RICARDO POZAS HORCASITAS
Por primera vez,
el presente fue moderno.
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RICARDO POZAS HORCASITAS Por primera vez,
el presente fue moderno.
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El texto recorre el proceso de construcción simbólica y cultural del cristianismo, hasta culminar en el catolicismo como la cosmovisión hegemónica que construye la representación de la modernidad como elemento de diferenciación frente al pasado inmediato, para resaltar el valor de lo actual. A lo largo del trabajo se sigue el proceso de consolidación de la institución eclesiástica y su relación con el poder política. Este proceso conlleva la escritura de la apología del cristianismo, como una nueva versión del mundo que resignifica el pasado y lo convierte en lo viejo y en la tradición frente a la cual los procesos que se identifican como modernidad se diferencian. La condición de la modernidad está contenida en la raíz misma de su etimología latina, modernus; moderno significa reciente, justo ahora, que existe desde hace poco. Moderno deriva de modus, modo, palabra que en su origen latino no sólo significa únicamente, precisamente, ya, en seguida, sino que probablemente pudo haber tenido el sentido de ahora, acepción que pervive en el periodo románico. La palabra moderno en su forma latina, modernus, se utilizó por primera vez en el siglo V a fin de distinguir el presente, que se había vuelto oficialmente cristiano, del pasado que era romano y pagano.(1) El presente texto recorre el transcurrir de los eventos que culminaron en la institucionalización del cristianismo. Curso de los hechos en los que se amalgamaron los elementos dispersos del cristianismo para edificar la religión católica, a través de la consolidación de una unidad simbólica institucionalizada, coherente y unitaria, en donde las distintas partes reforzaron el sentido unívoco y fundante de la autoridad religiosa. El clero que dirigió la institución eclesiástica convirtió al mito en la fuente de su poder de mando sobre sus fieles: los creyentes católicos. El largo proceso unificador de las versiones sobre Dios, culmina en la elaboración de un relato omnicompresivo, excluyente y “verdadero” que se convierte en la versión oficial: un todo depurado y explicativo que sincretiza, al conjugar y jerarquizar, las versiones dispersas y contradictorias de la tradición cristiana existente hasta entonces. Afuera quedaron las “otras” narraciones de la tradición oral y los textos calificados como “apócrifos.”(2) La versión oficial y totalizadora, que contenía los distintos mitos protagonizados por Cristo (uno más, –que la decadencia de una época volvió el único– de los seguidores de la más añeja de las tradiciones judías: la heterodoxa, sementara de grandes hombres), edificó la unidad de textual de los evangelios, que encerraba las posibles variantes, complementarias del discurso sagrado que fundamentaba el catolicismo.(3) La palabra de Dios se volvió palabra escrita, palabra depurada por la autoridad que elaboró el cannon: catálogo de libros tenido por la iglesia como auténticos. El largo proceso de institucionalización del cristianismo va de principios del siglo IV cuando cesó la persecución de los cristianos reiniciada por Diocleciano (284-305) hasta finales del mismo, cuando bajo el papado de Dámaso I, (1 de octubre de 366-11 de diciembre 384) el 27 de febrero de 380 Teodonsio, con el edicto de Tesalónica, declaró la fe cristiana como la religión oficial del imperio. La persecución de los cristianos reiniciada por Diocleciano (284-305) que fue “la última gran guerra de exterminio del paganismo contra el cristianismo.”(4) comenzó en el año 303 y recayó especialmente en Palestina y Egipto. Diocleciano transforma la unidad espacial imperio romano al dividirlo en dos grandes gobiernos: el occidental, incluida la provincia de Africa y en el que quedaron todas las provincias de lengua latina, con excepción de los países danuvianos y el oriental, con Egipto, formado por el mundo helénico. La soberanía también fue partida en dos: Dicleciano se encargo de Oriente y Occidente fue entregado a Maximiano, los dos emperadores eran iguales en dignidad, pero el más antiguo ejercía una primacía de prestigio y disponía de todo el poder legislativo. Los dos emperadores cambiaron el derecho sucesorio de carácter hereditario por el sistema de elección del más digno. Al rompe el vínculo con Roma y trasladar la capital del imperio a Oriente, en la ciudad de Nicomedia, el emperador rompe el cerco de la guardia pretoriana y del Senado, instituciones que poseían la capacidad de manipular a la