HÉCTOR SUBIRATS

El hombre sublevado:
Camus bajo relieve

 

 

La corrosión de los sistemas


Hay quienes se echan una causa por bandera y viven tan tranquilos el resto de sus días. La cual puede ser religiosa o política, da lo mismo: tener respuesta para todo relaja un montón. Nada de contradicciones culpas o arrepentimientos. Además autoproclamarse consecuente y, con mirada displicente, sostener "yo siempre he pensado lo mismo" distancia de esos veleidosos esclavizados por la duda y el inmovilismo al que lleva. Las cosas pueden haber cambiado, los personajes, modificado sus planteamientos, pero, la "razón vigilante", la tienen siempre ellos; bien para mostrar que se anticiparon y "lo dijeron antes" o bien para lanzar el temible "si me hubieran hecho caso".
Otra característica de estos personajes: no se sacan la palabra libertad de la boca pero, como decía Camus", Hay algo en ellos que aspira a la esclavitud", o al menos a justificarla como mal necesario. En la oposición detentan la patente de la rebelión y en el poder el exterminio de todo gesto de rebeldía.

Desde la primeras páginas de El hombre rebelde Camus lo explica con claridad: "hay crímenes de pasión y crímenes de lógica (...) Heathcliff, en Cumbres borrascosas, mataría a la tierra entera con tal de poseer a Cathie, pero no se le ocurriría la idea de decir que ese asesinato fuese razonable o estuviese justificado por el sistema. Lo realizaría y ahí terminaría toda su creencia. Eso supone la fuerzadel amor y del carácter."
Se puede ser defensor de los derechos humanos y estar contra la pena de muerte, pero si un insensato mata a un ser querido, no es de extrañar que se busque la venganza y se llegue al asesinato. Son dos cosas diferentes y sé que por mi venganza tengo que pagar ante la justicia, pero pretender otra cosa me convertiría en el doble de lo odiado.
Ya instalados en la lógica del crimen, nuestros revolucionarios convierten la desesperación del solitario en la máquina de los planes quinquenales, pasan a poner, por fin, la muerte al servicio del progreso de la humanidad. Por el contrario el Marqués de Sade, a pesar de pretender que la naturaleza precisa del crimen, que hay que destruir para crear, no pretende fundar su libertad en principios morales o políticos, sino en la necesidad de satisfacer los instintos. En efecto, aficionado a las más refinadas ejecuciones en los rejuegos sexuales, nunca pudo tolerar la pena de muerte: "Matar a un hombre en el paroxismo de una pasión es cosa que se comprende. Hacerlo matar por otro en la meditación seria bajo el pretexto de un ministerio honorable, eso no se comprende. En efecto, el crimen que él quería fuese el fruto excepcional y delicioso del vicio desencadenado, ya no es hoy más que la triste costumbre de una virtud que se ha hecho policial. Se cumple así la sentencia de E.M. Ciorán: "incluso hay matices entre los grados de lo deplorable."
Octavio Paz, en Corriente alterna nos señala la diferencia entre las palabras revuelta, rebelión y revolución. La peor parte se la lleva la palabra revuelta que en ninguna de sus acepciones es un hecho valioso; desde el revoltoso a la revuelta popular todo parece quedar en el alboroto o el caos social. En cambio, rebelión y revolución parecen tener más contenido, estar más cerca de la ambición literaria. A la rebeldía se la confina en el romanticismo de las minorías y la revolución parece aludir a las gestas colectivas. La revolución adquiere incluso un estatus científico hermanado con una visión histórica, en tanto que los actos del rebelde están condenados a la esterilidad. El rebelde encarna al héroe maldito, al poeta solitario; desafía al mundo pero no comprende las leyes de la historia, en tanto el revolucionario aparece como un intelectual, un filósofo entregado a la causa de la justicia colectiva.Ante este panorama, no es de extrañar que el libro de Albert Camus estuviera condenado de antemano por los poseedores de la "conciencia colectiva". La prensa comunista mantiene un silencia absoluto y muchos de sus militantes se niegan a leerlo, actitud con la que terminaban por darle la razón a Camus. El libro pone justamente en tela de juicio importantes aspectos del análisis marxista y Camus parafraseando a Epicteto les responde: "Insulta si quieres, pero lee."
