JORGE FONDEBRIDER Consideraciones sobre la imagen en poesía
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JORGE FONDEBRIDER Consideraciones sobre la imagen en poesía |
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El problema de la imagen poética
Uno de los mayores problemas que plantea el estudio de la poesía contemporánea es el de la imagen poética, precisamente porque suele asimilársela a la imagen pictórica. En su artículo “¿Hay poesía abstracta?”, Beda Alemann enfoca directamente el problema:
Acaso para responder a estos interrogantes convenga ir de lo general a lo particular, comenzando por revisar qué es lo que entiende el diccionario por “imagen”. Allí se ofrecen diversas acepciones de la palabra, pero, a nuestros fines, importan, sobre todo, dos: “ figura, representación, semejanza y apariencia de una cosa” y, con referencia a la retórica, “ representación viva y eficaz de una cosa, de una intuición o visión poética por medio del lenguaje ”. En el primer caso, se apela a una cierta comparación circunscripta a la materialidad de los objetos. En el segundo caso se habla de la representación de una cosa, intuición o visión poética, con lo cual se excede el marco de la mera materialidad. Ambas definiciones se apoyan en la palabra “representación” –que, en su acepción más pertinente, significa “ figura, imagen o idea que sustituye a la realidad ”. Se observa entonces que la palabra “imagen” implica una “representación”, la cual, a su vez, implica una “imagen”. Esas definiciones, por tautológicas, no sirven. Este inconveniente ya fue apuntado por José Ferrater Mora en su famoso Diccionario de Filosofía : “ Es usual llamar imágenes a las representaciones que tenemos de las cosas. En cierto sentido los términos “imagen” y “representación” tienen el mismo significado. ” Y más adelante agrega:
En el mismo artículo se lee que
Por su parte, René Wellek y Austin Warren, en su Teoría literaria , advierten que
Luego de indicar que los sistemas de clasificación de imágenes establecidos por psicólogos y retóricos son numerosos, mencionan:
Wellek y Warren citan a Ivor Richards, quien sostuvo que
Según ambos críticos, la eficacia de las imágenes “se debe a que son “vestigio”, “reliquia” y “representación” de la sensación.
Problemas para alcanzar una definición de imagen poética
Una manera de avanzar en la definición de lo que llamamos “imagen poética” podría consistir en revisar lo que los críticos han escrito al respecto. Los retóricos, por ejemplo, suelen repetir en sus manuales que la imagen es un tipo de metáfora. Si así fuera, resta todavía saber de qué tipo de metáfora se habla. La primera pregunta que se impone es si ambas figuras son asimilables a una única categoría. Los retóricos nunca se molestan en establecer límites claros. El crítico Luis Alberto Sánchez, por ejemplo, señala que
Y agrega: “La imagen es, pues, un grado más alto de la metáfora; un modo más directo de llegar al fondo de las cosas”. A este exceso de impresionismo, sucede otro problema. Tanto entre críticos como entre los poetas, hay una fuerte tendencia a identificar la imagen literaria con la idea que habitualmente se tiene de una imagen pictórica, con lo cual, al poner el acento en lo visual, se dejan de lado otras formas de percepción. Beda Allemann, por ejemplo, en su ensayo “La metáfora y la esencia metafórica del lenguaje”, advierte que
A pesar del valor de su observación, Allemann incurre en el error ya mencionado de identificar “imagen” con “claridad gráfica y figuratividad”, cuando –ya se dijo– no es indispensable que una imagen poética se identifique siempre con lo visual. En el mismo ensayo antes citado, Allemann insiste en el error cuando vuelve a identificar “imagen” con “imagen visual”: “ La primera metáfora de la que se sirve el hombre en el acto del conocimiento es la traslación de la percepción sensible a una imagen” . No obstante, existen instancias ulteriores. Herbert Read lo advirtió:
De acuerdo con esto, la imagen se presenta como un artificio diferente de la metáfora; no es lo mismo reconstruir la relación simple que puede existir entre, por ejemplo, el coral y los labios que reconstruir sistemas más complejos en los que, a veces, ni siquiera existe reciprocidad entre los términos asimilados. Para ello, como advierte Read, son necesarias muchas palabras y, por supuesto, tiempo. Conviene, entonces, sospechar de tanta facilidad. Para poder separar los tantos, resulta irremediable proceder mediante aproximaciones que permitan un deslinde.
