ENRIQUE SEMO

El PRD, entre la izquierda y el populismo

 


El Partido de la Revolución Democrática se acerca a sus diez años de vida. Desde el punto de vista del espacio que ocupa en el sistema político, sus logros son, sin duda, impresionantes. En ese breve lapso se ha transformado, por su electorado, en uno de los tres grandes partidos del país. Contendiente plausible a la presidencia de la república en dos ocasiones (1994 y 2000), con gobernadores en tres estados y en el Distrito Federal, partícipe importante en casi todos los cuerpos legislativos, el PRD gobierna a 20% de la población a nivel municipal. Su padrón registra dos millones de miembros, y aun cuando éstos no son militantes, todo indica que tiene una capacidad de movilización comparable, en muchos lugares, a la del Partido Revolucionario Institucional.

Durante seis años, el gobierno de Carlos Salinas de Gortari se empeñó en cerrarle ilegalmente el camino. Negó sus victorias electorales y hostigó –e incluso reprimió– violentamente a muchos de sus miembros. Más de trescientos militantes fueron asesinados. Pese a ello, la nueva organización no se dispersó. Durante esa década, fuertes diferencias sacudieron al partido. A veces se trató de divergencias sobre su orientación, pero las más frecuentes fueron los choques entre personalidades o grupos de interés. Y sin embargo, la organización solamente sufrió fracturas menores y abandonos individuales mientras seguía atrayendo a oleadas de ex priístas. Contrariando pronósticos, el PRD ha logrado mantener su unidad básica y crecer, pese a un origen extraordinariamente heterogéneo.

Tampoco su desempeño electoral puede, por sí mismo, explicar su éxito. Lo menos que podemos decir es que ha sido accidentado e irregular. Las elecciones de 1988, que en realidad fueron su antecedente directo, estuvieron marcadas por una inesperada victoria de Cuauhtémoc Cárdenas. Pero las de 1991, primeros comicios intermedios en los cuales el PRD participó ya con sus siglas, fueron un verdadero desastre, y en 1994, Cárdenas sólo sumó 16.9% del total de los votos, muy por debajo de su desempeño anterior. Sin embargo, en 1997 el nuevo partido conoció un notable ascenso. Cárdenas ganó el Distrito Federal con un gran margen respecto a sus adversarios y el PRD elevó considerablemente su votación para las cámaras. A nivel municipal, ha ganado muchas elecciones, pero rara vez mantiene el poder en los siguientes comicios. Sin embargo, pese a las repetidas decepciones, la esperanza de llegar a la presidencia se ha mantenido viva y el partido no ha perdido su impulso ascendente.

En el espectro parlamentario, el PRD se ha afianzado como un partido de centro-izquierda, cuyo discurso se centra en la democratización y la redistribución del ingreso. El partido ha jugado un papel importante en el proceso de democratización de estos años, tanto en lo que se refiere a la reforma del Estado como a la movilización de sectores populares en lucha por demandas democráticas. Frente a las repetidas coincidencias entre el PRI y el PAN en materia económica, aparece como un opositor a la política neoliberal. Sin embargo, su discurso resulta todavía heterogéneo, contradictorio y, sobre todo, poco propositivo. Hace dos años, el PRD adoptó otra faceta: se hizo partido de gobierno. Aun cuando es demasiado temprano para juzgar su desempeño como tal, comienzan a definirse dos tendencias: a) el PRD carece por completo de un proyecto coherente de gobierno, y b) en la práctica de algunos de sus múltiples representantes, comienzan a aparecer atisbos de una nueva forma de gobernar.

