Miruna Achim
De dragones y astrólogos

 

 

El primero de abril de 1617, se presentó ante el Santo Oficio de la Inquisición en la Ciudad de México, Diego de Chavarría, platero en la calle de San Francisco. Venía a denunciar a dos mozos, Nicolás de Aste, estudiante de “hábito corto con cuello de clérigo”, y Alonso Martín Collado, arquitecto, ambos de unos treinta años de edad. Un par de semanas antes, los dos habían llegado con el platero para encargarle dos dragones de oro, y Aste había sido muy preciso con sus instrucciones: los dragones debían de ser feroces de aspecto (y para este propósito los dos mozos habían llevado una estampa de Santa Marta con el dragón a sus pies), traerían números y letras grabados en la espalda y no sufrirían mezcla con otro material más que el provisto por Aste o por Alonso Martín. Diego de Chavarría, quien, como buen católico del siglo XVII olía al diablo inmiscuido en todo asunto, empezó a sospechar en serio cuando los mozos llegaron con unas mezclas de pedacitos de oro y unos polvos blancos y sus sospechas se confirmaron cuando, en pleno Domingo Santo, Aste le llevó una hiel de cabrón, matado el mismo día, para derretir encima de la mezcla de oro. Pero el platero todavía no hizo ninguna denuncia, sino que se mantuvo al acecho de más información incriminatoria, mientras siguió ganando dinero por sus trabajos para sus extraños clientes.

Pero, al enterrarse, supuestamente por la boca del mismo Alonso Martín que éste admiraba a Aste como uno de los mayores astrólogos y que el dragón encargado “era el demonio, y que le hacían pintar en figura de dragón porque era la misma en que había caído del cielo, y que se había de portar al cuello por curiosidad para saber todo cuanto quisiesen y en caso necesario apremiar un espíritu”, Diego de Chavarría ya no se pudo aguantar más y corrió a dar aviso al Santo Oficio.

Como toda denuncia ante la Inquisición, la del platero tomó su curso natural y cumulativo: se llamó a otros testigos, se juntaron más y más pruebas contra Nicolás de Aste (quien será el principal procesado por ser astrólogo). Éste fue llevado preso a las cárceles secretas de la Inquisición el primero de mayo y sus libros fueron confiscados. Después de las preguntas de rigor (donde nos enteramos que Aste era de padre genovés y de madre andaluza), una vez ante los inquisidores, se le preguntó “si sabía, presumía o sospechaba la causa porque ha sido preso y traído a este Santo Oficio”. Escuchemos su respuesta y su versión de la historia de los dragones de oro:

 

Dixo que entiende habrá sido por un sigilo(1) de oro que mandaba hacer en esta ciudad por el arte de astronomía. Y lo que pasa es que un corredor(2) de aquí, llamado Bonamí de Bonami tenía en su poder antes que se publicasse el catálogo y expurgatorio nuevo de la prohibición de libros por este Santo Oficio (3) unos libros de astronomía y otras facultades y entre ellos uno cuyo autor era fulano Paracelso(4), que trataba de medicina y astronomía en el cual leyó este confesante algunos ratos antes que el Santo Oficio lo recogiesse como le recogió por el nuevo catálogo. Y, especialmente advirtió éste en un capítulo que se intitulaba De Sigilis, donde se enseñaba el sigilo del sol contra todas las enfermedades frías y el de la luna contra todas las cálidas, señalando las materias, mezclas y modos con que se habían de saber. Y confiriendo éste después la materia a un Juan de Beteta(5), que labraba en esta ciudad solimán crudo6 y hacía profesión de astrólogo que habrá tres o cuatro meses que murió, enseñó a este confesante en particular cómo se habían de hacer los dichos sigilos.

