, esta mano no es tuya, abeja celeste, llegó pero no la lluvia,
Era un cardenal, temporada de voces inaudibles, amor, amor, me estoy muriendo,
Y siempre dije que quería morir en tus brazos, no tienes brazos,
sólo siento
Que otro hijo se te muere, sólo escucho palabras indistintas,
¿los cardenales cantan?
Yo soy, dije, y ya nadie estaba ahí, y me abrazabas, y sin brazos,
sólo con la brisa
De la temporada que ha llegado de las cigarras y las lunas ignorantes del desierto.
Sí, noche, no, sí, ¿estás sola? ¿qué harás con mi cuerpo? No, sí,
¿qué harás
Con mi cadáver? Sólo eso te dejaré para que cantes tus melodías de bella molinera.
Me voy. Te dejo. Me dejas. Te vas. También son palabras que escojo: dejar, irse,
Me voy para no dejarte mi cadáver. Me voy para morir donde nadie me vea morir.


¿Y qué harás con mis palabras?
Quitarles su semilla, dejarlas solitarias, sin tentación de sentido,
Labrar una sombra donde deslumbra una vocal, mondar su soberbia de verdades,
Abandonar las ruinas de todas las promesas,
Dejar intactas las frases del amor que nunca se tocó.
No hablo de ti, no hablo de mí, hablo de nuestras palabras,
Que ya se deshacen sin tocarlas.
Hablo de la preñez preconcebida en lo más profundo de ti,
Hablo también, para rimar, de la aridez singular de tus adioses,
Hablo del lenguaje de tu andar desnuda
Y tus confesiones de partir a oscuras.
¿Desde dónde me miras cuando no estás conmigo?
¿A dónde van tus senos cuando yo los toco?
¿Con qué mundos se entienden tus piernas cuando te abres
Y con quiénes te emparientas cuando gritas?
Tus palabras son para mi cuerpo entero,
Confesiones imperdonables del agua en el estero,
Mariposas clavadas donde cae la tarde, y volando
Como los huesos frágiles del ámbar;
Tus palabras las traigo aquí, haciendo de mi puño
Un párpado de esposas en otoño;
Las escondo en el fondo de una pila de sangre desasida,
Les hablo, me escuchan, me acompañan a donde no voy,
Siempre están cuando yo llego, y todas preñadas
Con el placer de tus vértigos estallan
Como un cielo en otro cielo, como un recuerdo en el recuerdo.
Y ya te fuiste tú con tus palabras, te las llevaste todas,
A mí me queda el secreto de su acento, a mí me queda la voz de tu secreto
Y la fecha casual en que un cadáver se reclina en manos discípulas, piadosas,
Mientras las palabras florecen en sus poros, se deslumbran en sus ojos.


Así se van, poco a poco, deshaciendo de su íntima ambición de ser un cuerpo,
Un mundo, una pequeña eternidad sin órbita, preñada.
Se deshacen de sí mismas, se niegan, se afirman, se desbandan,
Y lejos de ellas queda una sola, ajena, poderosa, indestructible
Mirando cómo todas siguen con fidelidad pasmosa
El titubeo de mis pasos, el sendero de mis culpas.
En cada cosa que tiene nombre veo la hechura de mi herida,
En cada nombre se repite tu herida,
En cada herida tuya veo los nombres de las cosas ya que no tienen nombre.
Vuélvete, vuélvete al lugar donde los Sí son líneas rectas
Con sombras que las niegan y dispersan:
Donde las piedras se cansan,
Donde el cansancio se hace piedra,
Donde cada transparencia es otro cielo
Y cada cielo el aliento de un dios muerto.
Donde el Sí llega al hogar del sol y dice no,
Donde el No nunca niega su presencia de sumo sacerdote,
Y piedra exacta en la orilla de tus uñas:
Allí regresarás a tus cenizas, allí recogerás lo que no fuiste,
Allí te encontraré cuando me muera
Y no tengas que velar otro cadáver ajeno e inasible,
El no nacido, el no parido, el no preñado, el nunca visto.