Comparado con los espacios que ocupaba la izquierda independiente y los sectores del nacionalismo revolucionario en 1986, el avance es incuestionable. Apoyados en esos logros, algunos dirigentes acostumbran decir que "el PRD es un partido de vencedores". El problema es el criterio con que se miden los avances y los retrocesos, las victorias y las derrotas. Desde una posición estrictamente instrumental, el balance es muy positivo. Y sin embargo, el PRD está lleno de interrogantes. Su carácter actual es ambiguo y su futuro está cargado de incógnitas. Para las corrientes provenientes de la izquierda independiente, el balance es mixto. Algunos de sus componentes albergaron durante décadas el sueño de un partido de masas y ese sueño se ha hecho realidad. Pero el nuevo partido no se presenta como una continuidad de su proyecto socialista y de su adhesión a la vía revolucionaria, sino como una ruptura. Algunos de sus cuadros se esfuerzan en conservar jirones del discurso marxista-leninista o bien tradiciones y recuerdos de la izquierda histórica, que cada vez tienen menos relación con la práctica actual. Otros prefieren sumirse en la amnesia respecto al pasado, adhiriéndose a un pragmatismo inmediatista o a una vaga simpatía hacia posiciones socialdemócratas moderadas. Mientras tanto, el proyecto, el estilo y las prácticas que predominan en el nuevo partido, alimentadas por olas sucesivas de ex priístas, son las del populismo. Si esto no cambia, la izquierda mexicana puede descubrir pronto que, habiendo alcanzado su objetivo de un partido de masas legal, éste se transforme en su sepulcro. La izquierda proveniente de los movimientos sociales (izquierda social) que se ha sumado al PRD desechando su desconfianza hacia la actividad partidista, está también descubriendo que al adoptar la dinímica electoral y al pasar sus cuadros a ocupar posiciones en los nuevos gobiernos, su dinímica reivindicativa se pierde y su contacto con las bases se debilita. Además debe hacer frente a fenómenos de corrupción muy complejos que no existían en el pasado. Por otra parte, al no poder renovar su ideario y su visión del mundo, ambas han descubierto que la influencia que tuvieron con la juventud o con los sectores más comprometidos con el cambio en el pasado, se está desgastando.

El destino de la izquierda intelectual no ha sido mejor. Algunos de sus representantes se han convertido en ideólogos del cardenismo y en colaboradores muy cercanos de Cárdenas. La gran mayoría, desalentados por el antiintelectualismo prevaleciente en el partido, se ha alejado, refugiándose en múltiples revistas y órganos de prensa, en las ONG o en los círculos que simpatizan con el EZLN. La prevalescencia de dirigentes provenientes de la izquierda independiente en los órganos de dirección del PRD puede representar una oportunidad para revertir ese proceso y dar paulatinamente una nueva orientación al conjunto del partido.

¿Cómo explicar el vertiginoso ascenso del PRD? En primer lugar, es evidente que vino a llenar un gran vacío político. Este vacío es resultado de la prolongada crisis económica y social que ha padecido México desde principios de los años ochenta y de la política neoliberal adoptada por los círculos gobernantes. Ambas aceleraron la descomposición del sistema corporativo e impusieron límites al crecimiento de la leal oposición panista. La cesantía, los bajos salarios, la agudización de la desigualdad en la distribución del ingreso, la crisis del sistema corporativo, impulsan a amplios sectores populares a pasar a la protesta abierta. Las repetidas crisis financieras, la proliferación de regiones deprimidas por la apertura comercial y por el Tratado de Libre Comercio, siembran la desconfianza en el sistema entre la clase media. Las fuerzas que componen el PRD se apresuraron a irrumpir audazmente en el espacio abierto, capitalizando las expresiones de rechazo y las reivindicaciones populares. Pero también el PRI y el PAN se mueven para ocupar ese vacío, de manera que para que el avance del PRD sea definitivo, es necesario que ese partido transforme los desprendimientos temporales de sectores del PRI y la politización incipiente de nuevos sectores en compromiso y adhesión estables. Y eso requiere visión y planeación.

Decisivo para su surgimiento y desarrollo ha sido también el hecho de que desde 1977 se habían sucedido las reformas legislativas que facilitaban la existencia legal de partidos de oposición electoral de centro-izquierda, camino que había sido ya recorrido por los partidos de la izquierda independiente. Diseñadas para estabilizar el sistema y no para transformarlo, esas reformas permitían a la izquierda tener representantes en el Congreso, sólo en una proporción que no ponía en peligro la hegemonía del PRI. La debilidad del poder legislativo frente al ejecutivo neutralizaba su acción más aún y la fragmentación de la izquierda hizo el resto, reduciendo la efectividad del reto. Pese a todo ello, las reformas ampliaron el espacio legal para la actividad electoral de la oposición de izquierda y crearon las condiciones básicas para el registro y la consolidación del nuevo partido. Sin esas condiciones y la experiencia de los partidos de izquierda acumulada durante la década anterior, es dudoso que el cardenismo hubiera podido constituirse en partido e imposible que el PRD contara con los miles de cuadros experimentados, necesarios para su propia construcción. Con toda certeza, la rebelión de la Corriente Democrática habría desembocado en el mismo callejón sin salida del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) en 1963 o de la insurrección obrera de principios de los setenta encabezada por Rafael Galván.

