Luis Miguel Glave
Letras de mujer
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Luis Miguel Glave Letras de mujer
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El escritor boliviano Joaquín Aguirre Lavayén declaraba muy suelto y seguro a una pregunta del periodista Mario Baptista Gumucio sobre Manuel Isidoro Belzu, presidente boliviano entre 1848 y 1865: "Belzu es el árabe cornudo que se traga en silencio el veneno que le sirve Ballivián... El presidente de Bolivia José Ballivián le quita a su bella esposa Juana [Manuela] Gorriti y le degrada al rango de humilde sargento. ¿Sabes querido mago lo que es un árabe cornudo?... ¡Es un volcán: en ese corazón de Belzu bulle un volcán reprimido que en su profunda amargura encuentra alivio amando a sus dos hijas y amando a esos indios quechuas y aimaras tan infelices y explotados como él". Ésa es la base de uno de los argumentos de su novela teatral Guano maldito, con varias ediciones populares en su país. El problema es que nunca se podrá probar fehacientemente que Belzu fuera árabe y, sobre todo, para lo que nos interesa, cornudo. Sin embargo, ésa es una "verdad" narrativa literaria en Bolivia. También lo es aunque pareciera que el tema no compitiera a ese otro discurso narrativo el de la historia. La licencia literaria puede representar, a fin de cuentas, la "indignidad" cornuda de Belzu como argumento; incluso alguien podría decir que de eso se trata, pero sabemos que es algo más. Es un discurso cotidiano que se ha hecho casi oficial en Bolivia. No en vano, a guisa de ejemplo, Guano maldito tuvo un relativo éxito para un mercado editorial como el boliviano.
El manual de historia boliviana de Humberto Vázquez Machicado, uno de los más difundidos resúmenes de la época, al presentar el periodo presidencial de Manuel Isidoro Belzu, "deja constancia de estas intimidades, pues por ellas, por un drama de amores y celos, se ensangrentó casi diez años la historia de Bolivia". Menos suelto de adjetivos que el literato, el historiador califica a Belzu como un hombre herido por la "deshonra", causa última de las guerras intestinas y las venganzas que se sucedieron desde 1847. El discurso historiográfico moderno no deja de elevar la supuesta infidelidad [privada] de la argentina al rango de explicación de la lucha [pública] entre Ballivián y Belzu. Así, el propio Tulio Halperin Donghi asume, en Reforma y disolución de los imperios ibéricos 1750-1850, que el enfrentamiento "encontró estímulo en la incontrolable pasión del presidente por la esposa de Belzu"; aunque, en defensa de la diferencia de este discurso sobre los anteriores, fue el varón el incontrolado y no la mujer la inculpada. Como quiera que sea, un asunto privado, indemostrable, cobra el rango de explicación discursiva, en el fondo de la cual la mujer aparece en el génesis nacional boliviano como la misma víbora tentadora, la "moza y hermosa" de la perdición masculina con la que se regodeaba la misoginia literaria del siglo de oro español y el barroco americano.
Mary Louise Pratt, en un interesante artículo titulado "Las mujeres y el imaginario nacional en el siglo XIX", publicado en la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana número 38, decía sobre las escritoras americanas de la época: "Me propongo, a través de una serie de ejemplos, observar cómo las mujeres intelectuales latinoamericanas, sobre todo en el siglo XIX, han contemplado el proceso de construcción nacional, y cómo se han situado (imaginado) a sí mismas con respecto a éste". Eso es lo que desde distintas perspectivas han venido haciendo vari@s estudios@s* de las mentalidades, las ideas y la historia de género en el siglo XIX americano. El caso de Juana Manuela Gorriti es paradigmático en Argentina. Mary Louise Pratt analiza, junto a otras obras, la historia de un salteador en Sueños y realidades de Juana Manuela Gorriti. Dice que sus personajes femeninos se abocan a la causa de la supervivencia colectiva y a la continuidad social como sus tareas fundamentales, complementarias del papel militar masculino: imagen del papel de la mujer en la fundación nacional que aparece en varias obras de pluma femenina. Por su parte, Lea Fletcher, quien dirige un taller literario dedicado al estudio de la vida y obra de Juana Manuela Gorriti en Buenos Aires, señala, en "Patriarchy, medicine, and women writers in nineteenth century Argentina", ensayo que aparece en el libro editado por Bruce Clark y Wendell Aycock, The body and the text. Comparative essays in literature and medicine, que la escritura femenina en Argentina ha sufrido la misma pobre valoración por la crítica que en el Perú. Escritoras que contribuyeron a crear la novela en ese país y que pusieron las bases de un discurso femenino vienen siendo, sin embargo, revalorizadas. La propia Juana Manuela Gorriti fue despachada rápidamente por la primera historia literaria argentina de Ricardo Rojas con adjetivos duros (como ocurrió también en el Perú). Otra es no obstante la receptividad social y cultural de su figura. Juana Manuela Gorriti es la única mujer escritora "conocida por prácticamente todos quienes pasaron por la educación escolar" en ese país. Es identificada por su escritura, aunque no deja de mencionarse el protagonismo de su familia y sus patriarcas. Para ese imaginario nacional, Juana Manuela Gorriti es una escritora argentina y la de Argentina es también una idea que ella contribuyó a forjar. La primera novela corta argentina es, para esta crítica, nada menos que la limeñísima La quena. ¿Quién fue Juana Manuela Gorriti y cómo despertó estos encendidos sentimientos discursivos? ¿Cómo fue que llegó al Perú y por qué en ese país alumnos de escuela, textos universitarios y el corpus y la historia literaria no la han recordado, aunque fuera como pérfida traidora capaz de encender la historia machista de un país? Era sólo una niña cuando en 1822 vio entrar en los salones de su aristocrática casa en Salta a Juana Azurduy. "El loor a sus hazañas flotaba ante mis ojos como un incienso en torno a aquella mujer extraordinaria y formábala una aureola" escribió en Tierra natal, ya anciana, Juana Manuela recordando. La mujer transformadora del mundo, la conductora del corcel y de los hombres, pero también la humillada en la historia por su intrepidez se revela como síntesis de su género en el perfil que retrata de un recuerdo bordado entre la historia y su biografía. No es muy claro que la infante de cuatro años tuviera en la memoria a la gigante luchadora de La Laguna en la guerrilla independentista de Bolivia. Es evidente, en cambio, que la todavía vivaz anciana tuviera en su propia identidad un ícono formado de la lucha por definir y defender su ser y su género en la historia nacional americana.
