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Los devastados
Mostrándose se esconden. Escondiéndose se muestran. Páginas hechas considerando las pinturas de alienados, hombres y mujeres con dificultades que no pueden remontar lo irremontable. Internados la mayoría de ellos. Con su problema secreto, difuso, cien veces descubierto, y sin embargo escondido, entregan primero que nada su enorme, indescriptible enfermedad. 1 Aquel que evita los ultrajes de los “allegados”, se protege ahora en un voluminoso cuerpo de gran cuadrúpedo imposible de voltear en el que animalmente se ha convertido. Una cola leonina que termina en garras, capaz también de azotar, está medio recogida hacia delante, lista, decidida. Dispositivo de defensa listo en su lugar, espera. En la constancia, en la desconfianza. Un malestar situado tan profundamente no impide una seguridad fundada sobre ideas inflexiblemente implantadas.
Monolito de silencio impenetrable, que no deja penetrar nada. Esfinge que no contesta las preguntas, que inmóvil, sordamente, hace sus preguntas, las más graves entre las preguntas. De frente y siempre las mismas. Apoyada sobre lo largo de su considerable base, poseedora del saber de lo Indescriptible, la esfinge, con mirada de hombre conserva su imperturbable pose.
2 Volteada, cuarteada, troceada, cualquier apariencia humana olvidada, es sólo como un suelo el que se percibe ahora, suelo indefinidamente despedazado con manchas de hierba casi en ruina, levantadas-desordenadas, que ya no es más un terreno, sino las olas de un mar desmontado, de un mar de tierra desordenada, que nunca más reposará. Bajo esta forma deforme, que lo priva de sí mismo, sobrevive sin recuperarse. Derrumbe incesante. Fragmentos eternos; fragmentos, fallas, fisuras. Naufragio oblicuo. 3 La ola, la doble, triple ola, la ola, derecho frente a uno, se eleva, ocupando desmesuradamente el espacio, lleva ojos en sus lentos torbellinos. Enrollándose y desenrollándose majestuosamente, sin fin viniendo sobré él, la ola trae, lleva, devuelve ojos, vastos ojos con miradas de reproche, de resentimiento. Suspendidos en la marejada creciente, no lo dejan en paz, no lo ven más que a él, no están ahí más que por él, ojos que desean el mal, ojos llenos de furia, sobre las olas que siempre regresan con energía gigantesca. 4 En un plano líquido en una vasta amplitud, en una piragua colosal, pesada, protestante, proveniente del Norte, está de pie rígido y solo, solo como se suele estar cuando no se está en camino a la salvación, cuando en la zona negra se ha transgredido el pasadizo prohibido. Alrededor, el agua: totalmente tranquila, ni en movimiento, ni deseada, un agua pesada. En ese plano horizontal, donde es difícil avanzar, como si se encontrara en una pendiente para remontar, el hombre se aísla, ermitaño de lo “Absoluto”, no muestra más que su espalda, recta como un muro. La seriedad de la Idea única lo habita. Una seriedad contra todos. Certeza entre todos. Sin embargo, una melancolía, una angustia de fin del mundo, una fatalidad inevitable reside en el paisaje frío por donde pasa quien se equivoca sobre sí mismo. La pesada piragua hecha de una sola pieza, se hunde lentamente en el espacio muerto. Cielo raso. Ave de una sola ala. Árbol sin ramas. 5 Rostros que se salvaron escasamente de algo tan grave como la muerte. Rostros del pasado que conocen la noche de la vida, el Secreto, lo Innombrable horrible en el que el ser descansa. En lucha contra lo impreciso, masas que en vano tratan de recuperarse, luchando contra lo viscoso que invade. Rostros profundamente enfermos, desconfiados, que recuerdan. Una de ellas gravemente demolida, con ojos grandes parecidos por su fijeza a los de un pez, los músculos oculomotores permanecen como bloqueados de forma que los ojos ya no miran más que de frente, frente a los demás, frente, como encara el desafío. Una nariz enorme, desbordante, deportada, desviada, chueca, desde la base hasta la punta chueca, parece estar casi de perfil. Arriba, sin alterar por la deformación, que debió ser dolorosa (como el aro en la nariz de los toros amansados) e inclusive espantosa, los ojos serenos –discordancia magistral, prueba de su enfermedad– hacen que parezca que no pasara nada; en esta imposible oposición, tan molesta, continúan, se mantienen. El dueño del rostro en desorden no desiste. 6 Vivienda con ventanas clausuradas La sombra está adentro, monumental. Habitada, pesada, lasciva. Curvas, amplitudes. La humareda hembra se condensa. Enseguida inestables. Insaciables devoradoras enseguida. Margaritas de cráneos ¿Arrepentimientos? ¿Remordimientos? ¿Miseria? ¿Terquedad? El Palacio profanado conserva una vaca. 7 La niña, su virginidad perdida, sobre la que brama un ciervo, con todo y pañal se la lleva, sin resistencia, un caimán gigantesco que enseguida se zambulle y se hunde en las aguas. Las flores caen, las frutas son arrancadas, uvas terrosas salen a flote. Así se recuerda la violación de hace tiempo, insoportable para siempre. En la miseria de los harapos, en la indigencia del camastro, en el agónico colorido de las flores, en la pequeñez de las manos, en los deformes pliegues del vestido arrancado, en el bullicio de remolinos desmesurados detrás de ella, la maldad de las fuerzas adversas habla. Observando, falsamente bonachones, figuras extranjeras, cabezas con collar de babosas o de larvas, rostros de seres distantes, que no ofrecen apoyo, inmutables, máscaras sociales hipócritas. Abajo a la izquierda, una vez más el cocodrilo con la víctima se hunde en las aguas. 