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Salvador Gallardo CabreraParadojas de los mundos (im)posibles
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Uno. Un planeta
en congelación incontenible Los datos que se tienen de la más reciente glaciación
indican que los hielos no avanzaron más allá de Manhattan o de Dinamarca. Pero
la teoría de la congelación incontenible
sostiene que durante el periodo Precámbrico, el geoide entero dormía en un
estado de congelación que se profundizaba y se extendía. Incluso los trópicos
estuvieron congelados durante 10 millones de años. Esta teoría ha encontrado
una fuerte oposición por parte de varios geomorfólogos que la consideran un objeto imposible. Quizá porque sus
consecuencias teóricas son terminales, de una sobriedad tajante y tensionadas
hasta la anulación: esquivan al buen sentido en tanto dirección única, y luego
esquivan al sentido común como asignación de identidades fijas. "¿Cómo
podrían haberse congelado los trópicos sin acabar con cualquier simiente de
vida?",
preguntan los críticos. Sin embargo, se han encontrado guijarros helados por
todas partes, también en el Ecuador. "Tal vez llegaron allí por una deriva
continental amplia". No, pues las derivas continentales, en tal escala, no
tuvieron lugar en ese periodo geológico. Además, no hay posibilidad de acudir
al registro fósil en busca de pistas adicionales; sólo existen fósiles
adecuados para correlaciones estratigráficas de los últimos 600 millones de años.
Durante el Precámbrico vivían organismos multicelulares, criaturas con cuerpos
blandos, incapaces de crear fósiles. Con los
datos incontrovertibles, y los vacíos
que son datos nómadas indicando cómo nace una contradicción, termina de
desplegarse la paradoja. Si existió alguna vez el planeta de hielo, ¿cómo
despertó la vida de la congelación profunda? ¿Cómo es que estamos aquí? Las
preguntas que corresponden a las paradojas no esperan respuesta.
Algunas veces las respuestas llegan –como en la paradoja de Olbers (la
noche oscura y el universo infinito)—, pero eso no abona a favor de la
pertinencia de sentido de las paradojas "científicas" en contraposición a la
gratuidad de las paradojas "lógicas" o "lingüísticas". Las paradojas de los
estoicos nos sirven aún, por ejemplo, para analizar los vínculos entre la lógica
del sentido y la ética. Las respuestas dan cuenta de que la potencia de
las paradojas, como explicó Deleuze, no consiste en seguir la otra dirección,
la contraria al buen sentido, sino en mostrar que el sentido toma siempre las
dos direcciones a la vez. De ahí que muchas veces las respuestas funcionen como
prolongaciones de la paradoja misma. Enseguida, consigno algunas respuestas a
la paradoja de la congelación incontrolable y sus prolongaciones: Respuesta 1: Los guijarros de témpanos
llegaron al Ecuador y a los Trópicos por medio de la expansión de un manto de
hielo; pero éste era magro y transparente. Respuesta 2: La prueba de que las premisas de
la teoría son falsas es que ya en el Cámbrico los mares rebosaban de crustáceos
y trilobites. El océano sin
mareas Las mareas marcan el ritmo de la respiración del mar
y de su amistad con las orillas. Algún día me gustaría ensayar una hipótesis
geoliteraria: las contadas ocasiones en que aparece alguna mención a las mareas
en la tradición grecorromana se debe a que el Mediterráneo casi no tiene
espacio para ellas; es un mar donde el efecto combinado de las fuerzas de
atracción ejercidas por la luna y el sol es muy débil. En contraposición, he
imaginado la enorme amplitud de marea en las playas de Tetis, el gigantesco océano
que separaba a los dos supercontinentes en que se dividió Pangea I. He soñado con las enormes corrientes y flujos transportando sedimentos de una
orilla a otra, con una fuerza de desplazamiento imparable. Las olas-tsunamis
alzándose cientos de metros, rizando sus prodigiosos bucles verticales, para
recogerse después con una fuerza de succión o retroacción que rehacía en cada
oleada las lindes de la playa (las playas son el mar aunque desbastado). Pero mi imaginación no se aviene con la
imaginación informática que revela un océano paleozoico parecido a un lago
salado gigantesco, sin dinamismo. Usando la información existente sobre las
masas continentales antiguas y los efectos de marea de la luna, científicos del
Imperial College London han creado un modelo informático que simula el
comportamiento probable de las mareas en Europa noroccidental en el periodo
Carbonífero –hace 300 millones de años–. El resultado de esa
imaginación electrónica conduce a una paradoja de brazos anudados: si existió
tal océano sin mareas, lago salado sin movimiento, pradera marina apenas
rizada, las aguas poco profundas no pudieron mezclarse, lo que impidió que el
oxígeno circulase. Cuando esto sucedió la descomposición de los organismos
consumió más oxígeno, creándose un ambiente incapaz de sostener la vida. En ese
gran lago salado hasta los organismos unicelulares hubiesen tenido dificultades
para sobrevivir. Si, según el modelo aludido, existió el océano sin mareas y
sin oxígeno, ¿cómo perseveró la vida marina?
