VÍCTOR A. PAYÁ

Las entrañas del Leviatán

El cautiverio forzado

                 

 

 

 

Breves consideraciones en torno a la ley

  Evidentemente el Estado es una cloaca. No solamente porque vomita la ley divina por su boca devoradora, sino porque se instituye como ley de lo limpio por encima de sus vertederos. La tríada higiene-orden-belleza que Freud definió como la civilización se reconoce en la asunción de la figura del Estado.

Dominique Laporte, Historia de la mierda

 

Uno de los temas de mayor interés en las ciencias sociales reside en el problema del poder y su legitimidad lo que, obviamente, se relaciona con el ejercicio en la toma de decisiones, el respeto a la Ley y su aplicación virtuosa. La defensa a ultranza del cumplimiento estricto de las leyes puede obviar los problemas del cambio social y la complejidad de una realidad que difícilmente puede atraparse por rígidos preceptos; también es verdad que gracias a la jurisprudencia la realidad social es modulada. Por su parte, la antropología considera que hay leyes fundamentales que explican la reproducción e intercambio social (prohibición del incesto, prescripción de la exogamia), que estructuran y posicionan jerárquicamente a los grupos sociales, es decir, que confieren un orden diferenciado a la realidad.

La ley es impensable sin el crimen y ambas forman parte de una misma dinámica, aunque su aplicación rígida puede resultar contraproducente e incluso atroz. Por ejemplo, para los teóricos del derecho natural, el delito es irracional porque rompe el acuerdo para salvaguardar la vida, la propiedad o la libertad; el pacto debe ser sumisión individual al interés general; por eso no se puede ser libre sin ser súbdito, dice Thomas Hobbes. Las leyes articulan, dan cuerpo y estructuran al tejido social, el lenguaje político nace paralelamente a la sociedad civil; el delincuente es un irracional que atenta contra los supuestos del pacto, de ahí que el Estado tenga todo el derecho a castigarlo.

Para Durkheim, otro destino cumple el castigo porque diferente es la naturaleza del delito; en efecto, Durkheim, en primer lugar, considera al delito como un hecho social normal puesto que se presenta en cualquier sociedad, es parte inherente a su funcionamiento; en segundo lugar, el delito es un agravio a la moral social; es un acto que, más allá que quebrante o no la ley, lesiona a la colectividad. El castigo adquiere una función compensatoria de primer orden en la reproducción social que resarce la creencia colectiva. En la dinámica de las relaciones sociales el crimen es normal porque cumple una necesidad (compensatoria) y responde a una función: la de cohesionar a la sociedad en contra del infractor. Cada sociedad - afirma Howard Becker - produce a sus extraños, no importa cuales sean esas figuras de lo condenable lo importante es que, al resaltar las diferencias con el resto de la comunidad social, terminan por cohesionarla.

La sociología no desdeña la necesidad de la regulación jurídica y su aplicación pero desplaza el énfasis en la naturaleza de los fundamentos sobre los que se erige la legalidad, otorgando mayor importancia al tema de la legitimidad; Las leyes viven gracias a la voluntad, conciencia y sentimientos colectivos lo que permite afirmar que tienen un espíritu, como lo sabía Montesquieu. Por eso el tema del agravio a la sociedad es central para definir al delito y su correlato: el castigo institucionalizado. El comportamiento desviado puede definirse como aquello que lesiona los sentimientos de una comunidad, y ésta exige una respuesta que es del orden de la venganza. El sentimiento de caos y desorden, de reversibilidad social, de ausencia de autoridad legal, hacen que las comunidades sean tremendamente susceptibles al extraño que acomete en contra de sus costumbres y por ello toman la justicia por propia mano; la impunidad y el agravio reviven el fantasma del sacrificio totémico.

Los sistemas penales son parte del mecanismo social para hacer justicia, reestablecer la confianza, la seguridad y la legitimidad en la autoridad y evitar así, la vendetta. Pero la Ley, como el superyó, es un referente que señala los horizontes ideales que constriñen paralelamente las pulsiones más arcaicas; la Ley establece una línea que facilita la convivencia humana y el respeto por el cuerpo del otro, es conciencia e imperativo moral que coloca diques al despliegue ilimitado de los apetitos e instintos de la carne trémula; no obstante, también muestra su rostro cruel y martirizante; exige sin miramientos lo imposible y envuelve al sujeto en su manto mortífero de culpa.

Sin duda esta temática adquiere un interés adicional desde la teoría psicoanalítica que apunta a la constitución de la subjetividad y, por ende, al análisis de la introyección de la ley, en los primeros años de vida del sujeto. Los estudios que explican a la perversión derivada del desafío inconsciente del niño hacia la diferencia sexual (denegación), parten de la relación displicente que la madre establece con el padre; de una madre omnipotente y fálica que imposibilita la transmisión de la función paterna (de los límites simbólicos). El pequeño queda atrapado así en el deseo de la madre con la que se identifica. Se crean así las condiciones que favorecen dos escenarios extremos; por un lado, la exaltación hacia la madre/mujer y, por el otro lado, su contrario: un fuerte rechazo. O divinización de la mujer-virgen, o repugnancia brutal. De ahí su corolario social: evocación de vírgenes auxiliadoras por las que se asesina (La Virgen de los Sicarios), por otro, las mujeres mordisqueadas, destrozadas y asesinadas de Ciudad Juárez. Ambos escenarios muestran una coincidencia: la imposibilidad de relacionarse con el cuerpo de la mujer sin que intermedie la violencia. La ley de la castración simbólica ha sido empañada por el imperativo de goce.

El problema de la aplicación de la ley no se limita, entonces, al respeto de la legalidad o a su representación legítima; atrás de todo ello siempre actúa una discrecionalidad ?no dicha? que incita a la embriaguez de aquellos que la encarnan. Y es que el orden social no se explica sólo por su función simbólica (jurídica) sino también por este imperativo que une, en el juego de la infracción, a los grupos; dicho con otras palabras, los grupos se organizan en torno a un margen de trasgresión compartido; de este disfrute, se alimenta el lazo entre sus integrantes que se consolida en el juramento y en su contraparte: el castigo a la traición. El poder es entonces un dominio sexuado porque, precisamente, los cuerpos son su soporte. Visto desde este ángulo, el problema del aparente fracaso de algunas instituciones penales por conseguir que se respeten sus normas puede entenderse como el triunfo de esa otra faz obscena de la ley que cae implacablemente sobre los cuerpos encerrados; de no ser así ¿qué justifica que el castigo se fundamente en la privación de la libertad? Si la historia ha ratificado una y otra vez los vicios de la prisión y la falacia de la rehabilitación ¿qué sostiene al modelo penitenciario?

Una respuesta rápida es que la readaptación social es la máscara que impide ver la función primordial del Estado: el castigo. Si duda hay una dosis importante de verdad en esto, pero no es una explicación del todo alentadora, cuanto más si el fin que se pretende es el de inhibir la conducta de los criminales. Y es que este castigo contiene un exceso, un plus valor erótico que permite ver que, lo que organiza a la ?comunidad? carcelaria, es su propia ley; una ley que se instaura desde su imperativo de goce sobre los cuerpos de los que se aprovecha económicamente. No basta con decir que la ideología de la rehabilitación y adaptación social, fundamentada en un método individualista y progresivo es un mito, es importante saber que éste paradójicamente se sostiene porque tiene como base una estructura de poderes atroces que se alimentan de la putrefacción de los cuerpos; esta misma ideología da cuenta de ello cuando reconoce la figura del reincidente, de aquel sujeto que insiste hasta la saciedad en retornar al goce, al juego con una ley que, más que desconocer, reta incansablemente para desmentirla y, en ello, trozo a trozo vende la vida y la de los demás. El prisionero ?lacra? es fundamento que sostiene una estructura que, por un lado muestra un rostro de leyes utilitaristas y funcionales y, por el otro, el rostro perverso que las férreas leyes de la prisión imponen.

 

El cuerpo y la situación

 

La institución total es un híbrido social, en parte comunidad residencial y en parte organización formal; de ahí su particular interés sociológico. Hay también otras razones para interesarse en estos establecimientos. En nuestra sociedad, son los invernaderos en donde se transforma a las personas; cada una es un experimento natural sobre lo que puede hacérsele al yo.

