Elsa Cross

Tríptico

 

I. Despedida

 

 

 

–Nos dejamos devorar por nuestros sueños.

Vimos los abalorios brillantes,

 

como riberas de luz.

Nada más vivo

que el reverbero de esas aguas

 

en la roca pulida.

 

Ah, transparencia,

como si el día no pasara

ni quedasen huellas de infortunio

 

sobre la piel de mar.

Delfines en los mosaicos borrados,

 

calamares.

Una gaviota, tenaz figuración,

el pico alzando leve,

 

filo aéreo,

 

las patas delgadísimas.

Y el rostro,

 

–las vetas en el ojo.

Granos de moras silvestres

 

se revientan,

palabras a punto de ser dichas

palpitan en la lengua

 

–mentida claridad.

 

–Nos dejamos devorar por nuestros sueños.

Caminan como extraños por el malecón.

Bajo pilotes incrustados de valvas

brillan marañas de bejucos.

El viento sacude las barcas

 

en la escollera.

 

–En el sueño,

 

un caballo

aterrado por sus propias crines

se negaba a avanzar,

perdía el camino de regreso.

La humedad destiñe grafías

en los muros.

Se disuelven

 

ecos de la voz

 

.... perdía el camino de regreso

Derrumbe,

mancha atravesada en el paisaje.

El despojo acecha en las ramas del ciprés

crecido entre la carretera

 

y el tajo a pique.

 

La luz de los reflectores

alza en las ruinas sombras,

 

casi espectros.

Los pasos

dejan caer porciones de vida

 

ya convirtiéndose en recuerdo.

Estela de espuma tan frágil.

II. Reflejo en una esfera

Desde su centro,

la esfera de una lámpara

 

invierte las formas,

punto de fuga:

se comban los bordes metálicos,

el contorno de la ventana,

el árbol de la rosa morada

 

resbalan hacia el vacío.

 

Noche acumulada en las paredes.

Sin mediar palabras,

hundidos de golpe en esos cálices–

zumos de hierba

 

en la abrasión oscura,

clima intemperado.

Oh largos besos,

mano que recorre el muslo

 

como una playa,

el rizo en la ingle–

 

(oh cuerpo del verano).

Y detenidos en esa floración

 

como insectos,

los pensamientos.

Al alba el lugar desconocido,

 

flores moradas.

La lámpara quiebra sus reflejos,

como afuera el sol ya se refracta

 

sobre las superficies.

Los objetos pasan como un río:

voces que piden ser oídas,

 

irrumpen en la mente.

 

Intocada en lo que la desborda,

la conciencia es un espejo:

 

filo de escama,

aspa que roza un ala en movimiento.

Ellos se dejan

sin volver la vista atrás,

sin preguntarse sus nombres.

Y la zona de nadie,

el entrecielo recorrido en el delirio

 

inexistente ahora,

ya poblado del tráfago innoble

 

de la calle.

III. El regreso

Largo regreso

esperado a la sombra de un pórtico,

oyendo entre el sueño

alas que zumban,

insectos que chocan en los vidrios.

Y de la boca de un grifo

el agua cae

 

como un oráculo.

 

Sombra de un sueño antiguo:

dolor, temor joven

dispersado en la gracia

 

de una sonrisa,

una mirada que acoge,

una mano más cálida.

Colores de una noche de fiesta,

la hora más dilatada

 

en la pupila de la embriaguez.

Largo sueño

de la mejilla que roza por vez primera

 

otra mejilla,

siente su propia suavidad

contra el nacimiento de una barba

 

–y la mano viril tomando la cintura.

 

Sombra del mismo sueño,

igual al de la no deseada

hilando su amargura

 

en el amanecer.

 

Sólo queda un vaivén,

 

luces erráticas,

lo que surge y se anula

en los temores,

en los fulgores.

Aromas de rosa

en los pórticos desgajados.

El agua revierte sobre su curso

 

las palabras,

mana en la roca

abierta

 

como al golpe de un báculo.

 

Entremira al ausente volver–

 

fronteras cada vez más delgadas.

Correría entre nubes–

 

tan alto,

el borde blanco en el ala de las águilas.

El polvo llena la tarde junto a las flores rojas.

La ebriedad del sol

 

vence los párpados,

y no sabe en qué orilla ha quedado

como a la vista de un naufragio

 

la carga de sus sueños.

 

 

Elsa Cross, "Triptico", Fractal n°11, octubre-diciembre, 1998, año 3, volumen III, pp. 61-67.