El monarca de aquel país, para perpetuarse en el poder, se propuso crear una escuela de la confusión.
–De ahora en adelante –explicó a sus ministros– vamos a cambiar el significado de las palabras. A la noche la llamaremos guayaba, a la golondrina la llamaremos mar, al toro lo llamaremos piedra, al rey lo llamaremos gafas y así hasta completar un nuevo idioma.
Los ministros se pusieron a trabajar y crearon, al cabo del tiempo, un diccionario nuevo.
Todos los niños fueron obligados a prepararse en la nueva escuela.
Cuando estuvo lista la primera generación el rey construyó una nueva ciudad y envío allí a hombres y mujeres.
Con el tiempo, las siguientes generaciones confusas declararon la guerra. Sus ejércitos se tomaron la ciudad, entraron a palacio y pusieron preso al rey. El jefe dijo:
–Gafas, por principio te basamos en el plato torcido. ¡Te disfrazamos el ajedrez por tus colas del caucho!
Al escuchar a su jefe, los hombres confusos llevaron al rey a la plaza y lo decapitaron.
Harold Kremer, “Los confusos”, Fractal nº 45/46, abril-septiembre, 2007, año XII, volumen XII, pp. 25.