Erving Goffman, Internados

 

El cuerpo es vehículo que desfigura sus contornos porque está sometido a las leyes del lenguaje, del deseo, de la genética, de las interacciones sociales y del poder; entonces: ¿a quién pertenece el cuerpo? El Estado reivindica su parte -como la ciencia médica reivindica la suya para la investigación, para los trasplantes, para los bancos de tejidos- para limitar su exceso, para desaprobar su automanipulación, para emprender el castigo. En este universo significante el cuerpo multiplica su presencia haciendo de éste, un modelo en constante construcción.

Una sociología del cuerpo parte de que éste es una construcción social y situacional; el cuerpo, junto con los objetos (materiales que brinda cada cultura) y los mensajes establecen formas de circulación e intercambio y, por lo tanto, vínculos que merecen ser analizados para comprender la estructura y la dinámica social en un contexto determinado. Los objetos no tienen un significado ?inmanente?: son una resultante de su historia, del perfeccionamiento técnico, de su apropiación religiosa o de su ensoñación artística; forman parte de aquellas vivencias que luchan por permanecer en el tiempo, que combaten en contra del olvido y que alimentan la memoria; los objetos sellan aquellos pactos rituales que expresan el cosmos o que muestran, con su efecto estético, la imperfección del mundo.

La sociología de Erving Goffman, parte del cuerpo, de un cuerpo que debemos investir simbólicamente de acuerdo a la cultura, a cada uno de los momentos de la interacción social; un cuerpo que, en principio es un vehículo que circula, que requiere de un espacio y que por eso mismo bien puede invadir el de los demás. Para el sociólogo canadiense, por definición, el ?yo? es un territorio puesto que, para vivir, para desplazarse, para interactuar, necesita de un cuerpo. El cuerpo es investidura simbólica y sus pertenencias forman parte de su identidad (personal, social). En cada situación de interacción se establecen así las distancias adecuadas, las formas de hablar pertinentes, la concordancia gestual, el atuendo, etcétera.

La sociedad occidental contemporánea es una entusiasta promotora de la limpieza corporal, es por eso que el cuerpo es potencialmente un intruso, se lucha sistemáticamente en contra de sus emanaciones. Recordemos que la sociología goffmaniana parte del manejo de la información en situación; cada foco de interacción, cada escenario de actuación debe ser refrendado o, de lo contrario, el sujeto entrará en descrédito. Enviar y recibir información no es un proceso fácil ya que en cada uno de los ?encuentros? se somete a prueba el ?orden de la interacción?; Goffman da cuenta de la sutileza pero también de la fuerza que tiene la cultura para socializar y educar a nuestro cuerpo de tal suerte que, saber comportarse, es adoptar la glosa corporal de conformidad con el momento, es saber cómo, qué y a quién mirar, es adoptar el estilo discursivo y convenir con las ?buenas maneras?. Todo un universo ritual, una comunicación no verbal, se desarrolla en cada encuentro cara a cara, de ahí la importancia que se le atribuye al rostro.

Existen una infinidad de avatares que enfrentan los individuos en la cotidianidad (por más que pensemos que ésta se encuentra plena y socialmente regulada) y la enfrentan, en principio, con su cuerpo. El cuerpo es el principal intruso porque, decíamos, tiende a desbordarse. Del cuerpo derivan restos como son el sudor, los cabellos, las lágrimas, la mucosidad, las uñas, los olores (flatulencias, aliento, humor), la saliva, las deyecciones, el calor, la sangre, etcétera, todos ellos considerados fuentes de contaminación. La investidura simbólica y las ?buenas maneras? impiden que estos excesos deriven en obstáculos para las relaciones humanas puesto que el acto inoportuno es causante de un ?pinchazo de anomia?, tiene un efecto nocivo para la interacción, de ahí que constantemente estemos corrigiendo o reforzando ésta.

El texto de Internados equipara a una diversidad de instituciones, denominadas ?totales? que comparten una serie de elementos comunes como son: una topografía que divide claramente el espacio; una organización colectiva y racional que borra la vida pública de la privada e íntima; una implicación absoluta de los cautivos en la institución. Todo esto alimenta la ideología de la institución fundada en una racionalidad instrumental que, para el caso de los reclusorios, es la readaptación social del sujeto criminal. Existe otra equiparación entre todas las instituciones totales (psiquiátricos, cárceles, conventos, ejército, barcos); todas ellas, en aras de cumplir con sus objetivos, terminan por lesionar a sus habitantes; en efecto, las prácticas sociales y las relaciones entre autoridades e internos terminan, como decíamos más arriba, por ?mortificar el yo?. Esta tesis de la mortificación del yo, sin pretender ser psicoanalítica ni mucho menos, presenta un interesante avance en torno al desentrañamiento de la lógica del poder y su rostro obsceno ya que, en aras de la higiene, la seguridad, la disciplina, el aprendizaje, la rehabilitación o el orden, se rapan cabezas, se aísla a los inconformes, se exhiben y revisan los cuerpos, o se castiga; Goffman señala cómo, estas prácticas institucionales de carácter instrumental, no logran justificarse del todo debido a este plus de violencia que invariablemente se dirige en contra de la personalidad.

Uno de los mecanismos más socorridos por las instituciones totales para atormentar al sujeto es el de exponer su cuerpo, ?exhibición contaminadora? la denomina Goffman. El cuerpo desnudo es expuesto a la autoridad (revisiones táctiles, videocámaras) sin ninguna prenda que lo singularice. Y también es expuesto a los residuos contaminantes. Al cautivo se le obliga a comer en recipientes sucios, o con las manos, a ingerir alimentos descompuestos, a llevar ropa andrajosa, a dormir con enfermos, a convivir cercanamente con el hedor y la mierda. Los testimonios proporcionados por ex convictos de los campos de concentración son reveladores por el extremo con que sucedían tales prácticas.

En el papel, la lógica de los penales pretende la conversión del sujeto delincuente en un ser ?adaptado? a la sociedad; se supone que el lugar es un momento de pasaje. No obstante, la experiencia del encierro deriva precisamente del fracaso de dicha ?profecía?. La cárcel es una escuela que establece una vivencia específica con el cuerpo, con su des-realización simbólica que lo coloca en el límite con la muerte; por eso es que, una vez que el cuerpo es des-hecho e identificado con la basura social, se convierte en soporte libidinal y es ingresado en el torbellino de la confrontación humillante en donde la droga, la sexualidad y el abuso predominan: el lugar de paso se transforma así, en invitación al goce.

 

Despliegue del poder y procesos de despersonalización

 

Si se altera, por poco que sea, la relación del sujeto con su mierda, no es sólo la relación con su cuerpo lo que se modifica, sino su relación con el mundo y la representación que él se hará de su propia inserción en lo social.

 

Dominique Laporte, Historia de la mierda

 

 

2 de febrero de 2006. Escucho en la radio al procurador de Justicia del Distrito Federal; habla sobre el caso de un médico obstetra que fue secuestrado y asesinado; sus palabras apuntan hacia el motivo de la ejecución; se sabe que la familia respeta las reglas impuestas por los captores, paga el rescate y, sin embargo, la víctima es asesinada. Puesto que el cuerpo presenta múltiples lesiones se infiere la hipótesis de la venganza; aquí las heridas son presencia de vínculo emocional entre médico y victimarios. Un exceso que puede explicarse también como consecuencia de la resistencia. De cualquier forma, este acercamiento cuerpo a cuerpo deja una huella a descifrar.

Hay un tipo de ejecuciones que realiza el crimen organizado de corte impersonal; despersonalizan a la víctima que se convierte así, en objeto puro del intercambio mercantil; por eso se le cubre la cara, se impone un régimen de silencio e incluso se le inmoviliza; todo esto evita la relación ?cara a cara? y la intermediación de una palabra que empañe el acto siniestro. La víctima privada de rostro y palabra pierde la dimensión humana, así, como negocio, es más fácil intercambiarla (en tanto valor) o liquidarla (pérdida del valor de uso). Por eso una mirada fugaz o un intento de hablar por parte de la víctima tendrá como respuesta el golpe. ¿En dónde esta la equivalencia entre uno y otro acto? Sin duda en impedir otro tipo de lazo que no sea el estrictamente mercantil. Cuando Marx, en el fetichismo de las mercancías, advirtió que los intercambios entre mercancías asemejaban relaciones entre personas y que las relaciones entre personas terminaban por cosificarse, sin duda vislumbró algo más que aún sus críticos siguen sin entender.