8 Provista de la perla de vidrio (que no cambia), el rostro de ojo único, el rostro débil pero terco, que no se dejará conducir, que no se dejará seducir, el rostro engreído por la “reserva”, es también el rostro que alejado de todo y fuera de su lugar se sostiene, se mantiene a una altura insólita. Eterno caso. Aparte sobre una pequeña rama, insuficiente, pero que ella quiso que le bastase, considera el horizonte en lugar del suelo, tan enfadosamente abandonado por las alturas sin base, sin porvenir, sin poder dejarlas más.... y en resumen no muy grandes. Ella llegó. Un abanico se abre en la débil cara, que se cree fuerte, un abanico, como diría un pavorreal. Es eso precisamente, un pavorreal, quien inútilmente, sin eficacia despliega las plumas de su cola. Una especie de ratas –o de pequeños hombres en cuatro patas– corren por el suelo. Ella está por encima de esa calaña. 9 La zona donde vino a parar ese velero de tres mástiles tranquilo, maravillosamente, totalmente blanco, tan blanco que es increíble estar tan blanco, es inmensa y desierta. No importa el viento o su ausencia o amenaza, el velero de tres mástiles que no quiere cambiar, no se desguarnece. Fino en exceso, pero no se entrega, sobre todo a la evidencia, aun menos a la de las variaciones de lo real, helo ahí que a fuerza de no rendirse, desembocó en un espacio donde nada se mueve, donde desde hace tiempo cualquier brisa ha muerto. Y sin marcha atrás posible. ¿No hay nada más? ¿No hay alguien más en alguna parte? Sí. A lo lejos algunos pliegues levantados de la poliforme tela de los cinco mundos muestran apretados, en fila, al acecho, las caras ambiguas de los “otros”. ¿Amenazadoras? ¿Envidiosas? Más bien fuera de alcance, con toda precaución. En absoluta calma, donde no hay una risa burlona, jamás pasa el velero de tres mástiles virgen, que no carga sus inmaculadas velas y permanece lejos de las manchas bajo un irreprochable cielo glacial. 10 La corpulenta Serpiente que sostiene besándola, como su cosa, la compacta voluptuosa Madre-Tierra, no la dejará. Infecto olor que de ella emana seguramente. Y él, ¡todo lo que le hace! ¡Y ella lo que ella se deja hacer! (De esta manera lo inconfesable es de todos modos revelado.) La enorme cabeza de demonio libidinoso con lengua bífida vigila la tierra para que permanezca siempre lejos del cono de luz. No es que pasen tan lejos los admirables destellos, claros y regeneradores, pero, evidentemente ella no irá hasta ahí, ocupada, siendo besada, pesada irremediablemente. Una red la enreda, como si no estuviera de por sí inmóvil. 11 Una repisa es custodiada por dos cisnes. Cada cisne es custodiado por dos ocelotes. Cada ocelote (o pantera o gato grande atigrado) por dos serpientes. Cada serpiente por dieciséis triángulos, que están bajo la observación de cuantiosos ojos, fijos, inquisidores. Nada debe escapar a la múltiple policía. Nada puede sustraerse a la omnipresente Ordenanza. En todo eso se siente el peligro de que no sea bien vigilado, que falte vigilancia, ya que un descuido bastaría. Un instante de descuido podría en los segundos siguientes provocar la desagregación, y después la desintegración universal. Lejana consecuencia de una Condena. Tal vez. Cuántas posibles dislocaciones en las “correspondencias” de la creación, el mundo entero podría ser castigado por culpa de hombres inconscientes, mundo que de hecho descansa en las espaldas de uno solo, que no puede descansar más, convertido en vigilante obligatorio, el único que sabe, que vigila, que aún puede posponer el desastre sin medida que viene. 12 Rostros hundidos, ensartados unos dentro de otros. La aglomeración de rostros dominado por un ave mediocre, y torpemente coronado como una ridícula cretina, una tarde de fiesta con demasiada cerveza. Enjambre de rostros, rostros indefinidos como feto en el amnios. Absorbido por un rostro es otro rostro. Irresistiblemente, uno se agrega al otro, que lo sigue, cae en él y perece suavemente. Rostros subyugantes con una larga lengua de herbívoros, con aspecto licoroso, molesto, flácido de deseos viscosos, que sin apresurarse se comen entre sí. Una figura de amante concentra toda una fila de figuras cercanas, que se empeña en volver tiernas, cada vez más tiernas (el humano y la pasta tan parecidos, tan remarcablemente parecidos) y la rostrofagia se extiende y aumenta en la pequeña colina de aspecto desabrido inexpresivo que se engullen, arrastradas nostálgicamente hacia la deriva irreversible. Limbos en este bajo mundo, de aquellos que perdieron el poder de separar. 