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Inglaterra fue en los años ochenta la primera estación de la política neoliberal en Europa. El nombre de Margaret Thatcher define y evoca una era que quedó cifrada en el desmantelamiento del Estado social, el auge del monetarismo y la globalización del comercio y los mercados financieros: una nueva e inesperada revolución del capitalismo. Felipe González llegó a pensar que se trataba de otra "excentricidad británica". El thatcherismo no fue en realidad más que el preludio. España, Grecia, Francia, Alemania, Suecia, Austria... viven hoy el síndrome de aquella excentricidad. La religión de los mercados financieros se ha apoderado de la mayor parte de las élites dirigentes europeas. En algunos países, como en Italia, ha fracasado; en otros, como en Alemania y Francia, ha servido para imponer un sesgo dramático y conflictivo a la unificación europea. Pierre Bourdieu ha sido uno de los críticos más notables de este neoliberalismo tardío. En octubre del año pasado, el periódico Liberation publicó un ensayo de Bourdieu en el que impugnaba la política de Hans Tietmeyer, presidente del Deutsche Bundesbank. El semanario alemán Der Spiegel propició una conversación con el sociólogo francés. ROMAIN LEICK y DIETER WILD: Profesor Bourdieu, en su crítica a Hans Tietmayer, presidente del Deutsche Bundesbank, lo acusa de ser el abanderado del neoliberalismo europeo. ¿Pre-tende declarar la guerra a Bonn y a sus planes para Europa? PIERRE BOURDIEU: No, yo impugné al banquero no al alemán, pero sobre todo al banquero dogmático. Mi crítica, en cierta medida irónica, no quiso expresar ninguna animadversión francesa hacia Alemania. Habría en cambio que pensar en la urgencia de construir un Estado federal europeo que sea capaz de defenderse del poder y las obsesiones de un banco central. LEICK y WILD: ¿Acaso los franceses atribuyen al Bundesbank una autoridad semejante a la que tuvo alguna vez el estado mayor prusiano? BOURDIEU: Se dice que Prusia fue un Estado constituido por militares. Sin embargo, nunca antes se había erigido un Estado en torno a un banco. En mi opinión, comenzar la unión europea con la unificación monetaria, tal y como se le concibe en la actualidad, es una mala señal; es decir, el banco central se convierte en la piedra de toque. Si provoqué a Tietmeyer fue para desatar un debate a nivel europeo. LEICK y WILD: ¿Y él le respondió? BOURDIEU: No. Helmut Schmidt escribió, como ustedes saben, un ensayo en el periódico Die Zeit... LEICK y WILD: ...donde denuncia la política de deflación de Tietmeyer. BOURDIEU: Eso me satisfizo plenamente. Schmidt utilizó argumentos precisos. LEICK y WILD: Un sociólogo francés de izquierda y un socialdemócrata alemán de derecha, ¿no le parece una alianza extraña? BOURDIEU: La verdad no tiene patria ni partido. Hoy impera una suerte de ceguera colectiva. Todo lo que tiene que ver con la moneda, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Deutsche Bundesbank se ha convertido en un fenó-meno casi religioso. Las consignas de globalización y flexibi-lidad se repiten de manera frenética, como si alguien supiera lo que significan. Son sólo conceptos imprecisos y carentes de definición que circulan por ahí, de manera similar a una retahíla religiosa. LEICK y WILD: Esta supuesta religión no tiene su origen en Alemania. BOURDIEU: Tiene seguidores alrededor de todo el mundo, también en Francia, donde Jean-Claude Trichet, jefe del Banque de France, es su vocero. Un hombre que, para colmo, tiene ambiciones de poeta. No obstante, su verdadero sacerdote es el señor Hans Tietmeyer. LEICK y WILD: ¿No le da demasiada importancia? BOURDIEU: No. Su lenguaje dogmático y ritual es revelador. Lo peligroso de estas creencias es que se difunden como si fueran verdad. Nadie se asombra, nadie pregunta, todo parece obvio. La mayoría de los que repiten esta letanía religiosa no tienen