De la denuncia política al proyecto de nación

En esta década, el discurso del PRD se ha centrado en la denuncia del sistema existente y de la política de los gobiernos del PRI. Lo que ha capturado la adhesión de muchos de sus electores es la crítica intransigente de actos específicos del gobierno y los llamados generales a movilizarse: La acción para el cambio o Para sacar al PRI del Palacio de Gobierno. La oposición al fraude electoral, la denuncia de la corrupción oficial, el rechazo de los presupuestos federales de orientación neoliberal y de las privatizaciones, así como la campaña contra el Fobaproa, han jugado ese papel con bastante éxito. Pero la denuncia no puede ser la base de un desarrollo duradero. Un partido puede surgir de la denuncia, pero jamás se consolidará si sólo se sustenta en ella. Suficiente para un partido nuevo, empeñado en constituir una base y un electorado acelerando los desprendimientos de dirigentes y militantes de los partidos ya existentes, esa posición es inadecuada para una fuerza que aspire seriamente a gobernar. Tampoco basta para construir una política capaz de aglutinar un bloque social duradero alrededor de ideas-fuerza o de tejer alianzas prolongadas con otras organizaciones responsables. La denuncia le confiere el papel de un polo de resistencia, no de una fuerza de cambio y de gobierno.

En un periodo de crisis de las viejas estructuras, en el cual la derecha presenta un proyecto de cambio global, utópico pero coherente, y cuenta con todas las oportunidades para ponerlo en práctica, ninguna izquierda puede consolidarse como alternativa histórica si carece de concepciones del futuro acordes con los intereses de las mayorías. El objetivo de un nuevo proyecto de nación es dotar a las fuerzas de izquierda de un conjunto de ideas coherentes sobre el presente y el futuro que ayuden a hacer frente a la ideología dominante. El proyecto debe servir de base para construir una hegemonía que le permita cohesionar fuerzas con intereses y objetivos diversos y crear las ideas-fuerza capaces de movilizar a los ciudadanos para la acción. En ausencia de un proyecto propio, la izquierda se subordina inevitablemente al proyecto dominante. Su oposición se transforma en una variante, una modalidad de ese proyecto, y su futuro está inevitablemente ligado a él.

El primer problema a resolver es: ¿por dónde comenzar? La elaboración del proyecto pasa por tres momentos diferentes. A saber: a) el examen del pensamiento crítico mexicano desde la Revolución hasta nuestros días; b) la confrontación de sus ideas con la realidad actual de México y del mundo en sus prin-cipales tendencias y c) la elaboración de una nueva síntesis que contenga análisis, visión del futuro e incitación a la acción.

Comenzamos con la premisa de que desde la Revolución se desarrolló en México un pensamiento crítico de alto nivel, vigoroso y multifacético que logró captar los grandes problemas de la nación y apuntar vías de solución que inspiraron a millones de mexicanos a la acción social. Este pensamiento tiene puntos fuertes y –como lo ha demostrado la realidad– graves limitaciones. Algunas de sus ideas han sido realizadas y son cosa del pasado. Otras no han resistido la prueba de los hechos. Sin embargo, es el punto de partida de cualquier proyecto de nación que pretenda inscribirse en la cultura existente y no ser la propuesta de un grupo más o menos lúcido, pero aislado de las grandes corrientes del pensamiento nacional.

