OSMAR GONZaLEs

El exilio: el debate latinoamericano*

Introducción

Es diferente vivir el exilio a vivir con el exilio. Me explico. Entre quien vive fuera de su lugar de origen y quienes lo acogen se establece una serie de relaciones, armoniosas o tensas, que contribuyen a marcar la experiencia íntima del sujeto dando nuevos contornos a su identidad que, a su vez, proyecta al panorama social. Es decir, la vivencia de ser exiliado, de manera forzada o voluntaria, no queda solamente en el plano individual, sino que modifica las relaciones sociales, culturales y políticas de la nueva sociedad a la que arriba. Al mismo tiempo, el exiliado recibe la influencia de su entorno así como contribuye a darle nueva forma. En estas nuevas relaciones influyen las razones del exilio, la prolongación en el tiempo de esta experiencia, la densidad numérica de los exiliados, el prestigio o los estigmas que portan los mismos, la adaptabilidad del sujeto desplazado ante la nueva situación o, por el contrario, su constante inconformidad, la mucha o poca disposición que puede existir para acoger al exiliado, entre otras.

En el caso particular del intelectual, su nueva condición, de exiliado, nos obliga a prestar atención a aspectos que son innatos a su oficio: las instituciones académicas y el debate de ideas. En las páginas que siguen deseo detenerme en el aspecto vivencial del exilio.

I

El exilio y los sujetos de pensamiento

 

Una verdad de Perogrullo: la del exilio siempre es una experiencia concreta y dolorosa. Según Pablo Yankelevich, "el exilio [...] es ser arrancado del suelo patrio, es haberse lanzado fuera y haber salido saltando".1  Pero, como señala María Luisa Tarrés, agregando más significados, el exilio "no sólo se asimila con la expulsión forzada o la salida involuntaria sino con el entierro, la muerte, y con el hecho de borrar a un ser humano de su mundo habitual". Sin embargo, esta nueva situación, de exiliado, por ser inédita precisamente, también puede ser un terreno en el que se nutren nuevas experiencias, incluso positivas.

Específicamente, en cuanto a los "sujetos de pensamiento", estas nuevas experiencias positivas se relacionan a que su influencia puede traspasar las fronteras territoriales gracias al intenso intercambio de vivencias e ideas originado por dos razones principales:

1 ) Por el diálogo-polémica natural entre los intelectuales de diferentes países. Esto se puede dar mediante dos formas:

a) La que no requiere del desplazamiento físico, pues la influencia de algún autor más allá de las fronteras nacionales puede darse por el impacto que tienen sus publicaciones (libros o artículos), por la actividad de algún divulgador (sea gracias al empeño individual o al de las editoriales) y, ahora, por los avances de las comunicaciones, especialmente la internet. Y

b) por el desplazamiento físico del intelectual, es decir, aquél que llega a otro país por un tiempo más o menos definido. El intelectual visitante lo es por su propia voluntad, porque tiene que cumplir labores profesionales muy precisas (como dictar una cátedra, una conferencia u organizar algún seminario, entre otras actividades) y, por ello, su estadía es más organizada. Se le invita porque tiene un conocimiento especial o particular que vale la pena ser transmitido.

2 ) Por el traslado de los intelectuales a países distintos a los suyos. A su vez, este traslado puede deberse a dos circunstancias:

a) Por razones propias del oficio, como salir a seguir estudios, ofertas de trabajo, alguna estancia académica, expectativas de realización académica y profesional, entre otras. En cualquier caso, el resultado es un contacto directo del intelectual que se traslada con otra realidad, a la cual contribuye con sus conocimientos, al mismo tiempo que incorpora a su bagaje personal la cultura del país que lo recibe. Muchas veces, lo que empieza teniendo un carácter transitorio termina adquiriendo definitividad. En este caso se trata de una "salida" voluntaria. A este tipo de intelectual lo denominaré intelectual migrante; o por razones políticas, cuando es perseguido por las autoridades y debe salir de su país buscando refugio. A este tipo lo llamaré intelectual exiliado por razones políticas. Como su estancia es indeterminada, este intelectual trata de integrarse, en alguna medida, a la sociedad que lo protege para reconstruir su mundo de vida que ha sido quebrado. Una vía para conseguir esa integración es la difusión de sus conocimientos y la participación en el debate político-intelectual que es, simultáneamente, una manera de demostrar(se) que mantiene su creatividad y que puede influir. De alguna manera, es como un juego de representaciones: trasladar lo que sería su actividad en su propio país a otro que no es el suyo.

En cualquiera de las dos modalidades del segundo caso, es decir, sea la decisión de salir de su país voluntaria o forzosa,3 está presente la experiencia del exilio. De cualquier modo, sea quien sea el sujeto (intelectual o no), según Serge Moscovici, se produce un mismo efecto, el desarraigo:

Para los otros, él [el exiliado] se encuentra fuera de los confines de la humanidad, entre los seres que no son completamente 'nosotros', que no son completamente 'hombres'. 4

Con respecto al exiliado forzoso, Hugo Neira incide en el papel del poder para expulsar a los intelectuales incómodos:

Al exiliado lo alejan los potentes, sus enemigos. Por lo general el que cae en desgracia suele ser un rebelde, como Maquiavelo, que tuvo que irse a sus tierras de San Casiano, donde escribió sus grandes obras políticas. Lo mismo ocurre en tierras sudamericanas con casi todos nuestros héroes civiles: Sarmiento, Martí, Haya de la Torre. 5 

El exilio tiene varios momentos. En primer lugar, la salida del país de origen, con todo lo que ello significa -además del sentimiento de desarraigo y desasosiego-, como el dejar afectos, lo querido, el ser arrancado del entorno inmediato. En segundo lugar, el tratar de acomodarse al nuevo lugar donde se arriba, lo que significa, a su vez, varios procesos, como el de ir adecuándose a una nueva forma de sociabilidad, acostumbrarse a nuevas prácticas en la vida cotidiana, buscar nuevos referentes y reconstruir el mundo dividido. En tercer lugar, si el expulsado ha conseguido manejar el nuevo entorno e instalarse -y si han cambiado las condiciones del país de origen que lo obligaron a salir-, debe decidir si ha de volver o no. Finalmente, quienes deciden el retorno -quienes optan por el "desexilio"- intentarán recuperar las claves que faciliten su reincorporación, con una experiencia vital enriquecida por la estancia fuera de su país, aunque, paradójicamente, este enriquecimiento también puede hacer más compleja y difícil la reinserción.