plebe. El cambio en las relaciones de poder promovidas por Diocleciano culminaron en la transformación en el mundo religioso del imperio, proclamando el culto solar como la religión del Estado. Los emperadores pretendían ser hijos de dioses, Diocleciano (quien se asumía descendiente del dios solar, Júpiter) proclamó la unidad religiosa del imperio y para lograrlo, el 23 de febrero de 303 dicta una ley –válida para todo el imperio– en la que se ordena la clausura de la totalidad de las Iglesias cristianas, la confiscación de los cementerios y demás propiedades, así como de sus libros sagrados. Con ello, daba comienzo la persecución más sangrienta que conoció el imperio romano. Diocleciano abdicó en 305 y logró que Maximiano también lo hiciera, a ambos les sucedieron dos césares, puestos por ellos, bajo el principio de la sucesión del más digno: Constancio Cloro (250-306) para los territorios de Occidente y Cayo Galerio (293-311), general de origen dacio, para los territorios de Oriente. Este último emperador publica, una ley (30 de abril de 311) que reconocía a los cristianos el derecho de profesar su religión, con lo que la Iglesia adquiría personalidad jurídica, los bienes confiscados durante la persecución le fueron devueltos incluyendo los panteones y por primera vez el papa Melquiades o Milicíades (2 de julio 311-19 de enero 314) pudo presidir. Un 13 de abril de 313, la Pascua en Roma sin ningún temor. La escena pública romana estaba colmada de luchas por el poder situación que culmina con la muerte de Galerio (311), y convierte a Constantino (Flavius Valerius) Aurelios Constantinus (385-336), en el personaje central de esta época. Hijo de Constancio, el augusto de Occidente, estuvo con su padre en Britania y a la muerte de éste en York (306) fue proclamado ahí augusto por el ejército y de Helena(5) cristiana unida a su padre en concubinato (matrimonio romano reconocido como de rango inferior). Esta situación familiar lo predispone a sincretizar en su origen, el doble vínculo religioso: el romano y el católico. En el mundo romano (y clásico) había una relación “utilitaria” con la divinidad, los dioses probaban su eficiencia suprahumana en las batallas en las que participaban guerreando al lado de sus adoradores, en las batallas romanas no sólo vencían los hombres, con ellos también lo hacía unos dioses frente a otros y el dios de los cristianos probó a Constantino su superioridad frente a los dioses “paganos“ invocados, como parte del ritual militar, por su enemigo Magencio. Por su parte Licinio, (césar de Oriente) derrota a Maximino, quedando junto con Constantino como los dos augustos victoriosos y únicos emperadores. Ambos se reúnen en Milán (febrero, 313) y deciden no sólo confirmar el edicto de Galerio sino añadir, a favor de la iglesia cristiana, disposiciones que la hacían pasar de la simple tolerancia a su pleno reconocimiento social aceptando, con ello, la demanda de la jerarquía eclesiástica cristiana como legítima. Comenzaba lo que los historiadores llaman “imperio Cristiano”. Durante algunas décadas el cristianismo compartiría su legitimidad con las antiguas religiones, a las que no reconocía como verdaderas, y con el judaísmo, cuyo status de religio licita no había sido alterado. El acto jurídico que dio al cristianismo pleno reconocimiento social significo para el poder político romano, la aceptación de su fuerza del cristianismo como movimiento social en expansión, imposible de dominar con persecuciones, que lo único que hacían era alentar la identidad y solidificar la cohesión de los cristianos, confirmando el núcleo duro de su ideología: el sacrificio en la tierra para obtener la gloria eterna y la conversión del creyente individual en mártir universal de una fe colectiva en ascenso, que enfrentaba en el campo simbólico, la decadencia institucional del imperio y su incapacidad de construir la dirección cultural del pueblo romano. Constantino, al suprimir las persecuciones buscó eliminar una de las fuentes del desprestigio del poder político imperial. Era imposible gobernar sin los cristianos, la legítima y el reconocimiento social exigía al gobernante la capacidad de construir la dirección institucionalizada de los cambios sociales que asentarían el futuro poder del Estado frente a una sociedad diversificada por la romanización de los bárbaros y vándalos, multiplicidad de tradiciones que tenían en las distintas modalidades de la religión cristiana: una unidad de representación colectiva constitutiva de una nueva identidad social surgida de la amalgama simbólica de la diversidad cultural de los individuos que formaban la nueva sociedad romana.
