Salvador Gallardo Cabrera

Paradojas de los mundos (im)posibles

 

 

Uno. Un planeta en congelación incontenible

Hace 600 millones de años la tierra era un geoide de hielo. Sabíamos de las glaciaciones durante el Cuaternario, del deslizamiento de los glaciales y de la expansión de los mantos de hielo, como el Laurentiano, en el norte de Canadá. Estas expansiones modelaron el paisaje: corrientes fluviales desviadas, lagos o valles glaciares confinados por montañas, formas de relieve y sedimentos que configuraron una red de resonancias geológicas en el espacio.

Los datos que se tienen de la más reciente glaciación indican que los hielos no avanzaron más allá de Manhattan o de Dinamarca. Pero la teoría de la congelación incontenible sostiene que durante el periodo Precámbrico, el geoide entero dormía en un estado de congelación que se profundizaba y se extendía. Incluso los trópicos estuvieron congelados durante 10 millones de años. Esta teoría ha encontrado una fuerte oposición por parte de varios geomorfólogos que la consideran un objeto imposible. Quizá porque sus consecuencias teóricas son terminales, de una sobriedad tajante y tensionadas hasta la anulación: esquivan al buen sentido en tanto dirección única, y luego esquivan al sentido común como asignación de identidades fijas. "¿Cómo podrían haberse congelado los trópicos sin acabar con cualquier simiente de vida?", preguntan los críticos. Sin embargo, se han encontrado guijarros helados por todas partes, también en el Ecuador. "Tal vez llegaron allí por una deriva continental amplia". No, pues las derivas continentales, en tal escala, no tuvieron lugar en ese periodo geológico. Además, no hay posibilidad de acudir al registro fósil en busca de pistas adicionales; sólo existen fósiles adecuados para correlaciones estratigráficas de los últimos 600 millones de años. Durante el Precámbrico vivían organismos multicelulares, criaturas con cuerpos blandos, incapaces de crear fósiles.

Con los datos incontrovertibles,  y los vacíos que son datos nómadas indicando cómo nace una contradicción, termina de desplegarse la paradoja. Si existió alguna vez el planeta de hielo, ¿cómo despertó la vida de la congelación profunda? ¿Cómo es que estamos aquí?

Las preguntas que corresponden a las paradojas no esperan respuesta. Algunas veces las respuestas llegan –como en la paradoja de Olbers (la noche oscura y el universo infinito)—, pero eso no abona a favor de la pertinencia de sentido de las paradojas "científicas" en contraposición a la gratuidad de las paradojas "lógicas" o "lingüísticas". Las paradojas de los estoicos nos sirven aún, por ejemplo, para analizar los vínculos entre la lógica del sentido y la ética. Las respuestas dan cuenta de que la potencia de las paradojas, como explicó Deleuze, no consiste en seguir la otra dirección, la contraria al buen sentido, sino en mostrar que el sentido toma siempre las dos direcciones a la vez. De ahí que muchas veces las respuestas funcionen como prolongaciones de la paradoja misma. Enseguida, consigno algunas respuestas a la paradoja de la congelación incontrolable y sus prolongaciones:

 

Respuesta 1: Los guijarros de témpanos llegaron al Ecuador y a los Trópicos por medio de la expansión de un manto de hielo; pero éste era magro y transparente.

Prolongación 1: ¿Cómo pudo un manto de hielo magro y transparente depositar tales guijarros helados?

Respuesta 2:   La prueba de que las premisas de la teoría son falsas es que ya en el Cámbrico los mares rebosaban de crustáceos y trilobites.

Prolongación 2: ¿Los crustáceos y los trilobites surgieron por generación espontánea? ¿La espiral evolutiva no alcanza a los organismos del Precámbrico?

Respuesta 3: No estamos aquí. Somos el sueño de dios soñado por un organismo multicelular antes de quedar congelado.

Prolongación 3: ¿Es que los sueños son así de pueriles?