13 A cierta distancia de la Cima más alta, hay algo como el Arca. Afuera, vallados. Hombres que serán escogidos, otros no, rechazados a última hora. Los abandonados, los alienados. Intenso movimiento, inútil, disperso, contradictorio, que ya no cesará.... mientras que sin provecho, los rayos de un astro parecido al sol pasan “de largo”. 14 La bestia que sale del colchón, su apetito es grande. Sus dientes generosamente expuestos representan para todos que el lobo no se alimenta de rosas. Un espacio lechoso describe la confusión y el engendramiento, los abultamientos y la abundancia y el incremento de los goces. Y bien, ¿qué pasará ahora? ¡Llegar! A esto, ¿por siempre aquí? Fijos, confusos, los grandes ojos lactantes del espectáculo del mundo contemplan lo de adentro echado afuera, y con todo, con lo que sea, hacen leche. Estarán pronto sumergidos, los grandes ojos reflexivos. El líquido en uno sube ya y se derrama y se extiende afuera sobre las imágenes que ya no ve más. ¿De leche verdadera es esta lecha? 15 Una potranca blanca tendida, patas plegadas. Su cabeza, salvo que es más grande, ya se le ha visto en alguna parte, en el cuello de una jovencita, de la que ella guarda la evidente expresión y sin embargo, hela aquí en una pradera, en el cuello de una bestia echada, y ella sueña, en la tierra húmeda, pesada y escasamente florida. Detrás, una espesa nube, casi consistente y curiosamente parecida a la potranca blanca, que se parece tanto a una joven soñadora, una joven nunca antes “tocada” y que se pregunta acerca de su encanto sin límite. Languidez. Más allá, ensanchado como una bahía, un extraño espacio, donde quieren entrar la nube de extraña materia, la potranca de extraño aspecto y la joven solitaria, por doquier en cierta forma evocada. ¡Y qué vestido inmaculado lleva! Cómo debe ser suave, increíblemente suave, mejor que cualquier otro vestido de piel de potranca, maravilla única, inaccesible, hacia el que “ellos” deberán fatalmente voltear la mirada, estupefactos, vencidos, ¡en la cumbre de la adoración! Ése es en el cuadro del campo la mujer joven yegua soñadora a la que todo se remite. 16 La mujer fuerte, de amplias formas, de hinchados senos, pesados, fascinantes, de un rojo ardiente, como un regreso de flama, la maléfica mujer cubierta y rodeada de joyas de pacotilla, tiene, más cubierta que un lobo, una máscara alrededor de los ojos (ojos sin ingenuidad, ojos de ignominia y de malévola dominación) y que ahora lleva en su rastrera falda, ridículamente imperial, la trama que retiene hombres, hombres pequeños. Colores chocantes, vulgares como el cólico, dicen a su manera lo que con los hombres gozaría hacer. No se ven instrumentos de tortura o tiranía, pero se les ve transformados en brutales coloraciones de rayas flagelantes. ¿Quién, salvo el más destruido de los hombres, aceptaría su invitación sin de plano haberse rendido? 17 El lento cuadrúpedo que en estos lugares ridículamente burgueses avanza, rodeado de espesos torbellinos, enseña levantando sus pesadas cortinas, enseña encima de su cara triste dos ojos considerables, no del todo muertos, con lágrimas de reserva en el saco lagrimal, en resumen, los grandes ojos bulbosos de un quincuagenario alcohólico. No muy decidido ni muy despierto, con aspecto impertinente (signo tal vez de su decadencia) se puede esperar cualquier cosa de él. Pasando en su forma de perro, por debajo de tapices horribles y cosidos, su opresiva presencia, con insistencia inflingida, presencia de fiel ignominia, de latencia animal, de espera de crisis, pesa sin cesar como un poder encerrado en la cera. ¿Encerrada hasta cuándo? 18 Pertenece indudablemente a alguien que no sabe hacer nada, un cuerpo delgado, débil, del que cuelgan dos manitas enclenques, signos de impotencia y de dependencia de una vida a la deriva. Pero el rostro cuenta, es importante, ansioso, rostro de quien todavía no ha descifrado las intenciones de dios que tan seguido le habla y tan enigmáticamente. En un horizonte esponjado muestra un considerable cielo en dos mitades, una etérea, la otra saturada de grandes vainas secas. ¿Cómo retomar la esperanza frente a este peso? No importa, vida inútil, vida desperdiciada, vida rechazada, apartada, encerrada, condenada, pero de todos modos vida como una custodia. 19 El ángel malo, el ángel del vicio y de la muerte, el ángel de los rayos rojos tiene debajo suyo al dormilón que se despierta, al dormilón asustado, que se hace pequeño, que se encoge, ya no es gran cosa... bajo el dominio amenazador de un gran ojo sin ardor como el ojo de una hiena que da miedo. Mientras un arpa florece y que una especie de eclesiástico sufre una mutilación que se convertirá en inmolación tal vez, nadie alrededor se sorprende. Nadie parece ver en ello nada extraño, aparte y fuera de lo natural y de lo que debía suceder, respondiendo efectivamente a un problema, a su problema de pobre diablo incapaz de liberarse: su idea y él dentro como una mosca en una campana para el queso. 