El intelectual exiliado, entre otros

El flujo de los intelectuales hacia otros países, su recorrido -voluntario o forzoso- más allá de sus fronteras nacionales, es un hecho -entre otros- que marca el inicio de la intelectualidad moderna. Dichas fronteras son el resultado de la correspondencia entre las demarcaciones geopolíticas y las identidades culturales. El marco político y jurisdiccional se materializó en los Estados-nación, un producto típicamente moderno.

El Estado-nación se caracteriza por compartir -al menos en el discurso que le dio origen- lengua, religión, memoria colectiva y otros elementos que se sintetizan en la llamada historia patria, y de la cual los intelectuales buscaron ser representantes y guías morales.

Es necesario advertir que la de exiliado es sólo una "representación de intelectual" (para tomar un término de Edward Said)6  entre muchas otras. Ya he mencionado al intelectual migrante que busca nuevos horizontes para su realización profesional. También existen aquellos intelectuales peregrinos que se convierten en funcionarios de caudillos o en transmisores de algún proyecto o programa. Como muestra, señalo tres casos.

El primero es el del pensador social argentino, Manuel Ugarte, uno de los principales dirigentes del histórico movimiento por la reforma universitaria de 1919 en Córdoba, Argentina. La lucha de los jóvenes universitarios cordobeses fue inspiración de numerosos y posteriores movimientos universitarios que surgieron en las décadas siguientes en América Latina. Ugarte fue uno de los primeros intelectuales americanos del siglo XX en hablar de la necesidad de la unidad de los países iberoamericanos y de oponerse al imperialismo estadounidense. Difundió su prédica como un peregrino, precisamente, visitando todos los países de América Latina dictando conferencias y aceptando entrevistas para atraer a las nuevas generaciones a su causa.

El segundo caso es el del poeta peruano José Santos Chocano, quien le escribía las proclamas al revolucionario Pancho Villa en los años turbulentos de la Revolución Mexicana. Una vez enemistado con el caudillo del norte, Chocano fue asesor de Venustiano Carranza, con quien también terminó distanciándose. Pero la experiencia como asesor de gobernantes y caudillos latinoamericanos del poeta peruano se extendió a sus colaboraciones con los autócratas Juan Vicente Gómez, de Venezuela, y Manuel Estrada Cabrera, de Guatemala. 7

El tercer caso es el del escritor colombiano, José María Vargas Vila, quien desde los 25 años de edad salió de su país y vivió en diferentes ciudades de Europa, Estados Unidos y América Latina. Vargas Vila tuvo una manera de relacionarse con el poder diferente a la de Chocano. Si éste fue un consejero o asesor, aquél actuó como panfletista. En efecto, en las páginas de su revista Némesis publicaba encendidas apologías de los gobiernos post-revolucionarios de Carranza, Obregón y Calles respectivamente, a cambio de una compensación pecunaria que Vargas Vila, hasta el final de sus días, insistiría patéticamente para que se mantuviera, y no lo dejaran en la pobreza absoluta.8

La diferencia del intelectual peregrino con respecto del exiliado reside en que la decisión del primero de salir a recorrer países, sea como divulgador, asesor de gobernantes-caudillos o como panfletista, no es tomada por razones de persecución de ningún tipo, sino que se trata de una opción personal.9 En cambio, el intelectual exiliado por razones políticas debe emigrar forzosamente de su país e instalarse en otro, con todas las consecuencias personales y profesionales que ello implica.

El intelectual exiliado tampoco se parece a aquel sujeto que Zygmunt Bauman ha llamado "nómada", que es un producto característico del proceso globalizador actual: como turista que recorre el mundo por la simple sensación del placer.

Esta carrera en pos de deseos nuevos, más que de su satisfacción, no tiene una meta evidente. El concepto mismo de 'límite' requiere necesariamente dimensiones témporo-espaciales. La consecuencia de 'quitarle demora al deseo' es que se le quita deseo a la demora. Una vez que, por principio, se puede allanar toda espera hasta volverla instantaneidad, de manera que una acumulación infinita de sucesos temporales cabe en el tiempo de una vida humana, y una vez que toda distancia parece estar en condiciones de ser comprimida de manera que ninguna escala espacial excede las ambiciones del explorador de sensaciones nuevas, ¿qué sentido puede tener la idea del 'límite'? Y sin sentido, no hay manera de que se le acabe el impulso a la rueda mágica de la tentación y el deseo.10 

Por el contrario, el intelectual exiliado carga una impronta de dolor y angustia. Una experiencia íntima que muchas veces se traduce en sus obras de creación. Por ello, Said afirma que la condición de exiliado es una de las más tristes para el individuo:

El exilio es uno de los más tristes destinos. Antes de la era moderna el destierro era un castigo particularmente terrible, puesto que no significaba únicamente años de vagar sin rumbo lejos de la familia y de los lugares familiares, sino que además lo convertía a uno en una especie de paria permanente, siempre fuera de su hogar, siempre en desacuerdo con el entorno, inconsolable respecto del pasado y amargado respecto del presente y del futuro. Siempre ha existido una asociación entre la idea del exilio y los terrores de ser un leproso, un intocable social y moral. Durante el siglo XX el exilio ha dejado de ser un castigo exquisito -y a veces exclusivo- de individuos especiales -como el gran poeta latino Ovidio, que fue desterrado de Roma a una remota ciudad de Mar Negro- y se ha convertido en un cruel castigo de comunidades y pueblos enteros, a menudo como resultado inadvertido de fuerzas impersonales como la guerra, el hambre, las epidemias.11 

 

En términos de Tzvetan Todorov, quien reflexiona sobre su propia experiencia, cuando se habla de un exiliado se hace referencia a lo que él denomina "un hombre desplazado". Todorov, búlgaro de nacimiento, pero con muchos años viviendo en Francia, se encuentra en una encrucijada. Ya no es totalmente búlgaro, pero tampoco ha llegado a ser íntegramente francés o, por el contrario, es ambos. Su existencia se desarrolla en medio de dos realidades, la de los recuerdos y la del presente. El regreso al lugar de origen, siempre anhelado, puede desembocar en cierto descolocamiento, pues ya nada es como antes, o quizás se deba decir que ya nada se vive igual. Se trata de un estado intermedio, como partido en dos y, peor aún, con la imposibilidad de que las dos mitades se vuelvan un todo. En otras palabras, estamos frente a un hombre escindido. Sensaciones ambiguas invaden su espíritu: por un lado, la extrañeza; por el otro, el sentido de pertenencia a anclajes no siempre bien definidos: la cultura propia, los recuerdos, la nación, pero también los familiares, los amigos, el barrio. En propias palabras de Todorov:

Por muy francés y búlgaro a la vez que yo fuese, no podía estar sino en París o en Sofía; la presencia simultánea en dos lugares diferentes no estaba a mi alcance [...] El contenido de mis palabras dependía demasiado del lugar en el que las enunciara para que el hecho de encontrarme aquí o allí fuese indiferente. Mi doble pertenencia tenía por único resultado privar de autenticidad, incluso para mí mismo, a cada uno de mis dos discursos, puesto que cada uno de ellos sólo podía corresponder a la mitad de mi ser, que era doble. Así me encerraba de nuevo en un silencio opresivo.12

Por el contrario, el escritor Amin Maalouf, de origen libanés y que también radica en Francia, señala que el exiliado por más que albergue en su ser diversas experiencias, siempre mantendrá su identidad como una unidad:

Por eso a los que me hacen esa pregunta [si es más libanés o más francés] les explico con paciencia que nací en Líbano, que allí viví hasta los veintisiete años, que mi lengua materna es el árabe, que en ella descubrí a Dumas y a Dickens, y los Viajes de Gulliver, y que fue en mi pueblo de la montaña, en el pueblo de mis antepasados, donde tuve mis primeras alegrías infantiles y donde oí algunas historias en las que después me inspiraría para mis novelas. ¿Cómo voy a olvidar ese pueblo? ¿Cómo voy a cortar los lazos que me unen a él? Pero por otro lado hace veintidós años que vivo en la tierra de Francia, que bebo su agua y su vino, que mis manos acarician, todos los días, sus piedras antiguas, que escribo en su lengua mis libros, y por todo eso nunca podrá ser para mí una tierra extranjera.

¿Medio francés y medio libanés entonces? ¡De ningún modo! La identidad no está hecha de compartimentos, no se divide en mitades, ni en tercios o en zonas estancas. Y no es que tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una 'dosificación' singular que nunca es la misma en dos personas.13

Desde una mirada socio-histórica, Alvin W. Gouldner14  sostiene que la condición de migrante forzoso, que caracteriza al intelectual exiliado, es parte, al lado de otros procesos (como el declive del latín, la decadencia de la influencia de la iglesia, las reformas educativas, la alfabetización y la aparición multinacional del sistema político europeo que permitió que los intelectuales migraran cuando eran acosados por sus respectivos gobiernos y establecieran contacto con otras culturas e intelectuales), de la formación del intelectual moderno. De esta manera, los intelectuales exiliados están en las mejores condiciones para convertirse en intelectuales cosmopolitas,15 para poder trascender sus circunstancias originales y transmitir y recibir conocimientos simultáneamente, más allá de sus fronteras nacionales. La interacción del exiliado con el nuevo lugar da paso a un enriquecimiento y complejización tanto de la cultura como del propio sujeto exiliado.16 Néstor García Canclini lo expresa de la siguiente manera: "Los exilios son, a veces, ocasiones en que un destino impuesto puede dejar de ser una fatalidad: si uno se deja instruir por lo diferente, puede así expandir lo propio y contribuir a que el lugar de origen y el nuevo se comuniquen".17

 

¿Retornar del exilio o no?

El intelectual exiliado por razones políticas se aloja en un país ajeno al suyo por la presión que ejercen sobre él, contra sus convicciones ideológicas, opciones políticas e ideas. Pero, aprovechando justamente de esa misma condición, puede fundar instituciones, en virtud de que no sabe cuán larga será su residencia en el país que lo ha acogido.

Bajo ciertas condiciones, el intelectual exiliado puede convertirse en un intelectual arraigado , y desde esa nueva condición dependerá de su voluntad o de ciertas circunstancias, la valoración que haga sobre qué es más beneficioso para él: quedarse en el país que lo recibió o decidir volver al propio.

Con respecto a la decisión de no retornar, Tarrés menciona cinco condiciones que pueden explicarla, aun cuando las posibilidades para el regreso estén abiertas: 1) los ciclos vitales del exiliado (edad, familia); 2) los tiempos políticos (la permanencia de las condiciones que lo obligaron a partir); 3) el motivo de la salida del país de origen (que genera marcas en la dignidad personal, o sentimientos de miedo-rechazo, por ejemplo), 4) la ruptura de los partidos donde militó (que puede condicionar la reintegración al país de origen), y 5) el origen social y de clase (que explica en gran medida su reconocimiento y movilidad social en la nueva sociedad).18  En otras palabras, cuando el outsider -que es el exiliado- se transforma en un insider -que es el arraigado-, la posibilidad de que el regreso -que exige también un enorme esfuerzo psicológico y emocional- aparezca en el horizonte de opciones se vuelve más lejana.

 

El extranjero de dentro

 

Hasta aquí me he referido a aquellos intelectuales que debieron salir de sus países. Sin embargo, para vivir la experiencia del desarraigo no es imprescindible la expulsión física, a veces puede bastar la pertenencia a una cultura diferente o dominada para ser un extranjero en el propio país. Tal es el caso del escritor peruano José María Arguedas, quien señalaba que quería vivir sin egoísmos todas las patrias que componían su país, caracterizado por la diversidad y la fragmentación, y que no quería ser un forastero en su propia patria.

Otro caso es la experiencia vivida por los judíos en Alemania, y cuyo ejemplo casi paradigmático es Walter Benjamin, como lo analiza Irving Wohlfarth:

La lógica de der Fremde [el extranjero], como la describe Simmel, no es diferente de la del 'suplemento peligroso' elaborado por un pensador judío posterior, Jacques Derrida, en relación con las reflexiones de Rousseau sobre el lenguaje. Si se continúa con la analogía, el extranjero sería a la comunidad lo que la escritura es al habla. Al mismo tiempo fuera y dentro de la sociedad y por lo tanto, impidiendo que sea el cuerpo orgánico cerrado en el que sueña, él es incluso mucho más extranjero por no ser un extranjero. Él es, en efecto, el extranjero de dentro.19 

Los extranjeros de dentro (a los que también se puede incluir a los negros del sur de Estados Unidos, o a los gitanos, por ejemplo), partiendo de su situación de marginación, tienen una ventaja: al salir de sus países en los que son dominados cuentan con mejores condiciones para convertirse en intelectuales cosmopolitas, más universalistas, y con capacidad de relacionarse con los otros en términos de igualdad. Como los extranjeros de dentro ya vivieron la condición de exiliados en sus propias sociedades cuentan con mayores recursos para integrarse a las nuevas a las que arriban.