la menor idea de lo que es la teoría económica. Hoy el neoliberalismo es lo que en la Edad Media fue el "communis doctorum opinio". LEICK y WILD: Una ideología con disfraz de ciencia. ¿Se trata de una confusión ideológica? BOURDIEU: Exactamente. Se trata de un dogmatismo conservador que se apoya de manera injustificada en la autoridad de la ciencia. LEICK y WILD: ¿Se ha convertido el Bundesbank en un chivo expiatorio de los problemas económicos de Francia? BOURDIEU: De ninguna manera. Me sorprende que se hable de enemistad entre franceses y alemanes. Tietmeyer representa el enorme poder del Bundesbank. Su discurso es impositivo, brutal y desesperante. Pero el objetivo de la resistencia es el neoliberalismo. LEICK y WILD: ¿Qué hay de malo en la política que propone comenzar con la unificación monetaria? BOURDIEU: Es una política unidimensional. ¿Por qué nadie habla de unificar las conquistas del Estado de bienestar en Europa y de que cada país cuente con los mismos derechos sociales? Hay que crear un poder [europeo] fundado en un Estado de derecho al que se supedite la economía a través de una estructura jurídica. La relación patrón-trabajador debe replantearse. Sobre todo, hay que controlar el dumping social porque es la causa del desempleo. Asimismo, habría que impulsar un pacto europeo de crecimiento económico y creación de empleos. LEICK y WILD: ¿No es demasiado irreal? BOURDIEU: No hay por qué doblegarse ante el terrorismo ideológico. Entre la forma de pensar de Tietmeyer y el Libro rojo de Mao existe una analogía: para ambos las ideas son armas. El Libro rojo respondía a una estructura de pensamiento autoritario, mediante la cual Mao podía exigir a su pueblo cualquier cosa por absurda que fuera, como El-Gran-Salto-Hacia-Ade-lante, por ejemplo. Las creencias que enarbola Tietmeyer se rigen por el mismo principio y están basadas en el fatalismo económico. El jefe del Bundesbank pretende vendernos los famosos "mercados financieros" como si su poder fuera parte del destino. El economicismo aniquila cualquier utopía: nunca parece haber otra opción que no sea la de capitular frente a su punto de vista. LEICK y WILD: ¿No es un exceso concluir que existe la amenaza de una dictadura económica sólo porque el banco central europeo debería actuar de manera independiente frente a cualquier tipo de intervención política? BOURDIEU: La filosofía de Tietmeyer sostiene que no se puede hacer nada contra los mercados financieros: cualquier tipo de resistencia es inútil. Y personas como él son las que hablan de libertad y liberalismo, como si libertad y laissez-faire fueran una y la misma cosa. El neoliberalismo pugna por un simple dejar hacer a las fuerzas económicas, es decir, por el fatalismo económico. LEICK y WILD: Usted propone, en cambio, volver al dirigen- tismo estatal.
BOURDIEU: Un banco europeo tiene sentido como instrumento de un Estado europeo que, al igual que cualquier Estado, debe responder a obligaciones económicas, pero sobre todo debe alcanzar metas que vinculen la economía con otros objetivos: la felicidad, la igualdad, la libertad, el derecho de los ciudadanos al trabajo. En cambio, un banco que persigue el poder absoluto sobre el mercado es un peligro para el interés público. LEICK y WILD: El poder de los mercados financieros es una realidad que usted ni nadie puede ignorar. BOURDIEU: Así es. En contra de ello debemos desarrollar estructuras estatales a nivel europeo. La globalización de los mercados financieros, que incrementa el capital sin necesidad de invertir en la industria, ha creado un nuevo e inmenso poder que infringe y desborda la autoridad y la soberanía de los gobiernos de cada país. LEICK y WILD: ¿Qué puede hacer un Estado nacional si su margen de acción se halla limitado por el déficit interno y el incremento permanente de la deuda? BOURDIEU: Me obliga a hablar más allá de lo que me compete como sociólogo. Hablo