Decíamos más arriba que las instituciones totales mortifican al yo; esta tesis se sustenta en el control y sometimiento del sujeto, en el desbaratamiento de su ensambladura simbólica (pérdida de los objetos de uso personal, la transformación física de la persona y el control del tiempo y de los movimientos). En prisión hay prácticas vejatorias difíciles de equiparar con los ritos de pasaje estudiados por antropólogos, pues aquellas son ritos negros del orden de lo Real-siniestro.

Los cambios que se producen en el sujeto que ingresa a una prisión dan cuenta de la nueva condición social en la que se encuentra; el corte de cabello y la obligación de usar determinada ropa de color (no siempre compatible a las medidas del cuerpo), responden a esta mutación de la persona a objeto degradado. El reemplazo del nombre por un apodo como el de ?gusano?, ?carcacha?, ?basura? o por el de un número, son parte de este proceso de despersonalización . El primodelincuente no pertenece ya más al mundo del exterior; ha perdido sus derechos ciudadanos y tendrá que acostumbrarse a convivir con una agresiva comunidad compuesta por criminales. El discurso del interno no tendrá el mismo valor que antes, en su lugar, la institución desplegara sus técnicas de saber/poder con el fin de clasificarlo y llevar cuentas de su comportamiento en un expediente. Pero existe otro sentido mucho más violento y oscuro en este proceso de cosificación cuando los prisioneros son colocados en idéntica condición con el desperdicio. Son la basura social y como tal, se les fuerza a vivir estrechamente con sus excrementos, con el hedor, todo ello con el fin de que adquieran un aspecto repulsivo. En los Lager la equiparación era extremadamente radical. Los prisioneros iban adquiriendo un aspecto cadavérico y muchos de ellos virtualmente eran muertos en vida (los musulmanes); los presos que por casualidad veían su imagen reflejada, se aterrorizaban al no reconocerse. Los campos de exterminio les adelantaban así su propia imagen de la muerte. En su impactante testimonio como preso en un campo de exterminio, Primo Levi recuerda cómo, la falta de alimento provocaba que los cuerpos se igualaran; la semejanza en los huesos desvanecía la singularidad. Similar efecto provocaba el despojo de las ropas. Al respecto Todorov comenta que ?los seres humanos no se mantienen desnudos en grupo, no se desplazan desnudos; privarlos de sus vestidos es acercarlos a las bestias? .

El proceso de despersonalización es al mismo tiempo un proceso de condicionamiento para el personal de seguridad y para los directivos de cualquier prisión, puesto que facilita un mejor ejercicio de la violencia. El poder corrompe y atrae. Así, una parte de los presos se lían con las autoridades para actuar en contra de sus propios compañeros. Primo Levi, en Los hundidos y los salvados acuñó el término de ?zona gris? para designar a este tipo de presos ?conversos? que son cooptados por los mandos superiores con el fin de realizar las órdenes más violentas y controlar el espacio; este fenómeno de connivencia o de ?franja gris? es inherente a una dinámica de encierro y supervivencia. Primo Levi resalta una consecuencia moralmente más funesta acorde a los objetivos nazis: al lograr que los judíos se mataran entre sí, se conseguía también descargar una buena parte de la responsabilidad y, por ende, de la culpa entre los militares. En las prisiones este grupo de personas se conocen con los sobrenombres de ?capos?, ?mamás? o ?comandos? y son el eslabón entre autoridades y presos en cuestiones de droga, de extorsión, de control del espacio.

La despersonalización priva a los hombres de sus nombres, tiene por finalidad generar un efecto de ?masa? en los procesos de interacción ?cara a cara?, en donde los individuos se desvanecen en categorías abstractas y casi siempre se acompaña de una ideología, una especie de ?pedagogía negra? para facilitar una lógica del sometimiento (como fue el racismo en contra de los judíos); Bettelheim y Goffman hablan de un lenguaje estereotipado entre autoridades e internos, que divide la institución en dos universos discursivos impermeables el uno con el otro. Por ejemplo, los presos son etiquetados como peligrosos, mañosos, infantiles, flojos, ventajosos, timadores y toda petición por parte de ellos se vuelve a significar desde estos epítetos. Y a la inversa: las autoridades son ?corruptas?, ?malvadas?, ?traidoras?, etcétera. No obstante, el poder se concentra más del lado que dispone de mayores recursos. El discurso institucional atrapa al sujeto. La despersonalización es el inicio de la muerte simbólica que facilita la coacción e incluso la justifica.

 

El juego violento de las equivalencias simbólicas: el don-veneno

 

En verdad, el conocimiento de los objetos y el conocimiento de los hombres proceden del mismo diagnóstico y, por alguno de sus rasgos, lo real es de primera intención un alimento. El niño lleva a la boca los objetos antes de conocerlos, para conocerlos. El signo de bienestar o del malestar puede ser borrado por un signo más decisivo: el signo de la posesión realista. La digestión en efecto corresponde a una toma de posesión de una evidencia sin par, de una seguridad inatacable. Es el origen del realismo más fuerte, de la avaricia más áspera. Es verdaderamente la función de la avaricia animista. Toda su cenestesia está en el origen del mito de la intimidad. Esta ?interrogación? ayuda a postular una ?interioridad?. El realista es un digeridor.

 

Gastón Bachelard

 

La formación del espíritu científico

 

El intercambio es constitutivo de la subjetividad de todos los individuos. Freud fue uno de los primeros que señaló la importancia libidinal que aporta la reciprocidad corporal que se establece entre el niño y su madre en distintos lapsos de la vida. En uno de esos momentos, cuando el niño es capaz de controlar los esfínteres y tener un dejo de autonomía muscular, las heces en tanto objeto de intercambio, pleno de simbolismo, son centrales para entender la naturaleza del vínculo que se establece. También son parte de las fantasías infantiles sobre el nacimiento en tanto es producción corporal y resto que se desprende del cuerpo; por ende, el sujeto extiende su relación hacia aquéllas en tanto representación inconsciente que aflora, incluso, en diversas conductas futuras, como aquella en donde algunos criminales dejan sus heces en el lugar de los hechos, como si fueran una especie de ?tarjeta de visita?. Theodor Reik reflexiona, junto con algunos otros estudiosos, sobre dicha práctica como un pequeño ritual que pretende contrarrestar ciertas ansiedades o simplemente dejar constancia culpígena de la persona, en tanto su extensión corporal inconsciente.

Abramos un paréntesis al respecto. El psicoanálisis ha mostrado que existe una tendencia coprofílica en el infante derivada del placer en los procesos de excreción y en la consecución del acto. Por ejemplo, Karl Abraham afirma que la educación y limpieza sobre el cuerpo es una primera sumisión que atenta contra la autonomía del niño y que, dependiendo de la violencia con que esto se haga, puede resultar en una mayor o menor lesión narcisística. Para el psicoanalista alemán la megalomanía está en relación con las fantasías primitivas que concede una importancia a las excreciones; en el núcleo del proceso de este intercambio simbólico está el desafío, la terquedad, la inaccesibilidad, las tendencias destructivas y hostiles. La oralidad y la analidad comparten su erotismo que se observa en los procesos de placer/displacer corporal en donde la succión oral es similar a la retención intestinal, a su incorporación.

Los objetos que se ingieren forman parte del cuerpo porque se han incorporado los principios vitales regenerativos o las características virtuosas que les acompañan. La identificación freudiana parte de la fantasía arcaica de naturaleza caníbal. La importancia de las prácticas antropofágicas, en las exequias y duelos o, en las comuniones con lo sagrado son pruebas a favor de esta representación social en donde se incorpora el objeto a través de su ingesta. El intercambio entre ambos agujeros corporales se justifica por la satisfacción o insatisfacción que ocasionan y que posibilita la permuta entre dar y retener; esto también explica la compulsión a retener, de esta apropiación vampirística, en donde los esfínteres (o la boca misma) son centrales, al respecto comenta Abraham:

En algunos neuróticos es especialmente notable el propósito hostil de su charla: En este caso, ella sirve al fin inconsciente de matar al adversario. El psicoanálisis ha demostrado que en todos los casos, en lugar de morder o devorar al objeto, aparece una forma más moderada de agresión, aunque el órgano que se utilice para eso sea todavía la boca [...] En ellos el impulso de hablar significa desear, y al mismo tiempo atacar, matar, aniquilar, y todo tipo de evacuación corporal, inclusive el acto de la fecundación.