 

El intelectual exiliado: entre la celebración y el recelo

 

No todo es oscuridad para el intelectual exiliado, pues también puede obtener ciertos beneficios. Por su nueva condición, la sociedad lo recibe con cierta admiración, pues personifica -o así lo ven, al menos- al intelectual que no se dejó subyugar por el poder, que no se envileció ni corrompió, que se mantuvo firme en sus convicciones, aun cuando ello le significara el destierro. Por eso, a veces se le permite "saltar" ciertos pasos, lo que el intelectual originario no puede hacer.

Al intelectual exiliado también se le puede tratar bien, y cuando mejor le va y amenaza con convertir lo transitorio en permanente, se vuelve objeto de miradas recelosas, regresando así a su condición de paria. En consecuencia, el intelectual exiliado es celebrado mientras la posibilidad de que regrese a su país permanece; cuando no es así, y comienza a integrarse en la sociedad que lo acoge, ésta comienza a observarlo como un ser que ha perdido su razón de ser, sin justificación para mantener su condición de refugiado.

Así, el intelectual exiliado enfrenta una terrible paradoja, que lo hace vivir en una permanente zozobra: mientras persista su condición de exiliado podrá gozar de ciertos privilegios, aunque en un país que no es el suyo. Pero cuando esa condición desaparece y empieza a integrarse, esos privilegios se trastocan, en muchos casos, en desprotección y vulnerabilidad. No obstante, también está presente la otra estrategia: aceptar los códigos de la sociedad recipiente, integrarse de la mejor manera a ella, jugar su juego, hablar su lenguaje y mimetizarse para obtener beneficios, no únicamente el reconocimiento.

 

América Latina, las dictaduras militares

y los intelectuales críticos del poder

 

Un momento fundamental en la expulsión de los intelectuales, aunque no inédito en la historia de nuestros países, ocurrió en los años setenta del siglo XX.20  Es el tiempo en el que se extienden, como una mancha de aceite, las dictaduras militares en América Latina, sobre todo en el Cono Sur, como en Brasil en 1964 ; en Argentina y en Uruguay en 1976; en Chile en 1973; pero también en los países andinos como Perú (1968), Ecuador (1972) y Bolivia (1971); y en Centroamérica, como Guatemala (1954), Honduras (1972), El Salvador (1979); además de algunas dictaduras de larga data, como las de Stroessner en Paraguay y la de los Somoza en Nicaragua. Muy pocos países gozaban de una estabilidad político-institucional, como Venezuela, Colombia, Costa Rica o México.

Los intelectuales críticos, socialistas o marxistas en su mayoría, se vieron obligados a abandonar sus respectivos países. Especialmente, arribaron a Santiago de Chile, donde instituciones como la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), el Centro de Estudios para América Latina (CEPAL), el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES),21 entre otras, se constituyeron en los principales centros de ciencias sociales en el subcontinente. Sin embargo, cuando se instala la dictadura de Augusto Pinochet, brasileños y chilenos, al igual que argentinos y uruguayos, tuvieron que escapar, principalmente hacia México, el más importante país-refugio; al menos dentro de los países latinoamericanos.

México ha sido siempre un albergue para los intelectuales exiliados. Quizás la experiencia más importante es la de los intelectuales españoles en tiempos de la guerra civil, en los años finales de las década del treinta. El Colegio de México ha documentado en varios volúmenes esa migración. Inclusive, el propio Colegio es un producto cultural de ésta.22 También aquí se cobijaron miles de centroamericanos que huían de sus represivos gobiernos.

Más allá de la visión homogénea que se pueda tener del fenómeno, y cuando uno se acerca a los procesos individuales, puede darse cuenta del microcosmos del exilio. Cada exiliado sale de su país portando su propio cúmulo de experiencias, sus tradiciones y expectativas rotas, pero siempre buscando rehacer su identidad y reencontrar sus esperanzas. Por ello, tiene razón Tarrés cuando afirma que la del exilio es una experiencia heterogénea, advirtiéndonos que "[...] más allá de un dolor compartido debido a la pérdida, existen matices y rasgos distintivos porque los exiliados han tenido una vida anterior que pesa o interviene en los caminos que eligen para enfrentar la ruptura, la incertidumbre y la determinación para reconstruir su vida".23

Antonio Camou enfoca perfectamente el tema de la formación del pensamiento socialista en el remolino del exilio, al interior de sus luchas, derrotas y logros:

Una esquematización simple pero útil nos lleva a leer ese derrotero enmarcado por dos coordenadas de sentido, estrechamente unidas, a través de las cuales se fue abriendo paso el nuevo ideario democrático. Por un lado, la historia 'interna' del debate académico e intelectual en América Latina, y sus congéneres en los países centrales; por otro, la historia 'externa' de las luchas, y las derrotas, y las persecuciones, y las nuevas búsquedas de identidades y sentidos personales, colectivos, generacionales, de un importante sector de la intelectualidad y la militancia política de izquierda bajo el imperio de las dictaduras. Y en el cruce de ambos cauces hay que hacer comparecer a los territorios y los tiempos del exilio , que operaron como un espacio catalizador y liberalizador, un recodo de intercambio, de préstamos y mixturas entre los perseguidos políticos que cargaban en sus espaldas experiencias diversas.24

 

Algunos ejemplos de intelectuales exiliados

 

Algunas experiencias nos pueden permitir acercarnos a la variedad de las razones y las múltiples trayectorias seguidas por los intelectuales exiliados latinoamericanos, y que están recogidas en los testimonios ofrecidos. Por ejemplo, Francisco Zapata, sociólogo chileno, ahora investigador del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, tuvo que salir de su país cuando fue despedido de la Compañía de Cobre Chuquicamata y, luego, apresado a fines de 1973. Pasadas unas semanas en las que estuvo desaparecido, por gestiones de algunos amigos, especialmente de Rodolfo Stavenhagen, para entonces investigador del Colmex, llegó -junto a su esposa, María Luisa Tarrés y su primera hija- a dicha institución en febrero de 1974 , no sin antes pasar unas semanas en Perú, en tiempos del reformismo militar del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975). Toda la vida académica de Zapata ha estado ligada al Colmex y ha publicado numerosos trabajos sobre el movimiento obrero y sobre las ideas políticas en América Latina.

