ÁNGEL CUEVAS

Musgos

 

 

1

 

La lechuza vuelve al hueco de su tronco. Lenta se apaga la voz de la cigarra. Puntal el gallo del canto único.
El agua oscura comienza a removerse. Del blanco al negro y al violeta. La espuma hierve.
El viento trashoja las ramas. Entre tiernos brotes un ojo de vidrio. La ninfa es el iris. Sus párpados penden.
El árbol se enciende.

2

 

Oigo voces y tambores. Danzantes con máscaras verdes y franjas amarillas.
El viento electriza la fronda del bosque. Caen destellos entre gotas de rocío.
Canta el gallo. ¿Qué dice aquella música? Abro un élitro.
Las raíces de los árboles son lagartos que despiertan bajo tierra.
A la hora de la aurora la lechuza contorsiona la mirada y desnuda sobre el éter ella danza.
Las hojas se estremecen. Las mariposas se persiguen. Las danzantes se descubren y se alejan.
Cada una va a su árbol y se yergue. Y se enciende. Y en sus brazos los pájaros despiertan.
Algarabía del árbol coronado. Toco un arpa de pelo. Y mi zumbido se enreda con el sol.

3

 

Ramas quebradizas. Los insectos se alimentan de hojas tiernas, de madera y de sangre. Trinos rojos y amarillos iluminan a los pájaros.
Suelo fértil, putrefacto. Cochinillas y babosas en tapiz de musgo y hojas. Crecen líquenes y piedras.
Eucaliptos encendidos en lo alto. El aroma de su copa nos impregna y nos eleva. Zumba un mosco.


4

 

Para pasar a otro nivel del bosque, a cuatro patas, todo tronco derribado es un puente.
Un campo devorado por el fuego. Restos roídos. Troncos labrados. Huesos pulidos.
Otro campo amarillo. Había indios de paja sentados frente a sus chozas. Aullaban perros sedientos. Un caballo negro pacía tallos de sol.

5

 

Dos surcos cristalinos. Escamas verdes entre la espesura. Los seguimos.
Allí construiremos una casa. Ya no hay sol en las hojas. Una casa de piedra. Una cabeza a ras del suelo que abra los ojos y mire al cielo.


6

 

En un claro llegamos al hueco de los árboles que somos.

 

Angel Cuevas, "Musgos", Fractal n° 21, abril-junio, 2001, año 6, volumen VI, pp. 167-172.