Julián Meza

¿Cuánto vale un verso?


¿Cuánto vale un verso? Digamos que, a precios constantes, un verso vale 0.00002 fracciones de un peso mexicano, o 0.000002 fracciones de un dólar. Esto quiere decir que es más barato que el producto más barato en el mercado: un chicle de canela marca Patito. ¿Por qué? Porque la demanda de versos está a la baja. En consecuencia, ¿cuánto vale un soneto? A lo sumo, catorce chicles de canela. Por lo tanto, si un poeta produce una docena de versos cada día sólo puede aspirar a cobrar a la semana un puñado de chicles. Definitivamente, el estado actual de la poesía en el mercado camina apresuradamente hacia la bancarrota y hacer poesía se revela como una actividad no rentable.

En consecuencia, si el poeta quiere tener verdaderos ingresos debe cambiar de profesión. Sus opciones son muchas.Puede hacerse niño de la calle y al final de cada día tener en sus bolsillos (si los tiene) el equivalente a seis docenas de chicles, cifra superior al valor de un soneto.

Puede dedicarse a limpiar parabrisas de coches en las esquinas y obtener, por ocho horas de trabajo, doce docenas de chicles, cantidad superior a la que podría cobrar por media docena de sonetos, pero es evidente que estas actividades son escasamente retribuidas y el poeta, que ha abandonado la poesía por no ser rentable, deberá buscar otro quehacer. ¿Albañil? ¿Jardinero? ¿Mayordomo? ¿Ayo? ¿Chofer? ¡Conserje? ¿Mecanógrafo (de computadora)? Se trata de actividades muy dignas que, sin embargo, no reportan al mes más de media docena de cajas de chicles.
Si el poeta es un hombre con ambiciones debe observar atentamente cuáles son las actividades mejor pagadas en el mercado y optar por una de ellas. Sus posibilidades son todas, salvo excepciones.

Bombero no. Los bomberos son como los poetas: no cobran. O sí cobran, pero muy poco. Por cada incendio que apagan apenas reciben como pago una gotas de agua.

Policía sí, pero no si cobra en la delegación, porque su salario mensual apenas le alcanzará para unos tacos y una pecsi cada día. En cambio, si cobra enfrente (en un coche estacionado en la oscuridad) al cabo de unos meses tal vez pueda poner un changarro en donde venderá chicles, y abandonará así la nueva profesión. Esta opción tiene sus riesgos y si el poeta ha abandonado el oficio para tener buenos ingresos deberá mirar más alto y más lejos.

¿Jefe de policía? No está mal, pero ahí no se llega desde abajo, sino desde arriba. Expliquémonos. A los jefes de policía (aunque sean de barrio) los nombran tales desde las altas instancias de la administración y de la política. Por lo tanto, el poeta deberá dirigirse a esas altas instancias si quiere ser jefe de policía. ¿Cómo dirigirse a ellas? Hay varios caminos. El más frecuente: hacerse de amigos o recuperar amigos (sin confiar en la amistad). El gordito medio idiota al que le robaba la torta en el recreo ahora es delegado en Choyoacan. A la mejor se acuerda de que el poeta era de los que le robaban la torta en el recreo y no lo nombra jefe de policía cuando lo vaya a visitar, pero lo más seguro es que ya no se acuerde. Sin embargo, resulta que el puerquito tiene buena memoria y no le da trabajo al poeta. Tal vez el cerdito tiene una hermana pasable a la que el poeta se puede ligar. Tampoco: la hermana es horrible y, además, está casada con el jefe de policía. El poeta debe abandonar inmediatamente esta posibilidad y mirar todavía más lejos y más alto.

Al hurgar en la bolsa del pasado el poeta se da cuenta de que el secretario del subsecretario del ramo de estupefacientes en el Ministerio del Interior fumaba mota con él cuando estaban en secundaria. Acude al secretario en cuestión y descubre que el pobre hombre carece de memoria. Además, reducido el consumo de estupefacientes menores al que se libra todos los días apenas si le alcanza para comprar unas cajas de chicles.

Cuando estuvo en la prepa el poeta se rozó con alguna chica de medio pelo, ahora casada con un gandul que es tesorero del Partido de la Perversión Demacrada. Acude a ella, pero inútilmente porque se está divorciando del gandul para poder vivir a la luz del día su amasiato con el secretario de acción femenina del Partido de Instigación Nacional, hoy en desgracia y, por lo mismo, sin posibilidades de crear nuevas fuentes de trabajo.

En la facultad de teosofía el poeta conoció a un flaco persignado que hoy es Director de Saneamiento Público. El flaco persignado lo recibe más pronto de lo que esperaba, pero sólo para oír que si quiere trabajar con él antes debe prestar servicio durante tres años como misionero del Espíritu Santo en Zambia.

No hay nada por ese camino, que parecía tan prometedor. Y ahora al poeta sólo le queda el regreso a sus devaluados versos si no decide practicar un arreglo de cuentas en serio.

De haberle hecho caso a su tío Crispín y se hubiera dedicado a patear el balón día y noche en lugar de estar pergeñando versitos ahora estaría en el Benéfica cobrando varios millones de dólares por temporada. Sin lugar a dudas, el trabajo de futbolista está al alza en el mercado de trabajo.

De no haber desoído los sabios consejos de su madre y hubiera tomado clases de solfeo con la señorita Romualda en lugar de andar leyendo poesías que tal vez escribió un pervertido sexual ahora sería compositor, intérprete de rancheras, mariachi, solista en un grupo de rock & roll o, ya de perdida, cantautor, saldría en la tele, sus discos se venderían por millones, su novia estaría buenísima y se metería en el bolsillo muchísimos dólares al año.

Definitivamente, al poeta le tocó vivir en un mundo en donde el mercado no lo contempla. O sí, para anularlo porque, como escribió Hölderling, ¿para qué poetas en tiempos de miseria?, y nuestros tiempos no son precisamente generosos con aquello que ha hecho del hombre, sino con aquellos cuya voluntad es acabar con el hombre, como esos rancheros globalizados que hoy nos gobiernan.

Julián Meza, "¿Cuánto vale un verso?", Fractal n° 24, enero-marzo, 2002, año 6, volumen VII, pp. 171-173.