ESCAPE DE LAS SOBRAS
Antaño los muertos regresaban.
Hoy vivimos en un mundo de espectros que a nadie atemorizan esperando una tormenta que lave nuestros sueños.
Los más precarios ídolos controlan el terror.
Aunque pájaros de piedra me buscan no soy de los que cierran los ojos para sobrevivir.
La luna escribe la noche.
¿Desde cuándo escucho la estrepitosa caída de un glaciar dentro de mí?
Vino la guerra y permaneció entre nosotros. Conocimos su imaginería atroz y se hizo necesario perdonar al tiempo, a su furor compartido... Cultivamos la luz del grito, la flor de la ironía. El escape de los signos.
No voy a hablar de quienes eligieron el peligro de la indiferencia o del silencio. Tampoco quiero que el dolor pueda salvarme.
Portando la palabra será imposible recobrar el paraíso, lo sabemos, pero buscamos el olvido de la escritura.
Hay quienes persiguen un destierro en dios, un asilo en los ocasos. El fuego
descendente, el granizar de la ausencia.
Pero a mí sólo me han signado las estancias del horror. La voz del viento. El patético vuelo circular. La historia del sollozo...
Y no es posible renunciar cuando el primer pensamiento tuvo la forma de un venablo. Ninguna confesión es inocente.
Sabemos que la oscuridad nos hará libres. Que el porvenir es un crimen. Que tendremos que guiarnos con las nubes. Que hasta aquí hemos traído a nuestros ojos inermes...
Sabemos cómo oficiar lo invisible y que el rocío conoce el drama de la aurora.
Vigilo todo lo que muere. Decido ser.
Encomiendo al poeta la protección del instante.
DESTINO DE SILENCIO
El ojo insomne nos condena y por eso cultivamos lo invisible.
Todo sufrimiento conduce a la infancia.
Hemos minado la entrada al deseo y es inútil interrogar nuevas puertas para salir del aquí. Se hace tarde. El reloj es un roedor sigiloso.
Los colores callarán y permaneceremos en el lugar donde los árboles vienen a morir. Sólo allí no estaremos solos.
Detrás del humo sube mi ciudad.
(Ellos hallaron usura en la desdicha, fundaron el terror solar e instauraron factorías de espejismos).
La víctima ha sido revelada. El sueño ahora me interroga. (Han sitiado mis manos. Persiguen mi alarido).
Ninguna pregunta será resuelta hasta que culmine el canto del agua.
Hoy transitamos por los desiertos del regreso. Lo poco que me dejó la noche me ha sido arrebatado por quienes defienden este tiempo incinerado.
Aquí te despierto memoria.
Me ilumina la respiración.
Debajo de una palabra puedo vivir.
OSCURO NACIMIENTO
Fuera de ti, amo sólo lo que es de todos...
Destruyo mi alianza con el sol. Mi fin acabará por encontrarme. Convertida en fragmentos me guías al nuevo sabor, saber del agua. ¿Cuántos sueños no hemos usado?
Giras, te perfeccionas: te tornas vegetal. Tus dedos caen como hojas... Una palabra agoniza. Enceguezco.
Ninguna de mis preguntas tiene respuesta, dices con voz de ámbar. Ni soledad, ni nacimiento...
Los ojos se rebelan. Surge entre nosotros un dios efímero que debemos devorar. Atemorizados entregamos los nombres. Aprendemos las primeras sílabas. No es posible descreer del miedo con sus fundaciones, sus túneles sagrados, sus sombrías génesis, sus evasivas ardientes... Aunque a veces nos distancie el amor.
Nadie arde dos veces en el mismo fuego.
Mujer, trae la tierra, abrígate con tu sombra. Renuévate en las tinieblas, escapa en tu respiración... No sustituyas la muerte por la escritura de la verticalidad...
Escucha venir el tiempo.
(A Pilar, dibujo en el agua)
EL RETORNO DE LA VOZ
La sed es nuestra herencia
Edmond Jabès
La muerte me entregó a su gemelo.
Alguien escapó en mi sangre...
Me ejercité en la derrota para dejar de estar solo, para fundar un ardor esencial.
Supe de prisiones errantes, del deseo a la deriva. Fui despojado de mi nombre.
Como un alud el tiempo venía hacia nosotros y el durmiente transportaba a sus náufragos.
Esperamos un sosiego cruel que nos habían prometido.
Conocí desde niño todo lo que el sol esconde y me propuse recoger la cosecha antes de la siembra, hasta que el miedo trajo a sus dioses.
Sé que la semilla renunciará a germinar.
Que los pájaros oscurecerán el cielo.
Que hay una desdicha que se canta.
Corrí enceguecido. Traicioné a la esperanza y en nombre del abismo a veces fui feliz.
Al amanecer aprendí la lección del silencio.
Pero todavía espero la única pregunta que hace nacer.
LAS PALABRAS PERDIDAS
Alguien descifra la escritura de la lluvia y sin embargo no puede escapar.
Un alud de imágenes nos extravía la palabra; acudimos al grito y al llanto, a veces a la indiferencia, pero sabemos que necesitamos de la guerra para ser inocentes.
Todo lo ha ofrendado la ceniza.
Desde que desterramos a la noche desaparecieron las más profundas alianzas y nuestros perseguidores pueden encontrarnos.
Una herida siempre recuerda la vida, todo nacimiento procede de su túnel. Un árbol arde en nuestros ojos de agua.
La verdad –es decir lo prohibido–, impone su reino de terror... y hemos decidido habitarlo con las manos entrelazadas.
Creímos que la poesía nos enseñaría a morir...
Persistimos... Con frecuencia hacemos la extraña sonrisa del miedo. Si huimos, la soledad convertirá a alguien en víctima. Por eso la palabra se pasa de mano en mano para construir una morada invisible.
A veces para sobrevivir renunciamos al conocimiento.
Y cuando todos duermen escribimos... Pero un poema es el fósil de un sueño, el cadáver de un dios...
¿Aún podremos salvarnos?
Gonzalo Márquez, “Escape de las sombras”, Fractal nº 45/46, abril-septiembre, 2007, año XII, volumen XII, pp. 133-138.