porque el silencio de los intelectuales me aterra. A su objeción podría responderle que la desregulación de los mercados financieros propició una masiva evasión de impuestos de la que nadie dice nada. Respondo con una pregunta. La evasión de impuestos es una consecuencia inmediata de la pérdida del control que ejercía el Estado sobre los mercados financieros, ¿cuál es el porcentaje del déficit interno que se debe a esta evasión? LEICK y WILD: Es probable. Pero, ¿por qué no dice nada acerca del problema del gasto? El Estado social se ha vuelto dema- siado caro. BOURDIEU: Ahora habla usted como Hans Tietmeyer. LEICK y WILD: ¿Acaso usted no cree en ello? BOURDIEU: No. Hay que analizar cómo se hacen las cuentas. Los economistas cometen errores al hacer sus balances. Por mé-todo, olvidan el gasto social y económico que generan las medidas de ahorro y austeridad. Por ejemplo, los gastos necesarios para combatir el desempleo y sus consecuencias, así como la pobreza. A ello hay que agregar, por supuesto, los gastos en el ámbito de la salud. LEICK y WILD: ¿Cuáles otros gastos? BOURDIEU: Pensemos tan sólo en la violencia. Eso sí cuesta caro. Al igual que la energía, la violencia nunca desaparece, sino que se transforma y cambia de apariencia. El desempleo, la pobreza, la falta de vivienda son formas de violencia. La violencia económica aparece en otro lugar y con otros rostros. Ni hablar de la violencia de los seres humanos en contra de sí mismos: crimen, alcohol, drogas... LEICK y WILD: ...problemas que siempre han estado allí. No puede usted atribuirle todos los males al neoliberalismo. BOURDIEU: A usted le parece que exagero, porque el neoliberalismo se ha metido de tal manera en la mente de los individuos, que pensar de manera lógica y normal se ha vuelto hoy una paradoja. Insisto: vivimos una revolución conservadora que quiere restaurar el capitalismo original y salvaje con un nuevo atuendo. LEICK y WILD: Hans Tietmeyer tendría una objeción definitiva: diría que usted ve moros con tranchetes. BOURDIEU: Claro. Lo curioso de esta revolución es que se mueve con pasos silenciosos; aparenta ser apolítica. Tietmeyer no se concibe a sí mismo, ni por un instante, como un político cuando en realidad no hace más que hablar todo el tiempo de política. La lógica que se desprende de esta revolución es que a los pobres les toca lo que merecen: perecer. LEICK y WILD: Si Tietmeyer dijera eso no permanecería ni un día más al frente del Deutsche Bundesbank. BOURDIEU: Analicemos su retórica. Sería demasiado hermoso que lo dijera así, de manera abierta. Su discurso no hace más que reiterar que los mercados financieros lo controlan todo, que necesitan flexibilidad y desregulación. En otras palabras, más despidos y menos Estado social. Es paradójico, pero Tietmeyer habla como aquellos austromarxistas que, en la época del cambio de siglo, proclamaban la era del capitalismo financiero. LEICK y WILD: El poderío alcanzado por la banca es una consecuencia de la debilidad del Estado, que ha fracasado ante los problemas económicos y sociales. BOURDIEU: Sí, pero el pesimismo con respecto al Estado es equívoco. Fracasaron los que sirven al Estado. Sobre todo la aristocracia estatal francesa, que ha sido autoritaria, necia y engreída, como si hubiese arrendado a la ciencia. Pero puedo imaginar un Estado europeo más sensible, libre de prejuicios, más hegeliano... LEICK y WILD: ...el Estado como el agente que procura el espíritu del mundo. ¿Está usted sucumbiendo ante las tentaciones del idealismo alemán? BOURDIEU: ¿Sabe?, el que está inmerso en el luto se vuelve con facilidad utópico. Ya Max Weber juzgó alguna vez a los profesores, esos pequeños profetas fanfarrones mantenidos por el Estado. Pero de vuelta a la conversación, lo más interesante de la construcción de Europa es lo menos visible el trabajo de todos esos burócratas y juristas en Bruselas, que día a día diseñan nuevas