Otro caso es el del guatemalteco Edelberto Torres Rivas quien luego de estudiar derecho y con una amplia formación en ciencias sociales, tuvo que salir de su país en 1964 . Torres Riva llegó a México, en donde sólo se dedicó a trabajar -incluso de vendedor ambulante- para sostener a su familia. Posteriormente, viajó a Chile para estudiar en Flacso, en donde fue alumno de Cardoso. Regresó a México, al Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, y siguiendo una carrera ascendente, llegó a ser Secretario General de Flacso.

Un caso particular es el de Norbert Lechner. De origen alemán, se traslada a América Latina a principios de 1965: primero a Brasil, luego a Argentina y, finalmente, a Chile para realizar una investigación sobre el movimiento estudiantil gracias a una beca de una institución alemana que quería conocer el proceso de formación de las nuevas élites latinoamericanas. Luego del golpe militar de 1973, pudo optar por buscar refugio en su patria, pero en ese momento crucial juega un papel determinante lo azaroso: se había enamorado de una mujer chilena, Paulina Gutiérrez, y el corazón pesó más que el cálculo racional. De este modo, Lechner se afincó en un país que no había imaginado que iba a ser su morada establecida. Abandonada su condición de intelectual migrante, se transformó en un intelectual arraigado en un país que no era el propio. Desde su establecimiento en Chile, entró en contacto con los intelectuales (y el entorno) del país que lo había acogido y, desde ahí, empezó a ejercer una importante influencia en el debate intelectual e ideológico, primero chileno y después latinoamericano. Lechner, siendo un hombre que llegaba de afuera, vivió, a través de sus compañeros, el impacto del exilio forzado por razones políticas: un hombre desplazado que observaba el desplazamiento de los otros mientras él se quedaba en la tierra propia de los que partían al exilio.25

 

II

El grupo de Pasado y Presente

Con toda seguridad, el micro universo del exilio puede enriquecerse mirando cada caso particular, por ello, del conjunto de intelectuales exiliados sudamericanos, y a modo de ejemplo, me interesa tomar el caso de un grupo de intelectuales argentinos que trasladaron sus "raíces" y las "implantaron" en México, con importantes consecuencias en sus perspectivas, puntos de vista y, sobre todo, en el esfuerzo de repensar la política.26

El grupo al que me refiero, el de Pasado y Presente, se aglutinó en la Universidad de Córdoba a inicios de los años sesenta. En su mayoría fueron integrantes del Partido Comunista Argentino y eran comandados por José Aricó.27 Además, estaban Juan Carlos Portantiero, Óscar del Barco, Emilio de Ipola, Francisco Delich, y algunos más.28

A mediados de la década del sesenta, comenzaron a editar los Cuadernos de Pasado y Presente -de evidentes reminiscencias gramscianas-, que adquirieron gran importancia en la difusión de nuevas líneas de debate en América Latina. Cuando adviene la dictadura militar, algunos de los miembros de este grupo tuvieron que huir de su país,29 hacia México, en donde continuaron publicando, esta vez en cooperación con la editorial que había fundado otro argentino -Arnaldo Orfila-, la famosa Siglo XXI.30  Esta editorial la creó Orfila luego de dejar la dirección del Fondo de Cultura Económica por los problemas que tuvo al publicar Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, libro en el que se ofrece una visión negativa -según las autoridades de entonces- de los mexicanos.

Una vez instalados en México, los miembros del grupo Pasado y Presente ejercieron la docencia en Flacso y en la unam , entre otras casas de estudio, para luego adquirir protagonismo en el debate de ideas en México. 31 Y desde aquí irradió su influencia a gran parte de América Latina. Además, fundaron una revista muy importante, Controversia, de la cual salieron trece números. Desde sus páginas y las de los libros que editaron, alentaron un debate teórico sobre la relación entre democracia y marxismo, así como sobre la "latinoamericanización" de éste. Dos textos de Aricó32 ejemplifican este esfuerzo. Por un lado, el grueso volumen que editó y prologó, titulado Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, publicado por Siglo xxi en 1978 , y Marx y América Latina , editado en Lima por el Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación (Cedep) en 1980, prologado por Carlos Franco, quien fuera asesor del reformismo militar velasquista en Perú.

Otros de los aportes de este grupo fueron su contribución a introducir y reencontrar el pensamiento de Antonio Gramsci, y a releer a autores estigmatizados como herejes por el comunismo oficial, y a recuperar críticamente a pensadores "de la otra orilla", como Carl Schmitt.33

 

El arribo, el debate de ideas y la política

 

Las reflexiones de este grupo de exiliados argentinos, e indudablemente del conjunto de los intelectuales exiliados sudamericanos, están marcadas por sus condiciones y circunstancias: las dictaduras militares.

Juan Carlos Portantiero llegó a México a la sede de Flacso, en donde le habían ofrecido un puesto de profesor. En ese sentido, tuvo una ventaja con respecto a sus compañeros, quienes tuvieron que empezar prácticamente desde la nada. Por otro lado, los vínculos rotos en Argentina fueron de alguna manera reproducidos a escala en la ciudad de México, y con la suerte de poder compartir, además, un mismo espacio para vivir: la Villa Olímpica, ubicada al sur de la ciudad. Esta oportunidad de reproducir la sociabilidad, de trasladarla desde tantos kilómetros de distancia, sirvió como un amortiguador a la desventura de estar lejos de su país. Por otro lado, el desarraigo se compensó de alguna forma con el recibimiento que les ofreció México, según lo ha reconocido Portantiero en su testimonio.

El exilio también fomentó y consolidó amistades. Arnaldo Córdova,34 por ejemplo, se refiere a ello:

A Aricó no lo conocí sino hasta que vino a México. A Portantiero lo conocía desde el 73 más o menos, cuando se llevó a cabo el Congreso Latinoamericano de Sociología en Santiago. Y luego con Rolando Cordera fuimos a Argentina y ahí volvimos a ver a Portantiero y nos hicimos amigos, pero no pude ver a Pancho [Aricó] porque creo que andaba en Europa, no sé. Pero cuando empezó la represión militar, ya conocería a muchos de ellos, muchísimos. A [Julio] Cotler también lo conocí en Chile, también a Aníbal Quijano.

La experiencia mexicana que tuvieron los exiliados latinoamericanos los enriqueció, pero no sólo profesionalmente, sino también humanamente. A su vez, el estar lejos de los conflictos inmediatos de sus propios países significó la posibilidad de revisar el pasado de cada uno y de realizar un balance de lo realizado de una manera más objetiva, sin tanta pasión, o al menos con una pasión que no podía incidir en el proceso político concreto de su país. Mirada desde México, esta experiencia aparece igualmente como algo enriquecedor para el debate de ideas y para ambas partes, según la evaluación de Julio Labastida Martín del Campo que hemos conocido.

