En la playa
El viento, más
que yo,
se fuma este cigarro
entre mis dedos,
dejándome el placer
de sólo tres o cuatro bocanadas,
y el mar expropia las palabras
que te digo,
porque, acostada, no me oyes.
El sol, el viento y la marea
te ensordecen
y cuando me levanto
para dar dos pasos,
viendo mis huellas que se imprimen
en la arena,
pienso que esas pisadas mienten,
que ya no piso así desde hace no sé cuándo;
son huellas de otro
que sobrevive en mis pisadas, pues las mías
son mucho menos elocuentes.
Tú, en cambio, que me ves
completo e indivisible,
sabes mejor que nadie cómo soy mortal,
cómo mis huellas en la arena me describen
y cómo se plasma en ellas lo que soy,
sabes mejor que nadie cómo no escucharme.
* * *
¿Qué es un jardín?
¿Esta hierba pareja?
¿Estas plantas reunidas por capricho,
que la naturaleza nunca ha juntado?
¿Se ha dado algún jardín sin nuestras manos?
El viento ¿hace jardines,
llevando lejos las semillas?
Jardín de viento,
jardín sin manos,
¿sabría reconocerte si te encuentro?
Insomnio
Mi pie, supersticioso,
busca el tuyo,
mi pie parásito del tuyo,
como si el sueño fuera de los dedos;
sacarte el sueño con el roce de mi pie,
moverlo de lugar sin levantar las sábanas,
dejando todo como está,
la cama como está,
tu sueño como está,
te lo prometo.
* * *
Hacemos el amor
para sacar la lengua.
La calentura expulsa
esa primera víscera,
la sola que se enseña.
La calentura máxima
sería expulsarlas todas.
Sacarse el alma, el éxtasis.
* * *
a mi hermano
Hay hermanos que no aprenden
con la edad a caminar parejos,
a nivelar sus años en la calle.
Uno se apura y se adelanta,
y el otro, pisando
el surco abierto por su hermano,
se ensimisma,
tomando el surco como propio,
de modo que el favor es mutuo:
el de adelante se hace cargo del trayecto
y deja al otro libre de soñar
y especular,
quizá de ver más lejos,
y el soñador, al emular
los pasos del hermano que se apura,
los absorbe
para que el otro sienta cada paso propio envuelto
en otros pasos que lo siguen,
que lo disculpan
y lo exoneran de pisar,
que borran cada paso suyo
para que vuele en vez de caminar.
* * *
Yo también estuve en un coro,
en una voz sin grietas.
Jamás oí las voces
que debajo de esa voz
salían como salían por una grieta.
Nunca aprendí la voz de cada rostro.
Desde que empezamos, el maestro
nos convirtió en una sola voz sin rostro.
Nunca escuchó las voces que teníamos.
Sólo una voz herida es una voz audible.
No sé qué oían los que nos oían.
* * *
Arriba, en la azotea,
dibujan círculos
alrededor de los tinacos,
como buscando prolongar
el vuelo que los une,
pero la inspiración se ha ido.
No volverán como vinieron.
Hay un dicho entre los pájaros:
la parvada que te lleva
no es la misma que te trae.
Y a veces no hay parvada de regreso
y cada cual, como lo supo Ulises,
vuelve solo y como puede.
Y debe de haber pájaros
que se resisten a dejarse ir en una
y luchan por no ver ni oír
un cielo que se surca
por gusto y no por hambre,
y, si las ven pasar,
se quedan a cubierto,
entre las hojas y las ramas,
sin acudir a su llamado.
Les hablan de una Troya que no han visto,
no creen en la existencia de los Cíclopes
y no han probado qué se siente
cuando de pronto se vacían los nidos,
se enciende un vuelo sin un fin preciso
y cada cual mide su ser de pájaro sin árbol,
de pájaro entre los pájaros,
un árbol de puros pájaros, sin ramas.
morabito@servidor.unam.mx
Fabio Morábito , "Un árbol de puros pájaros, sin ramas", Fractal n° 20, enero-marzo, 2001, año 5, volumen VI, pp. 11-15.