Definiciones de “metáfora” antiguas y modernas
No sabemos qué es una imagen, pero, desde los tiempos antiguos, tenemos una idea de lo que es una metáfora. Aristóteles señaló en su Poética que
Quintiliano, en las Instituciones oratorias, dijo que “De una manera general, la metáfora es una similitud abreviada”. Para Du Marsais, en el Tratado de los tropos , de 1730,
Beda Alleman, en el último ensayo citado, recurre a la definición clásica:
A su vez, el rumano Tudor Vianu, en Los problemas de la metáfora , recoge una definición también clásica, que él mismo se encarga de criticar:
Hugo Friedrich, en Estructura de la lírica moderna, vuelve sobre la cuestión señalando que
Y más adelante añade:
Quisiera subrayar este párrafo final de Friedrich porque, justamente, en él podría encontrarse un posible punto de partida. Lo que Friedrich llama “metáfora moderna” no excluye la idea de comparación pero se aleja del modelo clásico que establece una relación entre afines. La novedad se refiere a una comparación de opuestos que tienden a fundirse mediante una operación más ambiciosa que la mera asociación. Quizá, buscando ejemplos en la poesía de Rimbaud o de Lautréamont –si bien es cierto que el proceso tiene, en términos de la poesía moderna, un antecedente en la teoría de las correspondencias de Baudelaire–, llegaríamos a la conclusión de que la metáfora que Friedrich denomina “moderna” es en realidad una imagen. Veámoslo en la práctica. La metáfora tradicional –por oposición a la “metáfora moderna” de Friedrich– establece relaciones entre mundos que poseen, al menos, un elemento que les es común, construye un objeto nuevo con rasgos que los mundos a los que sirve de vínculo poseen en común; la imagen para dar lugar a otro objeto puede prescindir de ese vínculo. Nada, por ejemplo, relaciona los términos del famoso soneto “Vocales”, de Rimbaud. Su primer verso implica ya un desafío: “A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul”. No creo que sea demasiado importante saber cuál es la operación que se registra en la mente de Rimbaud para establecer la asociación. Es imposible (más allá de las tradiciones a las que alude Lévi-Strauss en un reciente ensayo) comprobar elementos comunes entre dos series –vocales y colores– que carecen de puntos de contacto. Basta el sistema que, en su conjunto, constituye una imagen. Por otra parte, este ejemplo cuestiona la tan frecuente identificación de la imagen con lo estrictamente visual y, a la vez, plantea la existencia de un sistema complejo, que algunos llaman “objeto verbal”.