Juana Azurduy luchó al lado de su esposo Manuel Ascencio Padilla en la turbulenta época de los movimientos patriotas contra el dominio español en el Alto Perú. Los patriotas del sur no podían acabar con la hegemonía española en la sierra, y ante ella, rebeldes de distintos pueblos llevaron adelante luchas heroicas, desiguales y tenaces. Juana participó en todas las campañas su terreno de combate era conocido como el de "los guerrilleros Padilla" y, en 1816, muerto su esposo, llevó adelante ella sola los combates, hasta que tuvo que abandonar el territorio altoperuano para refugiarse en la frontera salteña, donde Güemes había puesto en jaque a los realistas. Allí recibió el título de "teniente coronela de la Independencia" y fue reconocida en elevación lírica de la mujer que trota como "ilustre amazona" de la patria. El padre de Juana Manuela mandaba en Salta muerto Güemes en último aleteo de los realistas cuando la niña la vio. Luego de la Independencia definitiva en 1824, regresó la Azurduy a su tierra Chuquisaca; lejos de recibir algún reconocimiento, vivió en la pobreza, el ostracismo y la soledad con que las nacientes repúblicas premiaron a las mujeres que lucharon por crear un orden nuevo. Así la tuvo en su recuerdo Juana Manuela cuando escribió, sutilmente: "algunos caudillos tuvieron envidia de esa gloria femenina".
La pluma de Juana Manuela dejó un espléndido repertorio de imágenes, ficciones y testimonios. Como bien han señalado las recientes estudiosas de su obra en la Argentina, se erigió en biógrafa para autenticar su escribir autobiográfico entre personajes y paisajes; un discurso americano y nacional se abrió paso en su incansable carrera editorial. (Obras completas. Tomo II, Panorama de la vida, 2» parte y Misceláneas.) Junto a la mujer popular y libertaria que retrató en su recuerdo de Juana Azurduy, otros íconos marcaron la visión del mundo de la escritora. Así retrató también, con mucha imaginación, al líder salteño de la Independencia Martín de Güemes. "Un guerrero alto, esbelto y de admirable apostura. Una magnífica cabellera negra de largos bucles y una barba rizada y brillante cuadraban su hermoso rostro de perfil griego y de expresión dulce y benigna." Montaba un "fogoso caballo negro como el ébano" y a su lado pendía una espada que "brillaba a los rayos del sol como orgullosa de pertenecer a tan hermoso dueño". (Güemes: recuerdos de la infancia.) "Ídolo de los corazones", "columna de la patria", el general de los gauchos lograba que humildes campesinos y ganaderos se trocaran en aguerridos combatientes que profesaban lealtad absoluta a su mágico conductor. Así retrató Juana Manuela Gorriti a uno de los mitos del imaginario regional argentino. Cuando pasó por Salta, de regreso del Perú, hacia 1880, difundió su Güemes junto con otras plumas reivindicativas del héroe. Salta era una activa villa andina que desempeñaba un papel de bisagra entre los Andes y el río de la Plata. Su espacio estaba dominado por un pequeño pero sólido grupo de propietarios de tierras y ganado, comerciantes y vecinos, una clásica oligarquía local surgida del comercio pero con las mismas expectativas de nobleza y aristocracia de otras dominantes en villas de rancio abolengo señorial. La familia de Juana Manuela era una de la más representativas. Su padre, José Ignacio, fue amigo y socio político de Güemes, mientras que su hermana, Juana María, era casada con el general Manuel de Puch, otro líder regional, hermano a su vez de Carmen Puch, la esposa de Güemes. Su tío, conocido como el canónigo Gorriti, fue uno de los políticos más importantes de la fundación republicana argentina. Iniciada la Independencia en el Atlántico en 1810, la consolidación de las Provincias Unidas del Río de la Plata no podría lograrse si no se derrotaba a los españoles del Perú. En el altiplano altoperuano los guerrilleros de las republiquetas no estaban en condiciones de derrotar al ejército profesional realista, y las fuerzas rioplatenses no pudieron apoyarlas. Juana Azurduy simboliza esa bancarrota: no logra consolidar un frente, debe refugiarse en Salta y consigue medallas, homenajes y promesas que nunca redundaron en efectivo apoyo económico y político. En 1815 se convoca a un congreso en Tucumán, donde participan los poderes locales y el revolucionario de Buenos Aires, cuando el poder central surgido de 1810 se había desmoronado. Hasta que San Martín consiguiera liberar Chile y marchar por la costa sobre el Perú, la frontera militar sería Salta. Ya las facciones habían empezado a transformar la guerra: de liberadora frente al poder hispano a civil entre grupos de poder, entre caudillos que más que tener una nación se la imaginaban. En Salta los poderes locales fueron tolerados y el dique defensivo frente a los realistas fue financiado por la oligarquía regional. Se formaban facciones internas entonces y el pueblo, campesinos, ganaderos y arrieros, sujetos a los propietarios, eran movilizados por sus amos, que afianzaban así su hegemonía en la nueva circunstancia política que esa guerra estaba creando. Güemes se impuso a los bandos y logró ser tolerado por militares, caudillos y políticos del poder central y por el Congreso tucumano, según lo sugiere Atilio Cornejo en su ensayo "Historia de Güemes" (publicado en la extensa compilación de Tulio Halperin Donghi, Reforma y disolución de los imperios ibéricos 1750-1850). Resistido el poder de Güemes por otros hacendados y recelosos políticos, viajeros como King lo describieron como un déspota. Años más tarde Mitre lo ubica como un anárquico caudillo menor. Su aspecto personal incluso fue dibujado por el general Paz como una contrafigura del héroe: gangoso y de mal aspecto. Cuando muere, en 1821, Forbes, el encargado de negocios norteamericano, cuenta que se produjeron tiroteos de facciones que se oponían a que fuera enterrado en la catedral. Sus epígonos han logrado "probar" el lugar donde se produjo su muerte, cuando huía de una celada, para contradecir el maledicente rumor de que fue sorprendido y herido por un grupo realista en el lecho de su amante, escena que por lo demás, así burdamente presentada, compartieron con distinta suerte Ballivián (con la amante, que no era Juana Manuela Gorriti), el propio Bolívar y otros caudillos de las guerras americanas del siglo XIX. La aristocracia local y la historia oficial convirtieron a Güemes en el gentilhombre de bella estampa y noble corazón al que seguían, cual querubines de un sueño nacional, cientos de gauchos tan imaginados como los bucles de la magnífica cabellera negra del caudillo que Juana Manuela retratara, de otro de sus supuestos recuerdos bordados de la imaginería de su clase y de su región.