Y la forma era ésta: que el del sol había de ser de oro muy puro en cantidad de once castellanos(7) el que se había de dividir en pedacitos y luego mezclarle con muchas cosas y drogas calientes como anís, romero, cal viva, agua rosada, espolio coloquintivas(8), solimán crudo, como demás tantos cortados en luna menguante; y de todo esto junto hecha una masilla, había de estar puesto el oro en ella quince días y sacarle después de allí, y echarlo en su vaso de vidrio, el cual se había de poner luego debajo de un distilador donde estuviese un poco de sebo de macho que se fuese dirritiendo en el vaso sobre el oro; y hecho esto, sacarle y fundirle en forma redonda con una asa para poder traerle al cuello que tocase el estómago; y que, estando esto fundido cuando la luna estuviese en el signo que es la casa del sol, poner en la una parte del dicho sigilo unos números dentro de una forma cuadrada de todo el tamaño del sigilo; que los dichos números, siendo treinta y seis, por cualquier parte que se sumasen hacen setenta y uno, que son los años que se tarda el sol en llegarse al centro de la tierra o apartarse de ella. Y la otra parte del sigilo se había de fundir de medio relieve uno de los signos calientes, como León, Dragón o Águila, que tuviese entre los pies una corona, figura de una de las dos coronas sobre que domina el sol, y unas letras –al lado de los números si cupiesen y si no al lado del signo– en latín, que dicen “in mandatis tuis commendor(9) . Las cuales se dirigían al sol, como pidiéndole su favor o a la persona de quien se pretendiese gracia o favor porque el dicho sigilo demás de aprovechar contra todas las enfermedades frías, aprovechaba también para tener gracia e introducción con príncipes y gente noble. Y no había de tener el dicho sigilo otra cosa alguna fuera de las referidas ni se había de hacer más que traerla al cuello, como está dicho.
Y el sigilo de la luna, que sería para el mismo efecto, de ser un hombre grato y bien quisto y aprovechaba contra todas las enfermedades calientes, había de ser de plata, de la misma forma y hechura y con los números diferentes, que habían de ser nueve y sumar por cualquiera parte diez y ocho, y el signo había de ser Cáncer o Toro, que son los dos en que predomina la luna, sin las letras ni otras cosas.

En esta relación, Nicolás de Aste dejó vislumbrar su pertenencia a una tradición cultural humanista-renacentista europea. Aste mostraba cierto manejo de conocimientos astronómicos (a pesar del anacronismo de la revolución solar ante los descubrimientos copernicanos), así como experiencia con procesos alquímicos y deseaba emplear sus talentos con fines cortesanos (como lo deseaban también los científicos europeos de su época): “para ser hombre grato y bien quisto y para tener gracia e introducción con príncipes y gente noble”. Como en el caso de muchos de sus contemporáneos europeos, cazadores de secretos, de efectos y de influencias ocultas, magos-en-residencia en las grandes cortes, la cultura científica de Aste compartía terreno con la magia natural, tenía fines prácticos y útiles y caía a veces en la ingenuidad o tal vez en el charlatanismo. Al mismo tiempo, la narrativa presentada por Nicolás de Aste para los jueces de la Inquisición ofrece una visión de la ciencia novohispana más allá de una historiografía oficial y teleológica, celebratoria del trío Enrico Martínez-Diego Rodríguez-Carlos de Sigüenza y Góngora. Punto de enlace entre la cultura de elites y la cultura de masas, Aste es representativo de toda una capa de gente educada (el mismo Aste había estudiado en el Colegio de la Compañía de Jesús) y lectora de novedades, algunas contrabandeadas. Pero, sobre todo, nuestro astrólogo permite que la realidad novohispana entre en escena: mientras que los cálculos astrológicos-matemáticos de Aste usan las mismas pautas que las de astrólogos europeos, el desarrollo y definición de su práctica están ligadas específicamente a su contexto mexicano y reflejan las preocupaciones, ansias y deseos de sus clientes.