En el 312 el emperador Constantino disuelve a la Guardia Pretoriana, la precaria alianza entre éste y Licinio, quien comenzó a perseguir a los cristianos de oriente, desembocó en una guerra (324) de la que Constantino sale triunfador y se erige en emperador único, restableciendo la unidad del imperio, consolidación del poder imperial que culmina con la creación de un sistema de sucesión dinástica hereditaria8 y el inició de la construcción de una nueva capital –territorialización del poder que asentaba en el espacio la densidad simbólica de la concentración del mando– en la antigua ciudad griega de Bizancio, llamada originalmente Nueva Roma y finalmente consagrada en una ceremonia como Constantinopla (330). Este acontecimiento intensificó la escisión entre Oriente y Occidente. La ciudad significó el esplendor del imperio y sobrevivió más de mil años a la caída de Roma. Constantino consolidó su poder y el del imperio a través del fortalecimiento de la iglesia católica y de su jerarquía dirigente, ambas afianzadas por la expansión de las comunidades cristianas. Los acuerdos del poder imperial con la Iglesia convirtieron al emperador en la mayor figura política durante la época del papa Melquiades o Milcíades, (San), (2 julio de 311- 10 enero 314), consolidando una nueva fuente de legitimidad en el gobierno del imperio, al volverse la cabeza del Estado Romano la protectora de la institución dirigente del más amplio movimiento social religioso en expansión que hasta entonces conociera la historia de occidente. El emperador intervino personalmente en los asuntos eclesiásticos y en los conflictos provocados por los cismas promovidos por Donato: el donatismo(9) (314) y por Arrio: arrianismo (325).(10) Al dar a los obispos la posesión de los bienes confiscados a los templos paganos, el emperador convirtió a la Iglesia en la mayor potencia económica de la época. Constantino asimiló a los obispos las funciones de los gobernadores civiles y les reconoció el derecho de jurisdicción disciplinaria sobre los clérigos, otorgándoles el poder arbitral sobre los fieles. Bajo el reinado de Constantino (274-337) el cristianismo se volvió en el culto del emperador(11) . La adopción del cristianismo no provocó ruptura alguna en la concepción del poder, ya que si bien el emperador dejó de ser considerado como un dios, su autoridad continuó siendo calificada de divina. En esta nueva condición el emperador no implantó ninguna modificación en la liturgia de la adoración en su honor. El origen del poder del emperador dejó de ser divino y se volvió humano con autoridad divina, paradójicamente este acto secular significó una verdadera revolución cultural en el significado del mito fundador del poder político de la antigüedad y estableció el principio de una división de funciones entre la autoridad civil y la autoridad religiosa, en donde el único lazo en común era el emperador. La Iglesia católica consolidó todos los atributos del gobierno autónomo al construir en el siglo IV un poder legislativo propio, que desde el Concilio de Ancira (314) había afirmado el poder que poseía de legislar para sí misma –como lo venía haciendo de facto antes de esa época– imponiendo la excomunión como la más grave de las sanciones religiosas a la falta de los cristianos. En 320 el concilio de Neocesárea reglamentó las condiciones de ingreso al diaconado y en el concilio de Antioquía en 341, estableció el estatuto jurídico del episcopado y los bienes de la Iglesia. Todas estas normas, habían de formar parte del derecho público imperial y desde entonces, el clero formó dentro de la sociedad un estamento enteramente aparte, no sólo por razón de su exclusiva consagración al culto, sino también, por vivir a la sombra de un derecho privativo. En el año 325, se celebró el Primer Concilio Ecuménico(12) en Nicea de Bitinia, convocado por el emperador Constantino para fijar la fecha de la Pascua(13) y enfrentar el problema del arrianismo, que sustentaban la inferioridad del verbo de Dios.(14) En este Concilio se creó la unidad de la divinidad a través del dogma, que termina con la polémica de la naturaleza básica de Cristo y Dios. Este conflicto, propio de la naturaleza de las afluentes en las que abreva el cristianismo, se resuelve por la mayoría de votos de los miembros de la asamblea conciliar ecuménica:(15) 300 votos a favor y 3 en contra: los de Arriano y los y de dos obispos llamados “sus secuaces”. Se impone la tesis de la consubstancialidad que sustenta el concepto de Dios trinidad, con lo que se indica que en Dios hay tres personas realmente distintas e iguales por ser consubstanciales, en una naturaleza única e indivisible, se trata de un misterio que ha sido revelado por Dios. Este enigma de las tres personas en una se resuelve en el mito, que subsume en la tríada, entidad abstracta e indiferenciada, todas las tradiciones religiosas anteriores. El milagro de la unidad teológica, de la calidad consubstancial de Dios, fue en realidad el milagro del consenso, construido por la conciencia de la mayoría de los obispos de pertenecer a una aristocracia que consolida la creación de las bases doctrinales de la más fuerte institución: la Iglesia. La ortodoxia católica se edifica sobre la unidad simbólica, que supone la subordinación de las versiones y creencias particulares a la unidad teológica sin fisuras posibles, a un mito único y refundante de la cohesión