ESTHER SELIGSON

Fisuras

all around is jail
the way has no end
but what does it matter

Breyten Breytenbach
Poem on toillet paper

 

 

1

La fisura está siempre ahí, no es que de pronto se abra como un inesperado brote de musgo en la pared o un bache de lodo bajo los pies: es, súbita, como una urgencia que la hiciese asomar su sombra para aspirar entre los delgados bordes una bocanada de aire, imperiosa, sin razón precisa, inesperadamente. Y cuando asoma la fisura, igual a un delgado cristal, se estrella en un sinfín de diminutas rajaduras donde imágenes del pasado gotean e inciden unas en las otras hasta confundir presente y futuro en una añeja nostalgia de ya no recuerdo qué pero cuya melodía hiere las fibras epidérmicas y los filamentos y me reduce a una masa obscura y translucida como cuarzo ahumado poroso de insoportable sensitividad.

También yo escribo en tierra de nadie; y aunque sea en mi lengua materna me duele igual, extranjera acosada por un diálogo sordo, no el silencio, no esa Voz Callada, sino la sordera, sencillamente la sordera, el impune crimen de la negligencia. Huérfana es la tierra en que escribo y donde ojos ciegos deletrean hasta quemar mi lengua materna, hasta enmudecerla, que ni yo la entienda.

¿Para qué hablar de lo que no quiero escuchar, palabras huecas, ensordecientes? ¿Para qué tenderme una mano trunca, la palma muda, los dedos vacíos? Ay exilio, qué feroz equivocación esta tierra de nadie, destino apátrida mi lengua materna amor traicionero, provincia devastada: ninguna paloma mensajera, ave errante o colibrí.

A veces del “más allá” la música que amabas, un guiño pícaro para no desesperanzar, consuelo de otro lenguaje como piedrecilla que rodará desde alguna montaña invisible. ¿Cómo recobrar el espejo de tu voz, ángel de alas rotas? Dondequiera que pise me devasta la banalidad, el parloteo, y no sé pactar, no soy tolerante. Se repudren cual fruta pasada los vocablos no escritos, palabras sin destinatario.

La gente tiene miedo de tocarse el dolor; o, por el contrario, lo ha vuelto costumbre: todos los infortunios son pocos, son ninguno. La luz del atardecer se confunde en el cielo oscuro de tan nublado, se diría noche prematura, y ya olvidé abrazar y está reseca en la garganta la ternura no cantada. Me agosta la inmolación cotidiana de amaneceres limpios de terrorismo y discursos. Estoy derrotada: le he ocultado el rostro a Dios…