Asimismo, la experiencia del exilio contribuyó a reformular aspectos conceptuales y políticos, como el tema de la democracia, denostada anteriormente como formal o burguesa. En esta coincidencia de procesos de los exiliados de diferentes países de América Latina se forma un espacio común para discutir cómo mirar ahora a la democracia. Y al lado del tema de la democracia y de cómo reubicarse frente a ella, otra preocupación fundamental fue la de la nacionalización del marxismo, que fue impulsada, como recuerda Labastida Martín del Campo, por José Aricó, Carlos Franco y Héctor Béjar, entre muchos otros. En esta configuración del debate latinoamericano es indudable que influyó la edición de los Cuadernos de Pasado y Presente.

La situación de exiliados les brindó la oportunidad a los integrantes de este grupo de renovar sus claves teórico-conceptuales y, en consecuencia, a variar sus formas políticas, aunque vista desde una diferente tradición intelectual y política a la de la izquierda en la que se ubica Soledad Loaeza, el balance adquiere un carácter muy distinto. Para esta investigadora, si bien enriquecieron el debate ideológico no observaron ni criticaron el autoritarismo que marcaba a fuego al sistema político mexicano y, al no cuestionarlo, fueron funcionales a él. Quizás se trate de una imposibilidad intrínseca de los exiliados de trascender sus propias circunstancias, pues ¿cómo iban a criticar al gobierno que les tendió la mano en esos momentos de desgracia? Es posible que la autocensura haya funcionado en este caso. Pero al mismo tiempo, se observa un aprovechamiento de las autoridades para ofrecer una cara al mundo de democracia y tolerancia. Para Loaeza, una manera que encontraron estos intelectuales de evadir sus circunstancias -quizás inconscientemente- fue transferir las consecuencias de sus ideas al mediano o largo plazo, para así no tener que enjuiciar el presente como sus claves teórico-políticas hubieran aconsejado. Otra forma de evadir, siempre según Loaeza, el presente autoritario del gobierno mexicano fue privilegiar el análisis sobre la democracia en términos muy generales.

Evidentemente, la exterioridad de los intelectuales exiliados -en general- con relación al poder político en México, les permitió desarrollar sus propuestas teórico-políticas con cierta libertad y hasta -diría- impunidad. Si bien su reproducción social se anclaba en una experiencia nacional concreta -la mexicana-, resultaba claro que más allá de una preocupación latinoamericanista, cobijaban el íntimo deseo de volver a sus respectivos países a influir en sus procesos políticos como actores relevantes.

Ese papel de críticos del poder en México lo asumieron -como debía ser- los propios intelectuales mexicanos, aunque luego de recorrer un proceso contradictorio y retardado por las eficaces formas con las que el Estado supo neutralizarlos. El papel de los intelectuales exiliados no fue, evidentemente, crear temas de discusión, sino de potenciarlos y enriquecerlos, trayendo y comunicando sus experiencias, lecturas y proyectos políticos para contrastarlos con sus pares latinoamericanos. Como consecuencia, se dio forma a un campo de discusión y diálogo muy fructífero.

 

El regreso

Este grupo de intelectuales exiliados argentinos decidió regresar a su país, y lo hizo cuando el gobierno castrense ya había sido derrotado militarmente en la Guerra de Las Malvinas, socialmente por la presión de amplios sectores de la sociedad civil, así como diplomáticamente en el ámbito internacional. Los militares tuvieron que volver a sus cuarteles y permitir el regreso a un régimen representativo. Pero, además, los intelectuales exiliados decidieron volver por algo que estaba inscrito en su identidad: el ser intelectuales-políticos. No es difícil imaginar que pensaron que la hora de aplicar su forma de ver la política a las acciones concretas desde el Estado había llegado, pues sus reflexiones estaban marcadas por la urgencia de la acción. Sólo las considerarían útiles si contribuían a cambiar las condiciones en las cuales se había estado ejerciendo el poder hasta ese momento en su país. No buscaban solamente interpretar el mundo, también querían cambiarlo. Por ello, además de fundar una nueva revista, Ciudad Futura , que canalizaría y ofrecería a la opinión pública lo que estaban pensando, y el Club Socialista como centro de aglutinamiento de intelectuales que estaban en un proceso ideológico y político similar al de ellos, participaron directamente en el Estado con cargos importantes. Su éxito o no en esta nueva tarea puede ser un motivo de análisis que rebasa los objetivos de este texto.

 

III

Los estrechos vínculos

 

La condición del exilio genera oportunidades para una comunicación fluida y directa entre muchos intelectuales, comunicación que en otras circunstancias no hubiera sido posible. Además del conocimiento de las obras y de las ideas, se hizo posible el contacto personal, la discusión cara a cara, el intercambio de experiencias sin mediaciones.

Santiago de Chile de fines de los años sesenta e inicios de los setenta era -según Carlos M. Vilas-, lo que después sería la ciudad de México durante un buen tiempo: la capital de las ciencias sociales en América Latina. Allí coincidieron, como estudiantes, profesores o investigadores, Aníbal Quijano, con quien trabajaba Liliana de Riz, también estaban Francisco Weffort, Norbert Lechner, Antonio Garretón, Tomás Moulián, Armando Matelart, Franz Hinkelammert, Atilio Borón, Fernando Calderón, Gunther Frank, Theotonio Dos Santos, Emilio de Ipola, Edelberto Torres Rivas, José Luis Reyna, Octavio Sunkel y Pedro Paz, entre otros.

Torres Rivas recuerda que todos los jueves tenían un seminario, de cuyas discusiones saldría el libro de Cardoso y Faletto, pero "que fue, sin ninguna duda, obra de la genialidad de Cardoso": Dependencia y desarrollo en América Latina . Además, también fue fundamental el papel que cumplieron algunas revistas que alimentaron -con diverso impacto- la discusión latinoamericana, como Punto de Vista, David & Goliath (de Clacso), Socialismo y Participación (de Cedep, de Lima), Nueva Sociedad (de Venezuela), El Machete (dirigido por Roger Bartra, del Partido Comunista Mexicano), La Revista de la Cepal (Chile), Revista Mexicana de Sociología ( unam ), y la española El Viejo Topo, entre otras.