En su declaración ante los inquisidores, Nicolás de Aste estaba regido por un importante propósito: el de salvar el pellejo. Así, afirmó haber leído los libros prohibidos antes del nuevo expurgatorio del Santo Oficio. Y, por supuesto, no aludió en ningún momento al demonio que aparece en la denuncia del platero. Pero, estas precauciones no le bastaron. Ya para mayo, cuando Aste cayó preso, los varios testigos llamados ante el Santo Oficio habían contado sobre su práctica de materias prohibidas, como la astrología y la geomancia, y sobre sus supuestos pactos con el diablo, actividades que le merecieron unos cuatro años en la cárcel, salir en el auto de fe de 5 de abril de 1621 en hábito y con insignias de penitente, vela de cera verde en las manos, soga al cuello y abjuración de levi(10) así como doscientos azotes y cinco años de galeras. Para el lector de hoy, el resultado es mucho más afortunado: un copioso caso –de unas 300 páginas de testimonios que integran la gran parte del volúmen 314, Ramo Inqusición del Archivo General de la Nación– la trama de voces entrelazadas, de sorderas o cerrazones inquisitoriales, que dejan escuchar, a pesar de todo, aventuras, prácticas inusitadas, creencias insólitas.

La propia voz de Aste se oye (hasta el punto que la escritura notorial lo permite) a lo largo del proceso. Al principio, después de su declaración inicial, cuando se le preguntó si tenía algo más que decir, se resistió. Pero, cuando los señores inquisidores le instaron que “recorriera su memoria y dijera y confesara verdad de lo que sintiere culpa... porque haciéndolo así hacía lo que debía como católico cristiano y su causa sería despachada con toda la brevedad y misericordia”, Aste se mostró sorprendentemente locuaz. Poco sentido hubiera tenido mantenerse callado frente a las incriminaciones de los testigos. Así que se defendió, tratando de dar nuevo sentido o de contestar los cargos más graves; habló, habló con frescura y aplomo. De los episodios que él mismo contó, quisiera mencionar tres.

Entre las condenas más graves contra Nicolás de Aste figura la de su práctica de la astrología judiciaria. Un año antes, el 8 de marzo de 1616, el Santo Oficio de la Inquisición había expedido un edicto, donde se condenaba a las muchas personas que “se dan al estudio de la astrología judiciaria y la ejercitan con mezcla de muchas supersticiones, haciendo juicios por las estrellas y sus aspectos sobre los futuros contingentes, sucesos y cosas fortuitas o acciones dependientes de la voluntad divina o del libre albedrío de los hombres”. Por lo tanto, el Santo Oficio ordenaba recoger todo material escrito relacionado con la astrología judiciaria y advertía en contra de su posesión, lectura o enseñanza, so pena de excomunión. Es importante recalcar aquí que el edicto prohibitorio se manifestaba en contra de la astrología judiciaria por poner en duda la inescrutabilidad de la voluntad divina y por atentar en contra del libre albedrío de los hombres; el Santo Oficio no cuestionaba ni condenaba el uso de la astrología –o sea, el uso de conocimientos astrológicos, como la revolución o conjunción de los planetas, el predecir de los eclipses– en la navegación, la agricultura (para hacer pronósticos de lluvia o sequía) o en la medicina (para determinar los mejores días y horas para emprender una cura). Nicolás de Aste practicaba sobre todo la astrología judiciaria, pero en su confesión trató de mitigar su culpa al admitir ante los inquisidores que reconocía la astrología como falible porque sabía que “el Alma es más noble que las estrellas y que no pueden predominar sobre ella necesariamente”. Su reconocimiento retrospectivo no impidió, sin embargo, que “alzara unas cincuenta figuras”, o que trazara unas cincuenta cartas astrales, actividad que no interrumpió ni siquiera en la cárcel, donde los demás presos llegaban con la pregunta obvia sobre el término de su estancia en la cárcel. (Tal vez entre sus actividades más notorias en la cárcel fue haber enseñado astrología a un extranjero, al que llamaban el Savoyano, quien llegaba diario a sus clases. Al parecer, el Savoyano venía de parte de Don Francisco de León, oidor de la Real Audiencia. Las clases impartidas por Aste provocaron toda una nueva serie de averiguaciones y declaraciones en 1618.) Tampoco se limitaba Aste a alzar la figura de personas presentes, sino que satisfacía la curiosidad o las ansias de parientes de tener noticias sobre sus seres queridos en España, Perú o las Filipinas o del destino de los barcos cargados de mercancías provenientes de China.