En 1938, en las costas de Sudáfrica, unos
pescadores atraparon un pez desconocido: sus dos pares de aletas lobuladas
color gris azulado, extendidas desde su cuerpo hacia afuera como si fuesen
patas, su gran tamaño y su aspecto antediluviano, causaban estupor. Muy pronto
llegaron los especialistas y luego de estudios y comparaciones declararon que
se trataba de un celacanto, un pez que se creía extinguido desde el Cretáceo superior,
es decir, hace 65 millones de años. ¿De qué gruta perdida en el tiempo había
ascendido ese fósil viviente? Algunos pescadores de Tanzania habían visto otros
ejemplares, y en 1952 un marino mercante capturó un ejemplar en las islas
Comores, en el océano Índico. Esto demostró que la región que habitan era muy
amplia. ¿Dónde había estado todo ese tiempo? Los fósiles por los que se le
conocía databan del Devónico, hace 400 millones de años, y sobre todo del
Carbonífero. Pero no había rastros de él después de los registros fósiles del
Cretáceo superior. ¿Dónde había estado todo ese tiempo? Si estuvo vivo y
ondulando en los mares, sumergido en la profundidad de fosas abisales por la mañana
y persiguiendo peces entre burbujas de oxígeno por la noche, ¿por qué
desapareció del registro fósil? La paradoja del fósil viviente que no deja
huellas fósiles. Ni un solo registro fósil en más de 60 millones de años. Una
paradoja de anillos desplazados: entre un anillo y otro hay zonas que
interrumpen la lógica puesta en juego, que quiebran las secuencias históricas y
dislocan las dataciones geológicas. Zonas de incertidumbre o de suspensión,
blancos del registro fósil, sombras de la cosa incluida. En nuestro tiempo las paradojas han adquirido el estatuto de juegos de pensamiento o de pasatiempos lingüísticos, curiosidades de nuestros saberes, entidades inverosímiles y complicadas que señalan la imperfección de las investigaciones empíricas o marcadores que desaparecerán con el saber progresivo. Pero también ha sido en nuestro tiempo que hemos asistido a la constitución paradójica de una teoría del sentido: la novela lógica de Gilles Deleuze. Por ella sabemos ahora que el sentido siempre es producto; no es principio ni origen. No está por descubrirse, ni restaurarse, sino por producirse con nuevas maquinarias. Siempre está en juego entre una red de relaciones y siempre está por hacerse. Por ejemplo: las tiranías de sentido —engranes de las democracias realmente existentes— buscan que el mundo constituido no termine nunca, que sus poderes alcancen la modulación subjetiva, que sus programas de control sean tanto más asfixiantes que los aparatos disciplinarios y, con todo, su lógica de dominio no está dada de entrada, ni asegurada ni es evidente o universalizable de por sí. Los poderes, como aleaciones de sentido, yerran, tropiezan, se colapsan. De ese mismo material, de esos tejidos, están atravesados también los mundos (im)posibles. Dos. El Filoconstructivismo
Deleuze y
Guattari crearon una batería de conceptos en la relación entre el territorio y
la tierra rizoma (territorialidad-desterritorialización-reterritorialización, máquina
de guerra, devenir, nomadología, molar/molecular, lo liso y lo estriado,
geofilosofía, etc). Esos conceptos funcionan como tensores de co-adaptación de
las tres actividades del filoconstructivismo: interdigitan el plano de
inmanencia, los conceptos y los personajes conceptuales al darles una tierra.
Pero esa tierra no asegura la inmanencia de antemano. Tres. Un pensamiento sin imagen ¿Es
posible una filosofía sin imagen de sí? ¿Es posible hacer filoconstructivismo sin plano
de inmanencia? Preguntas sombrías: hay que alejarse rápidamente de ellas. La
literatura y el arte pueden crear y pensar sin imagen de sí. Y el
filoconstructivismo puede resistir con ahínco a la trascendencia y a la ilusión
partiendo de la conversión empirista radical que sólo presenta acontecimientos
(mundos (im)posibles en tanto conceptos), y unos Otros (expresiones de mundos
(im)posibles o de personajes conceptuales). Así, los acontecimientos no reenvían
la vida a un sujeto trascendente (Yo) y el Otro no devuelve trascendencia a
otro yo; hacen posible el sobrevuelo inmanente de un campo sin sujeto y
devuelven a cualquier otro yo a la inmanencia del campo sobrevolado. De no sujetarse a esta
conversión empirista radical, se hará de las prácticas de sobrevuelo en el
campo de inmanencia un arrebato místico, juegos de ideas generales o caprichos
metafóricos. Un hilo separa la lógica extrema y sin racionalidad de la sintaxis
de acontecimientos del irracionalismo de la ensoñación. Un hilo separa a la
imagen del pensamiento del pensamiento ensimismado. Un hilo separa el infinito,
el "vaivén incesante del plano", del infinito diabólico o demencial. Desde el
pensamiento sin imagen, Alberto Caeiro, poeta heterónimo y argonauta de las
sensaciones verdaderas, mostró el grosor de ese hilo, los riesgos que lo
recorren: "No es suficiente no ser ciego/Para ver los árboles y las flores./Es
necesario también no tener ninguna filosofía./Con filosofía no hay árboles: sólo
hay ideas./Hay sólo cada uno de nosotros, como una cueva./Hay sólo una ventana
cerrada, y todo el mundo allá afuera;/Y un sueño de lo que se podría ver si la
ventana se abriera,/Que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana." El hilo que va de la inmanencia a una vida . |