Incluso el propio Paz, al que a esas alturas no se le podían ya sospechar veleidades marxistas, en una entrevista publicada en Hombres en su siglo y otros ensayos opta claramente por el revolucionario frente al rebelde sin comprender el nuevo tipo de rebeldía a la que Camus aspira: una pasión lúcida, una libertad que es simultáneamente rebelión contra el mundo y aceptación de su fatalidad personal. A pesar de ello Octavio Paz encuentra en la palabra revuelta un hermanamiento con la palabra revolución, aunque se limite a cuestiones etimológicas que las distancian de la palabra rebeldía de origen militar. Paz dice que el libro de Camus "habría ganado mucho si él hubiese hecho una distinción más precisa entre la antigua, sana revuelta y la moderna revolución". Paz olvida que el revoltoso también puede ser el solitario del aula o el barrio y el revolucionario, muchas veces, antes de ser teoría y sistema ya es barbarie. Sobrados estamos de ejemplos donde el revolucionario no colinda con la filosofía y por el contrario, su verbo, se hace teología y milenarismo.
Es verdad que en la postura de Camus hay algo de romanticismo, pero que trasciende al rebelde y lo hace copartícipe de la injusticia social. Ha superado el plural que condiciona a los revolucionarios para incorporar un "yo" que no por trágico se despreocupa de los desposeídos y humillados de la tierra. El rebelde que dice "no" carece de utopía, vista como proyecto cerrado y asfixiante, pero está presente en él una tensión libertaría que pretende construirse al margen de las revoluciones científicas, la verdad absoluta y la ceguera jerárquica. Este es el "no" que distingue a Camus de las definiciones previas de rebeldía que lo pretenden emparentar con el héroe romántico: "yo me rebelo, luego nosotros, somos." Mientras muchos de sus contemporáneos luchaban por "el sentido de la Historia", por ser ellos la Historia o por pasar a formar parte de ella, Camus fue un rebelde trágico y dichoso de ser un contemporáneo de los problemas de su tiempo, que, sin duda, siguen siendo los nuestros.
Lejos del modelo de revolucionario profesional, Camus se permita demostrar su pasión por ir al fútbol y no dejar un segundo su maníaca tarea de desentrañar la historia de las rebeldías y entender por qué se pervertían. Al mismo tiempo mantiene una lucha por mantener la tensión de los ideales y llegar a evitar que estos fueran santificados por el crimen de Estado.
Llegar a la conciencia de que la sistematicidad ha permeado el espíritu revolucionario hasta deformarlo grotescamente, lo obliga a trasladar dicha preocupación a la literatura: "no más cadenas, en lo sucesivo sólo el aforismo." A pesar de ello, la autocrítica iba demasiado lejos, El hombre rebelde no llega a dar forma a un sistema filosófico y bien se encargan sus enemigos de reprochárselo. Fuera de toda pretensión sistemática, Camus lo que hace es redefinir el sentido de la rebeldía, sometida hasta entonces al instinto primario y suicida del revoltoso, al que no ve menos pernicioso que el mimetismo gregario y jerárquico de la revolución.
No está tan claro cómo sostiene el mismo Paz que sea el filósofo quien transforma la revuelta en doctrina, pero sí sobran las muestras que la han transformado en letrina. Es verdad que Paz señala que ello se explica en parte "por la desconfianza con que ven los revolucionarios a las revueltas populares: la misma de los teólogos ante los místicos". Es la misma saña con la que los revolucionarios han perseguido a los intelectuales y a los artistas rebeldes. Pero Camus era más artista que intelectual y sabía "que la inteligencia encadenada pierde en lucidez lo que gana en furor".
Camus no cae en la tentación del rebelde romántico ni enloquece leyendo El paraíso perdido de Milton; no hay en él ningún parecido con el héroe que se pierde en la fatalidad y que confunde o trastoca el bien y el mal. No hay en la rebeldía de Camus la necesidad del mal por la nostalgia de un bien imposible. Será quizá esa infelicidad un destino para quien en buena medida se forja un destino trágico pero no lo extiende al conjunto de la sociedad para la que augura tiempos mejores.

