ANA CRISTINA RAMIREZ

Donna Haraway:
lenguaje de perros

 

 

 

Una expresión muy afín a esta que propone Haraway, “animal de compañía”, se usa para designar con un poco más de precisión un segmento de lo que generalmente se llama “mascota”, es decir, un animal domesticado que acompaña a su propietario por placer al margen de su posible utilidad para ser comido o desempeñar un trabajo.

Pero el concepto de especies en compañía en buena medida confronta esta significación general del animal como mascota y aún su particularización en “animal de compañía”, mostrando que el contexto de esta categoría está en la combinación de la industria y el saber veterinario, el mercado de animales y la demanda de afectividad doméstica no-humana. Haraway propone un eje distinto para movilizar el pensamiento. No es la historia del Hombre deleitándose con la compañía de los animales, sus mascotas; no es la historia de la domesticación –unidireccional– del perro por el Hombre. Es el aspecto humano, la especie, la que se ha hecho en compañía de otras especies que también entran en composición (“metaplasma”, dice Haraway) en ese mismo proceso co-constructivo que remodela la carne, las tecnologías, los “códigos de vida” y las significaciones.

De manera general, el Manifiesto de las especies en compañía: perros, gente y alteridad significativa(1) es una incursión académica en una práctica determinada (concursos de agilidad canina(2) ) que contribuye en varios sentidos a la expansión de nuestros horizontes teóricos y metodológicos así como a una mezcla de la mirada crítica con la mirada considerada y respetuosa. En esta reseña haré referencia a tres debates centrales en filosofía, ciencias sociales y humanidades que quedan implicados en la obra en su conjunto. Luego abordaré con mayor detalle sus contribuciones así como los temas por los cuales Haraway en esta obra ha pasado de puntillas y, finalmente, presentaré una breve nota bibliográfica de la autora, pues es relativamente poco lo que de ella se ha traducido al español.

El primer debate concierne a si es legítimo que el trabajo académico no sea una descripción neutra y distanciada del estado de cosas o ideas que encuentra ya dado, sino que admita las trazas de sus valoraciones, que tenga una mirada crítica y situada, que pueda apreciar y aspirar a que su trabajo contribuya a un mejor modo de jugar en compañía. En mi balance, Haraway despliega en este trabajo una mirada crítica inherente a su posicionamiento como feminista, socialista e “inmanentista”(3) sin que en el Manifiesto se asome una prescripción moral de cómo debemos tratar a las tecnologías y a los animales (humanos y no humanos).

Un segundo foco de polémica, vinculado con el anterior, se desprende de lo que ella declara su motivo más entrañable para publicar este libro: “Quiero que mis lectoræs(4) sepan por qué considero que la escritura perruna es una rama de la teoría feminista o a la inversa” (p. 3). Traduzco dog writing como “escritura perruna”, escritura sobre perros, con el gran inconveniente de que pierde la carga metafórica del original y que podría indicarse diciendo escritura “emperrada”, escritura visceral, colérica, escritura de lo indigno y vulgar. El desliz hacia “lo que escribe un perro”, de improbable significación, está presente también en el original en inglés. El punto polémico concierne a si ya hay condiciones para hablar de la dicotomía entre Cultura (lo que hacen los más humanos de entre todos los humanos) y Naturaleza (lo que hacen los animales y los humanos cuando no son del todo humanos) como algo superado o si por el contrario las inercias imaginativas seguirán enviando al terreno del agravio la afirmación de que los seres humanos somos plenamente animales y, más todavía, la de que la teoría feminista sea una rama de la escritura perruna. Las principales, las más difundibles y difundidas corrientes de la teoría feminista y los llamados estudios de género han tenido por tópico favorito todavía hoy la distinción entre la mujer y la hembra; han tenido por un axioma que, frente a la humanización de los varones, la animalización de las mujeres es el principal recurso ideológico para su domesticación (algo que suena a indeseable) y, consecuentemente, han señalado que el feminismo debiera (esto sí como prescripción moral y corrección política) hacer énfasis en la distancia y no en la proximidad con los animales. En este libro, Haraway enfatiza su posición crítica a esta dicotomía aún más que en sus anteriores obras; si se llega a dar a conocer, podría avivar el debate de manera fructífera, sacarlo de su actual condición de agravio anti-humanista y anti-feminista.