La civilización y la barbarie, la lucha interminable, aquí y allá, forjó entre el drama épico y la parodia humana un nuevo panorama nacional en los pueblos andinos. Bolivia nació de una disidencia enclavada entre dos hegemonías del norte y el sur. El Perú rompió con Bolívar y la Gran Colombia, y se iniciaron las luchas internas entre caudillos y líneas políticas. Sin dejar de mirar su antiguo complemento del altiplano interviene en las luchas internas paralelas de Bolivia. Mientras en la inmensa Argentina, Rosas inicia un largo dominio bajo el telón de fondo de la lucha entre los unitarios y los federales, Facundo Quiroga (el Facundo de Sarmiento) entra en Salta a sangre y fuego en 1831. La propia familia Gorriti se divide. El guerrillero Pachi Gorriti, tío de Juana Manuela, se adhiere a los triunfantes federalistas de la Patria Nueva, mientras que José Ignacio, el padre, que había logrado la unidad de los poderes locales salteños, se ve precisado a huir con los unitarios, hombres de la Patria Vieja, seguidores de la estela regionalista de Güemes. Siguiendo el camino inverso al de Juana Azurduy, la joven Juana Manuela cruza la frontera hacia Tarija, terreno intermedio y disputado entre la posible Bolivia y la ensangrentada Argentina andina. Ahí la aristocrática Gorriti conoce a un modesto joven militar, Belzu. Enamorados, enfrentan los fantasmas de la oposición paterna y las diferencias de una fina educación y un rudo aprendizaje hasta que contraen matrimonio en 1833. ¿Cómo entrar en la trama de la relación de Juana Manuela y Belzu sin caer en el tópico imaginario de la infidelidad posterior de la esposa? Es decir, ¿por qué dudar de la trama privada de un romance triangular y no de la del primer encuentro romántico? Manuel Isidoro Belzu nació en La Paz en 1808; su padre era Gaspar Belzu, y su madre, de humilde condición, Manuela Humeres. Aunque así figura en la escritura, el chisme enemigo lo hacía hijo de un "árabe" desconocido que tuvo relaciones de manera ocasional con su madre. Otros, como un diplomático brasileño, recogieron la versión de que fue hijo natural de un sacristán de Oruro. Pero por su estampa física, su fama trascendió como la del "árabe" Belzu, el "terrible beduino", como lo llamara Victoriano San Román, incansable fabricante de insultos escritos desde Lima entre 1853 y 1855. De niño se dedicó a vender fósforos o "pajuelas", por lo que sus seguidores, que sí se contaron por millares, fueron llamados los "pajueleros". A los quince años escapó de San Francisco, a donde había sido llevado para educarse, y se enroló en las tropas de Santa Cruz. Detenido y devuelto a su casa, su hermano quiso hacerlo oficinista, pero el temple aventurero y de armas del futuro caudillo militar y presidente boliviano no pudo ser domeñado, según lo anota Humberto Vázquez Machicado en Glosas sobre la historia económica de Bolivia. Fue la pluma de la propia Juana Manuela en Panoramas de la vida la que retrató el talante de las aventuras militares de quien fuera su marido; retrato que luego ha sido eternizado por el discurso que denigra a la propia autora, como veremos. Luchó al lado de Santa Cruz a pesar de ser, como su mujer, que sutilmente habló e hizo política, ferviente anticrucista. Su ascenso no fue en muelle almohada árabe, sino que tuvo la dureza de los caminos fragosos de las sierras, con altibajos vertiginosos. No era un desconocido cuando dio su golpe de Estado en 1848. Su gran capital era su rudeza, su valor, su entrega y su ambición. En Tarija, en 1833, al inicio de su trajinar por la guerra, bajo el mando del general José Ballivián, conoció a la Gorriti. ¿Cómo se produjo la atracción de la sutileza y la elegancia de una formación aristocrática, inclinada a las letras desde pequeña, por ese oscuro y a la vez brillante militar que vendió pajuelas, esgrimió las armas y su valor como argumento y no tenía más pergaminos que su mote de árabe? La pareja vivió intensamente su romance. Dos hijas alumbró la escritora. Entre 1833 y 1848 vivió los vaivenes de la expresión más cruda del militarismo americano, la mitad del tiempo que va de 1828 a 1848, etapa cerrada por Belzu, el introductor de las masas en la política, el "tata Belzu" de la plebe en que se apoyó para sorpresa de la aristocracia. Fue entonces cuando se desarrolló la trama con la que iniciamos este artículo: el encuentro de Ballivián y Juana Manuela; los celos de Belzu, el encono; la guerra y final victoria del líder de los pobres, el "tata Belzu", y el general de los aristócratas, Ballivián, experto jugador de rocambor y seductor a quien Alcides Arguedas (La plebe en acción) acusó de haber "puesto en problema la fidelidad de todas las mujeres casadas". Un distanciamiento entre la pareja se produjo a los pocos años de matrimonio; eran personalidades fuertes y entregadas a sus pasiones el poder y la guerra él, la vida y las letras ella. Una fértil e imaginativa historiografía, en Bolivia y Argentina, ha interpretado los sucesos privados, ora defendiendo la "moralidad" de Juana Manuela, ora condenándola. La tinta ha corrido más en la segunda vertiente.** ¿Exceso pasional de los historiadores? ¿Intrascendente o inútil debate? ¿Impertinencia? A fin de cuentas, pudo tratarse de un desliz, de un error, de los celos de un "moro"; fue un tema único, irrepetible, privado, que se recuerda por su impacto en la escena pública y nada más. El apasionado triángulo, sin embargo, fue menos privado que público y la representación que de él se ha hecho en el imaginario popular, más influyente en lo privado, lo íntimo, que en el olimpo público de los héroes de las nacientes repúblicas. Un libro de crónica histórica "estrictamente cronológico" pero imaginativo, que narra las aventuras de los caudillos individualistas de los inicios republicanos de América, La América bárbara, de Emilio Rodríguez Mendoza, es un buen ejemplo de la inventiva (entre individual y colectiva) colocada como narración de la realidad. Rodríguez Mendoza fue un autor chileno que escribió desde fines del siglo XIX; novelista (Última esperanza, Santa colonia) que escudriña la historia para su material literario. La obra consta de "libros" sobre Juan Manuel de Rosas, Gaspar Rodríguez de Francia, "De Santa Cruz a Melgarejo", y García Moreno, las cumbres del caudillismo y la aparente irracionalidad política de una naciente América. En el episodio boliviano, un capítulo narra el suceso del ascenso al poder de Melgarejo (el siguiente caudillo popular boliviano): "Belzu ha muerto... ¡Viva Melgarejo!". Melgarejo, "melgacho", alcohólico, gordo, mujeriego, amante de una chola, Juana Sánchez (otra figura femenina de escarnio masculino en la imaginación histórica boliviana), a quien "tenía" como orgulloso propietario. En medio del desconcierto, cuando La Paz estaba en poder de Belzu (cuyo ascendiente popular ha sido irrebatible hasta muy recientemente), luego de haberse descalabrado el mando de Achá, entonces en el mando nacional, Melgarejo logra entrar hasta el palacio. Dice Rodríguez Mendoza: "La escena ha sido contada de diversas maneras, como que da para todas las fantasías, porque es enormemente única; pero lo exacto es que después de derrotado, Melgarejo entra a palacio, mata o hace matar a Belzu y sale en seguida, pasando sobre el cadáver, a dar fe pública de la defunción. ¿Quién vive ahora?... pregunta ¡Belzu ha muerto!... ¡Viva Melgarejo!". Efectivamente, sobre ese episodio tenemos otra narración: Melgarejo entra en palacio, Belzu pensó que venía a rendirse y abrió los brazos para una reconciliación, Melgarejo le reventó la cabeza de un pistoletazo, afuera el pueblo esperaba y salió Melgarejo con el consabido "Belzu ha muerto..." Así lo relata o lo toma José Luis Lanuza en "la novela de Juana Manuela Gorriti", Chabela. Algunos textos como estos o como el de Alfonso Crespo (Manuel Isidoro Belzu, historia de un caudillo) y otros han circulado en Bolivia profusamente, haciendo de Belzu un héroe popular.