 

 

El individuo sin contrarios

 


El romántico desafía a la ley moral y divina, pero no es un revolucionario, es un dandy. El romántico quiere ser Dios, y Camus quiere que Dios se disuelva entre los hombres. Entre estas dos posturas el romanticismo presenta una transición encabezada por Byron, que se expone, pero de otra manera: ha abandonado el mundo del "parecer" por el del "hacer", olvida la pura pertenencia y quiere hacerse ciudadano con la participación. A diferencia de los románticos que negando lo que eran se condenaban provisionalmente a la apariencia con el pretexto de conquistar un ser más profundo, Camus aceptaba la rebelión popular y no tenía el más mínimo pudor en confesar su pasión por el teatro y por las actrices.
El romántico acepta la inevitabilidad del mal desde un individualismo cerrado: no se declara a favor de los hombres sino a favor de sí mismo. Toda blasfemia que no reconoce la posibilidad de su negación participa en realidad de lo sagrado. En esa negación coinciden por igual iconoclastas, románticos y leninistas. Son posturas de respuesta acabada. Camus, por el contrario, forma parte de la corriente de pensamiento empeñada en preguntar; ése es su "método" y desde el panfleto político a la novela o el ensayo se adivina el permanente esfuerzo por replantearse los temas que le obsesionan. Sabe que la complacencia, la capacidad de autoengaño de los hombres es constante. Ha habido revoltosos que se creyeron rebeldes, rebeldes que se pensaron revolucionarios y sobre todo, revolucionarios que se han creído Dios y rechazan toda ley que no venga de ellos mismos, aunque , eso sí, siempre argumentada desde la posesión de la "conciencia colectiva". Una aportación importante en la obra de Camus radica en señalar al sufrimiento y la venganza como motores en la búsqueda de la verdad. Cuando todo está permitido en nombre de la revolución, más que inaugurar el reino de la justicia solidaria, arranca la historia del nihilismo contemporáneo. Entre rebeldes y revolucionarios, sumergidos unos con el individuo y otros con el Estado, Camus no cree que se haya roto la cadena de la dependencia de lo divino. Permanece pero reelaborado, despojado de sus vestimentas religiosas. Sólo con la obra de Stirner aparece un intento firme por aniquilar a todos los sucedáneos de lo divino. Para Stirner, el insurgente ni depende de la teoría, ni de los otros hombres: sólo habrá acuerdo social mientras los individuos coincidan en sus egoísmos. En su doctrina el egoísmo alcanza su cumbre, pero al mismo tiempo se suicida al no ser capaz de conseguir de él un propósito social como el que desarrolla Fernando Savater en su Ética como amor propio, por ejemplo. En esta obra toda ética es egoísta, lo sepa o no lo sepa. Es justamente el enfrentamiento de los egoísmos lo que da posibilidad de un acuerdo y un pacto social. A pesar del suicidio al que convoca el individualismo laico de Stirner está claro que Camus simpatiza con él aunque criticando sus veleidades nihilistas. La preocupación por el "nosotros" es algo común a la obra y a la práctica de Camus. La solidaridad que Camus desarrollaba con los diferentes grupos anarquistas principalmente con los exiliados españoles en Francia, no sin ignorar las dosis de cristianismo o nihilismo que podía encontrar en ellos.
Nietzsche había mostrado antes que el iconoclasta sigue adorando el ícono. El ateísmo para él es constructivo: Dios es inútil, pues el mundo no tiene un sentido preestablecido. Sin embargo, Camus sigue advirtiendo en el propio Nietzsche ese pesado fardo de la rebeldía nihilista.
Camus distingue con un matiz fino: Nietzsche no ha pretendido formular una filosofía de la rebelión, sino que ha edificado una filosofía sobre la rebelión. Quien crea que habiendo matado a Dios, el camino solidario del romántico es un paseo por la libertad, se equivoca; esta liberación sólo lo pone frente a la posibilidad de la dicha y la de una nueva angustia. La libertad no es un regalo cómodo, sino una lucha trágica y agotadora. Frente a los valores impuestos, externos, debemos crear un valor y una finalidad para elegir nuestras acciones. La ley hay que crearla o negarla. Nietzsche negó y en ello está lo mejor de su obra, pero cuando quiso crear se precipitó en la locura. Su rebelión se empapa también de cierta exaltación del mal, pero la diferencia radica en que no hay en él afán de venganza; el mal no es más que una de las máscaras del bien. Si no hay salvación gracias a un Dios inexistente, la salvación debe estar en la tierra. Nietzsche sólo imagino esa libertad en el espíritu fuerte y solidario, Camus en cambio creyó llevar esa posibilidad a los humillados.