20 Sombrío, el demonio de la consciencia morena aparece, de mirada demente. Manos corvas sostienen el juego de cartas del destino, que hay que adivinar, placas de misterios que asustan a quien no puede, haga lo que haga, entender algo. Arriba, un mal cielo, sin misericordia, que ha juzgado ya, que no escuchará nada más, domo aplastante sobre sí como lo sería un ruido infinito de duros y pequeños címbalos agudos, por doquier estridentes, ensordecedores, que obligan imperativamente a callarse. A lo lejos, dos torres vigilan y una superficie cenagosa reluciente. Al final de la siniestra influencia, se levantan cuatro o cinco delgadas flores inciertas, torcidas, pobres, molestas, ficticias, miserables. ¿Se espera todavía algo de la vida? ¿Qué? 21 Ocupa todo el lugar, tapa el horizonte, sola en el cuadro íntegro, una cabeza enorme viene al encuentro de quien la mira y de quien la pintó y la vio aproximarse, amenazadora, maléfica, marcada por signos desmesurados donde domina la ferocidad. Sin nariz, sin boca, sin frente, donde el todo revuelto confusamente por una fuerza sobrehumana como torbellino, se precipita con una velocidad controlada pero irresistible, sus inmensas fuerzas de agresión, en reserva, totalmente listas. Rostro salido de un torbellino de odio. Todo lo que en este mundo hasta ahora para este hombre ha sido hostil –convertido en energía pura– esta ahí y esta vez lo tiene a su merced. Cargados de un dinamismo diabólico y como en ebullición, los ojos, atravesados por impulsos vampirescos indescriptiblemente implacables, “mandan”. Ningún arma en ningún sitio se muestra. No hay necesidad. Lo inamovible permanece y basta. 22 Una criatura de una especie desconocida muy, muy cerca de la enorme abierta espantosa obertura propia para engullir, para hacer desaparecer a quien mira, pronto hipnotizado, pronto perdido, y sobre todo perdida toda idea de regreso. Caída en el cerco de carne. Alguien tiene seguramente esa tentación. Dos ojos oscuros, encima de ellos, globos de visión magnética de mirada recta e idea fija, dicen al unísono: “¿Te decides o aún debo esperar?”. Un poco de libre arbitrio parece ser parte de las reglas del juego, del siniestro y fascinante juego. Dientes en una fila protegen la entrada apenas. Translúcidos casi, no harán apenas daño, tal vez sólo a la salida, si salida acaso pudiera haber. El fondo del cavernoso palacio, al interior, parecieran flecos de pelo, una fila de láminas suaves negras, como oscuras barbas. Extraña entrada. El hocico de un rojo casi ardiente hace por su circularidad y la perfección de su curvatura, pensar en el admirable recorrido de un planeta alrededor de su amante la estrella, la estrella de la que no se podría desviar. 23 Se zambulle en lo indefinido, la pequeña mongólica venida al mundo de ningún lado. Forma vaga, sobre una vaga vía, rodeada de vapores, camina, como la bruma misma, apenas un poco más densa, pasa casi sin ser percibida como el pasado entrando al presente, el presente en el futuro, el crepúsculo en la noche. Vaga y totalmente desarmada. No sabe quién es ella, no sabe qué hacía cuando con un suave lápiz de color verde y con un ligero toque distraídamente lleva fuera en la hoja de papel esta pálida forma sin forma y fantasmal que en vez de caminar flota y quisiera continuar flotando... sin estrellarse. Dudoso destino. El listón de la existencia comienza solo a desenrollarse y tan mal, pobre niña, de precarios medios. Ignora que ella será dirigida, manipulada obstinadamente, interminablemente. Sus manos, piernas, pies y otras partes de su cuerpo, “ellos” quieren que los ocupe. Trabajadores en blusa blanca y en planos definidos lo han decidido así. A escondidas se te observa, niña, como se observa a una mongoloide, inválida, inocente, apenas humana, y sin embargo... 24 Un rostro de frente escasa, ojos de tenebras, hocico enorme, con sus caninos picudos, atrapó, sacude salvajemente y quiebra y tritura la inútil armadura del precario refugio. Lo irremediable ocurrió, había ocurrido muchas veces, repetición sin fin del mismo “castigo”. El nuevo refugio, como los anteriores y como serán los siguientes, será descubierto y destruido, listón por listón. El ser indefenso debe sucumbir. Al humillado, al vencido, al aplastado, es preciso un cambio completo. Solamente entonces no habrá necesidad de un refugio, y ningún carnívoro ni de día ni de noche aparecerá más, al menos con dientes tan fuertes como ésos. 25 Negro, negro, totalmente negro, la parte delantera exageradamente alta (como por desafío, un último desafío), la parte media y trasera cortas, un navío sin ocupantes, sin tripulación, sin aparejos, sin nada de ese aspecto entusiasta común a todo lo que navega, un navío que no se abre camino en el agua, que no se mezcla con el mar. Lastre de negros recuerdos, el melancólico barco está parado. Nada a bordo indica una futura maniobra. Completamente inerte, inmóvil, aproximándose con sus dos mástiles negros mal tallados y chuecos, permanece ahí, no sin cierta y extraña y majestuosa grandeza. ¿Cómo es eso? Quizá la valentía desperdiciada que siempre impresiona, la perseverancia cuando hay mala suerte, los elementos contrarios y la miseria más grande no pudieron abatir ni someter a la víctima. A algunos metros de distancia, otro navío, con el mismo aspecto inmóvil, unidades desoladas que no pretenden navegar sino sólo no hundirse, sostenerse. Separados uno y otro, separados como un duelo al que