 

 

El océano sin mareas


Las mareas marcan el ritmo de la respiración del mar y de su amistad con las orillas. Algún día me gustaría ensayar una hipótesis geoliteraria: las contadas ocasiones en que aparece alguna mención a las mareas en la tradición grecorromana se debe a que el Mediterráneo casi no tiene espacio para ellas; es un mar donde el efecto combinado de las fuerzas de atracción ejercidas por la luna y el sol es muy débil. En contraposición, he imaginado la enorme amplitud de marea en las playas de Tetis, el gigantesco océano que separaba a los dos supercontinentes en que se dividió Pangea I. He soñado con las enormes corrientes y flujos transportando sedimentos de una orilla a otra, con una fuerza de desplazamiento imparable. Las olas-tsunamis alzándose cientos de metros, rizando sus prodigiosos bucles verticales, para recogerse después con una fuerza de succión o retroacción que rehacía en cada oleada las lindes de la playa (las playas son el mar aunque desbastado). Pero mi imaginación no se aviene con la imaginación informática que revela un océano paleozoico parecido a un lago salado gigantesco, sin dinamismo. Usando la información existente sobre las masas continentales antiguas y los efectos de marea de la luna, científicos del Imperial College London han creado un modelo informático que simula el comportamiento probable de las mareas en Europa noroccidental en el periodo Carbonífero –hace 300 millones de años–. El resultado de esa imaginación electrónica conduce a una paradoja de brazos anudados: si existió tal océano sin mareas, lago salado sin movimiento, pradera marina apenas rizada, las aguas poco profundas no pudieron mezclarse, lo que impidió que el oxígeno circulase. Cuando esto sucedió la descomposición de los organismos consumió más oxígeno, creándose un ambiente incapaz de sostener la vida. En ese gran lago salado hasta los organismos unicelulares hubiesen tenido dificultades para sobrevivir. Si, según el modelo aludido, existió el océano sin mareas y sin oxígeno, ¿cómo perseveró la vida marina?

Ondulaciones del celacanto

En 1938, en las costas de Sudáfrica, unos pescadores atraparon un pez desconocido: sus dos pares de aletas lobuladas color gris azulado, extendidas desde su cuerpo hacia afuera como si fuesen patas, su gran tamaño y su aspecto antediluviano, causaban estupor. Muy pronto llegaron los especialistas y luego de estudios y comparaciones declararon que se trataba de un celacanto, un pez que se creía extinguido desde el Cretáceo superior, es decir, hace 65 millones de años. ¿De qué gruta perdida en el tiempo había ascendido ese fósil viviente? Algunos pescadores de Tanzania habían visto otros ejemplares, y en 1952 un marino mercante capturó un ejemplar en las islas Comores, en el océano Índico. Esto demostró que la región que habitan era muy amplia. ¿Dónde había estado todo ese tiempo? Los fósiles por los que se le conocía databan del Devónico, hace 400 millones de años, y sobre todo del Carbonífero. Pero no había rastros de él después de los registros fósiles del Cretáceo superior. ¿Dónde había estado todo ese tiempo? Si estuvo vivo y ondulando en los mares, sumergido en la profundidad de fosas abisales por la mañana y persiguiendo peces entre burbujas de oxígeno por la noche, ¿por qué desapareció del registro fósil? La paradoja del fósil viviente que no deja huellas fósiles. Ni un solo registro fósil en más de 60 millones de años. Una paradoja de anillos desplazados: entre un anillo y otro hay zonas que interrumpen la lógica puesta en juego, que quiebran las secuencias históricas y dislocan las dataciones geológicas. Zonas de incertidumbre o de suspensión, blancos del registro fósil, sombras de la cosa incluida.

En nuestro tiempo las paradojas han adquirido el estatuto de juegos de pensamiento o de pasatiempos lingüísticos, curiosidades de nuestros saberes, entidades inverosímiles y complicadas que señalan la imperfección de las investigaciones empíricas o marcadores que desaparecerán con el saber progresivo. Pero también ha sido en nuestro tiempo que hemos asistido a la constitución paradójica de una teoría del sentido: la novela lógica de Gilles Deleuze. Por ella sabemos ahora que el sentido siempre es producto; no es principio ni origen. No está por descubrirse, ni restaurarse, sino por producirse con nuevas maquinarias. Siempre está en juego entre una red de relaciones y siempre está por hacerse. Por ejemplo: las tiranías de sentido —engranes de las democracias realmente existentes—  buscan que el mundo constituido no termine nunca, que sus poderes alcancen la modulación subjetiva, que sus programas de control sean tanto más asfixiantes que los aparatos disciplinarios y, con todo, su lógica de dominio no está dada de entrada, ni asegurada ni es evidente o universalizable de por sí. Los poderes, como aleaciones de sentido, yerran, tropiezan, se colapsan. De ese mismo material, de esos tejidos, están atravesados también los mundos (im)posibles.