Desde una cierta perspectiva psicoanalítica, la primera regla a la que es sometido el sujeto, la que lesiona de alguna forma su soberanía, refiere a la limpieza, Ferenczi la califica de ?moralidad de la esfínter?. En este primer intercambio entre la madre y el niño esta el juego del deseo, del orden, del tiempo y de las buenas formas; es un momento en que el sujeto se abre a la incertidumbre puesto que las heces fecales las resguarda en su cuerpo, tiene la certeza de que le pertenecen (a diferencia del pecho o los biberones que dependen del capricho de otro) y producen un placer compensatorio (al obtenido en la fase oral plena de indefensión).

No interesa en este ensayo desarrollar la cuestión de la caractereología derivada de este momento lógico constitutivo de la subjetividad y que refiere a la conducta ligada al dinero, a la observancia al orden y a la fijeza de ideas, al aferramiento a las posesiones, el odio a la pérdida y el olvido del pago de deudas; nuestro interés estriba en señalar la idea de transmutación de las zonas erógenas oral y anal; también en señalar que dichas zonas establecen una lógica del intercambio que apunta a la retención y conservación (control) del objeto con su destrucción (expeler). Aún así, el problema de dicha caractereología no es irrelevante si consideramos que, en la prisión, los presos poderosos o más privilegiados presentan un aspecto claramente pulcro y una obsesión por la limpieza (una forma de dañar al otro es precisamente orinándole la cabeza o la cara como sucedía en los campos de concentración). Esta actitud por la limpieza, en principio puede parecer extraña o simplemente innecesaria en condiciones de aislamiento y de uniformidad, pero analizado desde el discurso psicoanalítico, este sistema de rigidez y hasta de cierta petulancia y cuidado, adquiere pertinencia en tanto ?formación reactiva?, como un disfraz sublimado del deseo de dominación. De ahí que los presos poderosos obliguen a otros a limpiar el dormitorio, a lavarles la ropa e incluso a plancharla escrupulosamente. La recreación de la inmundicia tiene como contraparte el desprecio a la misma, por parte de los poderosos; no obstante, ambas prácticas proceden de una misma dinámica institucional. El republicano español Jorge Semprún, en su estancia en Buchenwald, refiere que los S.S. tenían un fuerte temor a contaminarse:

[...] antes del toque de queda o al alba, hiciera el tiempo que hiciera, había que salir de los barrancones del campo de cuarentena, o Campo Pequeño, y dirigirse al edificio de las letrinas colectivas, una especie de nave vacía, con un suelo de cemento sin allanar, que se cubría de barro a las que caían las primeras lluvias de otoño, contra las paredes de la cual, en sentido longitudinal, se alineaban unas picas de zinc y unos grifos de agua fría, para el aseo matutino obligatorio ?para el mando S.S. el peligro de epidemias era una obsesión: un gran cartel de un realismo repulsivo, en el que figuraba la reproducción enormemente aumentada de un piojo amenazador, proclamaba en los barrancones el lema de la higiene de los S.S.: EINE LAUS, DEIN TOD!, ¡UN PIOJO, TU MUERTE!, proclama traducida a varias lenguas [?]

Apuntemos otros elementos desde la perspectiva psicoanalítica. En su libro La angustia y el pensamiento mágico, Charles Odie considera que el ser humano se constituye sobre una inseguridad básica, propia de su condición de vulnerabilidad ante la muerte. Esta inseguridad, en casos extremos, muchas veces se traduce en angustia que es proyectada, como mecanismo defensivo, hacia objetos externos; se trata de someter, de alguna forma, a la ansiedad y esto se logra por medio de la realización de prácticas que adquieren una naturaleza obsesiva. En los infantes este pensamiento denominado pre-lógico es hasta cierto punto natural, propio de una lógica animista que trata de evitar o entender el malestar, y por eso lleva a cabo acciones rituales. En ese sentido la proyección del malestar en un objeto externo tiene como contrapartida la magia contra-fóbica. Geza Rohéim considera también que la magia es una reacción ante la angustia de castración lo que explica el importante papel que juegan las zonas erógenas del cuerpo. Coincide en que el ritual es una actitud contra-fóbica que facilita una condición de pasaje hacia la actividad corporal y la abreacción de la angustia. Rohéim clasifica a la magia en ?oral?, ?anal?, ?fálica?. Esto explica comportamientos y prácticas como la siguiente:

En la tribu Kakadu se practica una forma de magia negra conocida con el nombre de tjilaiyu . En este caso el daño inflingido a una persona es efectuado mediante sus excrementos. En virtud de ello todos los nativos se preocupan de cubrir y ocultar de la vista cualquier excremento.

El ritual requiere de algún objeto de la persona (uñas, pelo, heces, ropa, comida) para hacerle daño; la idea asociada es que, apoderándose de una parte se consigue afectar al sujeto como un todo. De igual forma la relación de equivalencia y permuta entre los dos orificios (anal, oral) es practicable porque a través de éstos los hombres se relacionan emotivamente entre sí, expresando con esto sus intenciones; así se explica que se pretenda sanar rezando, evocando palabras mágicas, succionando sustancias dañinas o utilizando la saliva como ungüento; sin embargo, estos mismos elementos sirven para dañar o maldecir; lo mismo vale para las heces y orina de las que, la historia muestra que no son elementos indiferentes a las sociedades ni tampoco para sus gobernantes y que muchas veces se han resaltado sus propiedades curativas y estéticas, como lo ha demostrado Dominique Laporte. Y si lo que se come nos identifica con el objeto, no es de extrañar que aquello que se expulsa también lo pueda ser (para bien o para mal):

En las tribus Mafulu, el empleo de restos de comidas para efectuar hechicerías es limitado únicamente a aquellas víctimas que ya han pasado por la primera infancia. Un adulto jamás arroja descuidadamente los restos de su propia comida, aún aquellos que son incomestibles, por temor a los maleficios. Echa tales restos a un río, y así nadie los podrá usar para hacerle daño.

Para los Malafu la orina o los excrementos también son considerados como eficaces medios de brujerías, pero válidos sólo para un infante o un niño muy pequeño. La madre recoge los excrementos de su hijito y los envuelve en una hoja; luego los oculta con sumo cuidado en un agujero hecho en el suelo, o los arroja en las aguas de un río, o los pone en un recipiente elevado y de forma parecida a un nido, que también se estima como lugar seguro. Para impedir que la orina pueda ser usada como instrumento de hechicería, vierte sobre ella un poco de agua limpia.

Algunos presos situados privilegiadamente en las labores de cocina, contaminan deliberadamente la comida orinándose o escupiéndola, después de extraer la porción que les corresponde; dejan así un pedazo de ellos, como una muestra de superioridad y una forma de obligar al otro a ingerirla, de forma que uno se pregunta: ¿quién devora a quién?

No hay sociedad o grupo humano que no intercambie. Malinowski y Mauss fueron los primeros que subrayaron la importancia de este fenómeno social mejor conocido como ?Potlach? o ?Kula?; Claude Lévi- Strauss analiza la trascendencia del intercambio y la circulación de objetos, mensajes y personas como un juego de equivalencias simbólicas estructurales. Todos se preguntan qué impulsa al hombre y a las sociedades a intercambiar; si es la fuerza de la sociedad misma (Durkheim), si son los efluvios de un maná misterioso proveniente de divinidades o demonios (Lévi-Bruhl) o es la lógica del inconsciente (Mauss, Lévi-Strauss). Independientemente de esta discusión, la naturaleza del intercambio define las relaciones que los hombres establecen entre sí; no es lo mismo la lógica del mercado que la lógica del Don, no obstante en ambas existe una equivalencia simbólica. Si Marx inicia su argumentación sobre la ley del valor diciendo que 20 metros de tela son iguales a un abrigo, es porque la igualdad tiene que buscarse en otro lugar, más allá de la corporeidad del objeto y su utilidad: en el tiempo de trabajo necesario para producir una mercancía; ahora bien, en el intercambio mercantil, cuando se paga el valor de cambio se tiene derecho absoluto sobre el valor de uso adquirido, más allá del vínculo social y emotivo: la relación entre consumidor y vendedor termina una vez hecha la transacción. En cambio, cuando Lévi-Strauss dice que una mujer vale la pierna de un elefante el problema del intercambio cambia de naturaleza y, por ende, las ligaduras simbólicas que se establecen entre los grupos también. Una mala cosecha puede provocar, entre las comunidades llamadas primitivas, el cuestionamiento de un linaje, en la medida que no tiene dote con que responder. Sin ahondar en esta cuestión, interesa destacar que todo grupo humano establece relaciones entre sí y con otros grupos, gracias al ?potlach? y todo lo que provoca a su alrededor (comercio, aventura, ritualidad, magias, encantamientos, lazo social y familiar).

