Daniel Sada

Ex-Absurdo


Sé que te importan un pito las predicciones que yo haga, pero no olvides que soy un hombre muy especial, soy, digamos, visionario... Mmm... con siniguales poderes para vislumbrar las cosas, y además casi nunca me equivoco. Acuérdate Trinidad que tenerme como amigo es como tener...– del equívoco al dilema de ir retrocediendo a poco, en infusa duermevela: él dizque escucha abstraído tratando de hacer recuentos sólo por no hacerles frente a los sucesos del día, tan cruciales como vagos, y aún menos a las ínfulas de...– Soy agudo como nadie...– Se complica la ilación de imágenes interpuestas en vista de que vencida Trinidad cada vez más se iba metiendo en lo suyo, y nomás había que ver su desgano y dibujarlo. Pero no se puede aquí, aquí donde las palabras aproximan lo que no y figuran lo que sí y se queda todo apenas en alusión o tal vez en un todo tan de bulto que oscurece los detalles, nubla o nimba, falla o fragua lo ya ingrato y deshuesado; sin embargo valga esto: sobre el mostrador los brazos y la cabeza (de plano), los primeros: extendidos, flácidos como de enfermo: lo segundo, la cabeza (¡qué desprecio por la arenga de Vénulo Villarreal!, mismo que monologando ufano justificaba sus seguras predicciones.

Ciertamente que al hacerlo se autonombraba "profeta", "elegido", "iluminado", "previsor" y un largo etcétera digno de enrevesamiento), pero más que la cabeza el gesto en sí, la mirada (ese entresueño importuno), la total indiferencia; pero más que eso su mente, a saber si... Trataba el abarrotero de darle orden de una vez a tantos dobles sentidos que se embonan al azar y se esfuman por lo mismo...– Cierto es que no tengo amigos de a montón, pero es mejor. Es que pocos me merecen... Tú sabes bien que la gente en su mayoría es bien bruta y bastante acomplejada, pues ¿qué más quisiera yo?– Dobles sentidos o ¿triples? Más en contra que a favor de Trinidad sus recuerdos, siendo que entrando en materia ¿qué se embona y qué se esfuma? Así, por relampagueo, en inversa conexión, las turbias apariciones de Olga Judith platicona y Juan Filoteo perplejo o al revés, por no dejar, o por la simple apetencia de contrastes y tanteos se infiltra lo relativo al trasunto de las cajas, sugestivas PARA SIEMPRE, y la riqueza metida en dos de ellas: ¡ojalá! porque la otra... Pero, bueno, por lo pronto: ¿qué tal que en vez de billetes hubiera pura basura? Y más atrás otros símbolos como flamas que se avivan. Escenas de lloro y risa, por decir: la madre acariciadora a bien de no dar consejos ni emitir una opinión, y el padre aún más circunspecto, también mimador chuloso, pero contimás forzado, haciendo cosas contrarias a su convicción de macho; sí, cuando Trinidad chiquito: los juegos tingo lilingo... Visto el contraste después: los hijos del haragán... Su imperdonable diablura... Aquel supraescupitajo... A propósito una cuña relativa a la flojera de quien por angas o mangas se sabía ya rebasado por todo lo que rodea al esfuerzo cotidiano. La vida a final de cuentas, desde mucho tiempo ha, era un problema resuelto, más lo fue a partir de haberse celebrado aquellas bodas cuya vibración aún es, de diferentes maneras, tema diario en Lamadrid.