institucional. A través de la subordinación de todos, a la jerarquía que la representa. La cohesión de la elite gobernante de la iglesia católica edifica el milagro político de la unidad simbólica, que sustenta a la institución que dirige. En el principio de su consolidación, esta elite funda el núcleo duro de su argumentación ideológica, mediante un mito único y unificador que subsume en la consustancialidad la diversidad teológica, subordinando las otras versiones del mito fundador a la versión oficial y convirtiendo a esos creyentes de las versiones no oficiales en disidentes, como en el caso de Arrio. La cohesión de la elite en el poder depende también de los recursos simbólicos que posee para ejercer la coerción en su interior y sobre la comunidad cristiana que dirige, así como del poder institucional, pero sobre todo simbólico, que les da la legitimidad de excluir a los que pone en duda la autoridad de su mando, criticando el fundamento mítico que la sustenta. Este conjunto de recursos le da a la jerarquía eclesiástica la capacidad de convertir a los disidentes, a través de un principio normativo de fe, en externos a la iglesia y sobre todo a la religión: en herejes. En Nicea, los obispos triunfantes consolidan un bastión más de la ortodoxia católica y la consuman en la elaboración del rezo institucional más importante de la cristiandad, el que pone a la Iglesia al mismo nivel que el misterio de Dios: El Credo(16) En el periodo de Constantino se pasa del sábado (shabat), como el día de la festividad sagrada más importante del pueblo judío, al domingo, en un acto de sincretización con la cosmogonía romana –día de la festividad de Apolo, el dios sol– como día del señor cristiano y de la celebración religiosa en la cual se reza El Credo.(17) El misterio se volvió dogma y el dogma se reiteró en el rezo, discurso ofrecido en el ritmo de la misa, ámbito ritualizado en el que el sacerdote realiza el oficio eclesiástico y, en la representación popular, los fieles entran en contacto con la divinidad. A través de la cultura oral, el rito de la oración se convierte en el vehículo más eficiente de la reiteración dogmática: se aprende por repetición, se socializa por rezo y a través del ritmo verbalizado de la oración se llena de sonidos especiales el territorio único de la Iglesia. El domingo se vuelve un tiempo diferente, fundado en la exclusividad frente al conjunto de los días de la semana. Esta conjunción de tiempo, territorio y voz colectiva se amalgama en la ceremonia de la comunión grupal de los creyentes, unidos por el rito: el tiempo y el espacio asientan un evento cultural de excepción, que reitera la autoridad sacerdotal de quien dirige el acto y recibe la obediencia de la comunidad que asiste. La misa es un acto que reitera y confirma la autoridad cotidiana del representante de la institución sobre el común. El primer acto de obediencia esta en el seguimiento que los feligreses hacen del ritmo de las distintas partes que componen la ceremonia y los ritos que los convocan a obedecer, a través de los hombres que lo representan, a dios. Ahí, en ese acto, se encarna una modalidad de la cosustancialidad: la obediencia a Dios, a través de la obediencia a los representantes de su institución terrena: los sacerdotes. El rito de la misa construye una identidad colectiva, es un acto simbólico de excepción que corta el tiempo diario y lo condensa en un territorio singular, elevado a la condición institucional de sagrado: la Iglesia, nombre que designa un espacio específico, un templo y una institución en su conjunto, es un todo amalgamado en una sola palabra. El evento de la misa cierra, con el discurso fundamentado en la textualidad sagrada, el horizonte valorativo y analítico de las representaciones del mundo. Construida, por mayoría de votos, la unidad indiferenciada de Dios, se procedió a elaborar la unificación de la textualidad que narra el origen sagrado de la iglesia católica: las enseñanzas de Cristo. La autoridad institucional procedió a elaborar la unidad de la escritura sagrada, e introdujo la coherencia del relato sobre el que se edificó la palabra autorizada de Dios, como palabra verdadera, como escritura depurada y excluyente. De las 50 versiones bíblicas existentes entonces, sólo 27 documentos constituyen el Nuevo Testamento. Con el papa Anastasio quedan: un Dios, un credo y una escritura que lo funda y lo prueba. Los supuestos de la ortodoxia cristiana habían quedo edificados. La iglesia, en plena evolución desde su triunfo, va a imponer al imperio una política de intolerancia religiosa. La única fuerza intelectual activa es el cristianismo, que se impone en todas las esferas y obliga a que todos los valores sean objeto de revisión desde su ortodoxia. A partir del reinado de Constantino se inicia un proceso intelectual que funda la nueva escritura, con la que se introduce un orden y un sentido a la historia universal a partir de la fe cristiana. El escritor cristiano griego y obispo de Cesárea en Palestina, Eusebio (260-340) publica en griego su obra más importante, que no cuenta con ningún precedente: la Historia Eclesiástica, que le ha valido el título de padre de la historia de la Iglesia,(18) por su parte el escritor latino Lactancio Lucio Cecilio (o quizás Celio) Firmiano (245- 325), en Nicomedia, escribe una retórica en prosa ciceroniana (se le llamó el Cicerón cristiano), en un tono más bien persuasivo que polémico, en la que justifica la fe por la razón antes que por la autoridad.