En la cárcel circula droga que se transforma en dinero; los grupos poderosos se disputan este mercado del goce y para ello hacen objetos punzocortantes para defenderse; este objeto, comúnmente denominado ?punta?, sirve para establecer una forma de relación con la carne: se pican las piernas para recordar que se debe dinero, se perfora hasta la muerte para aquel que no paga; es el medio privilegiado de confrontación. Un preso afirmaba que, en la Penitenciaría de Santa Marta, ?no tener punta es como no tener vieja?; la equivalencia entre la sexualidad y el acto de perforar el cuerpo es clara, como lo es entre droga y dinero: droga-sexualidad, sexualidad-muerte, dinero-sexualidad.

Los capos que distribuyen la droga al interior de las prisiones son denominados ?las mamás?, mientras que a los custodios y a las autoridades les dicen ?padres? o ?padrecitos?. La droga es el alimento que extasía la carne; generalmente se filtra por medio del cuerpo de las mujeres, vía vaginal, a través de envoltorios redondos llamados ?aguacates?. José Revueltas en su novela El apando, describe magistralmente esta equivalencia de la droga, con el alimento gozoso y con el cuerpo de la madre.

 

La madre de El Carajo llevaría allí adentro el paquetito de droga [...] el paquetito para alimentarle el vicio a su hijo, como antes en el vientre, también dentro de ella, lo había nutrido de vida, el horrible vicio de vivir, de arrastrarse, de desmoronarse como El Carajo se desmoronaba, gozando hasta lo indecible cada pedazo de vida que se le caía.

 

La evocación de la droga con el alimento primordial, salido del cuerpo de la madre, es sorprendente: droga-maternidad-goce. Asimismo es interesante la reversibilidad entre los orificios del cuerpo y el simbolismo que adquiere la vagina como depósito de los ?aguacates?.

Existen muchas formas de pagar una deuda en prisión, como son lavando ropa, planchándola, regalando objetos o incluso ?prestando a la hermana o esposa?, etcétera; pero, por lo general, la droga se paga con dinero constante y sonante, de lo contrario es saldada con la vida misma o con vejaciones. La equivalencia entre dinero-droga-boca-punta-sangre-pene-ano es directa y mudable, puesto que no se puede poner en cuestión el sistema de corrupción fundamentado en el consumo de droga. Por esa misma razón los motines terminan en traslados, destituciones y asesinatos, porque en su base lo que está en juego son las disputas entre los grupos para la venta de droga como consecuencia de la violación de los acuerdos entre presos y autoridades. Cada motín es antesala para una nueva alianza. La institución es ?funcional? porque son respetados sus mecanismos obscenos que la alimentan y le otorgan fuerza, los motines más que revelar un problema de hacinamiento y malas condiciones de vida es un analizador de este entrelazamiento del universo pulsional con el dinero.

Informalmente, los presos serán despojados de sus pertenencias, recibirán golpes para obligarlos a realizar ?la fajina? o, incluso, serán objetos de vejación sexual. La ya tradicional fajina es toda una institución entre los cautivos; consiste en hacer la limpieza con una jerga y un tabique a ras de suelo (a estos objetos se los conoce comúnmente como ?el monstruo?). Con el tabique se pule y limpia el piso y con el trapo se recoge el agua que sistemáticamente avienta el comando; la fajina es parte de este motor que moviliza la corrupción y hace del encierro un gran negocio puesto que se exime de realizar este extenuante trabajo a los que cubren una cuota en dinero; para obligar a la mayoría a pagar, la fajina adquiere la forma extrema de forzar a los presos a recoger con las manos las heces deyectadas por otros en uno de los patios del penal. Es parte de un ritual de iniciación para aquellos que se resisten y no quieren someterse a los códigos caneros. Es realizada por los presos más viejos o violentos en contra de todos los más desprotegidos o primodelincuentes. Las siguientes palabras son el testimonio de un prisionero sobre los primeros días de estancia en el Reclusorio Sur de la Ciudad de México:

Ingreso como a las tres de la tarde. Desde mi llegada veo el maltrato de las autoridades: revisión de aduanas, desnudarse, hacer sentadillas y quitarme lo poco de valor que yo llevaba. Pero eso es una mínima parte, en cuanto llego a Ingreso empieza lo peor por parte de los internos con su famosa fajina, la extorsión, la humillación hacia las personas que las acusaban de violación (en cuestión del dicho ?con la vara que mides con esa te miden?), el sacar el excremento con las manos, las patadas, las amenazas y dormir entre 15 y 18 personas en una celda. Tener que pasar las listas, formarse para el rancho y empezar otra vez con la fajina.

El vestido, los objetos personales, son señales de humanidad, en cambio la situación de hambre y escasez, la desnudez o la identificación con las excreta, impide la consonancia con la cultura. La idea que nos ocupa es la de papel que representa el cuerpo en el encierro. La prisión es un agujero que devora; y este agujero se equipara con la boca (?este lugar nos come?) o con el ano (este lugar absorbe en sus entrañas, como desperdicio); la expresión utilizada por un militar nazi para referirse al campo de concentración como el anus mundi todavía impacta . Es manifiesta la equivalencia entre la boca y el ano, pero también entre el ojo y el ano; ese ojo ?ciego?, omnipresente, panóptico, de ?hermano mayor?.

Sin duda el acto de embadurnar de mierda y bañar en orines al prisionero que ingresa y que no está dispuesto a pagar las condiciones que se le imponen, puede interpretarse de varias formas. La más rápida es afirmar que se trata de un singular bautizo que ?certifica? la entrada del sujeto a su nueva condición. Se puede afirmar también que el cuerpo del preso es apropiado por extensión, desde el desecho de los otros cuerpos. Se escupe o se caga a quien se detesta, como expulsando el objeto que llevamos incorporado. Este resto inservible que se separa del cuerpo, pero que nos pertenece, sirve como poder de contagio, borrando así sus añejos orígenes en donde cotizaba como un medio de intercambio; el preso recibe un ?Don-veneno? que lo equipara con este resto inservible; esta asociación, es de naturaleza metonímica ya que la parte se iguala con el todo, y también metafórica puesto que lo semejante pretende producir lo semejante: el cuerpo impregnado es igual a un desecho.

En lenguaje silvestre es común escuchar que una persona que insulta a otra ?la está cagando? o que le está ?echando de pedos?; también se dice que muchas veces es mejor guardar silencio porque ?en boca cerrada no entran moscas?; por el contrario, una persona que ha sufrido algún evento desastroso o que ha sido reconvenida severamente se dice ?que está cagada? o que se encuentra metida en un ?pedo muy apestoso?. Bruno Bettleheim da cuenta de estas maneras de hablar en los campos de concentración cuando escribe:

[?] también las maldiciones de los SS y de los prisioneros capataces sobre los presos se hallaban exclusivamente relacionadas con la esfera anal. ?Mierda? y ?culo? eran apelativos tan normales que rara vez un prisionero lo llamaban de otro modo, como si todos los esfuerzos fueran dirigidos a rebajarlo al nivel que tenía antes de lograr la educación de los hábitos de defecación. Por ejemplo, los obligaban a orinarse y ensuciarse en sí mismos.

Mostrar el desprecio al otro ?escupiendo? sea por la boca o el ano es una forma de expulsar ?el objeto malo? que se lleva inconscientemente incorporado, diría un kleniano.