Desde entonces a la fecha Trinidad cree haber cumplido con sus deberes filiales y en sus sueños lo confirma porque aparece en tinieblas la dizque foto señera tomada durante el fandango. En esa última imagen se corona, mal que bien, una lucha en contrapuntos: armonía-hazaña-coraje-desarmonía-dignidad-amores-perdón-dolor y por ende desde entonces Trinidad se echa unas siestas que dicho sea de refile, por la forma en que despierta, se ve que son pesadillas muy movidas, muy de culpas reiteradas y tamañas que picotean justamente sus lados sensibleros, tan escasos, pero sí– Si mis hijos me mantienen se debe a la admiración que me tienen desde niños. Soy un gran merecedor cuya dicha es tan sobrada que no la aguanta la gente–. Antítesis elusiva eso del escupitajo: es un hilo inenarrable que baja por boca y entra: alúdanse dientes de oro: sucinto baño tal vez, pero añádanse colmillos, lengua toda, por desfase, sin que falten (¡por supuesto!) muelas buenas y picadas. Así habrá de proseguir y tocar nomás de paso (porque sí) la campanilla, para que ¡posmo!, ¡grosero!, caiga ácido deveras, pueble vísceras o ¿no?– A mí no me duele nada. Tengo excelente salud– Dolor bebiéndose amores tanto más inextricables que el dundo arrepentimiento de saber que cuando duerme el hilo continuará, ¿y cómo eludir el asco?; el hilo sigue por fuera, por la piel y más delgado y quizá mucho más recto y deseoso de llegar rapidísimo al ombligo; ah, seguiría oníricamente culminando (¿por qué no?) en la taza, aquella taza: saliva y café con leche entremezclados que harían otro hilo fantasioso suspendido en el vacío–. Mis hijos triunfan a diario en los Estados Unidos. Desde hace ya varios años quieren que radique allá. Quieren comprarme una casa en Laredo o San Antonio. Pero bien saben que yo no me moveré de aquí mientras no haya por qué hacerlo. Además ya me conocen, saben que a mí no me gusta hablar inglés ni de chiste. Es un idioma muy rápido. Un tupido güirigüiri al que yo deveras no...– Reincidir dale que dale en las siestas pobladoras de secuencias incompletas: un rosario corrosivo y un sinfín ADJETIVADO tantas veces como sea, como esa vez, como fue: despertóse tembloroso como siempre Trinidad tocándose la nariz; como nunca el tic nervioso porque oyó ciertas ideas que sí le estaban llegando... ¿Atisbos de sueño: como plasta escurridiza: la percepción del entorno: imágenes en pingajos... y los chascos en desorden. Conexiones arbitrarias: la tienda, Vénulo hablando, el rumor desde la plaza, el corredero de afuera, sus hijos contestatarios: allá pues. Y aquí... en fin–. Ahora me vas a escuchar –don Vénulo Villarreal respiró profundamente para... (Trinidad volvió a lo suyo: su obsesión harto evasiva: en serie de retornelos y regostos enfermizos se iba hundiendo más y más: abismo con asidero a su alcance dado que: aún a flote su inocencia, su arrobo como deseo, o como vano recurso para mantenerse al tanto, entonces querría estar presto, al sesgo, ¡oídos!, al cabo, ¡un zumbido en altibajos!)–: preveo un mitin de protesta de gente de esta región que irá hasta la capital; en ese mitin irán tus hijos mero adelante...– Siendo repunte inconsciente... y estorboso y redivivo: los recuerdos persuadían ¿cuál y cómo?... El pasado era lo eterno y el presente una premisa... Por desgaste lo que mella: el pasado ¿inabarcable?