En el momento en que Camus publica El hombre rebelde el mundo académico de izquierda reacciona ante él con desprecio: cuestiona el marxismo, su estilo literario, no responde al rigor mortis de los especialistas y encima pretende evadirse con las reflexiones sobre la poesía, la novela y las artes en general. Además despacha a los mitos de su generación con argumentos demasiado personales.
A Rimbaud le dedica unas pocas líneas para demostrar que su patética rebeldía en la escritura, lo llevó a los peores actos. Si hay algún elogio se centra tan sólo en la precisión de su lenguaje. Con los surrealistas no es más generoso: "desde sus orígenes, el surrealismo, evangelio del desorden, se ha visto en la obligación de crear un nuevo orden. Cuando André Bretón dice que el acto surrealista más sencillo consistía en salir a la calle y disparar al azar contra la multitud, no hace más que repetir a Sade pero restándole placer. "¿Cuál es la extraña cabriola por la que los surrealistas pasan de adorar a Sade a servir al marxismo?
Abandonemos el terreno de la pura literatura para ver sus correspondientes políticos. Para Camus, todas las revoluciones modernas acabaron fortaleciendo al Estado. Se aniquilan los vestigios del derecho divino pero también se aniquila toda disidencia: el fin justifica los medios. Todos los sueños revolucionarios terminan en la justificación del terrorismo de Estado. Los fascistas deificando la irracionalidad y la izquierda defendiendo a la razón, a una razón que ya no se pregunta nada. En ambos casos el síndrome de la razón se basa, no en la construcción positiva sino en la agitación del fantasma del enemigo: los judíos o el imperialismo. La eliminación del contrario los excita y justifica.
No importa si se procede de un pensamiento provinciano como el de Hitler o de un internacionalismo revolucionario. Jünger, instalado en la literatura, piensa que más vale ser un criminal que un burgués. Hitler, bastante más bruto y sin ningún talento literario, es sin embargo más astuto y sabe que es indiferente ser lo uno o lo otro: "cuando la raza corre peligro de que la opriman, la cuestión de la legalidad no desempeña sino un papel secundario." Todo se resuelve con militarismo, potencia y eficacia. El Führer es la conciencia de Alemania y el Partido es la conciencia del proletariado; en ambos casos los hombres son sólo cosas, herramientas de un fin superior y la culpabilidad está siempre en la víctima. La obsesión se pluraliza y cuando la pasión desmesurada comprende que está perdida, no basta con el suicidio. Esta idea, por supuesto, no se le hubiera ocurrido a Marx, cuyo mesianismo científico está cargado de culto a la técnica y a la producción, por cierto, no lejanos al culto al progreso de la burguesía del siglo XIX.
Mientras que unos y los otros se empeñaban en atribuirle un sentido único a la existencia, Camus sabía que se hace camino al andar, que el camino es plural y que, como señaló Castoriadis, "sólo por el hecho de que no existe un significado intrínseco al mundo, los hombres han debido y sabido atribuirle esta variedad extraordinaria de significados extremadamente heterogéneos". Los críticos de Camus, por la derecha o por la izquierda, viven anclados a metodologías o mitos que no han sabido incorporar el desarrollo científico y la radical heterogeneidad del ser. No se puede ser materialista puro en tanto que la historia se distingue de la naturaleza en que la transforma con el ejercicio de la voluntad, la ciencia y la pasión.
En lo que se refiere a la lucha de clases, Camus se anticipa con brillantez: la esencia de la teoría marxista presupone la desaparición de la lucha de clases pero ignora que puede ser sustituida por otros tipos de antagonismos sociales. Ciego por el inevitable beneficio que acarrearía el desarrollo productivo a "los hombres", Marx termina por olvidar a los hombres. Sin duda Marx fue mucho más consecuente que sus epígonos, no tenía reparos morales a la espera del final feliz:

 
 

"Tal es la misión del proletariado: hacer que la suprema dignidad surja de la suprema humillación. Por sus dolores y sus luchas, el proletariado es el Cristo humano que redime el pecado colectivo de la alienación (...) Es el primero de la negación total y el heraldo de la afirmación definitiva."