Es curioso constatar que una situación de derrota -como es la del exilio-, haya sido un motor para el reconocimiento entre sí de los intelectuales latinoamericanos, pues el diálogo que se estableció entre ellos -exiliados y no exiliados- fue de una riqueza e intensidad como no se había visto antes y, se puede asegurar, no ha ocurrido después. Nunca el intelectual latinoamericano fue más cosmopolita que entonces. Trataron de pensar problemas comunes y con una cierta mirada que los identificaba o los hacía confluir en algunos espacios y reconocerse como dialogantes. Las diferencias, especialmente de tipo político, no fueron un obstáculo para el intercambio de ideas, por el contrario, fueron un estímulo.

El enriquecimiento ideológico y teórico, pero también el conocimiento de diferentes realidades de América Latina, antes solamente supuestas, fue otra de las consecuencias positivas de las numerosas reuniones que se realizaron durante los años del exilio. Estos encuentros coadyuvaron a construir nuevas miradas sobre asuntos comunes, más allá de las fronteras geopolíticas. En este sentido, el papel de los intelectuales exiliados latinoamericanos fue el de traspasar las fronteras culturales que, de manera simbólica, los habían aprisionado en sus realidades nacional-estatales.

Al mismo tiempo, y como el otro lado de una misma medalla, hay que mencionar que las repercusiones e influencia que obtuvieron estos intelectuales en aquellos años fueron posible por dos razones más: por un lado, por la existencia de ciertas instituciones con mucho prestigio que fungieron como caja de resonancia que amplificó la voz de los intelectuales y, por otro, la existencia de partidos que canalizaban las opiniones de estos sujetos de ideas con voluntad política.

Hoy parece que, y a pesar de los avances tecnológicos, este espíritu dialogante establecido entre los intelectuales latinoamericanos en los años setenta y ochenta se ha perdido. Las circunstancias adversas (dictaduras, migración forzosa, precariedad de todo tipo) azuza la necesidad del reconocimiento de los otros. El talante cosmopolita pareciera haber decaído, justamente cuando más se necesita de él y cuando el proceso de globalización en marcha debería traer consigo mejores condiciones de intercomunicación. Ésta es una de las tantas paradojas que afronta el intelectual latinoamericano contemporáneo.

Quizás, la no resolución de esta paradoja explica que el lugar del intelectual en el debate de ideas esté siendo cubierto por el experto o tecnócrata, o por el escritor que se reviste de ideólogo. ¿Estamos ante el fin del intelectual general?, ¿éste será reemplazado por el sujeto del conocimiento específico? Son preguntas-inquietudes que sólo podrán ser respondidas en el futuro; mientras tanto, nos queda una responsabilidad: repensar las condiciones de sociabilidad en nuestros países que los protejan de las múltiples crisis que secularmente los han acechado.

 

Notas

* Este artículo fue escrito inicialmente como colofón a una serie de entrevistas impulsadas por Antonio Camou en las que explorábamos la relación entre exilio y pensamiento democrático. Por distintas razones, el volumen jamás pudo salir a la luz pública.

1 Pablo Yankelevich, "Navegar en el exilio: a manera de introducción", en Pablo Yankelevich (coord.), En México, entre exilios. Una experiencia de sudamericanos, SRE / ITAM /Plaza y Valdés, México, 1998, p. 9.

2 María Luisa Tarrés, "Miradas de una chilena", en P. Yankelevich, op. cit. , p. 20.

3 Entre lo voluntario o forzoso existen zonas crepusculares que complejizan el acto de decisión. Si bien en última instancia salir del país puede ser una decisión individual y racional, en ésta influyen también los constreñimientos exógenos que no tienen que manifestarse necesariamente en violencia física (falta de trabajo, poner en peligro a familiares y amigos, la alta probabilidad -que puede tornarse realidad o no- de ser apresado, entre otras posibilidades). De esta manera, la decisión voluntaria no carece de condiciones externas que la explican, ni la decisión forzosa inhibe la afirmación personal.

4 Serge Moscovici, "El exilio", en Debate Feminista , año 7, vol. 13, abril de 1996, pág. 147. De manera similar, pero teniendo como referencia a la sociedad pluralista, Giovanni Sartori alude a la situación de exterioridad que a veces buscan los inmigrantes: "Entraren una sociedad pluralista es, a la vez, un adquirir y un conceder. Los extranjeros que no estén dispuestos a conceder nada a cambio de lo que obtienen, que se proponen permanecer como 'extraños' a la comunidad en la que entran hasta el punto de negar, al menos en parte, sus principios mismos, son extranjeros que inevitablemente suscitan reacciones de rechazo, de miedo y de hostilidad", en La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, España, Taurus, 2001, pp. 54-55. Desde la literatura, la novela de Albert Camus, El extranjero, de 1942, es un clásico. En ella, el personaje, Marsault, se ve envuelto en una red de significados en la que no puede ser comprendido por los otros, ni él alcanza a comprender a los demás, reinando el absurdo y la perplejidad. Por ello, la sensación del personaje de sentirse como un intruso.

5 Hugo Neira, El mal peruano , Lima, SIDEA , 2001, p. 38.

6 Edward Said, Representaciones del intelectual , Barcelona, Paidós Studio, 1996.

7 Véase la biografía escrita por Luis Alberto Sánchez, Aladino. Las mil y una aventuras, Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1940.

8 Pablo Yankelevich, Némesis. Mecenazgo revolucionario y propaganda apologética , Boletín núm. 28, Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, y México, SEP, 1998.

9 Esto, sin embargo, no impide que el intelectual exiliado sea a su vez un peregrino.

10 Zygmunt Bauman, La globalización. Consecuencias humanas, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 105.

11 E. Said, op. cit. , p. 59.

12 Tzvetan Todorov, El hombre desplazado, Madrid, Taurus, 1998, p. 20.

13 Amin Maalouf, Identidades asesinas, Madrid, Alianza Editorial,1999, pp. 11 y 12.

14 Alvin W. Gouldner, El futuro de los intelectuales y el ascenso de la Nueva Clase, Madrid, Alianza Editorial, 1980.

15 Según Jürgen Habermas, las ideas cosmopolitas son aquéllas que quieren borrar todas las fronteras o diferencias de los pueblos. Véase La constelación posnacional , Barcelona, Paidós, 2000.

16 Fanny Blanck de Cereijido, "Los analistas argentinos en México", en Fanny Blanck, Sandra Lorenzano y Pablo Yankelevich, en El exilio argentino en la ciudad de México, Babel, ciudad de México, septiembre de 1999, p. 7.