el extraño no tiene acceso, serios como el secreto de una pena muy profunda para ser expresada, permanecen sombríos y “encerrados” frente a la costa desierta, malignamente desierta. Sin embargo, hablan a su manera, hablando drama y tragedia, a diferentes niveles y en todos sentidos, esos intermediarios marinos de otra realidad –el oscurecimiento del espíritu, el pensamiento estéril, los impedimentos de la conducta– repiten en el cuadro obligatoriamente torpe, insuficiente, pertinente no obstante, el agobiante, aplastante omnipresente infortunio del que la víctima no ve el fin. 26 Apática, sin poder sobre el exterior. Uno de esos seres del todo o nada. Debió de apropiarse no obstante de algunas armas, del saber por ejemplo, o de un pequeño saber-hacer. Con esas escasas cartas que tiene, la partida desde el inicio estaba perdida o al menos sería terriblemente difícil. Ahora, un paria y paria que no puede volver a la superficie. El tapón que se lo impide, que más se lo impide no aparece o apenas lo está e inmediatamente disfrazado. El dibujo que hizo, que hará, no importa por dónde lo empiece ni por dónde lo continuará, se acaba en lo inextricable. Por considerables, en efecto, que sean las formas animales o humanas representadas al principio, se convierten en fragmentos, que a su turno, piernas o patas, o pecho o mentón o senos, se prolongan y terminan en ramificaciones, y éstas en fibras o hilos. Agarradas y atadas por lazos de líneas sin fin, las primeras representaciones han desaparecido totalmente. Así, lo intransmisible no será traicionado. Sin embargo, la duda la desconfianza reinicia. Y el dibujo. Hebras y fibras ahora continúan en escritura sobre la cual regresa, haciéndola más fina, siempre más fina, recubriéndola, atravesándola de tal forma que pueda verdaderamente escapar a cualquier desciframiento. Protegido entonces, él y sus secretos, que puede expresar al fin libremente, en palabras con letras disminuidas y aplanadas en las que se esconde y en las que sus propósitos se hunden. Un no desciframiento secundario se ha realizado y no dejará de cansar la paciencia de los espías que tratarán de atraparlo, de “retenerlo”. De verdad. Más tarde, el dibujo ya desfigurado será roto varias veces en infinitos fragmentos, después será dispersado en lugares lejanos. Es más seguro. 27 Son tres en el cuadro. De frente, de pie, formados. Hombre, mujer, niño. Mismo cuello, mismas manos, misma pose. Misma expresión: desprovistos de toda personalidad, vacíos de la particularidad de ser una persona. Así los pintó el hombre con la vida interceptada: indiferenciados. La variedad de sentir perdida para él, perdida para todos. Ninguna feminidad en la mujer, ninguna infancia en el niño. La mujer no presenta diferencia de tamaño, y el rostro estrictamente igual, podría incluso ponérsele sobre los hombres al hombre sin que se notara apenas la sustitución. El pequeño entre ellos dos, salvo su pequeñez, no muestra otra diferencia. “Grupo familiar.” Pero no pudo vencer la invariabilidad instalada en él y que será la marca de todo ser que pinte a partir de ahora. La impresión anónima que los aísla. El poder de diferenciar –la sal de la Tierra– le fue retirado incomprensiblemente. Una misma y triste masculinidad adulta se encuentra tanto en la mujer como en el niño y en el perro incluso, cuando se le ocurre agregar en el cuadro “figurando” con la invariable expresión de un hombre cerrado, fijo. 28 Éste aprendió antes a pintar, haciendo cuadros según las normas de sus maestros, dibujando a su manera las formas, expresando la materia, los colores, la vida. En este lugar donde se retiene un cierto drama grave, se le acaba de dar qué pintar, colores de agua, hojas de papel y pinceles. Embarazoso. Situación de malestar que se agrega a su malestar. ¿Formas? ¿Cuáles formas? Es lo deforme su asunto actual, es lo que debería expresar, si debe expresar algo. En cuanto al color..., es lo descolorido su problema actual. ¿Cómo mostrar con los colores la ausencia de color y la pérdida de color? Y la vida..., no tiene más sentido, la vida, todo lo contrario, es la no vida lo que conoce, lo que sufre, lo que ve, la inmensidad de la vida, lo gélido de la vida, el mutismo y la inmovilidad, la impenetrabilidad de los seres, lo que expresará más o menos según sus medios. El rostro que va a pintar, descompuesto de su color, veinte veces enjugado y que trata de borrar todavía con insistencia, está tan pálido que parece haber sido solamente el lugar de una exhalación ligera o el lugar de un rostro perdido. De igual manera desaparece el cuerpo reducido, carente de espesor, en lugares sin terminar, como si no fuera necesario tenerlo entero. Meticulosamente hecho en ciertas partes, en otras un blanco sin más “tierra incógnita”. Brazos –¿para qué brazos ahora?