El municipio revolucionario posterior al año 1950 convocó a concursos sobre la vida de Belzu. En el discurso "heroizante" que resultó, algunos de los momentos más llamativos, por lo románticos, provienen del retrato que hizo el puño de Juana Manuela Gorriti, la más íntima y firme de las plumas que contribuyó a "crear" a Belzu. Sin embargo, cuando el discurso habla de la esposa, la condena tiene los ribetes ya mencionados. No obstante lo cual, consta que la pareja intentó reconciliarse luego de su separación (cuya razón y tema queda en el universo privado de los actores), y que en el momento de la muerte del héroe populista, Juana Manuela fue quien recogió el cadáver, encabezó un cortejo de mujeres del pueblo y pronunció un discurso fúnebre aunque, por lo bello, podemos pensar que efectivamente estamos ante otra imagen creada entre los mayores deseos y remordimientos. En 1828, desde el Cusco, donde ejercía la prefectura, el general Agustín Gamarra llevó adelante, por encargo presidencial, la primera invasión peruana a Bolivia. Se trataba de consolidar las posiciones antibolivarianas, pero de paso, la presencia del ejército peruano fue tenida siempre como una invasión. Durante varios meses, las tropas peruanas ocuparon el vecino y reciente país e intervinieron en la política interna de manera abierta y descarada. El mariscal Sucre había tenido que dejar el mando; sus fuerzas "colombianas" se habían disgregado, convirtiéndose en bandoleros en Bolivia, donde hirieron al propio Sucre, y en Salta, donde inclinaban la balanza en favor de uno u otro bando de las facciones políticas regionales. No fue una época grata en el recuerdo ni en la imaginación nacional de Bolivia, ni Gamarra un héroe. Sin embargo, ello no explica la figura que una historiografía ha construido con su esposa, Francisca Zubiaga, La Mariscala. Según esta versión, el jefe boliviano José María Pérez de Urdininea, sucesor de Sucre, en lugar de enfrentar la invasión se confabuló con Gamarra, "cuyo tálamo compartía, ya que la esposa de don Agustín, la famosa Mariscala, de cuyo histerismo nos dejó páginas admirables Flora Tristán, por variar de los oficiales del Estado Mayor de su esposo, no desdeñaba a los jefes del ejército enemigo", así lo refiere Humberto Vázquez Machicado (véase Obras completas, volumen III). Nuevamente, una mujer que desafía los espacios masculinos e ingresa de manera abierta en el terreno público es objeto de sanción moral en el discurso. La venalidad de una frase como la anterior no ofrece duda. Pero podría decirse que el tono es motivado en la afrenta del marido al orgullo nacional. Sin embargo, como en el caso de Juana Manuela Gorriti, la reacción evidente del discurso masculino se inclina por la intriga de alcoba, en Bolivia o Perú, donde los hombres tienen mayor inseguridad sobre sus "posesiones" femeninas. Intrigas de las que Francisca Zubiaga nunca estuvo libre. Libelos que la llamaban "adúltera impía" y la opinión del viajero francés De Sartigues que la ve como "una terrible compañera para un esposo honorable" son algunas muestras del elenco. Incluso es famoso el supuesto romance, flirt o coqueteo de Francisca con el libertador Bolívar en Cusco, al punto que Sucre le escribió a éste que Gamarra lo celaba ante la confesión de la propia mujer sobre su cortejo. Las circunstancias del matrimonio de Gamarra y Francisca son diferentes a las de Belzu y Juana Manuela. Un curioso acuerdo, fraguada la ceremonia de enlace, permitió liberar del encierro monacal a la joven cusqueña. Sin embargo, no existiendo las circunstancias del encuentro romántico, tampoco hay evidencias de desacuerdos matrimoniales y, más bien, la mujer estuvo con el marido en todas las acciones de los turbulentos años de la iniciación republicana peruana. El vínculo romántico que la unió al español Bernardo Escudero hasta el fin de sus días puede ser tenido como "prueba" de infidelidad. Bien visto, sobre el vínculo por demás extenso y profundo no se pueden saber sino los signos exteriores: lealtad, devoción, ternura, aprecio. Sin embargo, la ternura y el romance van en contra de la otra imagen que de Francisca Zubiaga se ha hecho: la mujer varonil, preocupada por lo público más que por lo privado, capaz de todo por llevar adelante su política maquiavélica. El símil malicioso que le hicieron en la representación de La monja alférez, de Pérez Montalván, en el teatro limeño mereció una censura y un escándalo político. Lo cierto es que La Mariscala desafió el imaginario del papel de la mujer y las relaciones de género. El discurso no perdonó. Pero el castigo del destierro y la muerte solitaria en la lejanía fue peor. No fue ella la única mujer que en la práctica o en la literatura cruzó los linderos permitidos y recibió un castigo infame: a fines de siglo, al cerrar el ciclo que Juana Manuela abriría en Lima, Clorinda Matto, desterrada; Mercedes Cabello, desquiciada en el manicomio; Margarita Práxedes Muñoz, autoexiliada en Chile huyendo de la pobreza y de la violencia doméstica. Pero también, curiosamente, ellas despertaron admiración; como Francisca, de quien el gran historiador republicano del Perú, Jorge Basadre, ha escrito: "el nombre de esta mujer excepcional tiene todavía un redoblar de tambor y sigue convocando a los azares de la emoción. Amenaza la primacía que entre las mujeres del pasado peruano tuvieron la Perricholi y Santa Rosa de Lima como símbolos de los dos extremos de su sexo, el pecado y la santidad, lo cortesano y lo divino. Amazona rediviva en los Andes, monja alférez reencarnada en la primera anarquía republicana, encarna no el amor a Dios o a los hombres sino al poder." ¿Mujeres sumisas? o, por el contrario, ¿impías, cortesanas, adúlteras? ¿Incapaces de amar? Júntese a Juana Manuela Gorriti y su pluma que no guardó silencio; a Francisca Zubiaga luchando por lo suyo, amando de distintas maneras; a Manuela Sáenz luchando por su patria y su amor, desterrada como las otras, solitaria y enterrada en el desierto del olvido. Las mujeres "extraordinarias" parecen conferir un grado "ordinario" a su voz disonante en el canto monocorde de la historia oficial de las intrigas. Podríamos seguir la vida privada de ellas, especulando si Manuela Sáenz traicionó a su marido, el doctor inglés James Thorne; si Flora Tristán se casó obligada o por propia voluntad con el "rudo y mediocre" Andrés Chazal; si para escribir su testimonio y luchar por los derechos de la mujer dejó de lado a Bertera, Chabrier y otros que la "amaron apasionadamente". Pero ésa es otra historia, a la que no podríamos llegar sin el testimonio de páginas como las de Juana Manuela.