El tercer debate que este libro involucra concierne a la legitimidad y modos de la “escritura personal” más allá de la “agenda política” indicada en el primer debate. La escritura personal contrapone al ideal del investigador invisible, cuyo nombre sólo añade un dato más de información a la obra, el difícil arte de investigar algo y aparecer en lo investigado, a riesgo de centrar todo sobre sí y desenfocar el resto. Este Manifiesto es un documento declaradamente “personal”.

Haraway eligió hacer teoría y contar una historia de relaciones entre especies centrada en sus experiencias con perros, mostrándonos momentos significativos de su vida “privada” (ella y sus perros en concursos de agilidad). Con todo lo arbitrario y contingente de este proceder, en mi balance Haraway no se muestra a sí misma a costa de desdibujar el resto; su descripción nos reporta el “metaplasma” de relaciones entre especies, su condición histórica y política, el biopoder que se ejerce en ellas en múltiples direcciones y con consecuencias sumamente diversas.

Respecto al asunto de la obra y su despliegue, cabe decir que el Manifiesto de las especies en compañía está ya anticipado en el Manifiesto Cyborg (1985). Es incluso con respecto a éste un planteamiento mucho más radical (a pesar y gracias a su tono sereno), mucho más considerado con sus informantes (que aquí sí las hay) y con sus lectoræs, pues no les supone la costosa, privilegiada y ardua formación universitaria desde la cual ella escribió el Manifiesto Cyborg. Haraway declara que hay una relación orgánica entre los dos Manifiestos en donde las figuras cyborg serían “hermanas menores” en la extensa familia de las especies en compañía.

El Manifiesto de las especies en compañía está integrado por dos textos que se van entrelazando, mezclando e incluso reaccionando “químicamente”. Uno, llamémosle provisionalmente texto “basal”, tiene la siguiente trayectoria de capítulos: una “larga introducción filosófica” que incluye “Naturculturas emergentes”, “Prehensiones”, “Compañías” y “Especies”, donde la autora declara los propósitos de la obra y clarifica las principales categorías de su trabajo. Le sigue un segmento de varios encabezados dedicados a las historias de la co-evolución de las especies de cánidos y Homo sapiens (“Historias de evolución”), a las “Historias de amor” que algunos canófilos han escrito plasmando su apego a un perro individual o a una raza, y que Haraway recupera como ejemplos de amor que no infantiliza al perro ni deja de honrar la diferencia entre especies.

En “Esclavitud positiva”, Haraway aborda el procedimiento de entrenamiento de perros para el concurso de agilidad según un panfleto escrito por Susan Garrett, una destacada entrenadora de perros y competidora cuya publicación está financiada por una empresa en el ramo de comida industrializada para perros. Se trata de un procedimiento de reglas simples y práctica sumamente demandante e ingeniosa que moldea la relación entre el humano y su perro de tal manera que entre ambos fluya enérgicamente la atención a las señales y la disciplina. Las pocas páginas de este apartado son cruciales para considerar cómo se ejerce meticulosamente el biopoder entre especies de tal forma que el humano pueda aspirar a tener el más absoluto control de la voluntad del perro y que éste, además, obedezca con entusiasmo y diligencia. Correlativamente, esto es posible porque cada perro puede contar con la absoluta honestidad de su compañía humana, su sistematicidad, su devoción por hacer que cada ejercicio tenga sentido para ese perro en particular. Ni la intimidación ni el esquema abstracto estímulo-respuesta son procedimientos efectivos en esta mutua esclavización y eso se hace patente en las competencias. Tampoco una romántica o esotérica gracia comunicativa. Es tecnociencia del comportamiento humano y animal con una intensa carga empírica, particularizante de cada binomio y sus historias e inmersa en la emergente industria de estas competencias, la cual moviliza animales y humanos no menos que experiencias, afectos, retribuciones y fracasos. Le sigue “Áspera belleza”, un apartado que sale al paso de nuestra pregunta sobre el derecho, la bondad o la idoneidad de involucrarse con otros en esta esclavitud, por divertida que parezca. En él Haraway recurre a la obra de Vicki Hearne, entrenadora, defensora de las razas caninas estigmatizadas como “malignas” (“perros de pelea”) y filósofa del lenguaje, para argumentar con ella en contra del metodologismo de los conductistas no menos que contra la ideología de los derechos de los animales, la cual asentaría por principal obligación moral hacia los animales el liberarlos de su sufrimiento y esclavitud. Aquí Haraway argumenta en favor de centrar la importancia del adiestramiento en la comunicación a través de diferencias irreductibles, en la conversación que no utiliza el lenguaje humano como medio. Reconoce que efectivamente estas disciplinas de la conversación entre especies son exigentes y avasalladoras, pero la posible felicidad de un animal de compañía –dice Hearne y Haraway con ella– estriba precisamente en el desarrollo del talento animal que en muchos casos sólo puede aflorar en el trabajo relacional del adiestramiento, el cual también remodela el sentido de felicidad para el acompañante humano.