(19) Para Lactancio, los acontecimientos políticos adquieren un sentido moral y religioso e implican una enseñanza: significan una advertencia divina. La literatura cristiana se inspira en su origen directamente en los profetas, retoma su tradición judía y edifica su propia apología a partir del miedo social al castigo divino producido por la desobediencia a la institución eclesiástica que habla por Dios, pronosticando el futuro de la desobediencia a Dios. El cristianismo es la primera religión que universaliza la posibilidad humana de libertad, al dejar de ser particular, étnica o tribal, como las anteriores, con dioses exclusivos que protejan sólo a los suyos, a los de una comunidad frente a los otros dioses de los otros grupos o pueblos. Esta nueva religión surge del judaísmo, que había universalizado la idea de Dios(20) , pero que fue y sigue siendo, el dios del pueblo judío. El cristianismo crea un dios para todos, para la diversidad de pueblos, grupos, razas, etnias o segmentos sociales que formaban la prole romana, es una fe que no excluye, que no exige ser de un pueblo en especial para ser aceptado en ella, al dios cristiano se le pide en todas las lenguas. El cristianismo se asienta en la universalidad del individuo y no la exclusión de la particularidad social que funda las diferencias de la identidad colectiva, étnica o grupal. La nueva universalidad se confirma al convertir a todos hombres en iguales ante un solo dios, independientemente de los rasgos personales que establezcan las diferencias terrenales. En el entorno de la desagregación de las instituciones romanas; de la recomposición de la organización social producida por las invasiones y la asimilación a la vida romana de los invasores, situación que se caracterizó por las rupturas y conflictos políticos, el catolicismo se convierte en una nueva representación del mundo, Esta nueva representación del mundo, se asienta como el elemento constitutivo de una nueva fe, que da identidad y esperanza a los que viven el fin del esplendor y el orden romano, condición que da sentido y fundamento moral a las primeras reacciones místicas surgidas en el seno de la cristiandad y en contra de la acumulación de riqueza por la Iglesia, la consolidación de los privilegios del clero y el lujo del que se rodean los prelados. Para comienzos del siglo IV, la corriente mística surgida en el siglo III, en Egipto, que atrajo al desierto a los eremitas en busca de pureza y renunciamiento da origen al cenobismo, movimiento que a mediados del siglo IV se extiende en occidente y que adopta la costumbre oriental de la vida solitaria en desprecio al mundo,(21) El dálmata San Jerónimo y los asiáticos San Basilio y San Juan Crisóstomo, se erigen en moralistas, en jueces que ven en las invasiones bárbaras al imperio un castigo de Dios por las costumbres frívolas y corrompidas de la sociedad romana. San Jerónimo (347-420) considera responsables del castigo divino a la liviandad de costumbres y al pensamiento antiguo, ambos fueron englobados por él en una misma actitud prevaleciente en su época y frente a la cual utiliza el ascetismo, lo mismo para atacar a la aristocracia del intelecto –todavía muy próxima a la filosofía helénica– que a la aristocracia social. La Iglesia, afirma el santo, no nació de la Academia, ni del Liceo, sino de la plebe más vil. La obra más importante de San Jerónimo fue la traducción de la mayor parte de la Biblia de sus lenguas originales al latín, la llamada vulgata, (esto es el texto común)(22) y crea las bases de la escuela exegética que habrán de seguir los monjes de la Edad Media. San Jerónimo quiere que el pensamiento se despoje de cuanto no sea Dios y por eso pretende que la Biblia sustituya a Homero, a Virgilio, a David y a Píndaro. La erudición de San Jerónimo no fue superada en la Iglesia primitiva, influido por Cicerón, Virgilio, Horacio y otros, cuyos ecos aparecen en sus textos, su Latín es apreciado como clásico. Hubo en un principio considerable oposición a sus traducciones, por parte de los que permanecían fieles a las antiguas y más familiares versiones, pero la excelencia de su trabajo fue gradualmente comprendida y fueron las suyas las traducciones elegidas, probablemente en el siglo vi, cuando se reunieron los diferentes libros, en una Biblia única. En medio de aquella fiebre mística, la filosofía helénica se extingue y con ella la ciencia. Inútil fue que Lactancia Lucio (245-325),(23) influido aún por la cultura antigua, aspire a presentar a Cristo como la coronación de la obra esbozada por grandes pensadores como Sócrates, Platón, Lucrecio, Cicerón y Séneca en sus esfuerzos en pos de la verdad; inútil que quiera adaptar la ciencia a la nueva fe. Para mantenerse fiel a la Biblia, libro santo de la Iglesia, se ve obligado a rechazar todas sus propuestas. El cristianismo vencedor no tolerará ni a paganos ni a heréticos, puesto que posee la verdad, este encerramiento dogmático se sustentará, cada vez más, en la conversión masiva de los bárbaros, en cuya tradición de pensamiento no existía no concebía la libertad de conciencia, construcción identitaria del mundo greco latino y para los cuales, el nivel cultural e intelectual que se había alcanzado Roma, no sólo es desconocido sino contraria a su diversidad y atentatoria de su nueva