Luego de los sucesos personales y públicos de La Paz, que la obligaron a dejar Bolivia y a sus hijas, el rastro de Juana Manuela parece llevarnos a Arequipa entre 1845 y 1850, donde alguien la llama "animadora de la vida cultural de la ciudad", aunque sólo parece deslizar la opinión sin que medie evidencia alguna. No tenemos certeza de la fecha en que se avecina en Lima, pero lo más aceptado es que su primera estadía fue entre 1850 y 1863. En La literatura peruana del siglo XIX Alberto Varillas dice: "no adquiere sin embargo vigencia dentro del país durante su primera y larga permanencia en la capital (1850-1863) sino cuando, después del asesinato de su esposo (1865), se instala en Lima, donde vivirá más de una década y organiza sus conocidas veladas literarias." Eso, sin embargo, no se confirma por el testimonio de Angélica Palma, ni el estudio palmiano de Oswaldo Holguín, ni otros documentos. Ya había publicado en Lima supuestamente antes de llegar, según esta cronología y se había producido un acercamiento a los bohemios, luego de una intensa polémica que siguió a la publicación de La quena, su gran primera novela. En el trabajo más documentado sobre la vida y obra de Ricardo Palma (Tiempos de infancia y bohemia. 1833-1860), fundador de una literatura peruana y un imaginario nacional perdurable en el siglo XIX, Oswaldo Holguín refiere sobre Juana Manuela Gorriti: "dama argentina casada con el caudillo boliviano Manuel Isidoro Belzú [sic], se estableció en Lima avanzada la década de 1840 a y dio a conocer trabajos literarios muy pronto". La quena (leyenda peruana) fue dedicada a las limeñas:
Por lo que podemos suponer que la autora estuvo en Lima antes de 1848. La obra es una trágica historia con final dantesco que Ricardo Palma usó luego en "El manchay-puito", una de sus famosas Tradiciones peruanas. Dice Holguín: "Ganado por los años y la nostalgia, afirmó en sus memorias que La quena, obra que según él despertó grave polémica acusada de inmoralidad, era la más bella novela que se ha escrito en la América Latina después de María, de Jorge Isaacs." El autor no encuentra en El Comercio rastro de tal polémica. Sin embargo, Angélica Palma, quien sin duda guardó muy puntual los recuerdos de su padre, menciona en su biografía sobre Ricardo Palma: "la época en que enconados ataques del elemento retrógrado a La quena, una de las mejores producciones de la novelista argentina, suscitaron ardorosas protestas del grupo juvenil." Alberto Varillas consigna la opinión de Palma en La bohemia de mi tiempo sin matizarla: "la más bella novela que se ha escrito en la América Latina" después de María, de Isaacs; el romance fue considerado una pieza "inmoralísima" por los mojigatos (similar redacción que la de Angélica Palma). En 1852, también en El Comercio, Gorriti publica "El guante negro", con tema argentino. Ya entonces es una reconocida escritora en Lima. En esa época fueron famosas sus tertulias, que no deben confundirse con sus veladas literarias posteriores; se refieren éstas a la primera época, reuniones de charla y "tertulia" que no llegaron a estandarizarse. Juana Manuela era afecta a la música y a las bellas letras; atrajo y alentó a muchos "bohemios", nombre de la generación de escritores que fundaron el romanticismo peruano. "Palma fue uno de sus más decididos admiradores, primero, y, más tarde, afectísimo amigo y camarada; dedicó la tradición Infernum el hechicero, y en 1857, cuando su amistad era mayor, La venganza de un ánjel [sic], relatos que acompañó de sentidas frases y versos de ofrecimiento escritos de su puño y letra en el precioso álbum de la atractiva señora."*** La dedicatoria de "Infernum..." indica que Juana Manuela solicitó y alentó esta que fue la primera "tradición" llamada también romance por Palma, tal vez impresionada por su antisantacrucismo y su truculencia, "pues gustaba de los asuntos macabros". En "La venganza..." Palma, que la escribió en y para el álbum de Gorriti, escribió la siguiente dedicatoria:
Lima, octubre 23/857
En el anverso de la dedicatoria una acuarela representa a una pareja de palomas en actitud amorosa, ilustración propia de álbum y con relación al relato. Al final y al margen Palma anotó: "Candideces de muchacho/R.P./1902". Se publicó sin los versos en 1866. Palma comentó que desde 1851 la casa de Juana Manuela era "centro de la juventud literaria", "centro de reunión" de los intelectuales de la época. Los bohemios la trataban "con la misma llaneza que a un compañero". En la misma biografía de Ricardo Palma, su hija Angélica consigna la anécdota que "confirma la estimación que la dama argentina tuvo por su padre". El bohemio Clemente Althaus se hallaba un día en su sala:
La hija de Palma sugiere que eso ocurrió en 1870, pero debió ser hacia los años cincuenta, pues en 1857 ya Palma trataba de tú a Gorriti. Holguín piensa que la anécdota habla de la personalidad de la anfitriona, "de su estilo de mujer experimentada en el trato social, desinhibido y hasta algo mundano" que a Palma y otros "sin duda impresionó y cautivó". Cree Holguín que Juana Manuela Gorriti venía de alternar en un alto mundo de Argentina y Bolivia con personajes y "sabía conducirse con la elegancia y altura propia de una dama familiarizada con las normas de la urbanidad aristocrática de su tiempo". Palma lo apreció e incluso lo asimiló. Sigue a su manera la impresión de Angélica Palma: "dama de treinta y tantos años, superior a ellos en experiencia y ciencia mundanas y que, mujer al fin y al cabo, no descuidará el salpimentar sus charlas y consejos de hermana mayor con tal cual granito de coquetería". Su primera estancia en la capital peruana fue entrañable. La historia limeña y la de la literatura peruana no pueden prescindir de esos encuentros culturales de quienes escribían las primeras imágenes nacionales en una ciudad que, gracias a la prosperidad proporcionada por las crecientes exportaciones, podía abrirse a la modernidad y al republicanismo. En ese momento, esta mujer de vida agitada y apasionada fue un faro de congregación y suscitación. Luego de su regreso a Bolivia, entre 1863 y 1866, cuando muere su marido, retorna a Lima (1866-1877), época en la que patrocina sus famosas "veladas literarias" en 1876. Fue la cumbre limeña de la literatura romántica y de la vida social y bohemia. Permaneció Juana Manuela en Lima hasta poco antes del inicio de la Guerra del Pacífico en 1879. Pasó nuevamente por Arequipa donde en 1877 se publica A la eminente escritora Juana Manuela Gorriti: homenaje a su paso por Arequipa, colección de poesías de literatos de esa ciudad; luego por su natal Salta hasta su final establecimiento en la capital Buenos Aires (1877-1892). Sin embargo, de esta presencia notable en el medio literario limeño, como señalamos, su registro ha sido poco elocuente en la cultura y la memoria del Perú. Un párrafo de La literatura peruana del siglo XIX, de Alberto Varillas, sintetiza la pobre imagen que Juana Manuela Gorriti ha tenido en la historia literaria peruana:
La Revista de Lima (octubre 1860-junio 1863) fue el gran aporte de los románticos. Fue fundada por José Antonio de Lavalle y José Toribio Pacheco y dirigida sucesivamente por Casimiro Ulloa (1859-1860), Lavalle (1860-63) y Palma (1863). En ella escribe Gorriti y es una de las animadoras de esa publicación. Como ella, otras mujeres escribieron en Lima. Una presencia notable de mujeres escritoras aparece con lo que Varillas llama la generación de 1837-1851. Antes se cuenta sólo a Flora Tristán, polémica y tangencial; la propia Gorriti; Juana Manuela Laso de Eléspuru, que hizo tres obras de teatro y "mediocres" poesías; entre los románticos de 1821-1836, a las "discretísimas" Rosa Mercedes Riglos de Orbegoso a quien considera promotora y Teresa González de Fanning a la que ve como educadora. En otro momento, al hablar de la generación de 1822-1836, figura Rosa Mercedes Riglos de Orbegoso (1826-1891) como "dama de sociedad que participó de las veladas literarias de la señora Gorriti y que organizó reuniones similares". Escribió con el seudónimo de "Beatriz" en El Correo del Perú, El Perú Ilustrado y otras publicaciones. En la aludida generación (1837-1851) aparecieron: Mercedes Cabello de Carbonera y Carolina Freyre y Jaimes de "importancia como novelistas"; Lastenia Larriva y Carmen Potts, periodistas; una poetisa "fecunda", Felisa Moscoso y una ensayista y compositora, Manuela A. Márquez. Alberto Varillas no menciona en su repertorio a Margarita Práxedes Muñoz, nacida en Lima en 1848, que escribió La evolución de Paulina, novela que según Francesca Denegri (El abanico y la cigarrera) intentaba revelar el anacronismo de la iglesia católica en una era de "realidades científicas". Margarita se estableció en Chile en 1885 "huyendo de la pobreza y de un marido violento" y escribió su novela en 1893. En San Marcos obtuvo su grado de psiquiatría médica y ejerció como médico en Santiago y luego en Añatuya (Argentina) donde falleció.