Entre sus aciertos más espectaculares se encuentra la carta de un hijo alzada a la petición del padre. El padre había llegado con el astrólogo con una pregunta bastante extraña: ¿Cuál será la causa de la muerte de su hijo? Nicolás de Aste, quien no conocía al hijo, adivinó fácilmente la fisionomía de éste: “alto de cuerpo y delgado, algo moreno, los ojos grandes, angosto de frente”. El padre le confirmó la descripción. Luego, el astrólogo se enteró que “el mozo iba a morir de muerte violenta, porque el planeta señor de la vida y el Sol estaban en signos violentos y Marte los miraba de cuadrado que es señal de la muerte violenta”. También adivinó que el asesino sería “pariente del mozo y vio en la figura su fisionomía que era un hombre muy pequeño, mozo y algo gibado, las manos largas y la boca grande y que la causa de la muerte había de ser por alguna mujer porque Marte, que significaba la muerte violenta, estaba con Venus, señora de la séptima casa, y miraban al Sol de cuadrado”. Ya alzada la figura, Aste se retiró a descansar a las doce de la noche y soñó con la figura del mozo quien le hablaba, nada menos que en dos versos de un dístico en latín donde se le advertía contra denunciar al asesino. Convencido que su sueño había sido efecto de la imaginación y de haberse acostado con la figura en la mente, Aste se volvió a dormir, y el sueño se volvió a repetir. Se despertó, espantado, sudoroso y con hastío en el estómago, y vomitó copiosamente. Frente a las preocupaciones de su madre, Aste mintió, diciendo que había comido demasiados pepinos. Un día después, el astrólogo se encontró con el padre que había pedido alzar la figura, quien le informó que su hijo ya había sido matado y que se sospechaba de asesinato a un primo de éste, cuya descripción confirmaba los hallazgos de Aste. Aste, después de sus tormentos nocturnos, no delató al asesino.

Este no fue el único encuentro con lo oculto en la experiencia del astrólogo. (Nos preguntamos qué habrá impulsado a Aste a admitir en sus declaraciones tantos vínculos con lo oculto.) Unos dos años antes de caer preso, Nicolás de Aste había tratado de descubrir el tesoro perdido de Moctezuma. (También, por la misma fecha, había andado en Iguala, en búsquedas inútiles de minas de oro.) Tampoco era Aste el único aspirante al fabuloso tesoro del último emperador azteca, ya que el cronista náhuatl Domingo Chimalpáhin nos informa cómo, a fines de mayo de 1615, “los españoles comenzaron a excavar el cerro de Chapoltépetl, por órdenes del señor virrey don Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar; buscaban oro en el cerrito, pues algunos habían engañado al virrey [diciéndole] que allí estaba escondido mucho oro. Eso buscaban, mas, como no apareció nada, dejaron de excavar; [pero ya] habían derribado muchos de los ahuehuetes que allí había, y los hicieron leña, que fue a arder en la cocina del palacio, con lo que Chapultepec quedó destruido”.(11) Aste estaba enterado de estas excavaciones en Chapultepec; lo que lo diferenciaba de los demás buscadores era su original método. El astrólogo decidió alzar cuatro figuras a base de: “el día, hora, mes y año que se entregó México al Señor Cortés; la revolución del año de la conquista; el año cuando levantaba la figura; y, finalmente, su natividad [de Aste] y día y hora en que tuvo el deseo de hallar el tesoro”. Pero, al acabar de alzar las figuras, hubo un temblor y el astrólogo salió precipitadamente de su casa. Al regresar no encontró las figuras, que había dejado sin perfeccionar, entre los escombros de su casa. Sin embargo, no se dejó vencer tan fácilmente y, a instancias de Alonso Martín, hizo un nuevo intento en febrero de 1616. Esta vez, Aste alzó las figuras pero, al levantarse de la mesa, tiró una redoma [vaso de vidrio] llena de tinta, que, al derramarse, borró todas las figuras y mancho todos sus papeles. Enfadado, cesó sus búsquedas por el momento, pero en julio del mismo año, hizo un tercer y último intento, otra vez a instancias de Alonso Martín. Logró averiguar que “el tesoro estaba debajo de tierra, que encima había agua, pero muy poca”. Mientras “estaba sentado en la mesa mirando las figuras, solo, sin nadie en el aposento, le dieron un bofetón muy recio en el carrillo derecho, aunque le dolió muy poco pero sonó mucho de que éste se espantó y salió del aposento”. Al entrar de nuevo en su casa, las figuras habían desaparecido. Después de tan elocuentes avisos, Aste renunció a encontrar el codiciado tesoro.