– uno con precisión, sin que se vea su inserción en el cuerpo, el otro corto termina en una planta joven. Reino vegetal, el suyo en suma ahora, e igualmente sin animación, sin proyectos, sin pensamientos. Inerte. Brazos que terminan en ramillas, frecuentados tranquilamente por insectos. Cerrado inadecuadamente, sin defensa, cuerpo invadido como son invadidas por el mar las tierras de las costas dentelladas, recortadas, desfondadas en las cartas oceanográficas. El “nada” con naturalidad tomó el lugar de las carnes. Entre las piernas, un vacío remonta sin parar hasta la región del corazón, hasta las costillas en pleno pecho que parte por en medio donde por fin se detiene; ahí un pálido semblante de cuerpo frágil delicadamente, tímidamente se corrige como si estuviera hecho de pétalos rosas. El ser, un recuerdo solamente; aproximado, fragmentado, difícilmente creado. El hombre (lo que queda de él), una cortina, una delgada cortina. Las relaciones con el entorno serán penosas. 29 Un modesto interior: sillas, taburetes, una mesa, un sillón. De pronto, se desprende del cuadro una impresión de tejido de punto. Una extraña posesividad emana de él. Hilos o cuerdas (o hebras de lana) establecen vínculos (¿o impedimentos?) que no deberían existir. La habitación ya no está libre. Malestar. En un nuevo cuadro el sillón a su vez en su momento se volvió posesivo. Sorprendente esfuerzo mudo que se apodera de... ¿De quién? ¿De qué? ¿Del “ambiente”? ¿De un hombre “deseado”? ¿o ya poseído?... ¿y siempre a reposeer? Armas y vínculos de los débiles. El menos fuerte engañará. Toda la habitación retiene, quiere, quisiera retener. Retener, ¿qué significa para quien no tiene ya nada y perdió sus pensamientos, su centro, a los suyos y sus modestos bienes de antaño? Deseos seniles. Retener... pero la habitación permanece vacía. 30 Pardos, vastos, opacos, el cielo y la tierra igualmente terrosos. Vestigios. Una larga línea desigualmente rota de construcciones en parte desplomadas, casas inclinadas, un acueducto inconcluso, una iglesia semidestruida, de lado, como empujada hacia atrás, pero que se sostiene de manera sorprendente. El acueducto pasa por encima de la tierra. Tierra, es lo que queda después del desastre. Frente a la fila curiosamente limpia y no muy irregular de las ruinas recientes, dos hombres les dan la espalda, de piernas delgadas como las aves de largas patas, conversan. Aunque mal abrigados, visiblemente no trabajadores. Tienen en efecto, las actitudes, el aspecto desenvuelto que se tiene en los salones o en esos lugares escogidos para gente disponible, con tiempo, interesadas en la discusión cortés y de palabras a la ligera sobre el tema que se presente. (¿Es por eso que tienen piernas tan delgadas, sin carne?) Los dos hombres maniquíes continúan su conversación. ¿El Fin del Mundo? Si es eso, los últimos de la humanidad: dos parlanchines. 31 En el rostro un ojo que ya no existe, como consumido por el papel absorbente. Queda el pliegue. Ojo que renunció a ser, sin haber encontrado afuera nada que le conviniera. El otro, cerrado por un extenso y pesado párpado parece bien determinado a no levantarse. Un ser bajó sus postigos. Dolorosa, la boca amarga expresa bastante que no es por soñar con flores o con encantos que el ojo se cerró con tanta decisión, ni por contemplar interesantes construcciones del subconsciente, sino sólo para quedar aislado en su miseria, protegido en su miseria donde todo se anula, excepto la melancolía hay anulación de todo, excepto de la melancolía. A distancia, formando una enrojecida, amenazante desigual línea de horizonte, un incendio, los delgados labios de un gran incendio. Hoguera imposible de controlar. No se le podrá contener más. Lejano aún, rodeando ya, que sólo él ve. 32 Aquel que, siendo niño, casi adolescente, conoció un caballo vuelve a ver durante mucho tiempo todavía al compañero gigante. En los hábitos sin importancia de la vida de rechazo del pequeño citadino soñador se reabre la patria equina. Las fosas nasales investigadoras, el caballo fogoso llega, se va, reaparece, lleno de impaciencia, de impaciencia insostenible. En otros momentos, el caballo visiblemente tiene problemas, no problemas comunes, sino los grandes problemas urgentes de lo indecible y todo aquello que desborda y rebasa lo cotidiano. También a él la pregunta de lo Absoluto, inmensamente por encima de todo, lo entretiene. Se diría incluso que es su carga: caballo-levita... ¿Cómo mirar sin malestar a quien se nos enfrenta? Con desventaja o no, este caballo no admite insignificancia. 33 El cuadro: En cuatro patas bajas, un cuerpo largo, rudimentario, tubular, rostro de hombre adelante, pecho corto, el medio (la pelvis) interminable el tronco no terminaba y el trasero al aire, dilatado, levantado, gran abertura como embocadura de saxofón, embocadura-ano así aparece este interminable humano-clarinete bajo. Hombre, eso es sin embargo, como aparece en la expresión aún importante de este ser infinitamente molesto –un rostro alto para poder observar y una enorme nariz oliendo lo que tendrá que oler. Del otro lado más importante todavía, la esfera anal –boca desvergonzada, boca de drenaje, boca terminal de los interiores no dominados– es un todo a la vez, como un desplome, masa dañina de irracionalidad llegando de todas partes a grandes oleadas, para embrollar, englutir, embutir la consciencia superada. El saxofón lo expresará, más fuerte, más bajo. Gritará en lugar del débil, individuo