 

 

S. & S. Vs. Camus

 


Pero Camus que había prometido deshacerse de las cadenas del "sistema" no se dedicó a escribir aforismos tal y como había prometido. Tuvo que dedicar largas horas a defenderse de la multitud de ataques que el "sistema", encabezado por Sartre, lanzaría contra su libro, al que acusaba de facilitar argumentos a los que no querían hacer nada, pero guardando la tranquilidad en sus conciencias. Las críticas desfavorables de la prensa burguesa alentaban a sus detractores, pero Camus tenía de su parte a un buen sector de la izquierda no comunista enfrentada abiertamente a la apología del estalinismo.
Sabemos que los odios compartidos originan extrañas alianzas. Las feministas tenían por entonces también a su Dios y se llamaba Simone de Beauvoir; y al seguirlo en aquellas circunstancias el mimetismo gregario, pensándose independiente, acabó sirviendo a la causa de un macho: Sartre.
Una mujer del talento de Susan Sontag, en su libro Contra la interpretación, hace feminismo camuflado, más al servicio de Sartre o sea de Simoné de Beauvoir, que a suprimir la explotación de la mujer. En Camus, Susan Sontag no encuentra ni arte ni pensamiento de primera calidad. Su éxito proviene tan sólo de la "belleza moral" a la que Sontag no se atreve a llamar moralina. Para Sontag, la obra de Camus estaba tras su muerte condenada a desaparecer en el olvido, más aún, para ella la decadencia de esa obra empezó en vida del autor, y aprovecha para burlarse de éste citando a Sartre: "Camus lleva consigo un pedestal portátil." Es 1961 y Susan Sontag no tiene reparos en festejar que la obra de Camus esté olvidada. Treinta y cinco años después, las reediciones de la obra de Camus son incontables, y a Sartre ni Sontag se entusiasma al mencionarlo.
Susan Sontag sigue a la Beauvoir. Numerosas biografías han documentado la mezquina actuación de Simone de Beauvoir para proteger a Sartre durante la polémica con Camus. Hubiese sido más honesto hacerlo en nombre de la pasión que en nombre de las ideas revolucionarias. Lo que Sontag llama "agónica incapacidad para tomar partido en la cuestión argelina" se ha mostrado años después con una complejidad que ni Sartre ni la Sontag podían sospechar. No es lo mismo estar en medio de la tragedia como argelino y francés que era Camus, que despacharla alegremente haciendo la revolución desde una mesa del Café de Flore.
En efecto, Sartre, revolucionario del barrio Latino decía que un colonizado oprimido demuestra su humanidad matando al colonizador; Camus en cambio, duda, sopesa las contradicciones: "Nuestros métodos coloniales no son lo que deberían ser, hay demasiadas desigualdades en nuestros territorios de ultramar. Pero me opongo a cualquier violencia venga de donde venga: no quiero ser ni verdugo ni víctima, y por eso me opongo a la revuelta de los indígenas contra los colonos." Ya entonces sospechaba en que degeneraría el terrorismo, al que entendía como producto de la ausencia de esperanza y luchaba desesperadamente por incorporar formas de rebelión democráticas: "si la colonización puede encontrar alguna excusa alguna vez, sería en la medida en que favoreciese la personalidad del pueblo colonizado" y cree que la formación de una Asamblea autónoma Argelina, y el Parlamento federal en París con representantes argelinos podrían regular los problemas de la federación franco-argelina. En el fondo soñó con que los argelinos tuviesen los mismos derechos que los ciudadanos franceses y sospechó que la independencia por la vía terrorista no lo conseguiría. La historia de la descolonización africana la ha dado la razón.
El desprecio de la Sontag la lleva a conseguir involuntarios párrafos magistrales: " En la ficción de Camus hay algo incorpóreo; como lo que hay en su voz, fría y serena, de los famosos ensayos. Ello, pese a las inolvidables fotografías de su hermosa y desenvuelta presencia. Sus labios sostienen el cigarrillo tanto si lleva trinchera, camisa abierta y jersey, como si lleva traje y corbata. Es, en muchos sentidos, un rostro casi ideal, con aspecto de muchacho guapo, pero no demasiado, esbelto, firme, de expresión intensa y modesta a un tiempo. Dan ganas de conocer a este hombre". Demasiado para una feminista, al menos Sartre tenía la ventaja de ser feo. En efecto, Camus arrasaba con las mujeres y eran constantes las bromas que sus amigos hacían sobre el tema a lo que contestaba "¡pero, las he hecho felices a todas!" Sontag le exige a Camus una toma de decisión sin que parezca haber comprendido el capítulo sobre la "mesura y desmesura". Eso a pesar de que ella no olvida que Camus pretende ser ciudadano de ambos lados del conflicto mientras que Sartre pretende ser parisino y ... ¡chino!
En ese capítulo Camus explica la dificultad de tomar una decisión y cuestiona a quienes se han precipitado cegados por su ideología: "Lanzados al vértigo de la toma de postura (a riesgo de ser tachados de traidores) ya nada los detiene y justifican la destrucción total o la conquista total". Sontag le pide a Camus lo imposible y consigue con Sartre el horror de lo posible. No hay mesura. Citando a Lazare Bikel, Camus dice: "La inteligencia es nuestra facultad de no llevar hasta el límite lo que pensamos, con el fin de que podamos seguir creyendo en la realidad".
En medio de la polémica Camus demuestra más de una vez su generosidad con quienes lo han atacado y no sólo no los ve como enemigos sino que incluso considera que bastarían pocos gestos para que estos intelectuales pudieran reparar el daño que habían hecho defendiendo al nihilismo revolucionario.
1) que reconozcan ese daño y lo denuncien
2) que no mientan y que sepan confesar lo que ignoran
3) que se nieguen a dominar
4) que rechacen, en cualquier caso y sea cual sea el pretexto, todo despotismo, aunque sea provisional.