Yo regreso a la obviedad donde se esconde la orilla de mi piel,
Regreso a preguntarme: ¿Vida? ¿Esta es la vida?
Regreso al malabar de un circo abandonado y busco entonces
En el ir y venir de un trapecista, en el ir único de la cuerda floja
La raíz de la vida en la vid, la flor de la vid en la videncia,
Y soy un pobre clown que nadie aplaude.
Pero en ese instante, en ese justo instante en que mi pie falle,
En que mis manos resbalen, en ese justo instante
Seré la eternidad que nadie busca, seré el que nadie busca
Y haré que todas las palabras alcancen su altitud de almas gemelas,
Que todas las palabras reconozcan al Padre que no tuvieron,
Y sepan que lo no tenido en su sentido era el Padre
Con quien cada mañana amanecemos, con quien cada noche nos rendimos.


Ya no te veo, no sé ni cómo eres. He quemado tus fotos, puesto fuego
A la memoria hasta volverla tortura de un hereje: ya no sé cómo eres,
¿Y eso importa? ¿Importa eso? ¿Hay algo importante en mi memoria?
Palabras, dicen las palabras. Hay palabras, dicen las palabras.
¿He de volver al laberinto en que una palabra sigue a otra
No para encontrarla sino para mejor perderla?
Ah, sí, la tentación, la tentación de nombrar la poesía.
Poesía de poesía de poetas poetastros con palabras poéticas,
Decía un profeta que no se tomaba en serio y que yo no tomo en serio.
Es mejor la locura. Prefiero la locura, prefiero perderme en esa selva,
Cerrar el telón del circo, despedirme del trapecio con un salto mortal,
Abandonar la cuerda floja a su engañosa lasitud,
Dejar los pinos del malabar en el aire, que la risa del clown se vuelva risa,
Que con la esposa del pan se haga mi tumba.


¿Estás ahí? Yo sé, yo sé que estás ahí, y yo aquí ciego;
No estás ahí, yo sé, yo sé que no estás ahí, y yo aquí loco de locura
Te toco, te pierdo, te despierto, te dejo atada al sol, al hijo mío.
Sí, prefiero que todo se detenga, que tu nombre quede donde está,
Suspendido entre el deseo y la fragilidad del nuevo amante.
Amas los duros estallidos de la sangre,
El pulso inmóvil de la marea enemiga de la luna.


Sí, prefiero la locura, recorrer el transcurrir de tus cenizas,
Abrir la luz como un cuaderno de citas ya fallidas,
Horadarme con el último grito del sereno,
Atarme sin remedio al nudo invisible del silencio
Y dejar que el sentido mendigue su sentido,
Él, él siempre en el espejo, orándose a sí mismo,
Orgulloso que las sumas sean exactas,
Despiadado con cualquier pesadilla del insomnio.
Sé y no sé que estás ahí, donde las puertas se cierran
A los recuerdos ajenos: hoy es día de asueto,
Hoy no se abren los ojos, ni las venas,
Hoy de nuevo te vistes con tus falsos lutos,
Hoy hay lutos para todos como pan repartido a los enfermos,
Y el farol que cuelga en medio de la calle está alumbrado
Y él, y sólo él, escucha el llamado herido del dudoso.


¿Quién vendrá? ¿Se llama a alguien para que venga?
¿No puede ser que lo encuentre en la lengua del fuego?
¿No puede ser que la encuentre pariendo a escondidas
En una madriguera para ciegos? ¿No será la esperanza misma
De encontrarlo y saber que no vendrá?
Queda mucho por decirnos tú y yo en los umbrales
Donde cada uno quiere ocupar el camino opuesto.
Y miro las palabras que nunca serán dichas
Y miro que se miran con voces que no soy suyas,
Que dirán otros, que serán de otros, que serán.