identidad cristiana, según la religión oficial vigente. Queda consolidada la visión cristiana, como la religión de la pobreza, fundada en la humildad y el ascetismo. Aparece desde entonces, la gran paradoja del cristianismo, en donde la jerarquía y el papado no dejara de ser rica y poderosa, mientras la comunidad cristiana y algunos de sus dirigentes espirituales abrazaban la fe de la humildad, condición de la resignación que se convierte en el único camino de la salvación. Entre estas dos condiciones extremas del ser cristiano surgirán, a lo largo de sus historias, las principales tensiones ideológicas y políticas, y de tiempo en tiempo, sus más profundos cismas encabezados por sacerdotes que cuestionan la autoridad y el estilo de vida del papado, siempre fundado en la rigidez dogmática que lo sustenta. Desde entonces, los conflictos de conciencia y de crítica a los dogmas, no son ajenos a la oposición de la práctica del poder y su usufructo burocrático e institucional. Como todo proceso de institucionalización, el del cristianismo implicó, en la medida en que se consolidaba, una serie de acciones tendientes a fortalecer la centralización y a construir una estructura interna jerarquizada de poder y autoridad que necesitaba de la asignación normada de obligaciones y derechos que hacían funcional las partes de la comunidad cristiana en la institución eclesiástica. En el concilio de Nicea, la Iglesia confiere la primacía a los obispos de Roma, Alejandría, (que ostentaban el nombre de papas) y el de Antioquía, viejas capitales de los imperios romano, egipcio y seléucida,(24) sobre los demás obispos. Pero el papa de Roma tenía la prerrogativa sobre los otros dos, de aprobar las decisiones doctrinales de los concilios. En el periodo del emperador romano Teodosio I, “el grande” (388-395) y después de no poder expulsar a los godos tuvo que consentir en asignarles tierras en Tracia. Teodosio I fue un cristiano devoto y seguidor del credo de Nicea, ejerció un trato duro contra los herejes y en 391, tal vez por influencia de San Ambrosio, puso fin a todas las formas de paganismo en el imperio, fundando así el Estado Ortodoxo cristiano, de donde procede su sobrenombre de “El grande”. Después de Teodosio I el imperio se dividió en dos partes: Oriental y Occidental. El imperio fue divido entre sus dos hijos, Arcadio como gobernador de Bizancio/Constantinopla en Oriente y Honorio a cargo de Roma en Occidente. A partir de entonces hubo una completa separación de la administración e incluso de la sucesión. Cuando el imperio de Occidente se derrumbó en el siglo V declinaron las relaciones entre Oriente y Occidente. El papado de Bonifacio i (28 de diciembre de 418-4 septiembre de 422) dicta la prohibición a las mujeres de subir al altar, incluso para quemar incienso o de tocar con sus manos los objetos sagrados. El pontífice estableció un severo impedimento para que pudieran ser ordenados esclavos; su liberación entraba en las condiciones indispensables para el sacramento. En el siglo V le fue entregada Roma, la capital del Imperio Occidental, a los papas y con ella todo el prestigio que continuaba unido a su nombre y una nueva capital apareció en el imperio: la de la Iglesia, Roma, sede del primer obispo de la cristiandad. Uno de los eventos que culminan, a mediados del siglo V, la primacía del catolicismo como la religión oficial del imperio y fortalece el poder de mando e influencia de la iglesia frente al poder político de los gobernantes, fue quedar convertida en la institución depositaria de la autoridad que inviste de legitimidad a los gobernantes del Estado. El desorden y la desagregación del imperio romano culminan en el siglo V. Casi todas las costas de África y España habían sido conquistadas y las grandes ciudades marítimas de Cartago y Cartagena estaban en manos de los bárbaros. El Occidente había perdido sus provincias más bellas y Constantinopla se hallaba no sólo herida en su prosperidad económica sino que en el año 450, a la muerte, sin heredero, de Teodosio II, se inicia una era de conflicto por el poder de sucesión en el trono, que finalmente es tomado por Marciano (450- 457) un milite de Tracia. La idea de sanción legítima del poder político por un orden superior, estaba profundamente arraigada en la cultura romana de Constantinopla. Marciano, para hacer aceptable el golpe de estado, consideró indispensable su coronación por el Patriarca de Constantinopla. En la historia institucional de Europa, la coronación de Marciano por el patriarca, es una fecha de gran importancia, al quedar establecida la legitimidad monárquica por derecho divino, sobre el doble principio de la herencia y de la confirmación de la Iglesia católica como la fuente de la autoridad. De igual modo que antes en Egipto el gran sacerdote de Amón consagraba a un nuevo rey a falta de heredero, también ahora se reconoció a la Iglesia católica el ejercicio de conferir el poder imperial.