Se dedicó, más bien, a hallar secretos de otra naturaleza. Unos meses antes, al asistir en la plaza de la ciudad a un debate sobre la posibilidad de medir geométricamente la distancia desde la tierra al cóncavo de la luna, había conocido a un florentino con quien entabló “comunicación”. En sus reuniones ulteriores, a lo largo de unos ocho días, Aste y el florentino trataban de matemáticas y astronomía y pronto el extranjero presumió de “tener secretos famosos y naturales para curar con ciertas distilaciones todo género de enfermedades”. Los secretos venían descritos en un libro florentino –que Aste vió con ojos envidiosos– de pocas hojas, con la firma del Gran Duque (tal vez sea Cosimo II, de la familia de los Medici), pero el extranjero se negó a dar a conocer el contenido del libro a nuestro curioso astrólogo. Cuando Aste “quiso pagar cualquier precio por los secretos, le dijo que no tenían precio sino a cambio de otros secretos”. Lo que siguió fue una competencia en la cual los dos se retaron para ver quién tenía más secretos. Aste le ofreció al florentino “curiosidades de otros libros curiosos” como Falopio, Marco Marcelo, las Tropelías del bachiller Moya, los secretos de Ysabela Cortes y de Alberto Magno. El florentino ya los conocía y los desdeñaba. Entonces, Aste presumió conocer dieciséis secretos del Marqués de Villena y una receta de Raimundo Lulio, para hacer una candela a base de hierbas y raíces, con la cual se podía atravesar el peñasco.(12) Más tarde, ante los inquisidores, Aste rebajó su orgullo y admitió que sus secretos eran pura ficción. Pero el florentino protestó que la receta era demasiado complicada y las hierbas demasiado exquisitas para hallar. Aste le contestó que todos los secretos del Marqués de Villena eran difíciles. Finalmente, Aste se dio por vencido; el florentino se quedó con sus secretos.

Dragones feroces, dísticos latinos, raíces exóticas, tesoros escondidos, espíritus vengativos. Parecería que ante un caso como éste, el lector está condenado a permanecer en la superficialidad de amenas anécdotas, de historias divertidas. En sus numerosos estudios, el historiador Carlo Ginzburg ha defendido repetidamente la relevancia del caso particular frente a los análisis de largo aliento. Pero, ¿qué, exactamente, nos puede decir el caso de Nicolás de Aste? Primero, hay que agradecer el mero volumen, las páginas llenadas minuciosamente por notarios, donde se da voz a varios actores en la vida de la Ciudad de México a principios del siglo XVII. Así nos enteramos que el oro perdido de Moctezuma seducía la imaginación en este momento caracterizado por otras fiebres de oro y por las búsquedas de El Dorado y de las siete ciudades de Cibola; que los timoratos veían al diablo en todos lados; que lo oculto y lo prohibido tenían, sin embargo, sus devotos y sus expertos; que había mucho interés en saber el futuro, controlar el destino, recibir noticia (por vía astrológica cuando el correo no llegaba) de seres queridos –deseos naturales que acercan bastante a los distantes hombres de la colonia a nuestros contemporáneos–; que la Inquisición reprimía pero nunca logró extirpar estos afanes tan humanos.