17 Néstor García Canclini, "Argentinos en México: una visión antropológica", en P. Yankelevich, op. cit. , p. 72. 

18 La autora se refiere específicamente al caso chileno o, en todo caso, a la experiencia conosureña. Específicamente, con respecto al cuarto punto, señala que, en Chile, aquellos que decidieron regresar y no eran militantes han encontrado mayores dificultades para la reincorporación en su país, op. cit. , p. 24.

19 Irving Wohlfarth, Hombres del extranjero. Walter Benjamin y el parnaso judeoalemán, La Huella del Otro, México, Taurus, 1999, p. 50.

20 Véase, por ejemplo, Albert Girona y María Fernanda Mancebo (editores), El exilio valenciano en América. Obra y memoria , Valencia, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, Universidad de Valencia, 1995; Alvaro Vargas Llosa, El exilio indomable. Historia de la disidencia cubana en el destierro , Madrid, Espasa Calpe, 1998, y Alvaro Barros-Limez (selección y prólogo), Las voces distantes . Antología de los creadores uruguayos de la diáspora , Montevideo, Monte Sexto, 1985, 2 vols.

21 CEPAL e ILPES estaban bajo la dirección o inspiración de Raúl Prebisch. Pero también, como recuerda Norbert Lechner, existió el Centro de Estudios de la Realidad Nacional ( ceren) -que pertenecía a la Universidad Católica-, y que estaba dirigido por Manuel Garretón. A pesar de los densos debates que se producían en su seno, Lechner considera que tenía un ambiente muy provinciano, al dirigir sus preocupaciones sólo hacia la situación chilena y no contemplar las circunstancias latinoamericanas en su conjunto.

22 Entre otros textos, se pueden consultar: María José Martínez Gutiérrez, Escritoras españolas en el exilio en México, 1939-1995, San Diego, University of California, 1995; Eduardo Mateo Gambarte, Diccionario del exilio español en México. Pamplona, Ediciones Eunate, 1997; Clara E. Lida, "La inmigración española en México: un modelo cualitativo", en Alicia Hernández Chávez y Manuel Miño Grijalva (coordinadores), Cincuenta años de historia en México. En el cincuentenario de Estudios Históricos, vol. 1, México, El Colegio de México, 1991, y Clara Lida et. al., La comunidad española en la Ciudad de México, México, Gobierno del Distrito Federal, 1999.

23 M. L. Tarrés, "Miradas de una chilena", op. cit. , p. 25.

24 Antonio Camou, "De la revolución a la democracia, pasando por el exilio. Una reseña de México: el exilio que hemos vivido. Memoria del exilio argentino en México durante la dictadura 1976-1983 de Jorge Luis Bernetti y Mempo Giardinelli", en Revista Litorales Año 4, núm. 5, diciembre de 2004.

25 La trayectoria intelectual de Lechner se puede conocer por Paulina Gutiérrez y Osmar Gonzales, "Última conversación con Norbert Lechner. Las condiciones sociales del trabajo intelectual", en Norbert Lechner. Obras escogidas, Lom Ediciones, Santiago, 2007.

26 Evidentemente, estas preocupaciones fueron parte de una agenda de un gran sector de la intelectualidad latinoamericana de aquellos años -setenta y ochenta-, y se traduce en importantes publicaciones como la que compiló Fernando Calderón, Socialismo, autoritarismo y democracia (1989), o las obras de Norbert Lechner, como La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado (1984), Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política (1988) y, como editor, Estado y política en América Latina (1981), ¿Qué significa hacer política? (1982) y Cultura política y democratización (1987). También los libros compilados por Henry Pease García, América Latina 80: democracia y movimiento popular (1981) y por Pablo González Casanova, América Latina: historia de medio siglo (1977), entre muchísimos otros.

27 Liliana de Riz -politóloga argentina- grafica así la importancia de Aricó: "una cosa era con Pancho [Aricó] y otra sin Pancho, para todo".

28 Es necesario mencionar que el exilio argentino en México estaba dividido. Por un lado, existía La Casa del Pueblo Argentino y, por el otro, la Comisión Argentina de Solidaridad (CAS). A esta última pertenecían, justamente, Aricó, Portantiero y otros intelectuales, como Oscar Terán y Sergio Caleti, entre otros, algunos provenientes de las canteras socialistas o de las montoneras: "Bueno, -recuerda Portantiero- nosotros estábamos en el CAS, que eran, digamos, los reformistas".

29 Por ejemplo, Francisco Delich nunca partió al exilio e, incluso, fue secretario general de Clacso y, desde esa posición ayudó, por medio de un tipo de beca, a muchos intelectuales argentinos para que no se vieran obligados a salir de Argentina.

30 Algunos títulos que se publicaron son: Karl Marx, Los elementos fundamentales para la crítica de la economía (1989), Max Adler, El socialismo y los intelectuales (1980), Otto Bauer, La cuestión de las nacionalidades y la social democracia (1979), Lucio Coletti, El marxismo y el derrumbe del capitalismo (1978), Karl Kautsky, La revolución social (1978), Jorge Feldman, Debate sobre la huelga de masas (1978), Karl Marx, El capital (1978).

31 Sólo a manera de dejar constancia de un hecho, señalo que un grupo importante de exiliados chilenos se estableción en el Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDE), como Luis Maira, José Miguel Insulza y Juan Gabriel Valdés, quienes, luego del retorno a la democracia en su país, han tenido un importante protagonismo en la escena pública como integrantes del gobierno posdictadura. Otro caso, y para la contrastación puede ser -como me lo ha sugerido Paulina Gutiérrez- el de aquellos intelectuales que, a pesar de las dictaduras, se quedaron en sus respectivos países.

32 Otras publicaciones de José Aricó son Gramsci y la teoría política (1979), La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina (1989).

33 José Aricó prologó la redición del libro de Carl Schmitt, El concepto de lo político (Buenos Aires, editorial Folios, 1984), poniendo a este autor en la mesa del debate.

34 Arnaldo Córdova estudió derecho, posteriormente, realizó estudios de Filosofía de Derecho en la Universitá Studi di Roma. Sus trabajos son fundamentales para el estudio del poder político en México. Algunos de éstos son: La formación del poder político en México (1972), La ideología de la revolución mexicana (1973), La política de masas del cardenismo (1974), La revolución y el Estado en México (1989) y La revolución en crisis: la aventura del Maximato (1995). El testimonio lo he reproducido de la entrevista que le hiciera en la Ciudad de México, el 2 de septiembre de 1988.


Osmar Gonzales, “El exilio: el debate latinoamericano”, Fractal nº 44, enero-marzo, 2007, año XI, volumen XII, pp. 21-50.