(25) A partir de su autoridad simbólica, la iglesia dio un nuevo sentido de orden y cohesión institucional al Estado, al confirmar la credibilidad social de los gobernantes y quedar convertida en la fuente incuestionable de legitimidad de los individuos y grupos que acceden al gobierno. La jerarquía eclesiástica adquirió la condición de ser el resguardo de la autoridad política, condición dada por la situación crítica en la que se vivía y en la que existía la necesidad de una sanción supra social, divina, que confirmara al poder secular. A partir de aquí, queda claro que el poder político se confirma apelando a la construcción de una representación simbólica, universal y abstracta, que engloba y contiene la representación social de la identidad católica dominante, invocación que garantiza la subordinación y la obediencia a los gobernantes de los individuos y grupos de católicos. Este acto cultural confirmó, que la condición necesaria para ser gobernante, era colocar la fuente del poder político de mando, por encima de los gobernados: más allá de los de los iguales. El papel de la Iglesia católica, como fuente de la legitimidad del poder político de los gobernantes del Estado cubrió, con cuestionamientos y conflictos, once siglos, hasta 1648 con la firma de los acuerdos de paz de Westfalia que constituyen un hito en la consolidación del Estado moderno en su largo proceso de secularización. En este pacto se otorga la soberanía a los príncipes europeos (300 alemanes y europeos), después de la guerra de 30 años, tiempo en el cual decrecer el poder del Sacro Imperio Romano Germano. Esta autonomización del poder político, frente a la Iglesia, corre paralelo al proceso de acumulación privada de capital que desmembra el viejo orden feudal. La paz de Westfalia tenía como objetivo brindar estabilidad, a través de la creación de una organización estable que concentrara su actividad dentro de cada territorio, delimitando el poder dentro de las fronteras y rompiendo la hegemonía de un poder supra estatal y territorial. En Roma, frente al poder imperial en descomposición, el papa había logrado mantener sólidamente el poder de la Iglesia, que requirió de León I, el Grande, en 451, (el mismo año en que este papa mítico hizo retroceder a Atila frente a Roma), confirmar una vez más, en el Concilio de Calcedonia, la doctrina pontifical ortodoxa y las diferencias teológicas quedaban asentadas entre Roma y Constantinopla. Para el siglo V el catolicismo había desbordado las fronteras del imperio, pero sus modalidades interna marcaron la diferencia entre el cristianismo romano y sus otras versiones. Este largo proceso de unificación de la identidad simbólica de la religión cristiana, construido con base en la representación depurada de la divinidad y en la escritura cerrada de su textualidad sagrada y oficial (lo uno por lo otro) culmina en el año 440, cuando la Iglesia católica adquiere su plena institucionalización, y deja claros los límites oficiales dentro de los cuales se mueven las posibilidades hermenéuticas e interpretativas de los mitos fundadores y de las creencias de la religión cristiana. La solidificación de la identidad simbólica cristiana corrió paralela a la consolidación de la estructura jerárquica de mando en la Iglesia, al dejar establecidos en el diseño institucional, el status de poder adscrito a la jerarquía, que asignaban el reconocimiento, la autoridad y la obediencia en la escala de los funcionarios, así como la sanción correspondiente en el interior de la institución y en la comunidad católica a la desobediencia del orden normativo representado por la autoridad institucional. Orden legal en el que se soporta la institución y deja claros los canales de movilidad interna ascendente que acreditan la obediencia, al abrir posibilidades de ascenso en la escala política de mando: con lo que la burocracia estaba echada andar. Desde mediados del siglo V, los obispos de Constantinopla, Alejandría y Antioquía, llevan el título de Patriarcas. Los patriarcas, como el papa de Roma, consagran a los metropolitanos y obispos de su jurisdicción, disponiendo con respecto a ellos de un poder jurisdiccional. Es el papa León i quien construye, en ese vacío de poder que era Roma, la fuerza en torno a su persona y logra la autoridad suficiente para crear la jerarquía del papado, poder que significó el paso de la preponderancia de uno entre los cuatro obispos, a la supremacía del de Roma. El Papa constituía una figura institucional e implicaba que un obispo poseía la autoridad sobre todos los demás obispos, que hasta entonces, habían sido sus pares. Este poder centralizador del papado uniformiza a la iglesia católica y funda la era en la que la institución se autodenominó como “moderna”, convirtiendo su presente en el tiempo que nombra lo “nuevo” y consolida el contenido simbólico de su autoridad para la comunidad católica, al establecer teológicamente la diferencia entre la institución eclesiástica romana y las otras modalidades institucionales del cristianismo pero sobre todo, al marcar un punto de inflexión frente a las formas institucionales anteriores, incluyendo la práctica de la religión misma. El presente, oficialmente cristiano, nombra al pasado religioso greco-romano y pagano que le dio origen, como tradición: como cosmovisión de un pasado superado.