Tentativas de una definición funcional
La idea de la creación de un nuevo objeto es recurrente en la crítica y en los poetas. Véase, al respecto, la definición de Pierre Reverdy:
El crítico español Rafael Lapesa, en uno de los mejores esfuerzos que conozco para llevar a cabo una definición satisfactoria, escribe:
Lapesa, además de referirse a la naturaleza verbal del fenómeno, evita la ambigüedad de equiparar imagen poética con “nuevo objeto”. En la misma línea que Lapesa, pero en términos mucho más secos, el lingüista Stephen Ullmann anota que la imagen “es la expresión lingüística de una analogía" Hemos visto que Vianu se ha referido a una “operación mental” que, según Friedrich, constituye un salto que permite constituir una unidad a la que se llega buscando una diferencia, reconociéndola y, finalmente, anulándola. Johanes Pfeiffer, no demasiado lejos de Vianu y de Friedrich, intenta simplificar el problema estableciendo una diferenciación de imagen –en su caso, nuevamente pictórica– y metáfora. Para ello apela a una distinción de orden psicológico:
Con mayor claridad –y menos éxito entre los académicos– la perspectiva de una definición que atienda al impacto psicológico de la imagen poética sobre el lector fue planteada por primera vez por Ezra Pound. El suyo es en un intento de definición en el que la idea de imagen no se identifica mecánicamente con la de representación pictórica; de ahí su importancia. Pound, en 1913, sostiene que “Una imagen presenta un complejo intelectual y emotivo en un instante temporal." Y agrega:
Aun cuando en la definición de Pound falten precisiones, nos ofrece una perspectiva distinta que contempla la complejidad emocional que comporta la imagen. Tal complejidad no debe ser entendida como dificultad –las imágenes pueden ser tan complicadas o simples como las metáforas–, sino como la descripción de la manera en que se traban los términos que constituyen la imagen. Pound habla de “presentar”, no de “describir”. Para él, describir carece de sentido ya que la pintura o la fotografía tienen más posibilidades de descripción que las palabras. Por eso, en el segundo principio del grupo imaginista, anota que hay que “Prescindir de toda palabra que no contribuya a la presentación”. La imagen –y esta es posiblemente su valor central en poesía– permite una mayor economía de medios. Herbert Read relacionó esta última circunstancia con la de verisificación libre, puesta de moda hacia fines del siglo XIX:
La imagen como método
Vuelto sobre el tema de la imagen, Read también ha escrito que
A pesar de la reivindicación que Read hace de la sensorialidad y de la intuición, las técnicas para la construcción de imágenes existen. Fueron desarrolladas “intuitivamente” por los que hoy consideramos grandes poetas. Analizarlas y aprenderlas no garantiza la creación automática de imágenes “eternas”, pero es buen entrenamiento para cualquiera que piense seriamente escribir poesía. Un buen principio puede ser el “correlativo objetivo” de T.S. Eliot. Seis años después de la definición poundiana de imagen, Eliot desarrolló por escrito su idea:
En cierto sentido, Pound y Eliot están hablando de lo mismo, aunque hay elementos en ambas definiciones que las diferencian. La definición de Pound “presenta” lo que, desde su punto de vista, es una imagen. En la de Eliot se describe uno de los posibles métodos de construcción de imágenes.
Imágenes en acción
1) El proceso de escritura del famoso poema de Pound “In a station of the metro” (“En una estación de metro”) fue relatado por su autor y sirve a nuestros fines. De acuerdo con el crítico Kevin Power,
Apelando, en este caso, al modo de función del haiku, una de las posibles maneras de construir una imagen consistiría en presentar la mera yuxtaposición de los terminos considerados centrales de lo que se quiere expresar, sin que en ellos medie explicación alguna. El vínculo va a ser creado por el lector que, a través de esta operación, experimentará “la súbita liberación” a la que se refería Pound. 2) En el Romancero gitano, de Federico García Lorca, hay muchas imágenes que responden a otras modalidades de construcción, casi todas visuales, pero no metafóricas. En la primera estrofa del poema “Reyerta”, por ejemplo, los contendientes pelean en la mitad de un barranco. Los versos noveno y décimo declaran que: “ En la copa de un olivo/ lloran dos viejas mujeres ”. Para que la efectividad de esos dos versos se haga manifiesta, el lector deberá recomponer la visión que proviene de alguien que observa la pelea desde el pie del barranco. Las dos mujeres, en algún lugar de la ladera, parecen estar encima de uno de los olivos situados en el barranco. La observación es esencialmente pictórica y, para decirlo de algún modo, “literal”: lo que se ve se presenta como una figura plana, la lógica a la que se apela se sustenta en una realidad apariencial que borra nuestra experiencia previa de la perspectiva. 3) Por su parte, en su poema “Tembladerales de oro”, Francisco Madariaga, recurre a la repitición de una palabra (“oro”) veintidós veces a lo largo de diecisiete versos. El efecto logrado al nombrar y relacionar metafóricamente ese metal precioso con una serie de sustantivos que nada tienen de suntuoso y que, por lo tanto, difícilmente se pueden asociar al oro (“agua”, “aire”, “fantasmas”, “juncos”, “caballos”, “troperos”, “ponchos”, “lagunas”, “balsas”, “pasajeros”, “rebenques”, “barro”, “isletas” “yacarés”, etcétera) termina por alcanzar a todo el poema en su conjunto que se resuelve como una única imagen casi hipnótica, construída en base a la sorpresa de cada metáfora y a la reiteración y sin que medie necesariamente el elemeto visual.