Dos. El Filoconstructivismo

Para Deleuze, la filosofía es paradójica por naturaleza, pero no porque sus conceptos tomen la ruta de las soluciones menos verosímiles ni porque sostengan soluciones contradictorias, sino porque crean una sintaxis de acontecimientos que disloca el orden de las proposiciones y de las opiniones, elude la lógica de los pares opuestos y de lo contradictorio, y crea, desde la fuerza de lo impersonal, el borramiento de lo subjetivo.  Esta creación sintáctica corre a lo largo de toda la obra deleuziana. En sus obras monográficas y en sus ensayos de Crítica y clínica muestra siempre cómo funciona tal o cual escritura, cómo se enlazan los conceptos o los personajes conceptuales, qué acontecimientos atraviesan, cómo fabrican sus vínculos y sus líneas de fuga, qué planos pueblan. Las obras escritas desde Proust, Sacher-Masoch, Spinoza, Nietzsche, Kafka y Bacon son ejemplares al respecto. De nada sirve inventariar un tema en un escritor, o seguir las resonancias de un concepto filosófico, si no se pregunta cómo funcionan exactamente. Aún más: la sintaxis de acontecimientos da cuenta del carácter constructivista de la filosofía. Los planos de inmanencia hay que construirlos, los problemas hay que plantearlos, del mismo modo que hay que crear los conceptos, vincularlos con otros y enlazarlos con un problema que resuelven o que contribuyen a resolver. "La filosofía", escriben Deleuze y Guattari en ¿Qué es la filosofía?, "es un constructivismo". El constructivismo no solamente une lo relativo y lo absoluto, sino que genera un espacio de resonancia entre las tres actividades de la filosofía: "el plano pre-filosófico que debe trazar (inmanencia), el o los personajes pro-filosóficos que debe inventar y hacer vivir (insistencia), los conceptos filosóficos que debe crear (consistencia)".  Incluso, podría decirse que estas tres actividades "componen" el constructivismo, la filosofía. Lo paradójico se aloja en la relación de las tres actividades, es el motor del sentido y su vínculo. O mejor: la filosofía se desarrolla en la paradoja porque cada una de las tres actividades del constructivismo, aunque deba ser considerado por su cuenta, sólo tiene funcionalidad con relación a las otras dos. ¿Cómo saber de antemano que los conceptos creados como casos de solución, que el plano y el movimiento sobre el plano trazados como condiciones de un problema, y que los personajes conceptuales inventados como incógnitas del problema, se lograrán, funcionarán, dado que las tres actividades se alcanzan y se relevan sin cesar, unas dentro de otras, sin ninguna regla de juicio? "Puede suceder que creamos haber encontrado una solución", escribe Deleuze como un nadador a quien una corriente cruzada lleva mar adentro de nuevo (los conceptos son olas, el plano de inmanencia la ola que los envuelve, y los personajes conceptuales son los surfistas), "pero una curvatura nueva del plano que no habíamos visto primero vuelve a relanzar el conjunto y a plantear problemas nuevos, operando por impulsos sucesivos y solicitando conceptos futuros que habrá que crear..." ¿Y si se trata de un plano nuevo que se desliga del anterior? ¿Y si a los personajes conceptuales les sobran ropajes de ideas y les falta fuerza de vida? Así, la filosofía se desarrolla en la paradoja, vive en crisis permanente, desfonda los saberes porque no tiene como objetivo el saber, presenta acontecimientos y crea mundos (im)posibles porque no remite a un sujeto trascendente ni está inspirada por la verdad. Filoconstructivismo mejor que philo-sophia. El propio tiempo del filoconstructivismo es un tempo estratificado, quebrado, con puntas, planicies, capas. No es el tiempo de la historia de la filosofía, sino un tiempo estratigráfico en donde antes y después son meros ejes de traslación que indican superposiciones.