 

El Estado y el poder sobre el cuerpo

 

La ley romana habla como un evangelio: se es castigado siempre por donde se ha pecado. Te has entregado al comercio tú, puta o traficante, tus manos están llenas de basura, por esto, perro más que perro, se te huele a ti, cuyo olor hace desviar al caminante, pues bien, tú pagarás por donde has faltado; pagarás impuesto por tu mierda misma. Y en el momento en que vengas a lavar tus pecados, tu oro, que antes apestaba, será transformado en el lugar del poder original que desvanecerá su olor y dirá por su boca ?non olet?.

Dominique Laporte [en relación con la ley romana dictada por Vespasiano sobre el impuesto a los orines y la mierda], Historia de la mierda

 

El fenómeno del poder tiene múltiples y sinuosas aristas. Tratamos de resaltar el papel que juega el control sobre el cuerpo a partir de suponerlo un deshecho. Por lo demás, este fenómeno no es algo nuevo, ya había sucedido con los campos de exterminio nazis. Todorov nos recuerda que el fenómeno concentracionario no hizo sino mostrar, de manera magnificada, lo que sucede en ?el run run cotidiano?. Esto quiere decir que el encierro forzado bien puede ser un laboratorio del comportamiento humano en torno al poder y al sometimiento. Naturalmente, sabemos que una escuela no es igual a una prisión o, a un campo de concentración, simplemente por el hecho de que el contacto con la muerte es radicalmente distinto. También es frecuente escuchar la afirmación de que la violencia y las actividades ilícitas que se viven en la cárcel no son diferentes de las que suceden en la vida cotidiana; no obstante, es un hecho que el encierro obligado en condiciones de escasez aviva las pulsiones más mortíferas y las confrontaciones entre las personas. Ahora bien, el fenómeno institucional destaca alguna prácticas que permiten la comparación y el contraste; algunas de ellas son explicadas como fenómenos de poder, de funcionalidad o de interacción emocional. Podemos afirmar que entre una institución social (de carácter más abierto y democrático en la toma de decisiones), y una institución total (con características totalitarias), se reproducen, analíticamente hablando , eventos similares (resistencia, conversión, acomodo, alineación, ajustes secundarios, colusiones, etcétera).

En ese sentido, decíamos, el problema del cuerpo siempre se plantea dentro de la dinámica de cualquier institución; se sabe que en el ejército, pero también en las escuelas, a quien infringe la norma se le encierra en el baño y se le obliga a limpiarlo, los maestros impiden salir a realizar sus necesidades a los alumnos y muchas veces, cuenta más la disciplina corporal de la asepsia que el mismo rendimiento académico. Sin duda, estas prácticas subsisten como evocaciones de una historia del ejercicio del poder estatal, de la separación entre vida pública y privada, de una política del control corporal y una división entre las virtudes públicas y los vicios privados:

En el gobierno del aprendizaje esfintereano del cuerpo social, el Estado vuelve a añadir que invita a sus sujetos a oler. Se comporta a la manera del educador ?obsceno y feroz? que castiga la incontinencia del niño haciéndole oler sus excreta o algo peor. De ahí la nueva experiencia del olfato que estimula históricamente con la presencia del Estado fuerte. El olor se convierte en lo innombrable y lo bello surge de la eliminación del olor, concomitante al proceso de individuación del desperdicio y a su instauración en la esfera de lo privado.

No es de sorprender entonces que la condición de clase o el estatus socioeconómico de, por ejemplo, un enfermo internado en una institución hospitalaria, pueda apreciarse por el privilegio de gozar de intimidad y resguardar el pudor del cuerpo, de que éste huela bien. En las cárceles el castigo consiste en un nuevo encierro; al sujeto se le aísla en un espacio (eufemísticamente llamado ?zona de observación?) que los presos conocen como la ?zona de olvido? o el apando. Una prisionera de la penitenciaría de Tepepan, al sur de la ciudad de México, comentaba con respecto a su castigo:

Es algo que va más allá del dolor, te lo puedo asegurar. Yo no sé cómo soporté eso, de verdad, te lo juro. Quisiera que algún día visitaras un apando; es un cuarto de dos por dos, sin colchón, sin luz, con ratas que salen de la coladera, solo, frío de a madre, huele mal, huele a humedad, es un agua muy... que no se lleva la mierda en pocas palabras.

 

Pero esta convivencia del cuerpo con sus emanaciones y la de los otros tiene una finalidad simbólica y política: destruir la identidad del sujeto criminal, reducirlo a objeto sin sentimientos o emociones, aún más, equipararlo con la inmundicia, forzándolo a convivir en estos agujeros, en la oscuridad, como si fueran ratas e impregnándolos con el olor mismo de la mierda. La siguiente reflexión de Primo Levi es relevante y quita cualquier velo de inocencia que pudiera tenerse con respecto a estas prácticas que equiparan la condición humana con lo inservible:

En la práctica cotidiana de los campos de exterminación se realizan el odio y el desprecio difundido por la propaganda nazi. Aquí no estaba presente sólo la muerte sino una multitud de detalles maníacos y simbólicos, tendentes a demostrar y confirmar que los judíos, y los gitanos, y los eslavos, son ganado, desecho, inmundicia. Recordad el tatuaje de Auschwitz, que imponía a los hombres la marca que se usa para los bovinos; el viaje en vagones de ganado, jamás abiertos, para obligar así a los deportados (¡hombres, mujeres y niños!) a yacer días y días en su propia suciedad; el número de matrícula que sustituye al nombre; la falta de cucharas (y sin embargo los almacenes de Auschwitz contenían, en el momento de la liberación, toneladas de ellas), por lo que los prisioneros debían lamer la sopa como perros; el inicuo aprovechamiento de los cadáveres tratados como cualquier materia prima anónima, de la que se extraía el oro de los dientes, los cabellos como materia textil, las cenizas como fertilizante agrícola; los hombres y mujeres degradados al nivel de conejillos de india para, antes de suprimirlos, experimentar medicamentos.

La misma manera elegida para la exterminación (al cabo de minuciosos experimentos) era ostensiblemente simbólica. Había que usar, y se usó, el mismo gas venenoso que se usaba para desinfectar las estibas de los barcos y los locales infestados de chinches o de piojos. A lo largo de los siglos se inventaron muertes más atormentadoras, pero ninguna tan cargada de vilipendio y desdén.

Bruno Bettelheim afirmaba que esta violencia aniquilaba principalmente a todos aquellos prisioneros que no tenían una creencia religiosa o política, puesto que éstas eran un sólido apoyo moral que justificaba lo que se estaba viviendo. Bettelheim afirmaba que la clase media como burócratas, profesionistas, maestros, etcétera, fueron los segmentos más vulnerables a este tipo de castigo; recibir bofetadas o nalgadas, vaciar los cubos llenos de inmundicia, o dejar que las personas deyectaran encima de su cuerpo, fueron hechos mucho más devastadores que la propinación de castigos severos como eran los golpes. Los primeros colocaban en un estado infantil e indefensión a los sujetos, los segundos no. Sin duda existe este goce de poder que se encuentra en todas partes y se establece en la más sutil de las humillaciones.

Atañe a las ?relaciones intersubjetivas: el poder de una persona sobre otra, y el goce que la primera obtiene del ejercicio mismo de ese poder (los animales humanizados; perro o caballo, pueden también servirle de objetos).? Primo Levi trata de comprender los motivos que alimentaron a los nazis, a los S.S. y a los mismos judíos-comandos para violentar a las personas bajo su mando (por mínimo que este fuera) y, al recorrer las dolorosas páginas de su testimonio uno siente el esfuerzo por alcanzar una respuesta que de cuenta de esta parte violenta de la naturaleza humana, o como dice Semprún, del mal radical. Levi oscila y explica la conducta bajo la presión estructural que ejerce el Estado autoritario y homicida sobre todos los personajes del cautiverio, cada posición es un molde en donde la pasta humana es amasada inevitablemente; en otros pasajes, surge la palabra que atraviesa desgarradoramente la conciencia para mostrar su indignación y su sed de justicia, palabra que no logra comprender del todo, porque si lo hiciera, entonces estaría muy cerca de justificar el gesto mortífero que los campos sembraron. Levi apunta, alude al carácter alemán, regresa a la condición humana, vuelve a preguntar...

