MARÍA BONILLA

Luis de Tavira: ¿ángel o demonio?

 

Yo contra mí . La gran paradoja, tan familiar para cada uno de los seres humanos que se han sentado un instante tan sólo, a pensar en ellos mismos, en los otros, en la vida.

En el centro de la paradoja, yo. En el centro de mí misma, el teatro. La más grande e indescifrable de las paradojas. Como yo.

Y ahora, este dispositivo queriendo ser posible. Samuel Beckett diría, tal vez: "¿Quién sería?, si pudiera ser. ¿A dónde iría?, si pudiera irme. ¿Qué diría?, si tuviera voz."

El teatro. Horas y horas y horas de trabajo, interminables, infinitas horas dedicadas a un instante en el tiempo, efímero, irrepetible, del cual, una vez concluido, no queda nada. Un instante que cada noche es idéntico y diferente y que no deja rastro material alguno, de no ser, como diría Barthes, unas fotografías que no nos dejan quitarnos de haber estado allí.

Trabajo de trascendencia en lo que se sabe, de antemano, irremediablemente perdido.

Luis de Tavira ha puesto palabras a la paradoja, en todos sus ensayos, como en El espectáculo invisible: paradojas sobre el arte de la actuación :

La grandeza del actor está en proporción a la profundidad de lo indecible con que pueda agrandar la dimensión del texto.

Tavira conversa, trabaja con la paradoja:

El actor debería aprender a pensar en defensa propia.

Tavira convive, hace el amor con la paradoja:

Sabemos quién es alguien cuando podemos medir el tamaño de su ausencia.

La nostalgia es una agridulce sensación que se provoca ante la proximidad de lo irreparablemente perdido.

Director, dramaturgo, ensayista, pedagogo, fundador de compañías teatrales, conferencista internacional. Dicen que es un director tirano. Dicen que conserva la austeridad de un monje. Dicen que ama todos los placeres de la vida. No lo sé de cierto. Sé, sin embargo, que ha dedicado alma, vida, corazón -y sólo él sabe cuántas cosas más- a crear y mantener una compañía teatral, porque cree que la única manera de que el teatro encuentre un lenguaje y hable a su época es a través de un equipo concebido como comunidad.

Entonces, no puedo evitar el preguntarme: ¿un convento de saltimbanquis?, ¿un circo de monjes de clausura?, ¿poner rigidez y dogmatismo en la libertad y la pasión del teatro?, ¿poner rebelión y gozo en el recogimiento e introversión de la Iglesia?

Suena a paradoja.

Dejemos entonces hablar a la paradoja misma. Usemos sus palabras:

El personaje proviene de un saber sobre sí mismo que no es más que un invento de la memoria; entra a escena atraído por un saber que es pura adivinanza y ahí sucumbe al asombro de su propia ignorancia.

Que sea Tavira mismo quien nos hable de los inventos de su memoria, que adivine por nosotros y sucumbamos juntos al asombro. Que Dios dijo: "Vengo a traer la guerra, no la paz". ¿No es eso de lo que estamos hablando? ¿De memoria, de atracción e ignorancia? ¿O era más bien de invención, adivinación, asombro y reconocimiento, de lo que se trataba esta lucha libre? Y ya que estamos en esto, ¿puede alguna lucha ser libre? ¿Libre de qué?

En todo caso, que sea al menos un espacio para reconocer juntos "la intolerancia de nuestra tolerancia", si es que esto de la autoconfesión crítica no es una humorada de 17, Instituto de Estudios Críticos o un espacio para el acto narcisista o una utopía más.

Las palabras de Tavira dan fe de que, además de paradójico, él y tal vez todo creador, es un utópico.

Y de los utópicos será el Reino de los Cielos, puesto que en estos días que se desangran en los no lugares de violencia en los que hemos terminado por sobrevivir, sólo un utópico puede creer en ello.

 

María Bonilla, "Luis de Tavira: ¿ ángel o demonio?", Fractal nº 32, enero-marzo, 2004, año VIII, volumen IX, pp. 61-63.