El resto de los capítulos se enfocan en la historia del juego de agilidad, las razas más directamente involucradas que han realizado trabajos en el pastoreo y como guardianas del ganado ante la amenaza de otros depredadores, las políticas del gobierno estadounidense para reemplazar los métodos tóxicos de control de depredadores con perros guardianes, las políticas de crianza y mantenimiento de la “pureza” de una línea racial canina y, finalmente, la historia de la salvación de perros callejeros portorriqueños mediante una compleja y comprometida red que involucra residencias temporales en la isla, búsqueda de familias adoptivas por internet, su traslado aéreo a albergues estadounidenses donde permanecerán en tanto la que será su familia humana “para siempre”, pasa las duras pruebas y exigencias que impone la adopción internacional e inter-específica.

Sobre y entre este texto “basal” Haraway va incluyendo fragmentos de otra obra suya, inédita todavía: Notas de una hija de cronista deportivo. Ella es la hija del cronista deportivo. Las “Notas” de Haraway siguen los lineamientos básicos del oficio de su padre: concentrarse en narrar directamente y sin desviaciones los detalles del juego que ha estado a la vista de otr@s y que no puede trucar sino sólo reportar con prosa vívida y muy cerca de la acción, “donde el hecho y su relato cohabitan” (p. 18). Los fragmentos de las “Notas” nos narran juegos que muestran las relaciones carnal, oral, táctil, visual, de agape y eros (pp. 98-99), plenas de sentido e inteligencia (con miras a realizar cotidianamente el oxímoron de la disciplinada espontaneidad) que sostienen ella, sus perros, su ahijado, su instructora en competencias de agilidad, la comunidad virtual en sitios de internet dedicados a los perros... Estas historias que remiten a lo que la antropóloga Marilyn Strathern –a quien Haraway cita en este contexto– llama “conexiones parciales”, en abierta crítica a las etnografías hechas a partir de categorías cerradas, opuestas y excluyentes, como las de Cultura y Naturaleza (p. 8). No hay rodeos. La entrada del Manifiesto es un fragmento de las “Notas” donde Haraway reporta la mutua colonización de los cuerpos y las salivas entre ella y la seño(5) Cayenne Pepper, su perra.

Mientras leía con fruición el Manifiesto me preguntaba si otr@s lectoræs lo tomarían como la más palmaria decadencia del desarrollo teórico de la “Historia de la conciencia”, el programa académico de la Universidad de California donde Haraway ha trabajado los últimos 25 años. Me preguntaba si esta obra estaría incluida en el próximo libro del antropólogo Carlos Reynoso donde actualizara el modo como las vanidades glamorosas de los Estudios Culturales (Cultural Studies) envilecen primero y desvanecen después las virtudes disciplinarias y científicas de la antropología y la sociología.(6) Yo espero que aún cuando esta sea la primera impresión, se mantenga la inquietud de explorar hasta el final y digerir este documento en lo que aporta y en lo que le falta aportar. Es una obra que implica intereses de disciplinas como la historia, los estudios culturales, la antropología de las ciencias, los estudios feministas, y desde luego, la filosofía. Hay originalidad y valor en sus afirmaciones sobre qué son estos mundos naturculturales perrunos, cómo y por qué investigarlos; esto de entrada es algo que debemos apreciar.