Todorov en su libro Frente al límite, retoma la misma interrogante sobre el poder. Existe una necesidad de los poderosos por apresar la voluntad de su víctima y decidir sobre su felicidad o desdicha. Para Todorov la irracionalidad de este comportamiento se explica por ?la satisfacción de un ser particular: yo. Esta satisfacción se alimenta exclusivamente de la constante sumisión del otro. Yo gozo directamente de mi poder sobre él, sin pasar por la mediación de una racionalización que toma la fuerza de una ley, de un deber o de la palabra de un jefe: es una libido dominandi?.

Todos aquellos que han utilizado el poder para matar o hecho sufrir a otras personas se justifican. Neutralizan sus hechos repitiendo que, a fin de cuentas, sólo fueron parte de un engrane impulsado por una gran maquinaria. En concordancia con una división técnico-instrumental y, en la toma burocrática de decisiones, el discurso se fragmenta. Estos poderosos personajes dividen enérgicamente su vida pública, de su vida privada ?compensando? así, la realización de actividades completamente disímiles en cada ámbito. Tienen una mentalidad que trabaja por ?compartimentos? que se cierran y abren a conveniencia (a la manera de un submarino).

Sin duda, se necesita estudiar mucho más estos procesos de contrapeso que pudieran darse entre las diferentes esferas de la vida de modo que, lo que se realiza en una puede ser neutralizado por la otra, a manera de reparación. Para Todorov, el hecho de que un nazi ejecute judíos y sea un buen padre de familia lo único que muestra es la existencia de esta esquizofrenia social. No es el propósito de este ensayo profundizar las causas que conducen al ejercicio de la violencia ilimitada, baste reconocer por el momento que ésta obtiene su retribución en el goce. Destaquemos entonces el problema del poder desde el ángulo de nuestro interés.

La cárcel divide simbólicamente el espacio social entre el orden y el caos, entre el universo del bien de aquel mundo demoníaco. A diferencia del mundo urbano, la cárcel es el espacio de la putrefacción, lejos de la mirada del resto de la comunidad; su violencia surge de la oscuridad de los apandos y de la mierda que los sostiene, de su metamorfosis en dinero. La represión propia de los procesos de civilización sublimatorios de larga duración, retorna en las prisiones y su dinámica persecutoria y devorante, en donde las aberturas del cuerpo son investidas de una sobrecarga libidinal que hacen del encierro el anus mundi. Atrapados en los intestinos del Estado, empieza la metamorfosis de los cautivos que fungirán como el abono del cual se sacará provecho. Y es en este juego pleno de arcaísmos pregenitales desde donde emerge, sublimado, inodoro, sin rastro de impureza, ese eterno equivalente general, el dinero, de tal suerte que ?también el olor del desperdicio subsiste allá donde deviene en oro?. Los hombres-excremento son así, el estiércol que produce el reluciente oro; el Estado saca provecho de sus letrinas; de la ?administración de las ilegalidades (Foucault), del ?delito como industria?; el dinero sale perfectamente ?lavado?; no tiene porque exhibirse el lugar de los negocios turbios ?donde se ejerce el proceso de acumulación primitiva?, baste con que la sociedad deyecte a sus extraños, los vierta en el desahogadero y los acumule como desperdicios en los reclusorios y penitenciarías y, de esta transformación en mierda, lograr conseguir un ?buen provecho?.

Finalmente, la idea de que existan estos rituales en la cárcel refuerza el hecho de que el poder no sólo pretenda una finalidad de orden legalmente pulcro y disciplinario, sino también insistir en que éste es imposible sin esta implacable organización del goce sobre los cuerpos; ?ver, oír y callar? es uno de las prescripciones más respetadas por todos los prisioneros, que tienen su contraparte en no ser ?borrega? es decir, delator; por más perjudicial que sea el crimen cometido; reglas formales e informales se entrelazan sobre la base del cuerpo cautivo; es el cuerpo el soporte mismo del poder; tal vez eso explique que, cada intento auténtico por erradicar la droga termine en motín; el tatuaje canero, las cicatrices en la carne, las vejaciones sexuales, los asesinatos con ?puntas?, la relación estrecha del cuerpo con la excreta, son consecuencia de estos rituales que han perdido su magia simbólica y quedan como restos de una magia fallida sobre la que se monta todo un dispositivo de poder. Por eso insistimos que cada intento por extirpar estas prácticas gozosas, es un atentado en contra de la misma institución penal, que está precisamente organizada sobre estas reglas no escritas, pero que siguen dando mantenimiento a ese otro rostro fantasmático del orden y la rehabilitación social.

 

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Notas

Del libro segundo, en su quinta parte titulado ?El intestino del Leviatán? de la obra de Los miserables de Víctor Hugo, nos inspiramos para titular el presente ensayo.

Doctor en Ciencias Sociales, Profesor-investigador en la Carrera de Sociología. Actualmente es responsable del Seminario de Investigación de Teoría Social y Criminología.

Mario Vargas Llosa en su comentario a Los Miserables, dice que Jabert, el policía, es la encarnación pura de la ley (podemos agregar que es un digno representante del imperativo categórico kantiano) y su destino está ligado irremediablemente a cumplirla. Al final de la novela, Jabert perdona a Jan Valjan. Para Vargas Llosa este único gesto de humanidad - y, por ende, de duda - provoca el posterior suicidio de Jabert. Ver: Vargas Llosa, Mario. La tentación de lo imposible, México, Alfaguara, 2005.

El episodio criminal es una secuela de la reacción social. Es el acto que lesiona los sentimientos y creencias colectivas, es decir al lazo social intersubjetivo. A diferencia de los juristas aquí se apunta a las ligaduras emocionales que hacen de las comunidades una textura significante, una matriz simbólica. Las sociedades y los grupos reaccionan ante la ofensa para resarcir las heridas inflingidas.

Ver: Dor, Joël. Estructura y perversiones, Barcelona, Gedisa, 1988; Ramírez, Mario Elkin. Aporías de una cultura contemporánea, Medellín, Universidad de Antioquia (Colección, Psicoanálisis, Sujeto, Sociedad), 2000.

Ver: Ramírez, Mario Elkin. Aporías de una cultura contemporánea, Universidad de Antioquia (Colección Psicoanálisis, Sujeto, Sociedad), 2000.

Bryan Turner es uno de los estudiosos que más insisten en subrayar la importancia que juega el cuerpo en las culturas, sus planteamientos son coincidentes con los de Goffman en afirmaciones como la siguiente: ?El cuerpo es a un mismo tiempo la cosa más sólida, más elusiva, ilusoria, concreta, metafórica, siempre presente y siempre distante: un sitio, un instrumento, un entorno, una singularidad y una multiplicidad. El cuerpo es la característica más próxima e inmediata de mi yo social, un rasgo necesario de mi situación social y de mi identidad personal, y a la vez un aspecto de mi alineación personal en el ambiente natural?. Ver: El cuerpo y la sociedad, México, FCE, 1989, p. 33.

Este planteamiento goffmaniano sobre el ?ego-territorial? afirma que no existe cultura que no reivindique un espacio vital (de ahí la importancia que el sociólogo atribuye a las bolsas) y que no establezca una relación íntima, de pertenencia con los objetos. Ver: Goffman, Erving. Relaciones en público. Microestudios de orden público, Madrid, Alianza Editorial, 1979.

Ver: Goffman, Erving. Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires Amorrortu Editores, 1997.

Se comprende entonces porque estamos sistemáticamente corrigiendo el orden de la interacción por medio del lenguaje (?lo que realmente quise decir...?), o a través de micro rituales (saludos, despedidas, sonrisas, asentimientos). Así, una broma puede relajar un encuentro conflictivo (o puede provocarlo), todo depende de la situación.

Existe también una respuesta de los cautivos en contra del encierro forzado y la mortificación en que deviene. Goffman vislumbra distintos escenarios que refiere como ?formas de adaptación? y/o ?ajustes secundarios.?

Ver: Kertéz Imre. Sin destino, Barcelona, Acantilado, 2005.

Los apodos o etiquetas son atribuciones que se le imputan al sujeto a través de un proceso asociativo del lenguaje relacionado con la interacción social; Mauss considera que siempre existe un proceso de abstracción y de selección, de forma que las relaciones que se establecen entre las palabras y las cosas no son estrictamente arbitrarias sino que dependen de la cultura del grupo, de la matriz simbólica que cada sociedad imagina. Ver: Mauss Marcel. ?Esbozo de una teoría general de la magia?, en Sociología y antropología, Madrid, Tecnos, Colección de Ciencias Sociales, Serie Sociología, 1991.