Así pues, la primera tarea es la de un balance riguroso de las ideas producidas desde los años veinte por los pensadores, especialistas, dirigentes políticos, organizaciones y órganos de prensa que adoptaron una posición crítica hacia el sistema político existente. Desde José Vasconcelos y Jesús Silva Herzog, pasando por José Revueltas, Carlos Fuentes, el movimiento ferrocarrilero de 1958 y el MLN, hasta Octavio Paz, Adolfo Sánchez Vázquez, el PRD y el EZLN de 1998. Inevitablemente se pasa por el reflejo en el pensamiento del 68, por el auge del marxismo y los efectos de su derrumbe a partir de 1988, por el renacimiento del nacionalismo revolucionario, por la lucha contra el neoliberalismo, etcétera.

El segundo paso es la confrontación de esas ideas con las tendencias de la sociedad mexicana y la situación mundial en este fin de siglo: revolución técnico-científica, globalización, liberación de los flujos internacionales de capital, crisis del Estado de bienestar y caída del socialismo de tipo soviético, crisis del modelo económico desarrollista en México, reformas neoliberales, dependencia creciente y democratización. El análisis debe ser dinámico, proyectivo, prospectivo. Debe ubicar y definir las fuerzas conservadoras y los sujetos y fuerzas del progreso. No debe caer en la trampa de creer que las fuerzas que hoy están en ascenso se mantendrán así indefinidamente. Por su parte, la síntesis debe proponerse construir el puente entre las ideas del pasado y la situación del presente así como explorar las posibilidades del futuro. Sin visión del futuro, no puede haber acción transformadora. Y la elaboración de esta visión que entraña la previsión y la recuperación de la esperanza, es hoy más posible que hace diez años. Las ilusiones sobre el carácter del capitalismo alimentadas por sus triunfos se han disipado y los movimientos populares se reponen lentamente, definiendo algunos de los nuevos rasgos que los distinguen.

Hasta ahora, frente a una derecha que impulsa una catarata de reformas políticas y económicas, el PRD se presenta con la cara vuelta al pasado. Muchos de sus miembros son defensores consecuentes de los derechos emanados de la Revolución y la Constitución de 1917, pero carecen de propuestas para el siglo XXI. Otros son dignos herederos de la conciencia anticapitalista y el ideal revolucionario de la izquierda socialista, pero no pueden reformularlos para responder a los retos que plantea la nueva realidad. Los ideales libertarios de la revolución de 1910-40 y del socialismo mexicano de los años 60-80 son aún válidos. Los proyectos de nación y las vías de acceso que ellos plantearon son, en términos generales, obsoletos. Su asimilación crítica puede servir de punto de partida, pero no puede sustituir la labor de análisis de los grandes cambios acaecidos en esos últimos veinte años y las nuevas tendencias del de-sarrollo en el mundo y en México. La izquierda del siglo XXI necesita un nuevo proyecto de nación. Los elementos de continuidad con el pensamiento del pasado son importantes, pero lo determinante debe ser la renovación de los enfoques y la formulación de nuevas ideas-fuerza.

Los grandes proyectos de nación que aparecen en la historia de México tuvieron un impacto profundo en el desarrollo de la cultura nacional. Liberales, conservadores, científicos, naciona-listas revolucionarios, socialistas, difundieron nuevas visiones del mundo, valores éticos, estilos políticos y cánones estéticos. Después de los sucesos de los últimos veinte años, la izquierda mexicana necesita formular de nuevo su proyecto de nación o resignarse a vivir en los márgenes del sistema actual, contribuyendo consciente o inconscientemente a su recomposición.

Antes de elaborar una posición sobre todos y cada uno de los problemas que enfrentamos, es necesario definir las cuestiones principales y resolverlas. Las respuestas que se obtengan serán el punto de partida para el estudio de los demás temas, la elaboración de programas y plataformas y las tomas de posición. La izquierda no puede ser identificada con una ideología o una doctrina determinada, pero sí con un proyecto de nación y un plan de acción para el cambio social. Una persona puede ser de izquierda, sin dejar de ser liberal, socialista, nacionalista revolucionaria, posmoderna, cristiana o musulmana, pero no sin adherirse a objetivos sociales y políticos claros y normas de acción definidas. La elaboración del proyecto exige, en cambio, el uso selectivo de las ciencias sociales y del pensamiento progresista de nuestro tiempo.