apático, la mezcolanza estruendosa de su base, de sus tinieblas, de sus entrañas ahora excesivas, descomunales. Reverso que ya no se incomoda más, ano que es pabellón, que resonará, ayudado por los sonidos graves y exagerados de un contrabajo, que en ausencia del instrumento mismo fueron dibujadas en sus flancos tres llaves voluminosas de manera que, en la algarabía de sonidos mezclados, se puedan dirigir algunos de ellos. El interior ya más pesado, obnubilado, tendrá su melodía. Sonidos de saxofón-contrabajo, para las confesiones más interiores, las más inquietantes, las más embelesadoras, las más inconfesables, referidas a todo lo que le sucede en su ser devastado invadido de desechos, y que quisiera volver a lanzar claramente a los oídos de aquellos que siguen sin querer comprender. En el cuerpo bajo tan sorprendentemente alargado del monstruoso animal-objeto, cuya inmovilidad no debe engañar, está dicho a granel lo que, despojado de todo orden, molesta y pesa en un hombre invadido y desposeído de su “yo”, el cual incómodamente, peligrosamente, sin armonía intenta todavía reconstruirse a pesar de todo. 34 El hombre marcado. Todo debía pasar por el círculo. Era su vida, pasar, tener que pasar por la blancura. No tuvo la perseverancia. No tenía los medios para conservar el ánimo de continuar. Y el mal de la enfermedad llegó, otro resbalón, otra caída, otra invasión... Ascenso ahora imposible. Entre las presencias comunes queda el hombre marcado. Al marchar marcado, al reposar marcado, al vivir marcado. El círculo de luz que debía impedir la trashumancia, impide el olvido. Captivo del cielo, círculo que lo separa de aventuras mediocres. Portador del signo. No se le quitará eso. En el cuadro un gran círculo blanco permanece adherido a él. Son muchos los enemigos del círculo; en cuanto lo ven, enseguida se enfurecen. Los estanques de almas malditas, ¿también tendrán círculos? Círculos de iluminaciones interiores círculos de sombras brillantes. Una misma placa señala a aquellos que, en un bando o en otro, fueron escogidos. Para siempre. 35 El sentimiento de la catástrofe inminente habita en esos lugares... y el universo entero del pintor de sonrisa vacía. Ser elemental, ni hombre, ni simio, ni ángel. La ocupación prematura de la Muerte cambió todo. La naturaleza fundamental, ahora la conoce en su melancolía. En el planeta, invasión fúnebre evidente. En otro lugar, un desorden que no lo es. Incluso la inadecuación más obvia de los objetos es adecuada, que dice justamente la gran inadaptación de todo, por doquier, todo desordenado encimándose contradictoriamente pero siempre para llegar al desenlace fatal. Fin del mundo, para quien sabe ver, para quien sabe comprender los signos precursores. En otro cuadro, un sol, un gran sol de sangre ocupa todo el sitio: el futuro. Sin embargo, en los cuadros incluso en los más desordenados, siempre un lugar queda nítido, absolutamente imperturbable. Singularmente, ese rincón permanece preservado de la destrucción de los mundos, y también de cualquier desánimo, delirio o defecto. 36 El que se muestra en este cuadro con las piernas enrolladas alrededor de la cabeza y un brazo saliendo por el pecho no es un símbolo, una analogía, una pretensión, una rareza, él lo soporta, tal cual como lo muestra y lo siente profundamente. Incluso si las piernas alrededor del cuello que dibujó pueden tener algo en común con “poner las piernas al cuello”, expresión cómica, incoherente y absurda a la vez pero cuya exactitud lo afecta de manera única, fascinándolo, se le impone y lo lleva una vez más a la miseria, sin parecido a la ridícula asociación de palabras que los demás perciben. La barbilla caída y retorcida (¡!), como un desecho incomprensible, como una basura espantosa, es cierto, cierto, totalmente cierto. Por un desgarramiento a partir del hombro, un miembro se desprendió, otro brazo (¿?), más bien un tubo. No hay que disfrazar la realidad, es la misma realidad, como la siente, como lo agobia, es lo que le queda de cuerpo, que así deshecho se presenta ahora imposible de recuperar como antes. ¿Quién en tal estado, con semejante problema podría dejarse distraer por una toma de rehenes, un temblor o una lejana rebelión militar? En lo más recóndito de su oreja escucha gritar otra voz, la de un hablador que ocupa su lugar y que tiene todo el saber del mundo para, desde cualquier lugar alcanzarlo y afectarlo profundamente, dejándolo indefenso y decirle y repetir lo que nunca hubiera querido escuchar, la incesante e inmunda acusación. 37 Sus fuerzas han disminuido, van disminuyendo cada vez más. El moribundo febril va a ceder, deberá ceder. Lentamente las formas de la población del Más allá llegan. Parecen a la deriva. La próxima muerte las ha puesto en camino. Sobre la almohada, la cabeza angulosa, vacía, presa indefensa. Debido a su resistencia carcomida está en su punto, extenuado, casi inmóvil. Ellas lentas, ineluctables, llegando, parecen flotar, sostenidas por nada, pálidas, lampiñas, cabezas inexpresivas como de focas imberbes o de pumas albinos, casi esféricas, signo de igualdad. Él, la impulsividad misma (que ahora sería risible), enflaquecido. Ellas satisfechas, a gusto, nudos de una calma no terrestre, bogando en una corriente invisible. Listas, esperando el último trance antes del fin. La agresión va a empezar en la frontera o un poco antes. Dueñas de sí mismas, ávidas por invadir, por sitiar, embestir al recién llegado ellas acechan, sin brusquedad inoportuna. En un ángulo del “cuadro de los acercamientos de la Muerte” pintado por la angustia, la Tierra, toda la tierra seguramente está cayendo A lo lejos, una pizca de horizonte gris –¿el del Pasado?