Ver: Todorov, Tzvetan. Frente al límite , México, Siglo XXI, pp. 187-188.

?[...] la clase híbrida de los prisioneros-funcionarios es su esqueleto y, a la vez, el rasgo más inquietante [del Campo o Lager ]. Es una zona gris, de contornos mal definidos, que separa y une al mismo tiempo a los dos bandos de patrones y de siervos. Su estructura interna es extremadamente complicada y no le hace falta ningún elemento para dificultar el juicio que es menester hacer?. Levi, Primo. ?Los hundidos y los salvados? en Trilogía de Auschwitz, Barcelona, El Aleph Editores, 2005.

?La reducción de un individuo a categoría es inevitable si se quiere estudiar a los seres humanos, pero es peligroso cuando se trata de una interacción con ellos: frente a mi yo no tengo una categoría sino siempre y solamente personas. Es precisamente por esta razón por lo que en los campos de exterminio se hace todo lo inimaginable por evitar el cara a cara, por impedir que el verdugo vea la mirada de la víctima posarse sobre él?. Todorov Tzvetan, op. cit., p. 187.

Ver: Reik, Theodor. ?La tarjeta de visita del criminal?, en Psicoanálisis del crimen . El asesino desconocido, Buenos Aires, Ediciones Hormé, Distribuido por Editorial Paidós, 1965.

?Mientras que el principio del placer estaba asociado solamente con la ingestión de algo proveniente del exterior o con la expulsión de los contenidos corporales, ahora se agrega el placer de retener esos contenidos lo que conduce al placer en todas las formas de propiedad?. Abraham, Karl (1921). ?Contribuciones a la teoría del carácter anal?, en Psicoanálisis clínico, Buenos Aires, Lumen-Hormé, 1994, p. 303.

Ver: Hertz, Robert. La muerte. La mano derecha, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Alianza Editorial Mexicana (Colección Los Noventa), 1990, pp. 49-51.

Ibidem. p. 307.

?Uno de los rasgos esenciales de esta erótica anal consiste en constituir una especie del sentimiento de poder, es decir, un sentimiento de independencia del premio del placer respecto a las otras personas, ya que las heces fecales son productos propios, a diferencia del pecho o los biberones [que son sustituidos por aquellos], de los cuales pueden ser privados en cualquier momento, y por eso se unen a un sentimiento de incertidumbre. A diferencia de estos objetos de placer, expuestos a los ataques de los adultos, el cilindro fecal, escondido en el interior del cuerpo, está cubierto de toda acechanza. La fuerte acentuación del impulso de independencia, de la testarudez, de la autonomía del niño en la fase anal [...] representa [...] una especie de super compensación de las experiencias desagradables de la fase oral, durante el cual el placer del niño dependía por completo de la arbitrariedad de la madre?. Franz, Alexander y Staub, Hugo. El delincuente desde el punto de vista psicoanalítico, Madrid, Biblioteca Nueva, 1961.p. 226.

Como nota curiosa hay que recordar que el conocimiento etológico sobre la conducta de algunos animales de ?marcar? el territorio con orines está relacionada con este tema de la propiedad y el poder, con el sentimiento de pertenencia.

Semprún, Jorge. La escritura o la vida, Barcelona, Tusquets, 2002, p.52.

?El fóbico es un niño que cree todavía en las intenciones infanticidas de cosas y gente que la hace sufrir, o que le oponen resistencia. No puede, pues, defenderse de ellas y protegerse sino a la manera de un niño, con el modo mágico?. Odier, Charles (1947). La angustia y el pensamiento mágico. Ensayo de análisis psicogenético aplicado a la fobia y a la neurosis de abandono, México, FCE, 1961, p. 55.

En ese sentido destaca el estudio de Bruno Bettelheim en torno a las incisiones penianas y obliteraciones clitoridianas. Consultar: Heridas simbólicas. Los ritos de pubertad y el macho envidioso, Barcelona, Barral Editores, 1974.

Rohéim, Geza Magia y esquizofrenia, Barcelona, Paidós, 1994, pp. 27-28.

Rohéim Geza, o p., cit. pp. 30-31.

Ver: Godgbout T., Jaques y Caillé, Allain. El espíritu del Don, México, Siglo XXI, 1992.

Curiosamente, los presos denominan de igual forma a los testículos. Ver: Colín, Guillermo. Así habla la delincuencia y otros más, México, Porrúa, 1991, p. 7.

Revueltas, José. El apando, México, Era, 1992, p. 23.

Visitamos en el Reclusorio Norte al editor Fernando Valdés (me acompaña el profesor Marco Jiménez) a quien se le acusa de piratería en un intrincado y oscuro proceso penal; Fernando en su inquietud por conocer este universo, vivió durante algunos días junto con la población general al amparo de uno de esos presos capos que brindan seguridad; Fernando quiso conocer a fondo la vida de los presos y uno de estos capos lo lleva a cierto lugar para que observe como se castiga a los presos que deben dinero de la compra de drogas. Nos platica una escena calificada por él de infernal: ?los llevaron a un lugar donde fueron sometidos por otros presos drogados, aquellos considerados los más lacras del penal, los desnudaron y los violaron entre gritos y golpes?. Durante el regreso a la Universidad recuerdo una de las frases más socorridas entre los presos que cobran a estos adictos morosos: ?tú te la fumaste por la boca riendo y ahora la vas a pagar por el culo llorando?.

Muchas de estas violaciones son promovidas por las mismas autoridades que permiten la venta y facilitan la competencia entre los grupos, con tal de obtener más ganancias.

Información proporcionada por Fernando Valdés.

?Lo mismo sucede con la obligación de vivir junto con sus excrementos, o con el régimen de subnutrición [?] que obliga a los detenidos a estar constantemente en la búsqueda de alimentos y listos a engullir cualquier cosa.? Todorov Tzvetan, op. cit. p. 188.

Cuando el médico de Auschwitz Johann Paul Kremer describió su asistencia a una acción en contra de las mujeres (?el horror más horrible de todos?) entendió porqué su ayudante calificaba el lugar donde se encontraban como el anus mundi . Expresión que, a decir de Todorov, adquiriría cierta celebridad. Ibidem. , pp. 168-169.

Algunas expresiones de los presos referidas al ano y que son sintomáticas al respecto son: ojal, ojete, ojo, ojo de payaso, ojo de puerco, ojo de salvo honor, anís, caja de los pesos, caja de los pedazos, caja de las contribuciones, fogón, pérdigo, sunfiate, yoyo, etcétera. Ver: Colín Guillermo, o p. cit.,

Por el contrario: también se dice que alguien ?se cagó? cuando obtuvo inesperadamente algo valioso. Las expresiones al respecto son variadas. Ver: Colín Guillermo, op. cit., pp. 30-31 y 133.

Bettelheim, Bruno. El corazón bien informado. La autonomía en la sociedad de masas, México, FCE, 1973, p. 123.

Laporte, Dominique. Historia de la mierda, Valencia , Pre-Textos , 1998, p. 69.

Levi Primo. ?Si esto es un hombre?, en Trilogía de Auschwitz... op. cit., p. 239.

Todorov Tzvetan, o p. cit., pp. 207-208.

Primo Levi, ex convicto del campo de concentración de Auschwitz-Monowitz da cuenta de estos compañeros conversos quienes hacían cumplir las irracionales órdenes de los nazis con mucha mayor convicción y necedad que la de sus captores; incluso, afirma que todos ellos remendaban su ropa al estilo puramente alemán; como señalamos arriba, el término con que Primo Levi designó a este grupo de personas dentro del espacio concentracional fue el de ?la zona gris?.

Ibidem. p. 207.

?En el fondo, para aquel que tiene algo que reprocharse, importa poco saber si ese algo se sitúa en la esfera pública o en la esfera privada; lo que cuenta es que existen ambas, y que una de ellas ?la que se proclama como constituyente esencial de su ser- puede, ante sus propios ojos mas que nada, rescatarlo de la otra?. Ibidem. p. 177.

Laporte Dominique, op. cit., p. 47.