reglas para unificar y fortalecer a Europa. LEICK y WILD: En realidad, la burocracia de Bruselas se ha convertido en el símbolo de una casta de tecnócratas sin rostro ni alma. BOURDIEU: Es un error verlos como enemigos. Los tecnócratas de Bruselas son aliados que deberían ser alentados a pesar de que es necesario controlarlos. Ellos pueden dotar al Estado europeo de los medios para defenderse del neoliberalismo. LEICK y WILD: Una bella esperanza. Ni siquiera Suecia, el Estado social modelo, lo pudo lograr. BOURDIEU: Los socialdemócratas suecos destruyeron en parte el Estado social, así como los socialistas franceses dieron pie al desarrollo que condujo al fin del Estado de bienestar en mi país. François Mitterrand gobernó en nombre del socialismo, pero fue su gran sepulturero. LEICK y WILD: ¿Una contrarrevolución progresista en contra de la revolución conservadora? BOURDIEU: Ésa es la pregunta. Hay que comenzar con una revolución en la forma de pensar. Por eso me siento comprometido a argumentar de manera radical; de lo contrario, nadie me escucharía. La ideología de Tietmeyer se ha anclado en la mentalidad de la gente, incluso en la de los periodistas, tanto de derecha como de izquierda. LEICK y WILD: ¿Dónde reside la fuerza contraria si los socialdemócratas traicionaron al Estado social? Como usted lo ha dicho, el poder de los sindicatos se tambalea. BOURDIEU: A largo plazo, el mismo Hans Tietmeyer detonará las fuerzas contrarias. Personas como él, y antes Margaret Thatcher y Ronald Reagan, ocasionan con su política violenta que la crisis sea de tal magnitud que la Europa social se vuelva imprescindible. Un ejemplo es la huelga de los camioneros... LEICK y WILD: ...con quienes simpatizaron la mayoría de los franceses. BOURDIEU: Los camioneros son explotados de manera inconcebible. A veces trabajan más de sesenta horas y el índice de accidentes es alarmante. ¿Por qué? Porque la desregulación que defiende Tietmeyer obliga a las empresas pequeñas a sacar los máximos dividendos de sus empresas. Lo que se presenta como "recortes" es, en realidad, el triunfo del capitalismo frenético y cínico. El proceso civilizatorio del Estado europeo, que requirió varios siglos para desarrollarse, está siendo destruida en nombre de una de las leyes más estúpidas: la maximización de la ganancia. LEICK y WILD: ¿Es un nuevo llamado a la lucha de clases: trabajo versus capital? BOURDIEU: Las fuerzas ideológicas son de suma importancia. La caída de la caricatura del socialismo que gobernó a los países de Europa del Este acalló toda oposición. Hoy la gente siente que no hay nada más allá en el horizonte, que la historia ha llegado a su fin. Semejante desencanto es fatal. LEICK y WILD: ¿Cuáles serían las consecuencias del hundimiento de la civilización europea? BOURDIEU: En principio, una amenaza generalizada. El temor de la gente a perder el empleo conlleva una desmoralización. Pienso también en la autocensura de los intelectuales. El nuevo movimiento nacionalsocialista en Francia no es ajeno a esta evolución; tampoco el peligro que representa el fundamentalismo en todo el mundo. LEICK y WILD: Al parecer, Le Pen nunca podrá ganar la mayoría en Francia. BOURDIEU: El Frente Nacional de Le Pen puede proliferar como un cáncer. En cierto modo, Le Pen ya ganó. Su manera de ver el mundo flota como una nube oscura sobre el país. En lo que a la inmigración respecta, al igual que en muchas otras cues-tiones, la izquierda ya ha cedido. LEICK y WILD: ¿Teme una revolución fascista? BOURDIEU: Dije, tal vez por capricho, que el mismo Tietmeyer habrá de detonar las fuerzas subversivas. Dichas fuerzas pueden desarrollarse en cualquier dirección. No tienen por qué ser progresistas. Claro está que pueden ser de naturaleza nihilista. En los Estados Unidos, el hundimiento del Estado social en realidad, el Estado de bienestar nunca existió allí va de la mano con el surgimiento del