– como una última tormenta. 38 Fea, ahora digna, dura, con aspecto de ama de llaves, canturreante por momentos, en gran cólera impredecible en otros, la mujer sin atractivos, en el papel está llena de atractivos. Encerrada. Independiente. Su apariencia olvidada ofrece en el área de colores, su pecho, de ahora en adelante desbordante, lleno de deseo por provocar deseos. Encantos que no sirvieron de nada, ahora resaltados en cien cuadros, cisternas de voluptuosidad, inflados, nacarados, de ópalo, sus senos de ensueño se presentan, entregados sin recato, entregados de tal forma que ningún hombre de la multitud podrá resistir. El cuerpo, su nuevo cuerpo en el papel que se colorea siempre insaciable de amor, sin límite, ofrece un pecho generoso, superabundante con el cual, muy vistosa pero con marcas apenas diferentes, Cleopatra y otras grandes amantes de la Historia vuelven a exhibirse “de pie” y sin expresión, las tetas solas, descaradas, atractivas, imantadas, las mismas para todas, sus pezones rojos, rojos, desmesuradamente grandes, listos para sangrar, llagas de quien esperó y no fue elegida. No se habría ofrecido de otra manera, la niña orgullosa que ahora pinta, mascullando para sí sola palabras ininteligibles. Mientras que la vieja mano agrietada extiende o aplasta hipnóticamente, vehementemente los empalagosos colores de acogida, o de la lujuria, aparecen en la hoja coloreada las novias desnudas que no podían más, las amantes dilatadas de cuerpo globo, con rostro extasiado, los ojos sin pupila, sin niña, sin esclerótica, únicamente azules, azul cielo, todo cielo, ojos negados a todo el resto y que ceden, se entregan a la embriaguez sin límite. El ayuno del amor aquí desemboca. Aquella para quien sólo el amor de un príncipe real vislumbrado una vez cabalgando con suntuoso uniforme detrás de la reja de un parque magnífico habría parecido suficiente, recibe, aislada, despreciada, con ropa miserable, en el espacio estrecho de un cuarto de internada, la inaudita revancha de una libertad incomparable. 39 Ella tiró todo por la ventana, anillos, brazaletes, un collar, algunos objetos preciosos y, salidos de la cartera, tirados como bolo, algunos miles de francos y los cojines. Los vestidos caen en la acera. Desnuda, continúa tirándolos. Horror a la posesión. Insoportable, indigna posesión. En un minuto de iluminación, el velo se desgarra. Ella ve la bajeza de poseer, de conservar, de acumular. La ropa sobre ella, de repente se le hizo insoportable y los objetos reunidos, juntos a su alrededor, debía arrancárselos de inmediato. Indigna por haberse querido apropiar, por conservar para sí. Después de este acto tan personal, público, no obstante (visto desde la calle) su libertad le fue retirada. Ella habló mucho primero, rápido, sin cesar y luego casi no. Al mismo tiempo que otras internas, obligada a dibujar, a pintar, un día en su mano fueron puestos lápices de colores y una blanca hoja de papel fue colocada ante ella sobre una mesa. Inerte, ella hace, distraída, algunos puntos y trazos dispersos, y de pronto, de pronto y sin detenerse ya, flores, flores sin tallo. Flores francas de corolas simples y simplemente coloreadas, flores ofrenda, flores de nacimiento, flores marcadas de inocencia. Muchas, Muchas. No más palabras, nunca más. Únicamente flores, flores, flores. El don, dar, darse. “Era preciso defenderla de sí misma…” Flores como única respuesta. Flores, flores, flores. 40 En ningún árbol, en ningún parque, en ninguna propiedad de Reina se han visto flores parecidas, en ningún verano, en ninguna comarca, en ningún reinado. En la corona de extraños árboles serios, en todos los niveles, en todo el ramaje se desbordan, espesas, carnosas. Árboles de la grandiosidad, que en ofrendas se proyectan, se desbordan, se extienden; sin recato por la chica prisionera, flores del árbol del paraíso, del único. Oh, esas flores, qué dulzura deben tener si se les pudiera tocar. Así el corazón de la inválida de cuerpo enfermo, en su gran pena es recibido por la naturaleza, ciegamente acogedora. Por su bien, por el bien de todas las desconsoladas, sobre todo para festejarte, niña loca. Para componer lo irreparable, esas plantas por doquier, con mil labios abiertos, indignados, insistentes, necesarios. No hay fruta en el cuadro emancipado; pocas hojas, colores sobre colores. En el exceso floral cierta insipidez ha permanecido. Versión al español de Yanga Villagómez El signo y las signaturas
Henri Michaux, “Caminos buscados, caminos perdidos, trasgresiones”, Fractal nº 49, abril-junio, 2008, año XIII, volumen XIII, pp. 77-123. |