Camus se enfrenta así a toda actuación del proletariado que persiguiendo la edad de oro por la que se esté dispuesto a justificar cualquier canallada. A pesar de sus ataques Camus reconoce la exigencia ética del sueño marxista: "Ha puesto el trabajo, su degradación injusta y su dignidad profunda en el centro de su reflexión. Se ha alzado contra la reducción del trabajo a una mercancia y del trabajador a un objeto. Ha recordado a los privilegiados que sus privilegios no eran divinos, ni la propiedad un derecho eterno. "Con este párrafo, Marx como siempre muy por encima de sus herederos, afirma algo que resume la obra de Camus y que Sartre no pareció entender: "un fin justo que necesita de medios injustos no es un fin justo."
El querer forzar las cosas, buscar un absoluto apoyado en cualquier medio, ha convertido a la política del siglo XX en una religión sangrienta. Esta sangre se ha ofrendado en el altar de la Historia, pero la historia para Camus no podía ser objeto de culto. Si la Historia es sólo un concepto petrificado donde no podemos ver el esfuerzo y la dignidad de los sujetos reales, entonces la Historia es un estorbo: sólo avanza la historia rebelándose contra ella. El maximalismo optimista pierde todo el coraje y la inteligencia que requieren el escepticismo y la mesura. No hay receta perfecta y la lucha contra el mal seguirá existiendo en el mejor de los mundos posibles. No hay decreto contra la injusticia, sólo la rebeldía vigilante para que dicha injusticia disminuya.
Sin embargo, Camus parece caer también víctima del virus del optimismo: "Ante el mal, ante la muerte, el hombre clama por la justicia desde los más profundo de sí mismo. El cristianismo histórico sólo ha respondido a esta protesta contra el mal con el anuncio del reino, y luego de la vida eterna, que exige la fe y se queda solitario y sin explicación. Las multitudes de trabajadores cansados de sufrir y de morir, son multitudes sin dios."
No parece que los acontecimientos hayan tomado ese rumbo y los últimos años han sido pródigos en rebrotes religiosos y luchas cruentas entre miserables que defienden a un dios.
Camus, como Marx, se equivocó al pensar que los trabajadores ya tan sólo pueden perder sus cadenas. Los misterios de la fe son más complejos de como habían sido analizados. Camus sentenció que quienes no hallan descanso ni en dios ni en la Historia están condenados a vivir en la rebelión, pero los humillados siguen muriendo por dios y por la patria.
Es posible que Camus se haya percatado de este proceso pero haya querido mantener un optimismo estratégico militante intuyendo que, tarde o temprano, "tras el nihilismo, se prepara un renacimiento del que ni tan siquiera sus actores tienen conciencia:" el arte y la rebelión no morirán sino con el último hombre." Camus parece estar convencido, a pesar de los indicios en contra, que el tiempo del desconcierto ha pasado que cada vez son más los que rechazan las mistificaciones del siglo: "la lucha sólo es desigual en apariencia. Acaso destruyan a esos hombres, pero ya no los prostituirán. A partir de ese momento, el movimiento se ha invertido, y el asesinato basado en la mentira ya no se basa sino en sí mismo."