Deleuze y Guattari crearon una batería de conceptos en la relación entre el territorio y la tierra rizoma (territorialidad-desterritorialización-reterritorialización, máquina de guerra, devenir, nomadología, molar/molecular, lo liso y lo estriado, geofilosofía, etc). Esos conceptos funcionan como tensores de co-adaptación de las tres actividades del filoconstructivismo: interdigitan el plano de inmanencia, los conceptos y los personajes conceptuales al darles una tierra. Pero esa tierra no asegura la inmanencia de antemano.

 

Tres. Un pensamiento sin imagen

El plano de inmanencia desvincula las coexistencias pues siempre busca restaurar la trascendencia, ser inmanente a algo. ¿Cómo sucede esto? ¿Cómo es que el plano de inmanencia, al crear una imagen del pensamiento, no pueda evitar restaurar la trascendencia haciendo de los tensores de co-adaptación vínculos de adherencia a algo más (sujeto de la reflexión o de la comunicación, objeto de la contemplación, etc.)? Se diría que esta es la desembocadura a la que conduce el constructivismo paradójico: la construcción del plano de inmanencia está obturada desde el principio por un mecanismo de adherencia a la trascendencia que se mantiene en estado de deformación continua. En ¿Qué es la filosfía? Deleuze y Guattari muestran que el pensamiento interpreta siempre la inmanencia como inmanencia a algo porque cada plano de inmanencia "tan sólo puede pretender ser único, ser el plano reconstituyendo el caos que tenía que conjurar: podéis escoger entre la trascendencia y el caos..." Escogemos el caos, hacer un corte en el caos, escogemos crear una imagen del pensamiento, hacer un plano de inmanencia para no entregarnos a la trascendencia, pero pareciera que ese plano es, a la vez, lo que tiene que ser pensado y no puede ser pensado, o como escriben bellamente Deleuze y Guattari: "un afuera más lejano que cualquier mundo exterior, porque es un adentro más profundo que cualquier mundo interior." Espacio paradójico inalcanzable; infinito, como el infinito mezcaliniano y turbulento de Michaux, siempre a la carga, en expansión, en superación, "infinito de abismo que incesantemente burla el proyecto y la idea humana de poner fin, límites..." Espacio que no da imagen, superlativo de las virtualidades, que anula los tensores de co-adaptación, el río de los encadenamientos.

¿Es posible una filosofía sin imagen de sí? ¿Es posible hacer filoconstructivismo sin plano de inmanencia? Preguntas sombrías: hay que alejarse rápidamente de ellas. La literatura y el arte pueden crear y pensar sin imagen de sí. Y el filoconstructivismo puede resistir con ahínco a la trascendencia y a la ilusión partiendo de la conversión empirista radical que sólo presenta acontecimientos (mundos (im)posibles en tanto conceptos), y unos Otros (expresiones de mundos (im)posibles o de personajes conceptuales). Así, los acontecimientos no reenvían la vida a un sujeto trascendente (Yo) y el Otro no devuelve trascendencia a otro yo; hacen posible el sobrevuelo inmanente de un campo sin sujeto y devuelven a cualquier otro yo a la inmanencia del campo sobrevolado.

De no sujetarse a esta conversión empirista radical, se hará de las prácticas de sobrevuelo en el campo de inmanencia un arrebato místico, juegos de ideas generales o caprichos metafóricos. Un hilo separa la lógica extrema y sin racionalidad de la sintaxis de acontecimientos del irracionalismo de la ensoñación. Un hilo separa a la imagen del pensamiento del pensamiento ensimismado. Un hilo separa el infinito, el "vaivén incesante del plano", del infinito diabólico o demencial. Desde el pensamiento sin imagen, Alberto Caeiro, poeta heterónimo y argonauta de las sensaciones verdaderas, mostró el grosor de ese hilo, los riesgos que lo recorren: "No es suficiente no ser ciego/Para ver los árboles y las flores./Es necesario también no tener ninguna filosofía./Con filosofía no hay árboles: sólo hay ideas./Hay sólo cada uno de nosotros, como una cueva./Hay sólo una ventana cerrada, y todo el mundo allá afuera;/Y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriera,/Que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana." 

El hilo que va de la inmanencia a una vida .