La poesía en castellano y las metáforas
En el ámbito específico del castellano, cabe afirmar que, desde fines del siglo pasado hasta mediados del siglo XX, la metáfora gozó de gran aceptación en la poesía. Lugones, en el prólogo a Lunario sentimental, señalaba que la metáfora y la rima eran los elementos esenciales de la poesía contemporánea. Disimulando apenas ese credo mediante la eliminación de la rima, los poetas autodenominados “ultraístas” abusaron de la metáfora buscando sorprender a los lectores, estrategia que setenta años después luce modesta y, en general, mecánica. Borges –que parcialmente participó de los malabares ultraístas, de los cuales más tarde abjuró–, en su ensayo “La metáfora” (incluído en Historia de la eternidad, 1952) es, según el crítico Guillermo Sucre, terminante:
Pese a los reparos de Borges, después de García Lorca y de Neruda –así como de los excesos de sus epígonos–, la metáfora, por momentos francamente abrumadora en la poesía de lengua castellana, tendió a enrarecer lo que se proponía revelar. Aclaro, no obstante, que su uso no es malo en sí mismo. Sin embargo, durante mucho tiempo fue algo así como “el dogma” de la poesía, y el excesivo acatamiento de cualquier dogma favorece todo tipo de abusos los cuales, en última instancia, terminan por cansar. Acaso César Vallejo lo percibió y voluntaria o involuntariamente planteó su poesía como un nuevo punto de partida y, a la vez, como una vía de escape.
Un balance
A esta altura de la exposición uno bien puede preguntarse por qué tanta insistencia en separar metáfora de imagen, y mi única respuesta es que la imagen, en cierto sentido, aventaja a la metáfora. Arriesgo una posible razón: la imagen no se apoya únicamente en la sorpresa, mientras que, en buena medida, la metáfora sí. La metáfora tiende al golpe de efecto, pero a cada relectura ese efecto nos sorprende menos hasta que deja de sorprender del todo. Michel Le Guern, en La metáfora y la metonimia, describe en los siguientes términos el proceso de desgaste de las metáforas:
Rémy de Gourmont se refirió a la naturaleza metafórica de todo lenguaje humano. Borges, que sostenía que las metáforas se limitaban a los cuatro o cinco arquetipos básicos de la humanidad, señaló que el lenguaje comunica precisamente porque las metáforas de que se compone cristalizan dando paso al sentido. Esta pérdida de energía de la metáfora no se registra con la misma intensidad en la imagen que, por su naturaleza compleja, pareciera resistir mejor el paso del tiempo. En otro orden de cosas, la imagen permite eliminar, con mayor facilidad que la metáfora, las costuras visibles de la retórica. Hoy –y ya lo señaló Borges en su momento– las acrobacias metafóricas de Lugones apenas esconden lo poco que tenía para decir; otro tanto ocurre con la poesía empeñada en juegos de palabras resueltos exclusivamente a través de metáforas. El lenguaje no se limita a ser sólo eso, aunque a veces un sector de la poesía pretenda lo contrario. |