 

 

 

Luz del mediterráneo

 


En la biografía escrita por Olivier Todd Camus, una vida (Tusquets) encontramos otra apuesta por la esperanza: "En última instancia, no puedo explicar por qué el hijo de un bodeguero y de una mujer analfabeta tuvo tantos talentos: el misterio de una creación se inscribe también, invisible, en la biología, en los encuentros, una suma de azares, que de pronto, parecen necesarios. La crítica de las obras no desentraña el secreto irreductible de la creación literaria." Camus estaba aparentemente condenado a la marginación y a engrosar, por pertenencia de clase, a la trivialidad y al racismo y, misteriosamente, nos encontramos con un escritor lúcido y luminoso, un amante del arte y uno de los grandes intelectuales franceses contemporáneos. En palabras del propio Camus: "no hay creación sin secreto". Un escritor que profundizó en la historia del fanatismo y la superstición para mejor preguntarse por la vida. Francés pero también argelino y europeo y, por ello, universal.
El 4 de enero de 1960 en el vértigo de la carretera muere Albert Camus. En el coche conducido por su editor Michel Gallimard, que muere cinco días después, viajaba también Janine Gallimard. Según los médicos, los pulmones de Camus no le hubieran permitido vivir mucho tiempo y le esperaba un calvario agónico. Murió en el acto, como seguramente le hubiera gustado.
En el Exilio de Elena, Camus fascinado por la cultura y la luz del mediterráneo, deja en un párrafo su testamento político y artístico: "La ignorancia reconocida, el rechazo del fanatismo, los límites del mundo y del hombre, el rostro amado, la belleza en fin, ése es el terreno en que volveremos a reunirnos con los griegos. En cierta manera, el sentido del la historia de mañana no es el que se cree. Está en la lucha entre la creación y la inquisición. Pese al precio que hayan que pagar los artistas por sus manos vacías, se puede esperar su victoria. Una vez más, la filosofía de las tinieblas se disipará por encima del mar destellante. ¡Oh pensamiento del Mediterráneo! ¡La guerra de Troya se libra lejos de los campos de batalla! También esta vez los terribles muros de la ciudad moderna caerán para entregar, alma serena como la clama de los mares, la belleza de Helena."
Albert Camus vivió y creó para la belleza y la justicia. Su obra así lo demuestra y su vida también; amó a varias mujeres sin remordimiento y pensaba que en el vacío de la vida cotidiana, la mentira y la cortesía son formas de bondad. Infiel como pocos, detestaba que lo engañaran, pero no pedía que estuvieran tristes por su tristeza.
Después de todo valía la pena por haber sentido en sus venas el escalofrío de la belleza.

 


Héctor Subirats, "El hombre sublevado: Camus bajo relieve", Fractal n° 17, abril-junio, 2000, año 4, volumen V, pp. 25-40.