(26) La construcción del papado como culminación del largo proceso de consolidación centralizadora del poder en la iglesia y la representación institucional del catolicismo, como la verdad simbólica del cristianismo, aparece intelectual y culturalmente, como el contenido de lo nuevo: como el primer significado de lo moderno. La culminación de la institucionalización de la iglesia, como la representación de lo moderno, se expresa en la reorganización del tiempo natural como un nuevo tiempo simbólico y ritual, modificación que marca a lo largo del continum lineal y ascendente, los distintos eventos que dan origen a los ciclos en los que se divide el tiempo y se confirman los periodos dedicados a eventos y personajes que marcan la celebración de los ritos de la religión católica: los santorales. La iglesia se vuelve la administradora del tiempo colectivo y monopoliza sus contenidos posibles. (27) A comienzos del siglo V Orosio Paulo,(28) designa ya la propia época como Tempora Chistiana. Su filosofía de la historia establece la continuidad supra histórica desde el nacimiento de Jesucristo hasta su presente, concepción en la que desaparece la oposición conceptual entre actualidad moderna y antigüedad cargada de autoridad.(29) Esta oposición conceptual se hace visible en el nuevo par de vocablos antiqui y moderni, que por primera vez es utilizado por el estadista y escritor romano Flavio Magno Aurelio Casiodoro (490-583),(30) quien considera, a Roma y a la cultura antigua, como El Pasado. Casiodoro fue el primero en plasmar la oposición, históricamente poderosa, que en el concepto antigüitas separa un pasado modélico de la modernidad de una época progresiva. Para él la presencia del reino de Dios se halla bajo el ideal de la misión de renovar la pasada grandeza del Imperio romano y su cultura. En Casiodoro aún no se plantean dos versiones sobre el pasado clásico, perspectivas que después serán centrales en la concepción de modernidad: la cuestión relativa al progreso, decadencia y renacimiento y la concepción histórica que tiene de sí mismos los moderni medievales, basada en la creencia de la igualdad e incluso en la superioridad de la Tempora Christiana. (31) Paradójicamente, en el mensaje cristiano está la fuente misma del paradigma de la modernidad: el que se funda en la diferenciación entre la tradición y lo nuevo, siendo éste último el que adquiere la mayor valoración en la representación social. Diferenciación que culmina su conceptualización en la Edad Media. Esta díada, se ha transformado en la simiente del pensamiento secular moderno, a través de una racionalidad que concibe el movimiento de la sociedad por la dinámica producida en la relación diferenciada y excluyente de los términos que la componen, edificando en el mundo de las representaciones culturales e ideológicas un doble pathos: el que afirma lo nuevo o el que rechaza “lo ya pasado”. La palabra modernus queda plenamente atestiguada por primera vez en la última década del siglo Vy principios del siglo VI, en la época de transición de la antigua Roma al nuevo mundo católico. En los documentos más antiguos, la palabra tiene al principio únicamente el significado técnico de frontera de la actualidad que corresponde a su origen etimológico modernus, W. Freud ha demostrado con razonamientos suficientes que modernus, no significa, tan sólo nuevo, sino actual, matiz de significado decisivo que significa la nueva acuñación de la palabra.(32) Entre los conceptos temporales afines por su significado, sólo modernus, cumple la función de designar exclusivamente el histórico ahora, de la actualidad. Bibliografía Martín, Alonso. Enciclopedia del idioma, Tomo I, México, Editorial Aguilar, 1988. W. Freund, Modernus und andere Zeithegriffe des Mittelalters, Colonia, Graz, citado por Hans Robert Jauss. Gauss, 1957.
1 Hans Robert Jauss, La historia de la literatura como provocación, Barcelona, Editorial Península,1976 p.15. Jürgen, Habermas, “La modernidad, un proyecto incompleto”, en Ensayos Políticos, Barcelona, editorial península, cuarta edición, 2000, p. 266. 8 Constantino tuvo tres hijos a los que nombró césares: Crispo, Constancio II y Constantino II. En el año 326, Constantino condenó a muerte a su hijo mayor, Crispo. A la muerte de Constantino (337) se desató una pugna dinástica entre sus hijos y los demás miembros de la familia, después de una matanza de casi todos estos últimos se llegó a un acuerdo para el reparto del imperio: Constante, Flavio Julio, el menor heredaría Occidente y Constancio Oriente. 9 El donatismo fue un movimiento de resistencia rigorista dentro de la Iglesia, promovido por Donato, que dividió a la comunidad cristiana, acompañado de disturbios y que buscaba la exclusión de los Lapsi (voz latina que significa “caídos”). Con ella se designa a los cristianos que durante la persecución de Decio (250) consintieron en participar en un sacrificio pagano a los dioses de Roma, o de haber entregado libros sagrados y propiedades a los romanos. A éstos se les denominaba traditor. El movimiento promovido por Donato era en contra de Ceciliano, Obispo de Cartago, acusado de ilegítimo porque, en su consagración, como Obispo de Cartago intervino un lapsi: Félix de Aptunga. El fondo del movimiento implicaba resolver una profunda querella teológica que fue resuelta en el sentido romano, en el sínodo convocado por San Milcíades: la validez del sacramento no depende de la conducta moral de quien la imparte. Y se Encarnó, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen: Y se hizo hombre. crucificado también por nosotros, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, y fue sepultado. Y resucitó al tercer día, según las escrituras. subió al cielo: esta sentado a la diestra del padre. Y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos: y su reino no tendrá fin. (Sic) LLLLLLLLLLLLLa Santa Iglesia
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