Estado policíaco. Desde hace más de dos años, California gasta más en cárceles que en educación. Eso da mucho de qué hablar. LEICK y WILD: No todo es noche en el modelo norteamericano; por ejemplo, la creación de más de diez millones de empleos en los últimos años. BOURDIEU: ¿Alguna vez ha estado usted en el ghetto de Chicago? Yo sí. Es uno de los lugares más bárbaros del mundo. Con excepción de los campos de concentración, no existe nada peor. LEICK y WILD: Si pensamos en las condiciones de los subur-bios de las ciudades en Francia, ¿encuentra diferencias con Chicago? BOURDIEU: Por supuesto. Aquí el Estado no ha renunciado aún. LEICK y WILD: Las circunstancias parecen ser las mismas: crimen, desempleo y racismo. BOURDIEU: En Estados Unidos, cada día son asesinados siete niños. Espero que no se sospeche que prefiero la pobreza francesa por razones nacionalistas. Sin embargo, en nuestros suburbios todavía funcionan las escuelas, los profesores y los trabajadores sociales. Viven una vida difícil, pero la decadencia aún no es total. Pero si el primer ministro Alain Juppé permanece en el cargo cinco años más, podrían surgir aquí también los Harlem y los Chicago. LEICK y WILD: El Estado social europeo en el que usted piensa no podría existir, como si fuera una isla paradisíaca, en la autarquía comercial. Sin embargo, ¿no tendría acaso que buscar refugio en el proteccionismo para defender las conquistas sociales frente a la competencia de Estados Unidos y Asia? BOURDIEU: Ni lo afirmo ni lo niego, pero hay que formular la pregunta de otra manera. Es preciso sustituir las mitologías que flotan en el aire por conocimientos concretos. LEICK y WILD: ¿Por qué evade la pregunta? BOURDIEU: Uno de los obstáculos que se interponen en el desarrollo armónico de un Estado federal europeo es la postura ambigua de Estados Unidos. Los norteamericanos impulsaron una Europa independiente, ahora observan con recelo la unión europea. Estados Unidos es, de hecho, un país proteccionista; a veces no lo es de manera evidente, pero hay ocasiones en que su proteccionismo es abierto y brutal. Los grandes profetas norteamericanos del liberalismo, la desregulación y la libertad absoluta siempre están prestos a blandir el mazo del embargo comercial. Una de las tareas del Estado europeo consistiría en convertirse en un poder capaz de resistir la presión de los mercados financieros que a menudo no hacen más que reflejar las necesidades de Estados Unidos. LEICK y WILD: Hasta la fecha, la izquierda no ha encontrado una receta en contra del neoliberalismo. ¿Ha muerto el socialismo en Europa? BOURDIEU: Depende si se refiere al socialismo real o al socialismo ideal. El socialismo real que existió en Europa está muerto, gracias a Dios. En Suecia y Alemania, la socialdemocracia anda con pies de plomo. A mi parecer, el socialismo francés también ha muerto. Necesitamos una nueva manera de ver el mundo, una visión colectiva que trascienda las ideas tradicionales. Una democracia verdadera es impensable sin un mínimo de democracia económica. LEICK y WILD: Francia, la cuna de los derechos humanos y la igualdad republicana, parece haberse erigido en la punta de lanza contra la política de ahorro y austeridad. ¿Casualidad o misión histórica? BOURDIEU: Por razones históricas, Francia ocupa una posición singular. El país se especializa en revoluciones. Pero veo movimientos por todos lados. La gente ya no soporta más. En España se avecina un enorme conflicto en las empresas del servicio público. Incluso en Alemania, la disposición a la huelga se ha incrementado. El cambio ha comenzado. Puede incluso suceder que las enormes presiones económicas desatadas por la globalización acaben por engendrar una resistencia de proporciones internacionales. © Der Spiegel, no.50, 9 de diciembre, 1996. Pierre Bourdieu, "Los motivos de la ira", Fractal No 4, Enero-Marzo, 1997, año 2 Volumen II, pp. 101-118. |