La labor de la crítica literaria es ayudarnos a leer como seres humanos íntegros, mediante el ejemplo de la precisión, del pavor y el deleite
George Steiner
El hecho mismo de atender es de orden selectivo: toda atención, toda fijación de nuestra conciencia, comporta una deliberada omisión de lo no interesante.
Jorge Luis Borges
La lectura de un poema deriva de una experiencia sensible y cognoscitiva. El impulso a la sistematización y al análisis, la necesidad de entender y organizar el acto poético conducen por abigarrados caminos de búsqueda de patrones y orientaciones. En la exploración crítica de un texto hay una necesidad de discutir, dialogar y reconocerse en un acto no tanto mimético como de descubrimiento y revelación a través de la poesía. Pero, ¿puede el análisis literario ser algo más que la insatisfactoria contabilidad de puntuación y junturas o
que la tradicional interpretación libre que la mayoría de las veces aparece como un ejercicio de relaciones puramente subjetivas, en el cual lo menos importante acaba siendo la materialidad del lenguaje? El problema es cómo desplegar el análisis de una obra literaria sin renunciar a descubrir lo que hace literario al texto: los rasgos de un lenguaje que diferencian el discurso y el carácter poéticos. O en otras palabras: ¿cómo establecer una tensión fundamental entre los rasgos poéticos de un texto y su contexto, al considerarlos parte de un solo proceso? Este afán justifica acaso el papel del crítico, pues, como dice George Steiner en Lenguaje y silencio, sin la crítica "es posible que la creación misma se hunda en el silencio".
El hecho de considerar sitios diferenciados en la producción de poesía hace de la crítica algo más que un aditamento o agregado parasitario de la creación literaria: la inserta en la perspectiva de sus relaciones con la literatura. La crítica poética y su objeto el poema se diferencian en el uso y en la mención del lenguaje. Pero no se trata de una diferencia diametral, sino de grado: un desplazamiento en el que el lenguaje de la crítica es cercano al poético. La oposición entre ambos es sólo aparente. La disolución de la dicotomía entre crítica y poesía conduce a un supuesto: el crítico literario debe prepararse para realizar una exploración que confronte esta cualidad específica con herramientas adecuadas. Si la literatura establece su primacía en la conversión del mundo en lenguaje, el crítico, entonces, debería prescindir de la dictadura de un método.
El discurso crítico sólo es posible como continuación del literario. En la cita, Steiner habla de la importancia de la crítica literaria para la creación; sugiere, cuando menos de manera hipotética, que el movimiento entre ambos discursos es circular: el primero es social y culturalmente posible gracias al segundo, al discurso que formaliza su recepción y que, en cierta medida, hace posible su difusión. En este marco, la crítica cobra otra dimensión: no tiene ya que acudir a deslumbrantes técnicas analíticas que socaven la posibilidad de diálogo entre el crítico y el texto literario. El crítico puede sumergirse en el texto para rescatar con sus reflexiones una proyección de sí mismo como creador. Para que la crítica no sea el parasitario discurso tan temido por el propio crítico o un fútil ejercicio de imprecisiones estadísticas o "la extensión del brindis", como dice Borges debe establecer una interdependencia con el discurso literario y, a la vez, fortalecer su validez como documento didáctico y orientador, como un legado histórico que le permita relacionarse con otros ámbitos y discursos sin perder de vista las normas de su propio juego.
La elección del procedimiento analítico se edifica durante la experiencia de la lectura. Más que de un proceso se trata de una elección: la construcción de los significados del poema a partir de su recepción por un lector particular. Gadamer observa en Verdad y método que "ningún investigador productivo puede dudar en el fondo de que la precisión metodológica es, sin duda, ineludible en la ciencia, pero que la aplicación de los métodos habituales es menos constitutiva de la esencia de cualquier investigación que el hallazgo de otros nuevos y, más allá de ellos, que la fantasía creadora del investigador". De esta aseveración se desprenden acaso tres afirmaciones. Dos primeras en apariencia paradójicas: a) la no pertinencia de utilizar métodos previamente determinados para iniciar un proceso de investigación y b) la búsqueda y la construcción de una aproximación metodológica clara. La tercera es la necesidad de transformar la tarea del investigador en un acto creativo. El éxito del crítico depende de su capacidad para someterse a una experiencia total de lectura: no sólo introducirse de manera integral, sino salir de ella extrayendo otra lectura. En otro párrafo de Lenguaje y silencio, George Steiner dice que "leer bien... es dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos". Vulnerar nuestra identidad significa, ante todo, estar dispuestos al diálogo, a que el otro nos inunde de su ser mismo, en su diferencia, vuelto lenguaje. La comunicación con el texto literario supone un proceso de significación previo que es decodificado por el crítico a partir de su propia experiencia.