El entresueño venció: Trinidad volvió a acordarse de su padre MINIATURA, de cuando decidió irse a vivir a su ranchillo: ¡pobrecito!, con tristeza sepultaba su amor propio, su ambición, al igual que lo hizo él: ÉL: A MODO SOÑADOR: después de haber celebrado aquellas bodas de plata, con ardor, pero sereno: la no ansiedad de saber lo que no tiene sentido: nada, ¡etcétera!, o quizás algunas cuantas palabras, pero aisladas, o también: frases-nudo, frases-fórmula, o atisbos o arrimos nimios, al cabo inexactitudes que el azar diluye y trae como sucedió esa vez, levemente a sus oídos entraron cosas como estas: "mitin", "región" y "protesta", además, "tus hijos mero adelante"– Preveo que habrá matazón, no masacre, o qué decirte: habrá mucho corredero, desbalague al por mayor. Y ya que estamos en esto, de una vez debo aclararte que no es lo mismo masacre que matazón o matanza, la segunda no es total, pero en cambio...– "corredero", "matazón", "desbalague al por mayor": el chispeante salterio de palabras en decurso para formar una frase incompleta pero grave: "tus hijos mero adelante..." Fue entonces cuando Trinidad entreabrió su ojo derecho cual si intuyera de pronto la siguiente predicción –...lo visualicé hace rato, pero ahora te lo digo: no preveo que se despachen a tus hijos en el mitin, serán quizás los primeros en escapar de las balas, de eso ten seguridad...– El regreso al entresueño de Trinidad por hastío. Oyó lo que debía oír y así fue recuperando los trasuntos pesarosos a fin de llegar a un tope, empero medio difuso; empero, estaba por aflorar la clave de sus embrollos, líos oníricos lastrados, desatados torpemente por no saber bien si eran reales, o quizás, y no obstante asegurarlos cual si hubiesen ocurrido ayer mismo ante sus ojos. La frescura: la evidencia, contimás el florilegio de minucias y acomodos: antojable, y más ahora que Trinidad ni siquiera, como sucedió otras veces, le dijo: "¡espérate!", "¡estáte!", "¡barajéamela despacio!", o algo así nomás por darle a las prefiguraciones un poquillo más de hilo, o ponerle sal de más, y a la postre más azúcar, pero no, ni para cuando, no hubo escamoteo sabroso; jaladas las predicciones hacia un centro de falsía, intuitivo, a contrapelo, estaban por dispararse más supuestos en cadena, porque más suelto que nunca Vénulo siguió explayándose sin darse por enterado del desplome somnoliento de: Trinidad, camino al rancho, cuestas, curvas: todo a pie. Descansar en una cueva. El virtual ordenamiento, habida cuenta que el padre no había vuelto a Lamadrid en casi ya mes y medio, y el hijo (puede inferirse) concibió un plan canallesco, dicho sea: ir a arrebatarle al padre su herencia correspondiente; para mayor precisión: la fortuna por entero; que dictara el testamento, lo firmara de una vez, y el notario ¿dónde?, ¿a qué horas? Ninguno había de prosapia en esa región chilera. Sin embargo, en la lógica del sueño el notario (de Monclova) estaba en el rancho, ¡oh!, tomándose unas caguamas con su padre y platicando acerca de las lagunas que se encuentran en las leyes.

