José María Espinasa

La colección Noema, Picasso
y el ensayo contemporáneo

 

 

Los escritores, los editores y los lectores saben que los libros sostienen entre ellos un diálogo al cual se debe estar atento. Esa conversación, muchas veces fruto del azar, crea nuevos sentidos, establece variedades de puntos de vista y cruces entre ellos, se parece a esos calidoscopios en los cuales un pequeño número de cristales de colores crea una infinidad de combinaciones. Una de las iniciativas editoriales más afortunadas de los últimos años es la colección Noema, impulsada por el Fondo de Cultura Económica y la editorial española Turner, precisamente por la convergencia de líneas de reflexión que propone en su conjunto y la espléndida selección de títulos publicados hasta ahora. Dicha colección, creada por la administración de Gonzalo Celorio y –por lo visto– apoyada inteligentemente por la actual, publica ensayos en su sentido más amplio y a la vez más estricto.

El ensayo, de acuerdo con muchos especialistas del medio editorial, es un género poco atendido por los editores y se encuentra recluido principalmente –con las perversiones que eso provoca– en el mundo académico y universitario, lo cual es lamentable ya que es imprescindible para orientar la lectura y la reflexión en este mundo de abrumadora oferta y poca miga. Esa poca atención ha propiciado, además, que se desconozca en castellano la mayoría de las obras escritas en otros idiomas y, curiosamente en épocas de globalización, subrayadamente lo que se hace en inglés, lengua que tiene presencia mayoritaria en Noema. La escasa presencia editorial del ensayo fomenta la desinformación y la poca lectura: falta el tramado interno del diálogo mencionado líneas arriba.
Noema muestra una notable exigencia en la selección de sus títulos –no hay uno malo y en cambio sí varios sobresalientes– así como una organización singular de sus temas. Por ejemplo, podemos referirnos a la serie dedicada a la reflexión sobre el arte contemporáneo. La fábula del arte moderno de Dore Ashton es una inteligente meditación narrativa sobre las razones de la pintura en los siglos XIX y XX, tomando como motivo el magistral relato de Balzac, “La obra maestra”. La influyente crítica norteamericana no pontifica sino que pone en juego los lugares comunes de la teoría ante la evolución de las tendencias, pintura a pintura, autor a autor, y desemboca, necesariamente, en el papel que juega Pablo Picasso en esa historia.
De una manera casi natural el libro de Asthon se refleja en Conversaciones con Picasso, del gran fotógrafo y dibujante francés Brassaï, que a partir de su amistad y su relación profesional con el pintor andaluz (fue el fotógrafo de sus esculturas durante años), traza un retrato muy vívido de la cultura en París durante el lapso transcurrido entre las guerras mundiales y la época posterior de triunfo y pacificación. Alrededor del autor de Guernica gira, como un sistema solar, la cultura francesa y la del mundo. Retrato lleno de sabor, sin las obviedades amarillistas de otros trabajos biográficos y sin necesidad de teorizar, consigue transmitir al lector el porqué de la importancia de Picasso en la evolución de la pintura del siglo XX, de su poder creativo, sus manías, sus afectos y también sus neurosis y caprichos. (Brassaï ha escrito otros soberbios libros de crítica, entre los cuales destaca Proust y la fotografía, que ojalá el FCE se animara a traducir.)
Para trazar esa “biblioteca Picasso” al interior de Noema se suma un tercer libro que, indirectamente, tiene también como eje a este pintor: Objetos sobre una mesa del ensayista norteamericano Guy Davenport (escritor notable que Gabriel Bernal ha contribuido a descubrir para el lector mexicano y español, con la traducción, además del título citado, de El día que murió Picasso, breve e intenso relato en forma de diario, y El museo en sí, antología de ensayos literarios). La manera de “ensayar” de Davenport es notable por su libertad asociativa y por la brillantez de sus intuiciones. Teniendo como motivo original la tradición del bodegón (la naturaleza muerta), reflexiona igual sobre la pintura que sobre la poesía o la música, y acaba por situar en el centro de la reflexión el trabajo de Picasso. El “método” de Davenport merecería ser tratado con mayor amplitud, pero no es el lugar esta breve nota sobre la colección Noema.
No pienso que esta organización interna de los títulos sea algo planeado, de hecho es mucho más interesante que no lo sea, que los tres textos de diferente época y género parezcan escritos para leerse juntos, en la misma colección, y le permitan suponer al lector que las afinidades electivas ocurren sin que esté previsto, sólo como consecuencia de una labor profesional. No sobra señalar que además de la buena selección de obras destaca el trabajo editorial: cajas bien diseñadas, buen papel y correcto diseño de las portadas, todo lo cual contribuye a que la aparición de Noema –que cuenta ya con alrededor de doce títulos– sea un motivo de celebración y regocijo para el lector.

José María Espinasa, "La colección Noema, Picasso yel ensayo contemporáneo", Fractal 23, octubre-diciembre, 2001, año VI, volumen VI, pp 157-159.