La crítica puede acaso fundarse en un movimiento a través del cual ambos discursos se realizan en su propio espacio textual, en el que no sólo no se agotan, sino que se extienden hacia aquello que les confiere sentido llámese contexto, intratexto o intertexto. Así, la crítica se desplaza sobre una tensión fundamental: el contexto definido por las experiencias y los conocimientos anteriores del crítico y la aproximación al texto. Pero la finalidad de la crítica consiste en aportar a otros lectores el resultado de una conversación fincada en algo más que las propias proyecciones o la organización de una descripción bajo un esquema predeterminado de categorías. Leer en el plano meramente formal, aplicando un método probado, reduce el análisis a la lectura sintagmática del texto y a la acumulación inútil de datos que con dificultad pueden advertir su validez histórica. La aproximación diacrónica que media y matiza nos ubica en posición de descubrir no sólo los rasgos formales, sino también las características que hacen del poema un escrito literario. Cualquier procedimiento analítico aplicado mecánicamente se convierte en un ejercicio fútil en demérito del goce que el crítico a menudo sacrifica en aras de un falso e innecesario objetivismo. ¿Qué impacto pueden tener los datos arrojados por una estilística de base estadística, matemática y computarizada? ¿Qué información relevante ofrecen sobre el uso del lenguaje poético el autor, el lector y el momento histórico del escrito? Y, al final, si se puede decir así, ¿qué validez arroja la determinación de los porcentajes y de la frecuencia del uso de conjunciones y adjetivos en un poema determinado?
Enfrentarse a un poema implica involucrarse en un movimiento general que incluye la actividad creadora, la experiencia de la lectura y la crítica. Esta última supone habilidades distintas. Es un acercamiento, antes que nada, gozoso, y una forma alternativa de buscar no sólo la validez del texto, sino su cualidad de verdad, mediante la anagnórisis: la revelación que el lector tiene de sí mismo y el descubrimiento al que se somete por mediaciones, como el amor o la experiencia corporal-emocional, que conducen a la experiencia del otro en tanto otro. El procedimiento circula en dos sentidos: el conocimiento teórico-integral y el goce. Una perspectiva como ésta admite, sin culpabilidad, una recepción crítica que incluye tanto la aplicación del mecanismo o metodología como el libre ejercicio de las preguntas sobre el goce y la reflexión provocados por la escritura. Interrogar el texto implica establecer un diálogo capaz de modificar la experiencia de ese texto en función de su recepción. Sólo el lector que es real y no ideal resolverá, al final, lo que las palabras y su sintaxis significan en su experiencia. La especulación alrededor de su recepción se convierte en un tema central.
La crítica formal cobra sentido cuando se vuelve una reflexión sobre la pertinencia de encontrar sitios referenciales más amplios en los que se inserten los hallazgos particulares. Es el horizonte teórico el que provee estos sitios y hace posible el análisis diferenciado del texto a partir de un diálogo de saberes. Si bien la crítica sucede como una experiencia personal, siempre hay elementos en el texto que pueden ser confrontados con categorías teóricas para encontrar las desviaciones de las nuevas formas literarias con respecto a concepciones anteriores. Construir un contexto teórico posibilita la toma de conciencia del crítico como una intención integral sobre el texto que desborda el problema del patrón estilístico y se extiende a un conjunto de operaciones que cruzan territorios paradigmáticos. Las propuestas innovadoras de algunas poéticas provocan reflexiones insospechadas que desvían la atención hacia otros puntos de interés. La diversificación de recursos, que va más allá de la elaboración de versos libres, presente en la poesía contemporánea, reclama la diversificación del análisis. El crítico es un receptor más, pero emplea una herramienta conceptual que permite organizar posibles respuestas a las sensaciones que se experimentan al confrontar un texto. Esta peculiar forma de sistematizarlo trae como resultado innovaciones teóricas y conceptuales que sólo son posibles a partir del propio texto.
La diferencia en los usos del lenguaje es lo que distingue a la crítica de la poesía. La aproximación al texto desde la perspectiva de su recepción no sólo considera los elementos sociológicos de la literatura, sino también aquellos que se relacionan directamente con el manejo del lenguaje. La exploración estilística y retórica supone dejar de ver en el poema a un objeto frente al que hay que tomar distancia e investigar sus formas como si sólo fueran suyas y no estuvieran determinadas también en relación con la lectura. La poesía y la prosa se tocan, se rozan, trabajan por la emergencia de formas inéditas.
Angélica Tornero, "Crítica y poética", Fractal n° 4,
enero-marzo, 1997,año 1,volumen II, pp. 117-122.