Inspirado en la democracia, el nuevo proyecto debe tomar debida cuenta de las distintas prioridades que existen en una sociedad tan heterogénea como la mexicana y de la legitimidad de los múltiples intereses que se disputan los recursos escasos. Pero eso no debe impedir la definición de las cuestiones centrales, cuya solución abre nuevas perspectivas para la solución de muchos otros problemas. Esta es la respuesta, ¿por dónde comenzar?, que es a su vez la pregunta a la cual responde el proyecto de nación.

En una época de refundación de la izquierda en el mundo y en México, el planteamiento de nuevas propuestas es necesariamente un proceso prolongado y complejo de elaboración, discusión y confrontación con la práctica. En ella intervienen una gran cantidad de actores individuales y colectivos. El PRD no puede concebirse como portador exclusivo de esa tarea, pero tampoco sustraerse a ella o dejar de aspirar a ser su centro. El proyecto de nación se configura no como un pensamiento cerrado y mucho menos único, sino como una problemática en proceso de investigación y una polémica con todas las corrientes culturales existentes.

En descargo de culpas, debe decirse que la carencia de proyectos históricos, no es necesariamente privativa del PRD. Después del derrumbe de la opción comunista, la crisis del proyecto socialdemócrata y la postración del pensamiento anticolonialista, la izquierda en el mundo entero adolece del mismo problema. Lo que no es tan aceptable, es la postergación del esfuerzo consciente por superar esa deficiencia.

En esta década la elaboración del nuevo proyecto de nación de la izquierda ha avanzado considerablemente dentro y fuera del PRD. Los centros de este esfuerzo son las revistas de la izquierda, el pensamiento del EZLN, así como los debates alrededor de los cuatro congresos del PRD, sus programas y propuestas. Ellos aportan un material inicial valioso para un esfuerzo más sistemático y profundo. Pero considerando los avances en otras esferas, así como los recursos con los que cuenta el PRD, debe decirse que esta tarea es una de las más descuidadas y que su postración se está convirtiendo en una traba decisiva para el desarrollo de ese partido como fuerza de izquierda.

El proyecto de nación es el paso que separa a un partido que sólo aspira a ocupar posiciones de poder de un partido que se propone transformar al país. Ante el manifiesto gatopardismo de la clase dominante en la transición democrática, un partido de centro-izquierda sin proyecto alternativo será un factor más en la renovación conservadora del régimen existente. Los intentos de redistribución del ingreso del pasado han sido un fracaso y no han logrado consolidar las reformas introducidas. Abordar la tarea en el siglo XXI sin un proyecto preciso, equivale a renunciar de antemano al objetivo mismo. Comenzamos a construir la democracia en México, ¿pero de qué tipo? La de-mocracia sin adjetivos no existe y la democracia mexicana debe recoger todas las particularidades, idiosincrasias y necesidades reales. Para comenzar, existe entre ella y la democracia de los países desarrollados, una gran diferencia: la de México debe asegurar la sobreviviencia a todos sus ciudadanos ya que sin ella, ninguna democracia política puede ser duradera. La tarea histórica de transformar a México en un país vivible para todos sus ciudadanos, no se puede confiar exclusivamente al poder carismático de las personalidades democráticas ni a la denuncia del neoliberalismo. Las seis grandes cuestiones del México actual parecen ser:

¿Cómo recuperar la esperanza?

La crisis de las utopías del siglo XX, el prolongado estancamiento económico, el desempleo juvenil, la destrucción acelerada del ambiente, los escándalos de corrupción han creado un ambiente de desesperación, pasividad, miedo al cambio, escepticismo, perplejidad. Reconstruir la esperanza y darle un nombre; recogiendo el aforismo de Sábato: La esperanza nace en la desesperanza,

¿Cómo lograr el desarrollo con equidad?

El problema secular de México: todos los modelos han conservado el contraste entre riqueza extrema y pobreza masiva. El problema sólo se agrava en las últimas dos décadas. Explicar las causas y encontrar la solución económico-político-cultural. La gran aportación de la izquierda del siglo XXI: encabezar la lucha victoriosa por fundir las dos naciones en una a la vez que asegure el crecimiento y el desarrollo. Los mecanismos de acumulación de capital y de redistribución del ingreso. ¿Qué hacer para que México se inscriba en el club de los países desarrollados sin dejar la mitad de la población en el camino?