Querría agarrarlos borrachos para... Si el padre se resistía no había más que acomodarle unos tres-cuatro fregadazos y ¡a dictar!, ¡a firmar ya! Y si de paso el notario, aparte de su gorreada, se resistía al tecleadero, pues también darle dos-tres. Tórrida extrapolación. Golpes no hubo, ¡la verdad! Ni siquiera Trinidad escupió nunca a su padre como lo hicieron sus hijos... Dale y dale por deseo, un obseso contra aquello que interrumpiera o desviara sus extravíos presentidos. Otro hilo para atar– Y te vuelvo a repetir: tus hijos no morirán, más bien me los afiguro como un par de comadrejas temblorosas y escondidas en alguna de las cuevas cercanas a Lamadrid, la de El Zopo, por ejemplo, aunque tal vez no sea ésa, sino otra más lejana, a lo mejor en alguna de las que hay en Acatita...–. En tránsito y gradación los fragmentos de una arenga que oblicuamente metióse en los mundos refalseados de un sueño en el que volaban muchisísimos billetes con velocidad de tromba: interrupta la espiral en el polo de una nube. Y a la sazón, por alivio, el decurso que desciende a las copas de los árboles. Una inacción pasajera. Luego... al fin... sendo viaje horizontal (a una altura más humana): y los billetes tendidos volando como chanates; no obstante que era en lo bajo, el ahora abarrotero no podía coger ninguno, cogió en cambio una palabra y furioso la estrujó como si fuera una plasta que amasara entre sus manos: Z-o-p-o... Zo-po..., Z-o-po... Zo-p-o... en desgarro pertinaz o moldeo preparatorio, ergo: El Zopo... Cercanía-cueva-escondrijo, aunque aún sobrevolaba la idea de que sus engendros se refugiaran allí. Empero la conexión con su trama de somonte, trompicada por demás, afanosa y casi ilógica, amén de que a Trinidad le gustaría colocar esa cueva en otro sitio, en su sueño, claro está, dado que él podría pasarse una noche o todo un día dormitando como un león en la boca del cubil, y justamente lo haría si le quedara de paso, cuando fuera por la herencia... Un desvío premeditado, siendo que en el sueño el tiempo da volteretas ideales como para atar al vuelo lo que no se puede atar, como esto: que al ir al rancho del padre se encontrara con sus hijos: ¡en la cueva!, ¿por qué no? Vino entonces la resaca a más tranquilizadora de las dizque predicciones– Para curarse en salud el gobierno apilará al desparramo de muertos, los subirá a la cajuela de una camioneta azul y los andará mostrando por pueblos, ranchos, villorrios, lo de aquí de la redonda, a fin de que sus parientes puedan identificarlos... No lo olvides, la camioneta es azul... ¿Azul?, ¿sí? Adivinar el color era ya una exageración, pero... Azul onírico, ¿gris?, ¿verde mate?, ¿carmesí? Tanteo indirecto (fallido) pinturreando las escenas: las del sueño, otras, apenas, donde el haragán quisiera que el interior de una cueva fuera de color marrón. Pero "camioneta", "cueva", "muertos", "pueblos" y demás, en un embrollo tan gordo y a la vez tan apretado. Así los síntomas luidos: choque o capricho o alivio... ¿cómo?, ¿dónde?– Y lo vuelvo a repetir: no aparecerán tus hijos entre la pila de muertos. Así es que no te preocupes...– Vivos, corriendo: muy lejos, o escondidos en la cueva de...

Alcance premonitorio cuya cuerda aún podría encontrar la redondez.

Quiérase la asociación de otras tantas impudicias, pero el límite aún estaba a una distancia impensada y: Vénulo siguió explayándose cual si le dijera al techo lo que habría de suceder en un lapso de dos meses. Un sinónimo de altura, simulacro traspasable y grandeza ilimitada, bienhechora siendo que: era el techo su vigía porque Trinidad pues no. En la guala y para largo: paso a paso: el haragán: ya se sabe dónde andaba. Pasos, taconeos fragosos, los de Cecilia de pronto y su anuncio harto gritón: ¡Quiero ir a ver a mis hijos! No obstante se percató de la tristísima escena y entre extrañada y villana soltó una frase impulsiva:

–¡Vaya!, ¡Dios mío!, ¿qué les pasa? Mi marido está bien súpito y usted, como siempre lo hace, echándose sus discursos.

Malogro del visionario al sentir que la señora adrede le había cortado su campante inspiración. Obligada la mudez, y de suyo entelerida, dibujóle al orador una mueca de disgusto. Entiéndase a fin de cuentas su entusiasmo posterior, tan inmóvil como fresco: la presencia de Cecilia (su cara siempre su cara) le fustigaba los nervios: a favor, a mor de un temple que no estaba todavía en su punto, sino apenas, y deseando, por lo menos, una dulce miradita, pero cómo si...

–¡Dése prisa, por favor!... ¡Ayúdeme a despertarlo!

–¿Y para qué es necesario si...?

–Quiero avisarle que voy a ver cómo están mis hijos.

–Mm... si quiere yo la acompaño.