Al mismo tiempo, Nicolás de Aste, el protagonista locuaz de esta historia, no era un personaje cualquiera. Objeto de testimonios entrelazados, su figura cortaba a través de capas sociales e intelectuales. Aste se relacionaba con extranjeros, boticarios, plateros, astrónomos y científicos, mineros, oidores, porteros de la cárcel. Por lo tanto, nuestro astrólogo era una especie de filtro entre una cultura de elite, lectora de libros importados, y una cultura de masas. ¿Qué llegaba, a pesar de la censura? ¿Qué se leía? ¿Cómo se procesaban las novedades europeas? ¿Cómo las entendía el propio Aste? En gran parte, hay que reconocerlo, los conocimientos científicos de Aste tenían, como los dragones encargados por él, valor de amuleto, servían para encantar, maravillar y deslumbrar. En este sentido, nuestro científico pertenece a toda una escuela de magos naturales, alquimistas y astrólogos que engrosan las páginas de los satíricos de la época. Otro estudiante, esta vez español, es tema de burla para Cervantes. El estudiante, instruido en los secretos de la magia en la famosa Cueva de Salamanca, sacó de apuros a una mujer cuyo marido regresó sin aviso a la casa. Usando sus poderes ocultos, el mago conjuró ante los ojos maravillados del marido a dos diablos en forma del sacristán y del barbero del pueblo (con quien la mujer había festejado antes de la llegada precipitada del marido) y produjo de la nada una canasta de fiambreras (traída por el sacristán y el barbero) en plena Cuaresma. El marido, cuya fe y amor por su mujer permanecieron intactos, tenía una sola duda: si los diablos comen. Para satisfacer su curiosidad invita a todos a cenar y a iniciarse en los secretos de la magia:

Entremos; que quiero averiguar si los diablos comen o no, con otras cien mil cosas que dellos cuentan; y, por Dios, que no han de salir de mi casa hasta que me dejen enseñado en la ciencia y las ciencias que se enseñan en la Cueva de Salamanca.

Como el astuto estudiante, Aste emplea sus conocimientos para fines directos y locales. A diferencia del mago de Salamanca, Aste desafortunadamente no se salva y su pista se pierde entre los reos embarcados para purgar sus faltas en las galeras de España.