¿Cómo integrar a México al proceso de globalización y revolución técnico-científica en una posición ventajosa?

Informática, genética, revolución en las comunicaciones y en los transportes. Las nuevas ingenierías de computación, diseño, sonido, etcétera. Las nuevas teorías y prácticas de la organización. El impacto sobre la productividad y la composición de la clase obrera. Sobre la estructura de la industria. El desarrollo de esos procesos en México. Desarrollo desigual y homogeneización del país. Consecuencias ecológicas. Cómo insertarse en todos esos procesos. Educación, investigación, renovación de la planta productiva, competitividad.

¿Cómo llevar a México hacia una democracia integral, tomando en cuenta su cultura y sus tradiciones?

Avances de la democracia en la segunda mitad del siglo XX. Democracia conservadora y democracia integral. Estado-gobierno-nación. Economía y política de la democracia. Mercado y democracia. Pluralismo, diversidad, desarrollo regional desigual. Instituciones y gobernabilidad. Sujetos individuales y colectivos de la democracia.

¿Cómo responder en la cultura y la educación a los retos del siglo XXI?

El nuevo papel de la cultura y la educación en el mundo de la globalización y la cibernética. Cultura culta y cultura popular. Las culturas mexicanas: norte, centro, sur; mestizos, indios, cholos, americanizados. Las instituciones culturales. Medios de comunicación. La educación como factor de igualdad, pedagogía cívica, fuente de apropiación de los avances tecnológicos, formadora de científicos, etcétera. Relación con la investigación.

¿Quiénes son y cómo actúan los agentes del cambio?

Clases, estratos, minorías. El bloque social. Las vías de acción: voto, movimiento social, guerrilla, revolución cultural. Posibilidades y límites de cada uno de ellos. Partidos políticos, ONG, movimientos populares, asociaciones empresariales. Clase política y sociedad civil. Los conceptos teóricos se vuelven ideas-fuerza sólo cuando son adoptados y enriquecidos por miles de activistas políticos. La segunda tarea es, por lo tanto, la difusión activa del nuevo proyecto entre los militantes del PRD. Hasta ahora, los avances en el pensamiento no han tenido un impacto decisivo en los círculos más amplios de la organización. No parecen existir vasos comunicantes entre ambas esferas. Tampoco hay entre la gran mayoría de sus militantes conciencia de la necesidad de la utilidad de este proceso. En cambio ellos piden a voces una formación práctica. Lo que les preocupa es cómo ser un buen diputado, cómo gobernar un municipio, cómo dirigir al partido a esca-- la local.Por eso la difusión del nuevo proyecto de nación es un proceso complejo que exige una estrategia refinada. Debe estar ligada a la formación práctica y poner en acción a miles de "educadores". Así concebida, se transforma en una revolución cultural.

La tardanza en la elaboración de un proyecto de cambio definido no es un problema administrativo. Su realización tiene enemigos poderosos. Hay fuerzas en el PRD que, de una u otra manera, siguen practicando inconscientemente los estilos políticos del PRI. Hay también quienes quieren conscientemente hacer del PRD el escenario de la reconstrucción del partido populista de México que no pudo llevarse a cabo en las filas del partido gobernante. También hay personalidades que ven con desconfianza la presencia de ideas-fuerza demasiado precisas: la fidelidad ideológica puede ser un obstáculo a las relaciones de fidelidad personal en las cuales se basa su poder. Y por si no fuera suficiente, muchos grupos que lo componen sólo ven en él un aparato electoral que sirva a sus intereses inmediatos.

Existen hoy en el PRD dos posiciones: la primera, que podemos llamar pragmática, es inmediatista e instrumental y lleva inevitablemente al populismo. La segunda a la cual denominaremos constructiva, se propone la reforma con vista a su transformación en un partido de izquierda democrática. Por ahora, la fuerza parece estar de lado de la primera, la razón, del lado de la segunda.

esemo@proceso.com.mx

Enrique Semo, " El PRD, entre la izquierda y el populismo", Fractal n° 14, julio-septiembre, 1999, año 4, volumen IV, pp. 11-24.