Por fin esa miradita adornada de rubor; colorada, parpadeante. Y no sabiendo (si bien) qué pensar del señorón, Cecilia empezó a mover un brazo de su marido, suavemente sin jalarlo, y sin quitarle la vista a... Vénulo le cerró un ojo... y entonces sí lo esquivó. Cierto: movía el brazo de su amado nada más por hacer algo que le calmara los nervios: por lo pronto. Además se sintió chula, vieja chula que además aún traía en su cabeza el zumbadero piporro de aquella radionovela donde se oían varias voces de personas bien mañosas, cocoreras, y lo peor, respondonas casi siempre; y pues estando en tal trance, e imbuida de crueldad, Cecilia querría aventarse un intercambio de juicios con Vénulo Villarreal, pero Trinidad allí, casi muerto al parecer, porque, bueno: siendo que ella con su apuro deseaba en serio apurarse, optó por algo más rápido, alegre y rudo a la vez, o sea que: en vez de seguir moviéndole el brazote chuletón: guango cual más extendido sobre el mostrador de vidrio, le empezó a hacer cosquillitas en los sobacos sudados. Reacción: uy: ánimo a medias. Luz: la misma: paradoja, y tiempo y espacio iguales: Trinidad desengañado: y nuevamente a lo suyo: seguir soñando a lo loco. Entonces Cecilia al tiro:

–¿Pues qué no me oye, don Vénulo?... ¡Ayúdeme a despertarlo!

Más cercanas las miradas. No obstante la intermitencia. El pretexto valía poco: sacudir al dormilón.

–Yo con darle dos manazos lo despierto en dos segundos– dijo Vénulo, mordaz.

–Nomás no lo vaya a hacer. No se pase de chistoso.

Y los dos en acto suave –más cercanas las miradas. El sabor de los reojos–: cosquillitas por doquier sobre el bulto que de pronto respingó diciendo: "¡¡¿¿Quihubo??!!"

Entre adormilado y listo Trinidad escuchó esto:

–Voy a salir de la casa para ir a ver a mis hijos. Quiero platicar con ellos.

–A ver... Mm... Este... Repítelo... ¿Que vas a irte...?, ¿a platicar...?

Lo mismo más deletreado Cecilia dijo de nuevo y le agregó más detalles, tantos y más ampulosos a fin de que su marido no le frustrara el intento.

–Bueno, ve, nomás no vuelvas muy noche.

–Ay, Trinidad, ¿cómo crees?

–Digo, tienes que volver a casa máximo a las diez y media.

–¡Oh!... Dame chanza hasta las once.

–¿Pues qué tanto vas a hacer o qué les vas a decir?... Lo que deberías hacer es tratar de convencerlos de que se salgan del circo en el que andan metidos.

–Eso sí lo veo difícil.

–Pues inténtalo siquiera.

–¿Que lo intente?, ¿para qué?... Creo que en vez de darme órdenes deberías acompañarme.

–Yo no voy. No me interesa. No quiero perder el tiempo –y lanzó un bostezo cínico estirando sus brazotes para añadir, a la fuerza, sea: dándole un tono chillón a su excusa de arandillas–: es que si voy a la plaza es probable que me duerma en alguna de las bancas.

Sangronada rajadora, tanta porque se antojaba un culebrón pedantísimo que tuvo como reemplazo un nuevo y largo bostezo. (Aaauuugggaaaauuugggmmmnnn)

La pedantería hasta el tope o la flojera ¿veraz?

Mientras tanto...

Como zorro acorralado entre dimes y diretes Vénulo nomás miraba a Cecilia ¡con un gusto...!, temeroso, respetuoso, aunque listo, por si acaso. Boquiabierto, y a resultas: la esperanza, oh, tan remota; y también a Trinidad de repente con reojos: casi no, casi dudando, incluso mejor ya no.

–No creo que pierdas el tiempo... y tú lo sabes muy bien.