NOTAS

1 Sigilo: “lo mismo que sello. Tómase del Latino Sigillum, que significa lo mismo; pero en este sentido tiene poco uso. Se toma frecuentemente por el secreto, que se observa o guarda de alguna cosa, de que se tiene noticia” (Diccionario de Autoridades). Aste se refiere más bien a un sello.
2 Corredor: “el que por oficio público interviene en almonedas, y fuera de ellas en ajustar las compras y ventas de todo género de cosas, y otras negociaciones: y porque anda casi corriendo de una parte a otra, para mostrar o tratar lo que vende o negocia, se le dio este nombre” (Diccionario de Autoridades).
3 En numerosas ocasiones, el Santo Oficio dictó edictos prohibiendo la posesión, venta, lectura, o enseñanza de ciertos libros. Tal vez Aste se refiere al edicto del año anterior, el 8 de marzo de 1616.
4 Paracelso, Theophrast Bombast von Honenheim, (1493-1541), se inició en Suiza como médico militar. Famoso por oponer a la medicina escolástica y aristotélica una mezcla de conocimiento mágico-alquimista y de experimentalismo, adqurido durante sus extensas peregrinaciones por Europa. De Sigilis, su libro sobre los planetas, es el volumen 7 de sus opera omnia.
5 En su eruditísimo libro sobre Herejías y supersticiones en la Nueva España (México, 1946), Julio Jiménez Rueda documenta la presencia de Juan de Beteta en los papeles del Santo Oficio el 5 de mayo de 1582, cuando Beteta se ‘autodenuncia’ por haber leído, por curiosidad, “un poco de astrología judiciaria” y por haber hecho cartas astrales. Pero, como nos informa Jiménez Rueda, “en vista de la entrega de los libros y de la confesión, el asunto no pasó a mayores”.
6 Solimán: “azogue sublimado” (Diccionario de Autoridades).
7 Castellano: “la quinquajésima parte de las en que se divide el marco de oro, que es de ocho onzas, y cada castellano hace ocho tomines”. En el “cuño tenía encima un castillo y debaxo de él la letra C” (Diccionario de Autoridades).
8 Colochyntida: una planta medicinal que “sirve para diferentes enfermedades y es uno de los medicamentos purgantes de la medicina”(Diccionario de Autoridades). Tal vez el espolio coloquintidas mencionado por Aste sea algún estimulante hecho de esta planta.
9 In mandatis tuis commendor: en tus mandatos me encomiendo.
10 La abjuración de levi, aplicada en el caso de los delitos menos graves, implicaba la confesión pública del delito, así como la promesa de evitarlo en el futuro y la reintegración del culpable con la comunidad.
11 Domingo Chimalpáhin, Diario, traducción de Rafael Tena, Conaculta, México, 2001.
12 Gabriele Falloppio (1523-1562), anatomista italiano, discípulo de Andrea Vesalius, famoso por su trabajo sobre el aparato reproductivo. Entre sus escritos figuran un tratado sobre la sífilis y otro sobre la composición de las drogas. También se le atribuye falsamente un libro de secretos, publicado bajo su nombre como ardid para la venta.
El bachiller Juan Pérez de Moya (1513-1596) escribió, entre obras de astronomía, matemática y navegación, una Philosophia secreta. Es muy probable que las “tropelías” apuntadas por el natario inquisitorial se refieren a la Sylva. Eutrapelias id est comitatis et urbanitatis ex variis probatae authore... publicado en 1557.
Ysabela Cortese, noble veneciana había publicado en 1561 un libro intitulado I Secreti, donde revela y populariza recetas de perfumería y secretos de índole alquimica.
Alberto Magno (principios de siglo XIII-1280), teólogo famoso por reconciliar la filosofía griega con la doctrina cristiana. Entre sus discípulos más famosos se encuentra Santo Tomás de Aquino. También se le sospechó de magia y se le atribuyo un libro sobre alquimia.
Enrique de Villena (1382-1434), nacido en una poderosa familia aragonesa, nieto de Alfonso de Aragón. Poeta y exégeta (Los doce trabajos de Hércules), traductor de La Eneida, autor de varios tratados como el Tratado de la lepra, el Tratado de aojamiento (sobre el mal de ojo) y el Arte cisorio (sobre etiqueta gastronómica cortesana), pasó a la leyenda por sus quehaceres alquímicos y astrológicos, recogidos en su Tratado de astrología. Se le identifica con la Cueva de Salamanca por sus supuestos poderes mágicos.
Ramon Llull (1233-1315), teólogo y escritor místico catalán, entre cuyas obras se encuentran la enciclopedia Felix o libro de maravillas, el Libro del amigo y amado, el Árbol de la ciencia, así como el Testamento del arte químico universal, donde reúne los conocimientos alquímicos de sus época.
Ignoro la referencia de Marco Marcelo en la declaración de Aste.

 

Miruna Achim , "De dragones y astrólogos ", Fractal n° 27, año 7, volumen VII, pp. 129-142.