Viniste a mí amando a otro que no dejaste de amar,
Viniste amando a todos los que seguías amando,
Viniste a recoger, con mano sabia, lo único que yo tenía
Y que en tus manos se volvería ceniza: ¿con qué hiciste la ceniza?
¿De qué se hace la ceniza si no es con el pánico,
La media verdad, la línea recta,
Y con el rostro disperso en el espejo,
Y el perfil perdido en el recuerdo de un hijo nunca habido,
Y las jornadas nocturnas y sinuosas de tener almas diferentes?


¿A quién llamabas cuando me llamaste? ¿A quién llamé yo
Cuando dije tu nombre y lo repetí y lo repetí
Hasta que el mundo se volviera sordo?
Y el eco repetía que fuéramos niños ambos otra vez,
Que dejáramos de creer que el nombre tiene un alguien,
Y así, sordo, también nos repetía que inventáramos
Esa hoja que cae en el arroyo vestida siempre de pies y manos.


Cuando vuelvas y encuentres que el pan sigue esperando
La huella transparente de la quemadura
Y aquella multitud de dos que era un bautizo;
Cuando vuelvas y detrás de las ventanas
Haya espinas que parezcan compases infinitos
De una canción que nunca te cantaron;
Cuando vuelvas y no tengas ningún muerto que enterrar
Verás la misma hoja caída, ya desnuda, ya escapada
A la eterna razón que le da el agua.


No importa donde estés, no importa donde estoy,
No importa si aquí es el huérfano mirando la muralla,
No importa si aquí son tus fieles rodillas
Sufriendo del abrazo de los días que me quedaban;
No importa si allá es la misma rutina pedagoga,
No importa si allá es la misma pericia maternal
Que reduce los años a la espada mortal que ya no fue;
No importa si allá son las mismas celebraciones del abrazo
Y el espejo opaco donde sólo cabe el miedo;
No importa si aquí es el absoluto de un sol agotado,
De una hoja que tiembla y cae, inerme, de pies y manos,
En el llanto que ya no la esperaba;
No importa si allá es el cielo desnudo, el paso
Que empieza en el buen día, ¿cómo estás? ¿cómo estabas?
¿Estabas ayer aquí? Si somos dos y en multitud errante
El azar nos ofrece caminos semejantes. Y opuestos.
Como si tú siempre tuvieras dos sombras,
Y yo una ceguedad donde sólo nadie ve;
Como si tú tuvieras dos corazones y dos muertes,
Y ni siquiera un entierro inmerecido;
Como si tú fueras los frutos y el deseo,
Y yo cantara baladas que nadie escucha
Porque sólo la bella molinera sabe que existen.


¡Bella molinera! ¡Bella molinera! Ya se fue el que cantaba
Y los pájaros celosos no te dejaron verme porque sólo mirabas
Ahí donde se agota su vuelo y se suspende;
Y el arroyo caudaloso no dejó que me escucharas porque sólo oías
La caída de los ojos en otoño como esquirlas de un buque que nunca naufragó;
Y en el bosque de sombras no supiste que ya me habías perdido
Porque sólo encontraste sombras y tu cuerpo hecho pedazos;
Y sólo sentiste que el cielo se abría en el azul como el cuerpo que nunca conocí,
Y sentiste que, sin nada que lo turbara, llovía, llovía a cántaros,
Y en tus manos no caían gotas de lluvia,
Caían pedazos de silencio, barro, tierra que se había negado
A ser tierra de otras tumbas y otras búsquedas.


¿Dónde estás, bella molinera? No te busco a ti, busco el dónde.
El sitio donde estaba el farol colgando en medio de la calle,
La puerta que se cierra,
Busco a quien me busca, que me espera de espaldas,
Porque mira a donde vamos, no de dónde vengo.
¿Y tú, dónde estás? No te encuentro en el dónde,
No te encuentro en el cuándo. Y el muro
Que sólo tiene dos caras no se mueve, le falta el canto,
El canto del caminante ciego, le falta el canto
Donde la moneda gira y gira como un cielo desbocado
Por el hijo que le ha dado la alegría.



Jorge Aguilar Mora, “La bella molinera”, Fractal nº 51, octubre-diciembre, 2008, año XIII, volumen XIII, pp. 11-28.