Las cumbres de la escritura femenina fueron Mercedes Cabello y Clorinda Matto, fundadoras de la novela en el Perú, con tema social, realista y moderno. Una escribió en ambiente urbano con polémica y escándalo cuando retrató la vida limeña y puso un tinte anticlerical a su discurso; la otra, en ambiente de campo serrano. La más reconocida por la crítica ha sido Clorinda Matto, cuya "coronación literaria" fue el 28 de febrero de 1887 en las veladas de Juana Manuela. Mercedes Cabello era discípula de Gorriti con quien tenía una amistad literaria y personal muy cercana. El 21 de septiembre de 1876 se inició también en las veladas Abelardo Gamarra, "el Tunante", otro de los grandes costumbristas peruanos. De manera que el vínculo de Juana Manuela con los escritores y su aporte a varias generaciones fue un hecho muy concreto. La escritura de Juana Manuela fue un episodio peruano de la Lima de mediados de siglo. Llegó casi fugada de su drama boliviano y vivió de la literatura y de la enseñanza de niñas. Mostró hacia el Perú mucho más aprecio que el que hasta ahora se le ha dado ahí a su figura. Fue una animadora de la vida cultural. Dirigió revistas, escribió en diarios y organizó las veladas literarias, una práctica que compartió con iniciativas similares en otras latitudes americanas. Su prestigio fue inigualable y la vida limeña de nuestro personaje puede ocupar muchas páginas. Pero detengámonos en esta segunda parte; más que en la biografía, en el contexto y los significados de la práctica literaria de Gorriti y algunas mujeres escritoras de la capital peruana y demás capitales americanas donde se definía y debatía la construcción de las relaciones de género y el papel de la mujer en la sociedad. Cuando las pasiones del inicio republicano habían cedido lugar a otras condiciones de vida, a otras expectativas, a otras biografías. En 1874, en el Club Literario de Lima, cenáculo intelectual patrocinado por los civilistas entonces ya en el poder, Carolina Freyre de Jaimes se convirtió en la segunda mujer que recibió el honor de integrarse a ese selecto y prestigioso centro de producción ideológica la primera fue nada menos que Juana Manuela Gorriti. Ése fue el punto culminante de un proceso que los intelectuales románticos y civilistas proclamaron: "milagrosa transformación de la mujer se ha cumplido" en el Perú (Ricardo Rossel en el discurso de presentación de Carolina Freyre). Bien mirada la literatura y el discurso de la época, en el que se inscribían los éxitos sociales de los trabajos de Gorriti y de Freyre, se trataba de un mensaje prescriptivo. La mujer debía ser la guardiana del hogar, santuario básico de la sociedad criolla deseada: blanca en lo racial, moderna en lo ideológico, antitradicional superación de lo colonial como sinónimo de estancamiento y ocio y burguesa en lo social. En 1958, el escritor liberal pero canónigo de oficio Francisco de Paula González Vigil puso la cumbre del discurso en Importancia de la educación del bello sexo. La mujer por la educación se integraba en la vida nacional; pero a la vez, como lo sintetizó en un eterno dicho la propia Carolina Freyre, el lugar de la mujer era el de "ángel del hogar". Guardiana de lo privado burgués donde el hombre encontraría el remanso a su lucha en el terreno de lo público. El hogar y la familia nuclear eran la piedra angular del discurso moral de la burguesía en ascenso. Francesca Denegri desarrolla esta hipótesis y da una visión general del discurso de estas escritoras en El abanico y la cigarrera. La primera generación de mujeres ilustradas en el Perú. Tal vez el punto donde mejor se notaba la prescripción burguesa criolla con respecto al género femenino era en la lucha por lograr que las mujeres criollas aprendieran a querer criar a sus hijos. Como es bien sabido, contratar nodrizas o "amas" que incluso amamantaban a los niños era, hasta fines del siglo pasado, práctica común en una ciudad como Lima. Las mujeres negras fueron especialmente requeridas como nodrizas de los vástagos de las familias criollas y burguesas. Contra esa práctica se alzó un discurso prescriptivo que tuvo su impulso mayor ya a fines del siglo XIX e inicios del XX. María Emma Mannarelli ha señalado en su ensayo "Las mujeres y sus vidas" (Ideele 84, Lima 1996) cómo la familia no era nuclear: "el discurso dominante no ha definido con precisión los contornos de la identidad femenina a propósito de la maternidad". Sin embargo, hay una gran mortalidad infantil y femenina, y la práctica del Estado fue la de dar seguridad a los nacimientos y velar porque la familia fuera el sostén de la sociedad imaginada.
Pero, así como los escritos y las prácticas sociales de estas mujeres podían cumplir con un papel funcional en la ideología de clase en surgimiento, también fueron un resquicio de prédica por derechos de la mujer que transgredían claramente el papel que se le asignaba en la sociedad, incluso en el proyecto republicano burgués. Juana Manuela y Carolina Freyre fueron amigas y colaboradoras. Carolina Freyre de Jaimes escribió Un amor desgraciado en Tacna en 1868. En Bases documentales para la Historia de la República del Perú, Jorge Basadre dice de ella: "escritora tacneña, relacionada con una familia de impresores y de periodistas de esa ciudad, casó con el intelectual boliviano Julio Lucas Jaimes y fue la madre del gran poeta Ricardo Jaimes Freyre. Su padre fue Andrés Freyre, editor y periodista. En Tacna editó, en 1869, un obra del político boliviano Zoilo Flores, ministro en Lima en los comienzos de la guerra de 1879, y la tradición dice que colaboró en la obra llamada Efemérides americanas precedidas de un bosquejo histórico sobre el descubrimiento y la guerra de la Independencia de la América española. En 1878 publica en Tacna María de Vellido, drama histórico en cuatro actos y en verso. En 1879 se representa en Lima su Blanca de Silva, episodio de la época colonial, drama en cuatro actos que en 1883 se publica en La Paz. La actividad literaria de Carolina Freyre fue notable. Su amistad con Juana Manuela, con quien dirigía la revista femenina y cultural El Álbum, se rompió bruscamente antes de que Juana Manuela dejara el Perú.***** El motivo, conforme dejan ver las fuentes, habría sido un intento poco feliz de Carolina y su esposo, Julio Lucas Jaimes, que también escribía en Lima con el seudónimo "D. Javier de la Brocha Gorda" con un estilo de imitación de Palma, según Juana Manuela, que nunca perdonaría la ofensa de prohijar un "tradición" de Palma, usando el chisme boliviano de la infidelidad de Gorriti y la violencia desatada en torno a ella entre Ballivián y Belzu. La ofensa acusada por Gorriti ha sido registrada por los biógrafos de Julio Lucas Jaimes en Bolivia, según lo anota Edgar Oblitas en Julio Lucas Jaimes en el Perú de Ricardo Palma. También se pueden consultar las cartas de Juana Manuela a Ricardo Palma (Biblioteca Nacional, Lima) donde efectivamente manifiesta su animadversión por Jaimes y por su esposa, la señora Freyre.