Por otra parte, el Manifiesto tiene algunas insuficiencias que cabe señalar. Me parece que hizo falta disciplinar más la espontaneidad del tratamiento de conceptos clave como el de “coreografía ontológica”; resulta muy sugestivo pero no hay ningún desarrollo que nos indique explícitamente cómo lo está entendiendo la autora. Extraño también las virtudes críticas de Haraway que en otras obras se habían ejercido en todas direcciones; aquí no cuestiona, por ejemplo, la “ética del florecimiento” que propone Chris Cuomo(7) o las valoraciones que hacen criadoras y entrenadoras a quienes Haraway admira y respeta, como Linda Weisser o Vicki Hearne. En este mismo sentido, extraño que la autora no se detuviera a apreciar el filo de crítica cultural que puede haber en lo que muy gruesamente identifica como “ideologías de derechos de los animales”; está muy lejos de tratarse de un movimiento social con historias comunes e “ideologías” homogeneizadas por la creencia de que los otros animales son niños peludos a quienes debemos mascotizar.

Otra dificultad que enfrenta el Manifiesto es que aparece en Prickly Paradigm, un proyecto editorial centrado en panfletos provocadores e incluso escandalosos que dirige el antropólogo norteamericano Marshall Sahlins. No conozco los otros paradigmas publicados(8) pero al menos en éste se extrañan los mínimos recursos documentales como un índice y la bibliografía. En las actuales guerras antropológicas (científicos vs. posmodernos; economistas vs. textualistas) esta situación editorial también será un punto de información y de toma de decisiones sobre si se hará o no el esfuerzo de leer el último Manifiesto de Haraway, si no por ella misma sí por las incómodas compañías que elige.

Termino con una breve nota sobre la bibliografía previa al Manifiesto de la especies en compañía. La obra de Haraway no es desconocida en ciertos círculos filosófico-feministas, especialmente aquéllos en donde se enfoca la tecno-ciencia como una práctica cultural y se analizan sus supuestos políticos, sus vínculos económicos y en general su forma de producir evidencias, distribuir diferencias y dibujar la naturaleza intervenida. Esta línea de intereses se muestra claramente en sus libros publicados con anterioridad al que aquí reseño: Crystals, Fabrics and Fields: Metaphors of Organicism in Twentieth-Century Developmental Biology (Yale University Press, 1976), Primate Visions: Gender, Race, and Nature in the World of Modern Science (Routledge, 1989; Verso, 1992), Simians, Cyborgs, and Women: The Reinvention of Nature (Routledge, 1991; Free Association Books, 1991) y Modest_Witness@Second_Millennium.FemaleMan© Meets OncoMouse™. Feminism and Technoscience (Routledge, 1997). Caben destacar, además, sus contribuciones en obras colectivas: “The Promises of the Monsters: A Regenerative Politics for Inappropiate/ Others” (en Cultural Studies, Grossberg, 1992), “Teddy Bear Patriarchy” (en Culture/power/history: a reader in contemporary social theory. N. B. Dirks, G. Eley, y S. B. Ortner, eds., Princeton studies in culture/power/history. Princeton University Press, 1983/1994). Recientemente apareció The Haraway’s Reader (Routledge, 2004), una selección que Haraway lúcida y honestamente introduce poniendo en perspectiva su obra.

La suya no sólo no es una obra desconocida sino que es bien reconocida (en 2000 se le otorgó el premio J.D. Bernal de la Society for Social Studies of Science, la máxima distinción de dicha institución) e influyente en los variados campos que sus investigaciones conectan, como la teoría feminista, la ciencia ficción, los estudios de arte performance y los llamados Estudios Culturales. La contribución por la cual Haraway es ampliamente reconocida y citada es su “Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX ” (1985), el primer documento que ella escribió en computadora. Se trata de una declaración socialista y feminista que encara tiempos difíciles para la reflexión y la acción política; tiempos en los que se precisa –manifestaba Haraway– apostar por la articulación de las contradicciones, asumirnos como híbridos de realidad social y organismo, cyborgs, inmersos en y ejercitadores de la biopolítica, críticos e ironistas de los anhelos de pureza en la pertenencia a algún reino, ya sea el espiritual o el natural. La ficción ironista del manifiesto cyborg coincidía en más de algún sentido con la labor de otros intelectuales que también elaboraban su discurso desde algún terreno marcado por la impureza disciplinaria: filósofos devenidos antropólgos, etnógrafos devenidos literatos o como Haraway misma: una bióloga haciendo historia de la conciencia.