–Lo único que yo sé es que mis hijos me odian... O dime ¿ya no te acuerdas?, ¿eh?, ¿quieres que te lo repita?

–Pero...

–Si Salomón me escupió, tal vez ahora me golpee, y delante de la gente. Además, como uno influye en el otro y como andan de fanáticos, no dudo que entre los dos me surtan hasta cansarse.

Silencio a contracorriente. En lo alto el escupitajo: resbalando todavía...

Para Vénulo un gran dato, útil para elaborar un extenso y turbio augurio, pero, estatua incrédula y ¡ojo!: con tres pelos erizados. Claro que sí y muy en serio: gran dato desgarrador: mucho más para Cecilia que bajando su mirada se abstuvo de agregar algo retador, melodramático, además –se percató–: casi radionovelesco. Entonces la sumisión para evitar reprimendas... y compungida y trabada dijo algo muy quedito:

–Mm... Tú no quieres a mis hijos.

–Los adoro... (aaauuugggmmmnnn)... los extraño, pero yo más bien quisiera...

–Está bien... Entiendo todo... Voy a regresar temprano, no quiero que tú sospeches que yo me portaré mal, y hasta es más... vendré antes de las diez.

–¿Y la cena?

–Te la dejé preparada... También puedes esperarme... Como quieras... Bueno, adiós.

Y salió. Diríase que se esfumó, aunque al principio lo obvio: lenta, fingida salida: casi arrastrando las chanclas. Una actriz no convincente. Mas cuando ganó la calle: correlona, entusiasmada, ahora sí, como quería. Lo hizo por no sentir que no iba a recorrer de palmo a palmo un calvario: llanto en vilo: cuestarriba: no, ¡qué va!, así que como de rayo se fue a incrustar en la masa.

Recompensa.

Disimulo.

Algo como de salvación.

...O despeje de la angustia.

Despeje: su hipocresía. La táctica de Cecilia –yéndonos a su costumbre– era no pedir permiso. Avisar, pero al hacerlo, su muestra de decisión se tornaba en prontitud de a tiro dulcificada con detalles cariñosos como podían ser "mi rey", "mi amorcito", "papacito", o bien "mi todo" o "mi cielo": muy a secas cada cual. Cosas hueras semejantes debía emplearlas de refile cuando iba a confesarse, o simplemente iba a misa, o a ver a cualquier amiga, o para cualquier pretexto: la amplia gala de requiebros dicha como en retahíla, pero sólo en las salidas. Y lo extraño (más o menos): en esta ingrata ocasión se le olvidó algo halagüeño como siempre, o no quiso, o concluyó que la presencia de Vénulo echaría todo a perder, ergo: la había puesto muy nerviosa; no obstante se despejó con sólo echarse a correr, ¡y quién la viera... deveras!, ¡parecía que algún cachano le hubiera prendido un cohete!

Ejem, hacía mucho que Cecilia no corría de esa manera.

¡Ya!

Y acá... Veamos la incertidumbre de uno que desea dormirse y otro que quisiera hablar pero no sabiendo cómo. Mientras tanto los silencios. Sutilezas necesarias: en la tienda: apagamiento. Una suerte de penumbras... Quiérase como figura tras el impacto: ¿qué más?: virtual desconocimiento de Vénulo: estupefacto: acerca del haragán, así que: ya hecha la sensación: un minuto fue bastante (el entrampe era propicio): henchido de poderío Vénulo soltó de a poco su veneno de costumbre:

–¡Vaya!, ¡vaya!, conque tus hijos te odian y hasta te pueden golpear porque de hecho te escupen, ¡uta!, nunca me lo imaginé, y eso que tengo intuición. Con razón andan como andan: de rebeldes a lo tonto, y lo peor, muy cerca del matadero, ¿te das cuenta? Pero por lo que estoy viendo tú estás peor porque... ¿eh?... ¿Me oyes?...– Reincidente el cabeceo: entresueño tan supino (de a deveras) por abulia. Y crease cierto el desplome sobre el mostrador de vidrio sin reparo en las palabras de Vénulo Villarreal. No era la primera vez, siempre lo hacía el haragán cuando el fanfarrón de Vénulo amagaba con soltar su discurso resentido, mismo que tras solaparlo con presunciones y augurios pareciera provenir de un mensajero del cielo. Sin embargo, parte extensa de una arenga contra todo, contra sí, era lo que se truncaba casi a diario o, por lo visto, era pura conveniencia de hipócrita comerciante, esto es: sobra decir que ese hablinche era su cliente seguro (por la mañana: cigarros; al mediodía cualquier jugo enlatado o coca cola que se tomaba allí mismo, y por la tarde pan bimbo: donas, panqués, mantecadas... o papitas o churritos y otra soda de una vez, pero ¡entiéndase!: casi a diario, que no a diario) y también el más antiguo. Pues con eso quede dicho que si antes el recurso de mostrarse flojeroso a Trinidad le sirvió para ahuyentar las arengas de un ser tan acomplejado (y profeta, para colmo, y regañón, porque sí), hoy más que exceso o lirismo, hoy el sueño sí era en serio, hoy por ser precisamente el día de la votación, ¿sí?... Pero aún falta entrever la premisa más aislada: jamás el abarrotero le confió a persona alguna la causa de su apatía– No entiendo por qué te duermes... ¿Qué te pasa?... ¿Por qué sufres?... A lo mejor lo que quieres es confesarme un secreto... Pues suéltamelo, ¡carajo!, tenme fe, yo soy tu amigo... Pero por favor ¡despiértate!...– Nada. En las mismas. O peor. Entonces la prendidez de Vénulo que pensó en Cecilia, su ¿imposible? Ir tras ella, aprovecharse (chispa-excusa-buen momento). Pero antes, por dignidad, no obstante que el haragán de suyo desatendiera los reborujos verbales habidos y por haber, Vénulo puntualizó su legítimo reclamo (dizque), pero, diablo, por demás, aunque allá muy en el fondo– ¡Me molesta que no me oigas y por eso es que ai nos vemos! Quédate con tus dolores y con tus sueños de loco.

Al fin fuera. Y el apuro... Mejor tomarlo con calma. Sería inútil perseguir a una mujer angustiada. Además, no quería entrar en la bola y fue que prudentemente se detuvo en una esquina, la primera que encontró, incluso la más segura, sea: por donde debía pasar Cecilia de regreso. Esperarla. Relajarse. Llegó el tiempo de fumar (a sus anchas), como si eso le sirviera para idealizar su amor. De pie allí: Vénulo crédulo. Un modelo de esperanza encarnado en ese cuerpo con joroba (mas no tanta) que alcanzaba sin embargo una altura de uno ochenta. Un profeta lugareño –a saber quién le creyera–, siempre con la frente en alto (mas no tanto), que necesitaba amar a la imposible Cecilia, uh... ¡si ella le correspondiera! Un fulano afirmativo, aunque bien convenenciero, quien, por pura necedad, tenía enjundia suficiente para esperarla durante años deseándola como nadie. Sólo un beso, por ejemplo. Ya un abrazo sería excelso, y un tuteo pues mucho más. ¡Ojalá que alguna vez! Mientras tanto fume y fume... Mientras, ay, tan sólo se conformaba con verla pasar junto a él, a tres metros, ¡ya con eso!, para lanzarle un piropo suavecito, suspiroso: "Adiós mi amor... Te ves bien", y no importándole un pito que Cecilia lo mirara y se sintiera feliz por oír lo que había oído.

Oh, deseo.

 

Daniel Sada, "Ex-Absurdo", Fractal n° 3, octubre-diciembre, 1996, año 1, volumen I, pp. 77-90.