En Buenos Aires, como en Lima o México, las revistas para mujeres proliferaron en las primeras décadas republicanas. Una preocupación por el papel de la mujer en la comunidad nacional imaginada era evidente entre los escritores varones, productores de ideología y de un balbuceante discurso dominante nacional. Como en Lima, en estas publicaciones la pluma femenina era invitada cotidiana. Ahí también el mensaje era el de poner a la mujer como "ángel del hogar". Los escritos femeninos demandaban el respeto por el papel de la mujer en el hogar al que convertían en lugar seguro contra la tiranía y proclamaban la necesidad de la educación femenina, que no se contradecía con sus otras obligaciones hogareñas. Publicaciones como La Aljaba, dedicadas al "bello sexo", se difundían ya en 1830. La maternidad republicana, proclamada desde el discurso hegemónico en formación, fue usada por las escritoras para defender sus derechos femeninos, abrir un espacio en la conformación nacional para la mujer, reflexionar sobre sus derechos y desarrollarse en la educación, en donde destacaban de manera tal que había más mujeres que hombres alfabetos. El discurso maternal burgués puede ser leído en la pluma femenina como un paso de confrontación, toma de conciencia y lucha de la mujer de la ciudad criolla en el nacimiento de la nación; así lo señala Francine Masiello en "Ángeles en el hogar argentino. El debate femenino sobre la vida doméstica, la educación y la literatura en el siglo XIX". Eso ocurrió en Lima con las veladas de Juana Manuela Gorriti y las revistas femeninas, entre las que destacó La Alborada, dirigida por la propia salteña. En un estudio renovador, titulado Una visión urbana de los Andes. Génesis y desarrollo del indigenismo en el Perú 1848-1930, Efraín Kristal ha señalado que fue en 1860 cuando novelas y cuentos, que podemos llamar indigenistas, fueron publicados por intelectuales que se agrupaban tras el novel sector exportador de los grupos dominantes de la sociedad peruana. Sé bueno y serás feliz, de Ladislao Graña y, sobre todo, Si haces mal no esperes bien, de Juana Manuela Gorriti, son las obras que llevan el nuevo discurso sobre el indio en el proyecto del Perú exportador de la oligarquía terrateniente. Poco conocida o difundida, esta obra de Juana Manuela Gorriti trata de una joven y un muchacho que se enamoran sin saber que eran medios hermanos. La chica era el fruto de la violación de una india por un militar. Se trataba de un argumento similar al que la crítica literaria peruana ha considerado la primera obra indigenista, salida de la pluma de la otra fundadora de la novela peruana, la cusqueña Clorinda Matto de Turner. La novela de Matto apareció en 1889 en un contexto diferente dominado por un discurso crítico, posromántico, mientras que la de Gorriti fue publicada en 1861. Cabe recordar que fue justamente Juana Manuela Gorriti quien patrocinó las primeras lides literarias de la escritora cusqueña al calor de sus famosas veladas semana tras semana en su propia casa. El cuento de Gorriti, ha señalado Kristal, "arremete contra la opresión de los indios por parte de un sistema feudal corrupto, el mismo que, unos treinta años más tarde, sería blanco de las invectivas de González Prada". Por su lado, Francesca Denegri, en El abanico y la cigarrera, el mejor trabajo sobre historia de las mentalidades y de género que ha aparecido últimamente, ha ubicado la obra de Gorriti con diferentes criterios, reveladores de otras aristas del discurso indigenista y feminista que se descubría en ella. Un personaje indio reacciona contra los soldados que violan a las mujeres de su raza y se llevan a los niños indios como sirvientes a las ciudades. La violación, opresión directa de los blancos sobre los indios, de los hombres sobre las mujeres, y el desarraigo de la niñez en la ciudad aparecen en el discurso. Discurso corroborado por la más cruda realidad.
Esa denuncia se hacía por parte de una reinterpretación indigenista de la historia dentro de los cánones clásicos del romanticismo en la primera novela de Gorriti, La quena. En ésta, un niño nace de la unión de la noble María Atahualpa y un capitán español. El niño crece con su madre en el pueblo indio hasta que su padre lo secuestra y lo lleva a Madrid. El relato cruza tres narraciones: la de la india María, la del mestizo Hernán, el hijo, y la de una esclava negra, Francisca, quien presenta la historia del desarraigo de su propia nación. El símil con la historia de los mestizos originarios, entre los cuales Garcilaso de la Vega se abre como prototipo, es evidente. Pero mientras el inca Garcilaso abraza la cultura hispana y busca con afán incorporarse a ella, Hernán termina regresando clandestinamente al Perú para recibir el emblema de último sucesor del imperio derrotado. Un tímido rey subterráneo que amenaza vindicar la violación originaria. Como vimos, en su dedicatoria a la mujer limeña, la autora además se identifica con su personaje. Un discurso muy atrevido, dentro del argumento romántico con una reivindicación india, desde la visión femenina. Discurso desafiante que, sin embargo, fue ampliamente encomiado. Palma consideró, como hemos señalado, el relato como "la mejor novela escrita en América desde María, de Jorge Isaacs". El corolario de este movimiento, que estuvo liderado por escritoras, fue un artículo escrito por una autora olvidada, la cusqueña Ángela Enríquez de Vega hermana de Trinidad María Enríquez, la primera mujer profesional peruana y decidida defensora de ideas sociales gremialistas, titulado "El indio" y publicado en la revista de Juana Manuela Gorriti, La Alborada, en 1875. Según Efraín Kristal "es una exégesis más sistemática y cuidadosa de la cuestión indígena que cualquier artículo escrito por Manuel González Prada". Por su parte, La Alborada fue la antesala del discurso que otras mujeres, como Mercedes Cabello y Clorinda Matto, continuarían. Cuando ya Juana Manuela vivía en Buenos Aires y escribía nostálgica a sus amigos peruanos deseando volver, en 1886, el Ateneo de Lima premió a dos escritoras como ganadoras del concurso internacional de literatura: Mercedes Cabello y Teresa González. El éxito literario de estas escritoras, que en aquel entonces llevaban adelante un discurso de reivindicación feminista, ha sido explicado por Francesca Denegri de una manera que las vincula con una imagen de la etnicidad que en esos tiempos se mantenía hegemónica. Así, a pesar de que las novelas se hallaban todavía dominadas por el estilo romántico, lo que era criticado desde la posición de Manuel González Prada, los intelectuales, líderes de la oposición literaria, encomiaron el discurso de ambas escritoras. Bien vistos los argumentos centrales, los personajes "de color" desempeñaban en esas narraciones un papel amenazante, corruptor, eran l@s portador@s de valores que la ideología de los exportadores modernizantes quería desterrar. En las novelas de González y Cabello, los actores centrales de las narraciones, la élite criolla, e incluso las mujeres, aparecen amenazados por miembros de una cultura diferente, otra, subordinada, popular. El varón oscuro, el negro o mulato, aparece dotado de una sexualidad destructiva. El mismo mecanismo cultural se encuentra en obras de Juana Manuela Gorriti, como El ángel caído. La escritora que abrió desde un discurso femenino las puertas a una visión más integrada de lo nacional, introduciendo la reivindicación cultural del indio, como en La quena, era también parte de ese contradictorio entramado de relaciones de clase y de género. Los negros aparecían poseídos por deseos sexuales destructivos, lo bajo sexual se hace otro bajo en la fijación racial de la represión. La idea de una sociedad diferente y excluyente era sutilmente presentada en las lecturas que estas mujeres pusieron en boga durante el periodo posterior a la guerra con Chile: los otros, los de abajo (usando el binarismo cultural de alto/bajo desarrollado por los autores Peter Stallybrass y Allon White) eran socialmente periféricos, pero simbólicamente centrales en la ficción romántica escrita por mujeres y apreciada en los círculos ilustrados de Lima.
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Luis Miguel Glave, "Letras de mujer", Fractal n° 3, octubre-diciembre, 1996, año 1, volumen I, pp. 93-125. |