La figura del cyborg se constituyó en un alegato más contra las implicaciones prácticas de la fijación analítica de los límites. Una práctica imponente y omnipresente refutaba con actos significativos ideas venerablemente instaladas: que la historia (humana) empieza donde la evolución (biológica) termina; que el espíritu es distinto y trascendente con respecto al organismo y a la máquina; que el trabajo de pensar consiste en expulsar los monstruos y dejar categorías lógicas en un sólo bloque, identidades sin fracturas ni contradicciones; que la resistencia es imposible e impensable; que ahora –1985, Reagan preside Estados Unidos– sólo son opciones políticas el cinismo o la desesperanza.

En castellano se conoce de ella Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza (traducción de Manuel Talens), una coedición de Cátedra, la Universitat de Vàlencia y el Instituto de la Mujer (España), que apareció en 1991 y se ha distribuido relativamente bien en la colección “feminismos”. Inexplicablemente decidieron no incluir en esta edición uno de los ensayos sobre primatología, tan central para Haraway que incluso iniciaba el título en el originial (Simians, Cyborgs and Women) y que en castellano fue reemplazado por “Ciencia”. Quien asuma el reto de traducir el Manifiesto de las especies en compañía no podrá borrar ni hallar sustitutos para las referencias bestiales y emperradas de la autora.(9)

NOTAS

1 La expresión en inglés significant other se refiere a una persona que es especialmente importante para el bienestar y la plenitud en la vida de alguien; se dice del cónyuge o alguien en una relación similar. Haraway deriva este uso común referido a alguien (humano) en uno mucho mas abierto: significant otherness, que traduzco como alteridad significativa.

2 Binomios de perro y entrenador/a compiten, en tiempo y limpieza de la ejecución, en el reto de recorrer una pista con una decena o más de diversos obstáculos que el perro, sin correa de sujeción, debe sortear siguiendo las indicaciones del/a entrenador/a. Los humanos tienen permitido conocer la pista y el recorrido de competencia durante diez minutos; los perros entran a la pista hasta el momento en que están compitiendo.

3 Uso este término para significar la vocación de Haraway por mostrar el signo en la carne, la corporalidad de la tecnociencia, el conocimiento situado, las prácticas mundanas y sus “naturculturas” confrontándose con las historias de la trascendencia humana y espiritual. No encuentro que ella use un término para señalar esta vocación específica.

4 Utilizo æ (a+e) y @ (a + o) para satisfacer la voluntad de significación en femenino cuando exista al menos una mujer en el conjunto referido, evitando así el llamado “neutro” que en realidad invisibiliza a las mujeres.

5 Ms en el original. Este título de tratamiento social es una respuesta feminista a la alternativa que impone la política sexual conservadora de elegir entre Miss (señorita, no casada) y Mrs (señora, casada). En el español de México tenemos una curiosamente análoga respuesta feminista que evita la referencia al estado civil: seño. Pero definitivamente no tiene el pedigree de Ms. Ver Amy Erdman Farrell, Yours in Sisterhood: Ms. Magazine and the Promise of Popular Feminism, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1998.

6 Ver Carlos Reynoso, Apogeo y decadencia de los estudios culturales: una visión antropológica, Barcelona, Gedisa, 2000.

7 Chris Cuomo, Feminism and Ecological Communities: An Ethic of Flourishing, Routledge, 1997.

8 Van nueve, los dos primeros son Marshall Sahlins, Waiting for Foucault, Still (trad. “Esperando a Foucault”. Fractal 5(16):11-30, 2000) y Bruno Latour, War of the Worlds: What about Peace?

9 Gracias a Jaime Vieyra por sus comentarios a este texto.